Las mujeres a las que pagaban por contar estrellas y que terminaron descubriendo cómo funciona el universo
Un grupo de brillantes mujeres trabajó en el Observatorio de Harvard clasificando estrellas por un salario mínimo, sin sospechar que sus cálculos revelarían la estructura del cosmos, permitirían medir distancias astronómicas y sentarían las bases de la astrofísica moderna.

A finales del siglo XIX y comienzos del XX, un grupo de mujeres trabajó en el Observatorio del Colegio Harvard bajo la dirección de Edward Charles Pickering. Se las conocía como “las calculadoras de Harvard” —o, de forma menos amable en la época, “el harén de Pickering”— porque realizaban tareas minuciosas de cálculo y catalogación de estrellas por un salario muy bajo.
Sin embargo, aquellas jóvenes no solo contaban estrellas: desarrollaron un equipo que cambió para siempre la forma en que entendemos el cosmos.

Gracias a su labor, se estableció el sistema moderno de clasificación estelar (OBAFGKM), se descubrió un método fundamental para medir distancias en el universo y se formularon ideas pioneras sobre la composición química de las estrellas. Su trabajo definió la astronomía del siglo XX y sigue siendo la base de la astrofísica actual.
Esta es la historia y el impresionante legado de las figuras centrales de esta revolución silenciosa.
Williamina Fleming: la pionera que abrió el camino
Williamina Fleming (1857-1911), una inmigrante escocesa que llegó a Boston en circunstancias difíciles (su marido la abandonó estando embarazada), se convirtió en una figura clave en el Observatorio de Harvard.

Inicialmente fue contratada como empleada doméstica, pero Pickering, impresionado por su inteligencia y disciplina, la llevó al observatorio.
Fleming supervisó el equipo de calculadoras y desarrolló uno de los primeros sistemas de clasificación estelar. Catalogó más de 10.000 estrellas, identificó estrellas variables y novas, y en 1888 descubrió la famosa Nebulosa Cabeza de Caballo. También produjo el Draper Catalogue, la base para la clasificación espectral moderna.
Nebulosa Cabeza de Caballo, situada a 1.500 años luz de la Tierra, en la constelación de Orión. (Foto: Bill Snyder) pic.twitter.com/lFIBe3zbvr
— CSIC (@CSIC) September 15, 2016
Su trabajo sentó los cimientos para lo que luego perfeccionarían sus compañeras.
Henrietta Swan Leavitt: la mujer que midió el universo
La astrónoma estadounidense Henrietta Leavitt (1868-1921) realizó uno de los descubrimientos más trascendentales de la astronomía: la relación entre el periodo y la luminosidad de las Cefeidas, estrellas variables que pulsan de forma regular.

Estudiando miles de astros en las Nubes de Magallanes, Leavitt encontró que cuanto más largo es el periodo de una Cefeida, mayor es su luminosidad absoluta. Esta ley periodo–luminosidad se convirtió en una regla de medición cósmica: si se conoce el periodo de la estrella, se puede deducir su luminosidad real y, comparándola con su brillo aparente, calcular su distancia.
Este método permitió a Edwin Hubble, por ejemplo, comprobar que la Nebulosa de Andrómeda era en realidad otra galaxia, y posteriormente medir la expansión del universo. Sin Leavitt, no habría cosmología moderna.
Annie Jump Cannon: la arquitecta del sistema OBAFGKM
La estadounidense Annie Jump Cannon (1863-1941) fue la mente que dio forma definitiva al sistema de clasificación estelar que se usa hoy en día. El espectro de una estrella funciona como su “huella dactilar”, de manera que, al descomponer su luz, pueden identificarse elementos, temperatura y otras propiedades.

Pero la clasificación existente era confusa y redundante; así que Cannon la redujo a siete tipos fundamentales: O, B, A, F, G, K, M, ordenados por temperatura. Este sistema, adoptado mundialmente en 1922, continúa vigente porque refleja con claridad la física estelar: las estrellas más calientes son de tipo O y las más frías de tipo M.
Famosa por su velocidad y precisión, Cannon clasificó, además, más de 350.000 estrellas, un récord insuperable para la época. Pero no solo eso: abrió puertas para las mujeres dentro de la astronomía, siendo la primera en recibir un título honorífico de Oxford y en presidir la Unión Astronómica Internacional.
Antonia Maury: una mente original e inspiradora
La neoyorquina Antonia Maury (1866-1952) aportó una visión más detallada y compleja de los espectros estelares. Aunque su sistema de clasificación no se popularizó inicialmente por ser demasiado sofisticado para los estándares de la época, contenía ideas que posteriormente se reconocieron como fundamentales.

Maury describió con precisión las líneas espectrales, lo que permitió identificar estrellas binarias espectroscópicas —sistemas que solo se pueden distinguir gracias a los desplazamientos en sus líneas de absorción— y estudiar sus órbitas.
Su minucioso análisis influyó directamente en el trabajo posterior de Ejnar Hertzsprung (el astrónomo danés conocido por elaborar un diagrama que relacionaba la luminosidad de las estrellas en función de su color), quien destacó públicamente la calidad y profundidad de sus observaciones.
Cecilia Helena Payne: la mujer que descubrió de qué están hechas las estrellas
Cecilia Payne (1900-1979) llegó a Harvard unos años después, pero su trabajo se apoyó directamente en las clasificaciones realizadas por Cannon y en la información recopilada por Fleming, Maury y Leavitt.

En 1925, esta legendaria astrónoma británica demostró que las estrellas están compuestas mayoritariamente de hidrógeno y helio, algo que contradecía la creencia dominante de que tenían una composición similar a la Tierra.
Su tesis doctoral, considerada una de las más brillantes de la historia de la física, estableció los fundamentos de la astrofísica moderna. Ella y sus compañeras no solo contaron estrellas: nos enseñaron a interpretarlas.
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