Los grandes tornados son mucho más frecuentes de lo que se creía

Un estudio ha concluido, usando datos de radar, que un gran número de tornados es infravalorado por los marcadores de daños cuando estos se producen en zonas rurales. Con estos datos, los EF-4 y EF-5 en la escala Fujita serían bastante habituales entre los tornados supercelulares.

Los tornados supercelulares son el tipo de tornado más intenso y dañino. Los vientos más potentes observados en La Tierra se producen en este tipo de vórtices.

Estamos empezando la temporada de tormentas severas y tornados en el hemisferio norte. En América del Norte, la región más castigada por este fenómeno, hoy lo tienen muy presente después de que varios tornados causaran numerosos daños y varias víctimas mortales este pasado jueves en Alabama. Sin embargo, pese a ser un fenómeno bastante conocido, sigue sin ser posible rastrearlos con facilidad y aún más determinar su fuerza.

A diferencia de otros fenómenos acompañados de fuertes vientos, como las grandes borrascas, los vientos de montaña o los ciclones tropicales, los tornados tienen una anchura de apenas unos metros o centenares de metros, pasan en cuestión de segundos y siguen una ruta imposible de predecir con total exactitud. Es casi imposible anticiparse a ellos para colocar un anemómetro que mida sus vientos y, aunque lo consiguiésemos, lo normal es que el instrumento acabe destruido.

Es por ello que en 1971 se elaboró la escala Fujita, una escala que se basaba en los daños provocados por el tornado para clasificar su intensidad y de paso hacer una estimación aproximada de la velocidad de sus vientos. Esta escala, mejorada en el año 2007, es la que se sigue utilizando hoy en día para clasificarlos. Va desde el grado EF-0 para los tornados más débiles hasta el EF-5 para los más fuertes, pero tiene un problema importante: si el tornado se produce en un área rural o en campo abierto los daños serán mínimos y no será posible distinguir su intensidad con este método, sobre todo si pertenece a los niveles más altos de la escala.

Normalmente, sólo los tornados EF-4 y EF-5 (con vientos superiores a 267 km/h y 322 km/h respectivamente) son lo suficientemente fuertes como para destruir un edificio sólido, por lo que si el tornado no ha afectado a una estructura robusta no podremos saber si ha alcanzado o no estos niveles de intensidad. Las estructuras endebles, los árboles y la vegetación sólo permiten distinguir entre niveles inferiores al EF-3, por lo que un tornado EF-5 en campo abierto pasaría desapercibido y se subestimaría.

El evento reciente más famoso fue el que se produjo el 31 de mayo de 2013 en El Reno (Oklahoma), un monstruoso tornado que batió récords y en el que gracias a un radar se supo que los vientos alcanzaron los 476 km/h, muy por encima del umbral EF-5. Sin embargo, al desplazarse por una zona despoblada, sus daños fueron clasificados como EF-3, lo que abrió un intenso debate al priorizarse una medida indirecta e imprecisa de su velocidad frente a otra mucho más directa y con mucha mayor validez científica, como es el caso del radar. Obviamente si este tornado se hubiese desplazado por una ciudad, hubiese adquirido el nivel EF-5 de daños, ya que prácticamente ningún edificio ordinario puede resistir un viento semejante.

Grandes diferencias entre velocidades estimadas y medidas

A raíz de este problema existen varias investigaciones abiertas. Una de ellas ha culminado en un artículo que analiza 120 tornados en los cuales pudieron obtenerse datos de radar para calcular su velocidad. En este estudio se concluye que los tornados supercelulares de categoría EF-1 o superior clasificados en función de sus daños se subestiman en promedio 19 m/s (68 km/h) con respecto a la velocidad real determinada por radar, siendo apreciable el número de casos en los que esta subestimación ha llegado a los 40 m/s (144 km/h). También se indica que el tamaño de los tornados (radio de vientos con intensidad igual o superior a EF-0) se subestima ligeramente. Incluso se derriba un mito extendido: no hay una correlación tan evidente y directa entre la anchura de un tornado supercelular y su intensidad.

Tornado
Tornado devastador sobre terreno agrícola del estado de Illinois.

Otros datos de mucho interés que pueden extraerse del artículo es que un 20% de estos tornados, según los datos de radar, alcanzaban velocidades correspondientes a las categorías EF-4 y EF-5, es decir, superiores a 267 km/h, muy por encima del apenas 1% que se creía hasta ahora, si bien es cierto que el artículo sólo analiza tornados mesociclónicos, excluyendo los no mesociclónicos que por lo general son más débiles. Por otra parte, aproximadamente un 5% de estos tornados estudiados alcanzaba o superaba los 400 km/h de velocidad máxima.

¿Y los tornados de la Península Ibérica?

Cada caso es único y difícilmente comparable con otros. No hay dos tornados iguales ni dos zonas iguales y por lo tanto no es fácil extrapolar los casos estudiados en una región con otra distinta. Sin embargo, los tornados que se han producido en muchas otras partes del mundo, y eso incluye nuestra Península Ibérica, se clasifican usando los mismos marcadores de daños que propone la escala mejorada de Fujita. Por lo tanto, no podemos saber en qué medida, pero sí podemos decir que algunos tornados ocurridos en la Península Ibérica son susceptibles de haberse subestimado de la misma forma que los analizados en el estudio.

En nuestro país ha habido tornados fuertes que se han desplazado por zonas urbanas, como el de Málaga en 2009 (EF-2) o el de Madrid en 1886 (F-3), pero la mayoría de ellos han afectado a zonas despobladas o rurales y, por tanto, la estimación de sus vientos más fuertes está limitada únicamente por los daños observados en la vegetación y en alguna estructura puntual que puedan haber encontrado en su camino, como con los famosos casos de Alcañiz (Teruel) en 2003 o San Leonardo de Yagüe (Soria) en 1999, ambos F-3 según la escala de Fujita antigua. Desde luego queda mucho por saber sobre estos fenómenos y es de esperar que en los próximos años sigan saliendo a la luz datos sorprendentes y a la vez necesarios para mejorar las predicciones y minimizar las pérdidas que ocasionan.