Entrevista del mes: Rubén del Campo Hernández
Técnico en Meteorología y Portavoz adjunto de AEMET
Fue una vocación temprana. Ya cuando era niño sentía mucha curiosidad por distintos fenómenos meteorológicos como las nevadas, las tormentas, la escarcha en los campos o las nieblas persistentes que se formaban en invierno a orillas del Ebro en Lodosa (Navarra), donde me crié, y que no dejaban ver el sol durante días. Mientras todo el mundo a mi alrededor estaba harto de pasar frío, a mí me fascinaba ver cómo la temperatura, muy baja todo el día, apenas oscilaba un grado o dos en el termómetro de máxima y mínima tipo Six-Bellani que me regaló mi abuelo cuando yo todavía iba al colegio.
Sí, antes de dedicarme profesionalmente a la meteorología trabajé en el mundo de la industria alimentaria durante seis o siete años. Soy licenciado en biología y me dediqué a la organización y el control de calidad del proceso de producción de alimentos de cuarta gama (ensaladas y ensaladillas frescas que podemos comprar en los supermercados). Pero hay una anécdota que me gusta contar de esta etapa, y es que pasaba muchas horas en el laboratorio realizando pruebas con los alimentos. El laboratorio estaba ubicado en un lugar de la factoría donde no había ventanas ni luz natural, y yo recuerdo cierto día que había posibilidad de que se produjera en el valle del Ebro una nevada “de sur” darle aviso al encargado del almacén de que me fuera informando de la situación meteorológica. Durante toda la mañana había brillado el sol, así que me preguntaba continuamente “¿de dónde has sacado que va a nevar hoy?”. Hasta que a media tarde entró corriendo al laboratorio y me dijo: “¡Rubén, corre, sal que está nevando, has acertado!”
Así que como no me podía quitar de la cabeza la meteorología, llegó un momento, en 2007, en el que decidí que el trabajo en la industria alimentaria era bonito pero muy sacrificado, y que si había que estar dedicando tantas horas al día a la labor profesional, lo ideal es que fuese en algo que realmente me interesara de verdad. Y me presenté a las oposiciones de observador de meteorología en 2008, con la gran suerte de aprobar a la primera. En mayo de 2009 ingresé como observador en prácticas y en abril de 2010, ya como funcionario de carrera, tomé posesión en mi primer destino.
Efectivamente, mi primer destino como observador fue el Observatorio Atmosférico de Izaña, que además era el centro de trabajo que yo había seleccionado en primer lugar a la hora de elegir destino, y también tuve la suerte de recalar allí, y eso que tenía a más de 20 compañeros que elegían destino antes que yo. En Izaña realicé diversas tareas: por un lado, todos los días los observadores realizábamos un chequeo rutinario de los equipos de medición del observatorio, que por cierto, no son solo los convencionales, sino que también los hay de medición de gases de efecto invernadero, aerosoles, gases reactivos, radiación, etc. Además, en mi caso, colaboraba con el programa de medidas de gases de efecto invernadero realizando calibraciones de los equipos. Es muy importante asegurarse de que las medidas cumplen con los rigurosos requisitos que exige la Organización Meteorológica Mundial, así que cada dos semanas se calibraban esos equipos. Y finalmente, en 2014, puse en marcha un programa de observaciones fenológicas en colaboración con otros compañeros del Observatorio, de Servicios Centrales (en Madrid) y del Parque Nacional del Teide. La fenología es la ciencia que estudia los ciclos biológicos de los seres vivos -tales como la aparición de las hojas, la floración, la migración de las aves, etc.- y cómo se ven afectados dichos ciclos por el tiempo y el clima. Nos parecía muy interesante hacer estas observaciones en una zona (el entorno del Parque Nacional del Teide) con especies endémicas, muchas de las cuales no crecían en ningún otro lugar del mundo: plantas muy especializadas y por tanto muy sensibles al cambio climático. Sería estupendo que el programa tuviese continuidad, pero los problemas de personal en las administraciones públicas no siempre lo hacen posible.
Me acuerdo de muchos, por supuesto. Una de las cosas que me llamaba la atención del clima canario es que las condiciones meteorológicas cambiaban mucho más espacialmente que temporalmente. Es decir, si tú permanecías en un lugar concreto durante todo el año, no había una gran variación en los tipos de tiempo. Pero podías desplazarte 15 Km y pasar de estar achicharrado a gozar de la niebla y el frescor del alisio, con temperatura que podían descender 10 o 12ºC en ese corta distancia. En cambio, en Madrid por ejemplo, uno puede recorrer 300 Km en verano y no escapar de calor por mucho que quiera, pero si se está quieto durante un año en la capital, tendrá distintos tipos de tiempo asociados a cada estación. Esa era la mayor diferencia que veía entre el clima de Canarias y el de la península.
Y en cuanto a alguna situación especial, yo me quedaría con el temporal que se produjo en Izaña en febrero de 2014, cuando una masa de aire polar alcanzó el archipiélago y provocó nevadas por encima de unos 1 500 metros. El entorno de Izaña quedó cubierto por más de medio metro de nieve, pero lo realmente espectacular fue el hielo que se acumuló en los instrumentos expuestos (cencellada) a causa del fuerte viento que soplaba y que empujaba con fuerza las gotitas de las nubes hacia dichos objetos, congelándose de inmediato. En mi vida había visto nada igual. En aquel temporal nos quedamos “atrapados” en el Observatorio sin poder salir durante cuatro días a causa del hielo (pero estuvimos muy bien, con calefacción y víveres), y el tercer día, cuando dejó de nevar y amainó el viento y por fin pudimos salir del edificio se mostró ante mí un paisaje único, que no pude describir con palabras. Tan solo pude musitarle a un compañero: “creo que con esto ya está justificado haber elegido Izaña, y ya me puedo jubilar tranquilo”
El tema de la fotografía meteorológica empezó más tarde que mi vocación. Concretamente, estudiando durante la oposición a observador de meteorología la clasificación de nubes, a la que le empecé a coger el gustillo a pesar de esos nombres tan enrevesados. Después, ya en Izaña, era inevitable hacer fotografías de los numerosos fenómenos que pueden verse desde allí, como la mencionada cencellada, las “nubes sombrero” del Teide, el “mar de nubes” sobre el Valle de la Orotava y otros muchos. Y me aficioné a la fotografía y todavía sigo mirando al cielo y tomando fotos si me parece interesante lo que veo.
