Las dietas ricas en ultraprocesados nos cuestan más de lo que creemos, la ciencia alerta sobre su impacto en la salud

Los ultraprocesados dominan nuestra alimentación diaria sin que lo notemos. Su consumo excesivo se asocia a enfermedades crónicas, obesidad y muerte prematura, convirtiéndose en una amenaza silenciosa para la salud pública.

El ambiente obesogénico en el que vivimos con nutrientes de baja calidad: mata. Y cada vez la ciencia lo dice más alto.

Comer ultraprocesados mata, y lo sabemos desde hace tiempo, pero un nuevo estudio ha logrado cuantificar con números duros esa afirmación. Publicado en American Journal of Preventive Medicine por un equipo liderado por Eduardo A.F. Nilson y Felipe Mendes Delpino, esta investigación calcula por primera vez cuántas muertes prematuras se deben al consumo de alimentos ultraprocesados (UPF) en ocho países.

Los resultados no solo son alarmantes, sino que refuerzan el clamor global por una política alimentaria más rigurosa frente a la industria que los produce.

¿Qué son los ultraprocesados?

Según la clasificación NOVA, los UPF son productos industriales hechos a partir de ingredientes fraccionados, sustancias derivadas de alimentos y aditivos cosméticos que imitan sabores, colores y texturas de alimentos reales. Es decir, son alimentos diseñados para ser hiperpalatables, baratos y duraderos, pero que reemplazan ingredientes naturales con química comestible.

Entre ellos están los refrescos, snacks, cereales azucarados, embutidos, sopas instantáneas, bollería industrial o comidas listas para calentar.

El estudio: 239.982 personas, 14.779 muertes

El equipo realizó un metaanálisis de siete estudios prospectivos de cohorte y encontró una relación lineal entre el porcentaje de calorías provenientes de UPF y la mortalidad por todas las causas. Por cada aumento del 10% en la ingesta de energía diaria a partir de UPF, el riesgo de morir prematuramente se incrementa en un 3%. Puede parecer poco, pero en poblaciones con alta exposición, esto se traduce en cifras de mortalidad considerables.

Para estimar esa carga, los autores analizaron encuestas alimentarias representativas en ocho países clasificados por nivel de consumo de UPF: bajo (Colombia y Brasil), intermedio (Chile y México) y alto (Australia, Canadá, Reino Unido y EE. UU.).

El resultado es contundente: hasta el 14% de las muertes prematuras en adultos (30 a 69 años) en países como Estados Unidos y Reino Unido pueden atribuirse al consumo de UPF. En Colombia, con menor exposición, esa cifra se reduce al 4%, pero incluso ese porcentaje representa una pérdida evitable de vidas y salud pública.

Políticas alimentarias urgentes

La investigación sugiere que reducir el consumo de UPF debe convertirse en prioridad de salud pública. La estrategia no puede depender solo de decisiones individuales: se necesitan regulaciones eficaces que incluyan etiquetado claro, limitación de la publicidad infantil, restricciones fiscales y reformulación obligatoria de productos.

Salud
Las actuaciones en cuanto a alimentación deben ser contundentes y ya son urgentes.

Algunos países ya han comenzado este camino. Chile y México, por ejemplo, han implementado etiquetas de advertencia y políticas escolares estrictas, mientras que Brasil promueve una guía alimentaria que prioriza comidas caseras y mínimamente procesadas. Sin embargo, la tendencia global apunta en dirección contraria: en muchos países, los UPF ya representan más del 50% de las calorías diarias, desplazando a frutas, verduras, legumbres y cereales integrales.

Más allá de las calorías

Este estudio no solo se suma a la evidencia ya existente que vincula a los UPF con enfermedades como obesidad, diabetes tipo 2, cáncer o trastornos mentales. Lo novedoso es que traduce ese riesgo en cifras de muertes reales, comparables a otros factores bien conocidos como el tabaquismo o la contaminación del aire.

Además, deja claro que no se trata solo de “comer mal” o de una cuestión de calorías vacías: los UPF actúan a múltiples niveles, desde alterar la microbiota intestinal hasta generar inflamación crónica y adicción alimentaria. Y eso sin nombrar cómo pueden afectar a nuestra salud mental. Por eso, no basta con reformularlos ligeramente ni confiar en el autocontrol del consumidor.

¿Y ahora qué?

Este estudio es (otra) llamada a la acción. Y urgente. Necesitamos guías alimentarias que hablen claro, no solo sobre nutrientes, sino sobre procesos y niveles de industrialización. También hacen falta políticas valientes que enfrenten el poder de la industria alimentaria, donde no se enmascaren cambios insustanciales como como grandes éxitos de innovación alimentaria.

Ultraprocesados
Las políticas alimentarias deben hacer cambiar las prioridades a la industria alimentaria (del mal)

Y educación, formación, información y comunicación. Debemos ser capaces de encontrar información veraz para tomar decisiones libres. El mensaje es directo: comer muchos ultraprocesados acorta la vida. Pero lo más grave es que ese riesgo no se reparte igual: afecta más a poblaciones pobres, con menos acceso a alimentos frescos y más expuestas a productos baratos, convenientes y dañinos.

Combatir los ultraprocesados es también una cuestión de justicia social. Porque si los datos hablan claro, es hora de que las políticas hagan lo mismo.

Referencia de la noticia:

Premature Mortality Attributable to Ultraprocessed Food Consumption in 8 Countries. Nilson, Eduardo A.F. et al. American Journal of Preventive Medicine, Volume 0, Issue 0