Huesos de santo y buñuelos: la dulce tradición de Todos los Santos y su sorprendente origen

Cada primero de noviembre, las pastelerías españolas se llenan de apetitosos huesos de santo y buñuelos de viento. Más que postres, son herencias gastronómicas que se disfrutan en familia, mejor con una copita de anís, desde hace siglos.

Los buñuelos de viento son uno de los dulces típicos españoles en la celebración del Día de Todos los Santos.

Cada año, al llegar noviembre, en los escaparates de las pastelerías españolas lucen apetitosos dos dulces que evocan recuerdos de infancia, reuniones familiares y son los protagonistas indiscutibles de estas fechas: los huesos de santo y los buñuelos de viento.

Ambos son inseparables del Día de Todos los Santos, una festividad que, más allá de su connotación religiosa, se ha convertido también en un homenaje al sabor y la tradición.

Mucho más que postres de temporada, estos dulces bocados son símbolos vivos de una cultura que sabe transformar la memoria en sabor y la nostalgia en un ritual compartido.

Un día para recordar… y saborear

El 1 de noviembre, el calendario católico conmemora a todos los santos, conocidos o anónimos, y el día siguiente —el 2 de noviembre— se dedica a los fieles difuntos.

Los dulces de Todos los Santos reúnen a las familias españolas en torno a la mesa y la cocina.

En muchos pueblos y ciudades, las familias visitan los cementerios para honrar a sus seres queridos con flores y oraciones.

También son días de reuniones familiares en torno a la mesa. Y es que, la gastronomía forma parte esencial de la manera en que los españoles vivimos nuestras emociones y rituales.

Como no podía ser de otro modo, la repostería tradicional ha sabido acompañar esta fecha con recetas llenas de simbolismo. Envueltos en azúcar, canela y almendra, los huesos de santo y los buñuelos no son simples postres: representan el vínculo entre la vida y la muerte, entre lo terrenal y lo espiritual.

Los huesos de santo: dulces reliquias del siglo XVII

El origen de su nombre tiene una explicación curiosa. Los huesos de santo deben su forma tubular y su color marfil a una intención simbólica: imitar huesos humanos, en alusión a los difuntos que se recuerdan en estas fechas.

Huesos de santo: un bocado sublime hecho con mazapán y yema confitada.

Estos dulces surgieron en conventos y obradores durante el siglo XVII, principalmente en Valencia, Madrid y Castilla y León, en una época en que la repostería conventual florecía en toda España.

Elaborados a base de mazapán —una mezcla de almendra molida y azúcar—, se rellenan tradicionalmente con yema confitada, aunque hoy en día existen versiones modernas con chocolate, coco, fresa o crema de castaña.

Prepararlos requiere paciencia y destreza: el mazapán se estira, se corta en pequeñas láminas y se enrolla formando un canutillo, que luego se rellena y se glasea.

El resultado es un bocado denso, dulce y profundamente aromático, capaz de trasladar a cualquiera a la cocina de un antiguo convento.

Buñuelos de viento: almas salvadas del purgatorio

Si los huesos de santo representan lo terrenal, los buñuelos de viento evocan lo etéreo. Su nombre alude a su textura: una masa ligera y esponjosa que se infla al freírse, quedando hueca —llena de aire— por dentro.

Se cree que los tentadores buñuelos tienen raíces árabes y que su consumo se extendió durante la Edad Media a los reinos cristianos y musulmanes que cohabitaban aquí.

Sin embargo, fue en el contexto cristiano de Todos los Santos cuando adquirieron su significado actual: ofrecer un dulce “por cada difunto” recordado, de ahí la costumbre popular de decir que “cada vez que te comes un buñuelo, salvas un alma del purgatorio”.

Tradicionalmente se rellenan con crema pastelera, nata o chocolate, y se espolvorean con azúcar glas. En algunas regiones, como Madrid o Castilla-La Mancha, se preparan con un toque de anís o vino dulce, lo que refuerza su carácter festivo.

La reina de la temporada, la calabaza, es la protagonista de otra popular versión de los buñuelos.

También son populares —y especialmente deliciosos— los elaborados con calabaza, la reina de la temporada, que no se rellenan y se rebozan en una mezcla de azúcar y canela tras freírlos.

De lo sagrado a lo cotidiano

Con el paso del tiempo, estas recetas han trascendido de su origen religioso y se han convertido en parte del patrimonio gastronómico español.

En muchas casas, el último fin de semana de octubre es sinónimo de hornos encendidos, charlas familiares y niños ayudando a amasar, mientras las pastelerías compiten por ofrecer versiones innovadoras de estos populares dulces.

Pero, a pesar de las modas, lo esencial permanece: la idea de compartir, de recordar y de celebrar la vida a través del sabor. Otra forma de rendir homenaje a los nuestros y a nuestras raíces.

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