El lenguaje acalorado

Existe una rica terminología que hace alusión al calor típico del verano, como estío y canícula. El bochorno es otra de las palabras con más arraigo. Vamos a indagar en el vocabulario de la calle.

En torno al calor que caracteriza al verano existe una vasta nomenclatura. Los días largos y calurosos, de elevada insolación, caracterizan a la estación veraniega.

Las alusiones al calor, en sus distintas formas, son una constante durante el verano; época del año en que nos referimos de forma reiterada a los excesos que provocan la elevada insolación y las altas temperaturas. La propia palabra “verano” da bastante juego desde un punto de vista etimológico. Su origen lo encontramos en el término latino ver, veris, que hace referencia a la primavera, que en nuestro calendario actual antecede al verano. Antaño, el período cálido del año se dividía en una primera parte (primo vere), que se corresponde con la citada primavera, seguido del veranum tempus, el actual verano, si bien el período en que hace más calor se denominaba “estío”, una palabra que deriva del término en latín aestas (“hervir”), con posible origen en el griego hesta (“fuego”).

Hoy en día, identificamos al verano con el estío o período estival, si bien los días en que se alcanzan las temperaturas más altas –dejando aparte las olas de calor que empiezan a irrumpir fuera de los meses propiamente veraniegos– se conocen como la canícula; un término con una curiosa etimología. Aunque no hay unas fechas fijas en el calendario que marquen el inicio y final de la canícula, se suele identificar con el período que va entre el 15 de julio y el 15 de agosto (“De Virgen a Virgen, el sol aprieta de firme”). La palabra tiene su origen etimológico en la voz latina canis, que significa “perro”. La salida de la estrella Sirio por el horizonte, marcaba el inicio de las inundaciones del Nilo en el Antiguo Egipto, lo que coincidía con la llegada del verano. Sirio es la estrella más brillante de la constelación del Canis Maior (El Can Mayor), de ahí el curioso nombre que recibe la época más calurosa del año.

Imagen reciente de París, del pasado 25 de julio de 2019, durante la intensa ola de calor que pulverizó la temperatura máxima absoluta en la capital francesa, alcanzándose ese día los 42,6 ºC.

Los calores caniculares se identifican, no pocas veces, con la palabra “bochorno”. Su origen lo encontramos en el término en latín vulturnus, que era el viento del este en tiempos de los romanos. Una de las características del bochorno es que se combinan en él una alta temperatura y un elevado contenido de humedad en el aire, lo que da como resultado una sensación térmica agobiante, sin que podamos quitarnos de encima el sudor de nuestro cuerpo, ya que no logra evaporarse del todo.

¡Qué calorina!

El calor también intenso pero seco, no pegajoso, recibe distintos nombres, como calorazo, caloracho, quemazón, calorza, calorina, chicharrera o chicharrina. Estas últimas dos formas hacen referencia a las chicharras o cigarras y al sonido característico que emiten los machos durante las largas y calurosas tardes del verano, lo que forma parte de su cortejo a las hembras. La frecuencia e intensidad de ese característico sonido, lo mismo que el de los grillos, aumenta con la temperatura.

Durante los últimos años, nos referimos cada vez más a las olas de calor, que si bien han venido ocurriendo a lo largo de la historia, en la actualidad, dentro del marco del calentamiento global, están aumentando tanto de frecuencia como de intensidad, teniendo un impacto creciente en nuestra sociedad, en particular en la salud. No existe una definición única y universal de ola de calor, variando los criterios y umbrales en función de los Servicios Meteorológicos de los distintos países. Podemos identificarla con un episodio de calor destacado, debido a la advección de una masa de aire muy cálido de origen tropical o subtropical sobre una vasta extensión de territorio, con una duración de al menos tres días, pudiendo extenderse hasta varias semanas en algunos casos.