España, ¿camino a la desertización?

Tras el invierno record de 2019 por calor y falta de precipitaciones, llega abril con lluvias y nieves. ¿Conseguirá evitar esa posible sequía histórica?

Embalse del Pontón Alto, Segovia, España, con y sin agua.
Dos imágenes del pantano del Pontón Alto, Segovia, que ilustran los problemas de la sequía. Autor: Francisco Javier Valle Martín.

En el anterior artículo sobre la sequía vimos los tipos de sequía y los factores que influyen en ella. Ahora nos vamos a centrar en nuestro país. Sabemos que tenemos dos zonas muy marcadas respecto al régimen de precipitaciones. Por un lado la España húmeda: Galicia, cornisa Cantábrica, Pirineos y norte de las comunidades de Castilla-León, Navarra, Aragón y Cataluña, lo que normalmente se llama "tercio norte peninsular", con lluvias bastantes regulares y abundantes en el espacio y en el tiempo. Por otro el resto del país, que constituye la España seca, donde existe un régimen estacional de precipitaciones en los períodos de entre tiem­po: temporales de lluvia de otoño y chubascos de primavera; mien­tras que son estaciones secas el verano (con calor, cali­mas y algunas tormentas) y el invierno (con frío, algunas nevadas y viento).

Si en cualquiera de nuestras comarcas, sean de una zona o de otra, se produce una disminución importante de las precipitaciones, tanto en cantidad como en oportunidad, nos encontraremos ante el inicio de una sequía, que muy probablemente sea el momento actual.

Sequía progresiva, aridez y desertización

Si esta situación, normalmente temporal, viene acompañada por grandes calores, fuertes vientos y marcada evaporación -de momento no es nuestra situación-, nos encontraremos ante una sequía progresiva. Esto provocará cambios en el color de la cubierta vegetal, influyendo en el albedo de los suelos, con un aumento en la evaporación y con mayor pérdida de agua. También un resecamiento del ambiente al barrer la humedad superficial, con mayores contras­tes térmicos entre la noche y el día, lo que castigará la cubierta vegetal, aumentando el riesgo de incendios y los consiguientes efectos de pérdida de suelo cultivable debidos a la erosión provocada por el viento y los aguaceros.

Incluso si esta situación catastrófica se prolonga año tras año, la sequía nos conducirá a la aridez, como ocurre ya en ciertas zonas del sureste peninsular o en las islas Canarias. Finalmente, podríamos llegar a encontramos con la desertización, que es una aridez endémica que hace imposi­ble la vida vegetal por falta de humedad, es el caso, por ejemplo, del desierto del Sáhara.

La tragedia del buen tiempo cuando no es su tiempo

Los largos períodos de tiempo con cielo despejado, am­biente soleado y aire seco -los que en la ciudad se llaman "días de buen tiempo"- pueden resultar trágicos para el campo al generar una peligrosa sequía. En estas circunstancias se unen la falta de precipitaciones con la carencia de agua en el suelo, la acusada evapo­ración y la fuerte radiación solar.

Los "culpables" de estas situaciones son los anticiclones que se mantienen fijos y persistentes en una zona, bloqueando y desviando el avance de las borrascas que traen nubes y precipitaciones; esto provoca desarreglos generalizados en la circulación atmosféri­ca, afectando a amplias extensiones geográficas. Esos anticiclo­nes de bloqueo con cielos despejados y aire descenden­te -subsidencia-, actúan como auténticos "secan­tes" de la atmósfera. Los días despeja­dos y fríos, con heladas, caracteri­zan la sequía invernal, la que se ha desarrollado durante este invierno de 2019; los días despejados y cálidos, con calimas, la estival.

Inicio y final de una sequía

Nadie sabe cuando comienza a gestarse una sequía, que se presenta siempre solapadamente al establecerse tiempo estable de carácter anticiclónico con cielos despejados. Tampoco cuándo terminará, pues ello precisará de importantes y persis­ten­tes temporales de precipitación que mojen la vegetación y que calen la tierra.

Después de un largo período seco, la recuperación de humedad de los suelos no es inmediata sino que se va haciendo de forma progresiva, dependiendo mucho del tipo de planta, del carácter del terreno y de la cantidad y oportunidad de las lluvias. Se requieren cantidades de 100 a 150 l/m2 y períodos de 25 a 40 días o más, para la recuperación de la humedad del suelo.

Deiserto de Tabernas, Almería.
Desierto de Tabernas, Almería, sureste de España. Fuente: Wikipedia.

Es interesante conocer los “grupos” de días consecuti­vos sin lluvia o con precipitaciones inapreciables (inferiores a 0.1 l/m2) pues ello permite conocer la marcha de las lluvias del año y su repercusión en cultivos y pastos. Su distribución es muy aleatoria de un año a otro. Los períodos más largos suelen ser de 10 a 24 días en otoño e invierno, pudiéndose alargar de 48 a 70 días en verano; dependiendo, claro está, de la zona peninsular donde nos encontremos.

Por el contrario, el conjunto de días lluviosos aparecen agrupados en paquetes de 3 a 5 días. En el interior de la Península son más frecuentes los aislados de 1 a 2 días; y en las zonas húmedas son posibles los períodos de 10 días y más consecutivos.

Conclusiones

Una sequía, con déficit de precipitación acusada de dos a tres años de duración, no es insólita en nuestro país. Se trata de un hecho que se presenta con cierta frecuencia. Con todas sus acciones perturbadoras, hemos visto que la sequía es una característica normal del clima. Las sequías son transitorias, llegan y se van, dejando su impacto y degra­dación sobre suelos, animales y vegetación. Debemos intentar que estos períodos no provoquen sequías progresivas que puedan terminar con la desertización de la zona. Por ello, nunca deberíamos reba­sar los límites que fija el clima, porque si lo hacemos nos podemos encontrar con situaciones de aridez irreversibles.