La verdad es que no me considero un gran fotógrafo. Simplemente miro al cielo y cuando creo que hay algo digno de ser inmortalizado, saco la cámara y disparo. Como consejos rápidos, diría que para obtener una buena fotografía hay que disponer de un equipo decente. Cada vez hay móviles que tienen mejores cámaras, pero en muchos casos no alcanzan las prestaciones que tiene una cámara réflex digital. Por otro lado, está bien disponer de un filtro polarizador, que realza el contraste y permite la obtención de fotografías más nítidas y claras. Y por supuesto, no disparar “a lo loco”, sino teniendo un poco de cuidado con el encuadre, la inclinación o la trepidación. Con esas premisas básicas y sencillas, y sin grandes artificios en la edición posterior (salvo que se le quiera dar un enfoque más artístico que realista a la imagen), seguramente se consigan buenos resultados.
Compartiré dos: la primera de ellas muestra unos espectaculares «Asperitas» que fotografíe desde el Observatorio de Izaña en noviembre de 2015. Me siento afortunado de haber podido fotografiar estas nubes, porque no son muy habituales y puede estar en el momento y lugar oportunos. Me acuerdo que me dio el chivatazo un miembro del personal de mantenimiento del Observatorio, que fue al despacho de los observadores y dijo: «Rubén, creo que hay unas nubes muy raras que deberías ver». Imaginad mi cara al verlas.
La segunda es la que yo llamo «Madridhenge», por la alineación entre el sol y la Puerta de Alcalá que tuve la suerte de presenciar a primeros de mayo de 2018, en la que el astro rey asomaba por uno de los huecos del monumento a la vez que generaba unos espectaculares rayos crepusculares. De nuevo, tuve la suerte de estar en el lugar y momento adecuados.
Efectivamente, en 2016 aprobé las oposiciones al cuerpo de Diplomados en Meteorología de Aemet y elegí como destino el Área de Información Meteorológica y Climatológica, en la sede central ubicada en la Ciudad Universitaria de Madrid. En el departamento nuestra principal tarea es la atención a medios de comunicación y difusión de contenidos a través de las cuentas oficiales de las redes sociales de AEMET. Además, preparamos la revista bimestral de información interna «El Observador», subimos noticias de AEMET a nuestra página web y recopilamos otras noticias externas de interés meteorológico cuyos enlaces ofrecemos en un boletín diario a través de la web institucional. Dicho así quizás no suene a mucho, pero la cantidad de trabajo que hay detrás es enorme en un departamento en el que trabajamos cinco personas (Ana Casals -actual coordinadora-, Delia Gutiérrez, Javier Martínez, Mari Trini Bueno y yo mismo) También contamos con la ayuda ocasional de alumnos en prácticas, de los que aprendemos muchas cosas.
Creo que se está haciendo un esfuerzo importante en mejorar la comunicación, no solo desde nuestro departamento, sino desde todos los estamentos de la organización. Las redes sociales nos permiten dar información veraz y rigurosa pero con el tono propio más desenfadado de estos canales, incluyendo vídeos con un toque «casero», además de ganar en inmediatez. Y en mi opinión, las notas informativas y avisos especiales que preparan nuestros compañeros del Área de Predicción Operativa son de gran calidad, y así nos lo reconocen periodistas no especializados en meteorología, a los que les parecen muy claras y concisas.
En cuanto a nuestras debilidades, puede que en determinadas ocasiones los lentos e intrincados protocolos asociados a un organismo público nos hagan perder rapidez a la hora de anunciar un determinado episodio previsto, o quizás en otras ocasiones somos demasiado prudentes o perfeccionistas. En cuanto a las fortalezas, sin duda la mejora en las predicciones y ese afán por mejorar la comunicación así como la oferta de datos abiertos ha hecho que la reputación de AEMET entre el público en general haya aumentado, y se confíe en la Agencia como la autoridad meteorológica del Estado que es. De todas formas, hay que seguir mejorando y en ningún caso bajar la guardia.
La radio es un medio que siempre me ha gustado y no dudé un instante cuanto me ofrecieron la oportunidad de colaborar en el programa de César Lumbreras, que además es el más veterano de la radio española en información agraria, ya que lleva 34 años ininterrumpidamente en antena. Normalmente cuento la predicción meteorológica para los días siguientes junto con la redactora del programa Lucía Díaz y, si hay tiempo, explico algún concepto meteorológico o doy información adicional sobre episodios que hayan afectado a nuestro país, como por ejemplo una ola de calor. Está resultando una experiencia muy gratificante, aunque eso suponga tener que madrugar también los sábados (el programa se emite de 8:30 a 10:00 de la mañana)
NOTA DE LA RAM: Agradecemos a Rubén del Campo su colaboración con la revista y le felicitamos particularmente por compartir sus fotografías de nubes.