Una megaerupción borró el verano y hundió al mundo en el frío: 1816, cuando cambió el clima del planeta

No todos los fuegos calientan, y en 1816 el verano no llegó. Un evento histórico enfrió el planeta y desencadenó heladas, lluvias anómalas y caos en buena parte del hemisferio norte.

Hoy regala atardeceres de postal… pero hace más de 215 años, el Tambora "apagó" el Sol.

Era junio de 1816, y los habitantes de Suiza despertaban con una sensación inquietante. Hacía frío, un frío que calaba hasta los huesos. El calendario anunciaba el inicio del verano, pero los campos seguían empapados, amarillentos, improductivos. Y el Sol, simplemente, se negó a salir en un verano que nunca fue.

Al otro lado del Atlántico, en Nueva Inglaterra, los diarios registraban heladas en junio y nevadas en pleno julio. El termómetro oscilaba brutalmente en cuestión de horas. El ganado moría, las cosechas no germinaban y los precios del grano se disparaban. Fogatas improvisadas crepitaban dentro de las casas, resguardando el calor y un poco de esperanza para familias enteras.

La gente hablaba de augurios, de castigos divinos, de fenómenos inexplicables. Los poetas describieron el cielo como un “velo sepulcral”. Los granjeros, entre esperanza y desconcierto, intentaban sembrar una y otra vez. Mientras estallaban disturbios y saqueos en Gran Bretaña y Francia, Suiza enfrentaba una hambruna severa y ocurrían migraciones masivas hacia América.

Lo que nadie sabía entonces era que el origen de aquella cadena de desastres estaba en un punto remoto del planeta. La isla de Sumbawa, en Indonesia, representa apenas el 0.01 % de la superficie terrestre y aún así, desde ese pedacito de mundo se alteró el clima global. Y no, no fue el aleteo de una mariposa lo que provocó el caos del otro lado del mundo.

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Vista satelital actual del volcán Tambora en la isla Sumbawe, Indonesia.

Era abril de 1815 y una montaña rugía con una fuerza capaz de borrar parte de su propia cumbre. El 10 de abril, el Tambora protagonizó la erupción más poderosa registrada en los últimos 10,000 años. Una que no solo devastó la isla y provocó decenas de miles de muertes inmediatas, sino que terminó envolviendo al mundo en una penumbra persistente. Pero, ¿cómo?

Un cielo en tonos sepia "volcán"

La erupción del Tambora comenzó el 5 de abril de 1815 y alcanzó su clímax del 10 al 11 de abril. El Índice de Explosividad Volcánica se marcó en 7, una categoría casi nunca vista en la historia reciente. Se estima que expulsó alrededor de 150 km³ de material volcánico, suficiente para reducir la altura de la montaña de 4300 a 2850 metros.

Las explosiones fueron tan violentas que se oyeron a más de 2000 km de distancia, y las ondas de choque dieron la vuelta al mundo. Provocó decenas de miles de muertes inmediatas y tsunamis devastadores con olas de hasta 10 metros de altura en bahías estrechas. Pero su impacto fue tan profundo que, incluso un año después, siguió sumando víctimas.

Pero el mayor impacto climático no lo provocaron las cenizas gruesas que cayeron sobre Sumbawa. Fue la inyección masiva de dióxido de azufre (SO₂) en la estratósfera, donde se transformaron en aerosoles sulfatos. Estas partículas reflejaron y dispersaron la luz solar, reduciendo la cantidad de radiación que llegaba a la superficie, cual manto opaco extendido sobre el hemisferio norte.

En los meses siguientes, mediciones indirectas reconstruidas a partir de hielo polar y crónicas históricas estiman un descenso de entre 0,4 y 1,0 °C en la temperatura media global, suficiente para desencadenar un episodio de enfriamiento a escala planetaria. En Europa, la temperatura descendió hasta 3 grados respecto a la climatología. Y el verano nunca llegó en 1816.

El año sin verano

En 1816, Europa encadenó meses de cielos cubiertos y lluvias incesantes. Se registraron heladas en junio en Francia, Alemania y Suiza. La agricultura colapsó: el trigo no maduró, la papa se pudrió en suelos inundados y los pastos escasearon afectando al ganado.

Se estima que al menos 10000 personas murieron directamente por la explosión y los tsunamis asociados en Sumbawa; y entre 60000 y 100 000 personas más murieron a causa del hambre y las enfermedades posteriores.

El resultado fue una crisis alimentaria histórica. Hubo disturbios por pan, migraciones masivas y un aumento dramático de los precios de los granos y otros alimentos. En algunas regiones, fue el peor año agrícola del siglo.

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Anomalías climáticas en Europa en 1816. Tambora modificó los patrones de circulación, temperaturas y lluvias.Imagen tomada de Luterbacher y Pfister (2015).

Por su parte, en Nueva Inglaterra y parte de Canadá, las temperaturas descendieron al punto de registrar nevadas y heladas en pleno julio. La gente acuñó la expresión “Eighteen Hundred and Froze to Death” (1816: el año que murió congelado).

Las crónicas históricas narran atardeceres rojizos, cielos blanquecinos y una luz solar débil, casi enfermiza. En ese momento no había una conciencia científica de lo que ocurría, pero sí un registro visual que hoy sabemos fue causado por los aerosoles en la estratósfera.

De "volcán" a "clima"... y a literatura

La clave está en la altitud a la que llegaron los aerosoles. En la troposfera, la lluvia los eliminaría en días o semanas; pero en la estratósfera, donde casi no hay precipitación, pueden permanecer de uno a tres años. Estos aerosoles sulfatos reflejan parte de la radiación solar entrante (albedo), enfriando la atmósfera baja mientras calientan la estratósfera.

Este desequilibrio entre capas de la atmósfera puede amplificar patrones anómalos. Y así el Tambora cambió al mundo. El año sin verano provocó crisis alimentarias, desplazamientos y un aumento de enfermedades por la desnutrición y el frío. Pero también dejó efectos culturales sorprendentes, más allá de los cielos naranjas típicos de las pinturas de la época.

En el ambiente lluvioso y sombrío de Suiza, un grupo de escritores —entre ellos Mary Shelley— pasó el "verano" encerrado. De esas noches oscuras surgió Frankenstein, una de las obras literarias más influyentes de la historia, y que ha trascendido hasta nuestros días de la mano de Guillermo del Toro. El arte, al final, también conserva retazos del Tambora.

La erupción del volcán Tambora nos recuerda que el clima del planeta puede alterarse por causas naturales, desde cualquier punto del mundo y con una rapidez asombrosa. Pero, a diferencia del cambio climático actual, impulsado por actividades humanas, estos episodios volcánicos son abruptos pero temporales, e inevitables.

Aun así, sus impactos sociales, económicos y culturales pueden durar décadas. 1816 sigue siendo uno de los ejemplos más claros de cómo un evento geológico puede “apagar” al Sol y transformar al mundo. Y un recordatorio innegable de que no todos los fuegos calientan.

Referencia de la noticia:

The year without a summer. 2015. J. Luterbacher y C. Pfister. Nature Geoscience 8.

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