Una joya escondida en la Costa de la Luz: un pequeño pueblo con dunas infinitas y atún rojo de almadraba

Acompáñanos a descubrir este oasis de tranquilidad en la agitada costa sur de España, un rincón de naturaleza salvaje, historia centenaria y sabores que han cruzado fronteras. Toma nota para quedarte con sus múltiples encantos.

Zahara de los Atunes
Vista aérea de la playa de Zahara de los Atunes, donde el viento de levante moldea constantemente sus colinas arenosas.

En el corazón de la costa atlántica andaluza, donde la luz del sol parece haberse instalado de forma permanente, existe un lugar que aún guarda el alma intacta de los pueblos marineros. Además, por su privilegiada situación geográfica se puede disfrutar de aguas limpias y cielos despejados durante la mayor parte del año.

A continuación, nos adentraremos en un precioso y pequeño pueblo costero que conjuga las dunas doradas que se extienden hasta donde alcanza la vista con una especialidad culinaria única: el atún rojo de almadraba.

Zahara de los Atunes, un rincón de playa infinita y dunas doradas

Nos referimos, cómo no, a Zahara de los Atunes, población que se encuentra entre Tarifa y Barbate, en la provincia de Cádiz. El Parque Natural de la Breña y Marismas del Barbate la resguarda por el norte, mientras que al sur se abre paso hacia los paisajes salvajes del Estrecho.

Hablamos de una localidad donde no hay grandes urbanizaciones ni complejos turísticos masivos. Solo casas blancas de una o dos plantas, pequeños chiringuitos de madera y senderos que se abren paso entre la vegetación autóctona.

Esencia marinera y alma gaditana

El casco urbano de Zahara es pequeño y acogedor, con calles estrechas, fachadas encaladas y flores en las ventanas. Pasear por él al atardecer, cuando el cielo se tiñe de tonos rojizos, es una experiencia que conecta con lo más auténtico de Andalucía. ¿Lo mejor de todo? Su ritmo pausado. No hay prisa. La vida gira en torno a la plaza central, a los bares de tapas y a las tertulias entre vecinos.

La iglesia del Carmen, del siglo XVI, y los restos del castillo que una vez defendió la costa de los ataques piratas, recuerdan que Zahara también tiene historia. De hecho, el propio nombre del pueblo proviene de los tiempos en que esta zona fue frontera entre el reino cristiano y el mundo islámico.

No podemos hablar de Zahara sin hablar de su costa. Su playa principal, de más de ocho kilómetros de longitud, es una extensión de arena fina y dorada bañada por aguas transparentes del Atlántico. Abierta, salvaje y casi virgen, ofrece un paisaje de dunas naturales y brisa constante, ideal para largos paseos y puestas de sol inolvidables.

La almadraba: tradición, arte y respeto por el mar

Pero si hay algo que define a Zahara de los Atunes es su vinculación con el atún rojo. Desde hace más de mil años, en estas aguas se practica la almadraba, un ancestral método de pesca de origen fenicio que consiste en tender un laberinto de redes en el paso migratorio del atún para capturarlo de forma selectiva y sostenible.

El momento culminante de la temporada es el "ronqueo", nombre que recibe el despiece del atún. Se realiza a mano, con precisión milimétrica, y cada parte del animal se aprovecha. Este ritual se puede presenciar en algunas de las lonjas locales y es una verdadera lección de respeto por el producto y el oficio.

Su gastronomía local, un festín de tierra y mar

Y como no puede ser de otra manera, el atún de almadraba se convierte en el gran protagonista de su gastronomía local. En Zahara, es posible degustarlo en tataki, tartar, encebollado, en mojama o simplemente a la plancha con escamas de sal marina.

En cualquier caso, también hay sitio para otros sabores gaditanos como ortiguillas fritas, chocos a la plancha, tortillitas de camarones o un simple plato de tomates aliñados con aceite de oliva y flor de sal. Todo acompañado, por supuesto, de un vino blanco de la tierra o una cerveza bien fría con vistas al mar.

Zahara de los Atunes es, sin duda alguna, un lugar que no necesita grandes campañas de promoción. Su encanto radica precisamente en su discreción, en no haber sucumbido a la masificación. Y es precisamente por eso que, quienes la descubren, vuelven.