Radares meteorológicos: "ojos" de la atmósfera con algunas miopías

En este artículo descubrimos el funcionamiento de los radares meteorológicos y las situaciones más difíciles de captar por esos instrumentos, imprescindibles para el pronóstico.

Radar de lluvia
La cúpula blanca esférica que corona los radares meteorológicos.


Los radares meteorológicos son una herramienta imprescindible para hacer seguimiento y evolución de las condiciones atmosféricas, siendo útiles para el pronóstico de situaciones adversas y hacer buena planificación de riesgos, como inundaciones o nevadas que puedan tener efectos sobre el territorio.

Funcionamiento de un radar meteorológico

Este instrumento está constituido por una torre que puede alcanzar los 10 metros de altura con una cúpula esférica de color blanco en su parte superior. Allí encontramos varios elementos: antena, emisor, receptor... Desde su seno se mandan distintos pulsos de radiación que se propagan a través del aire. Cuando ese "pulso" encuentra un obstáculo, parte de la radiación emitida se dispersa en todas las direcciones y a su misma vez, se refleja. Esa señal "reflejada" viaja en dirección al aparato (radar) y supone la precipitación que está cayendo.

Esa radiación "rebotada" nos da idea de tres parámetros importantes: intensidad de la precipitación, distribución y el echotop, que es la altura máxima a la que se alcanza el valor de una reflectividad dada.

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Situaciones de "miopía"

Actualmente la modernización de esos sistemas tecnológicos ha sido muy importante, pero aún hay algunas barreras que impiden ver la realidad tal y como es. Existen, básicamente, cinco circunstancias o situaciones en los que esos ojos atmosféricos no terminan de captar bien la precipitación:

  • Precipitación orográfica. Las lluvias en la vertiente norte de los Pirineos a menudo están infraestimadas o infravaloradas por los radares. El relieve del Pirineo actúa de "pantalla" que impide esa visualización perfecta y precisamente bloquea de algún modo esta radiación rebotada que contábamos.
  • Precipitación oculta. Las lloviznas derivadas de las nieblas densas en invierno tampoco son captadas por el radar.
  • Nevadas. En el caso de la precipitación sólida, se producen dos "extremos antagónicos": infraestimación de la nevada o sobreestimación de ella. La infraestimación se produce especialmente en advecciones de norte, con nevadas en la vertiente atlántica pirenaica con ese efecto 'pantalla' del relieve. El segundo caso se produce cuando hay una mezcla de precipitación líquida y sólida (combinación de lluvia y nieve, o aguanieve), momento en qué aparece el fenómeno de la banda brillante. Este efecto implica que la señal se incremente y los algoritmos de corrección sean incapaces de detectar esa mezcla de estados de la materia. Así pues, las intensidades de precipitación se muestran con valores más elevados de lo que realmente son.
  • Convección a niveles bajos. Una situación contraria a la precipitación orográfica u oculta, se produce con chubascos en el Mediterráneo que se gestan debido a convección en capas muy bajas.
  • Temporalidad. ¿No os ha pasado alguna vez que os estáis mojando y el radar aún no detecta precipitación en el punto dónde os encontráis? También se produce un pequeño desfase temporal (de minutos de diferencia) entre la precipitación que cae y la señal que llega en las antenas del radar. El efecto contrario a esta circunstancia son las virgas: esa precipitación que se evapora antes de llegar al suelo. Paradójicamente, las virgas son captadas por los radares a la perfección, pero no llega a llover. Entonces ahí pensamos: el radar marca lluvia, pero no cae ni una gota.

Efecto palanca, efecto albedo y tormentas exógenas

La reflectividad emitida por los radares meteorológicos también nos puede servir para vincular la precipitación a distintos fenómenos geográficos, físicos y meteorológicos.

Un fenómeno que potencia las precipitaciones en las zonas de montaña es el efecto palanca. Habitualmente, los radares del tiempo captan perfectamente las regiones donde se producen esas convecciones intensas y esos forzamientos de las masas de aire, porque es donde primero empieza a llover y porque la reflectividad del mapa muestra unos colores mucho más intensos.

En segundo lugar, la distribución de las tormentas en primavera nos puede ayudar a intuir el efecto albedo diferencial en nuestros sistemas montañosos. En los Pirineos, normalmente en primavera se forman las tormentas en las vertientes meridionales y en el Prepirineo. ¿Por qué? Pues precisamente por un mayor calentamiento del substrato, que tiene colores más oscuros, que en zonas más altas del Pirineo (aún cubiertas con nieve). El bajo albedo de las sierras prepirenaicas implica más calentamiento, con lo cual, induce a más convección y movimientos ascendentes de la masa de aire.

Finalmente, la monitorización de las tormentas a través de los radares nos permite saber su nacimiento, evolución y disipación. Así pues, nos permite seguir si una tormenta es exógena o estática.