Arcaismos y otras particularidades del lenguaje meteorológico popular

Resulta prácticamente imposible confeccionar una relación completa que incluya todos los nombres de vientos que se emplean en España. La lista sería interminable, ya que los vientos que afectan regularmente a una determinada región o comarca adoptan a menudo nombres diferentes

lustr. 26. Viento. Lo definimos como “aire en movimiento” y su importancia ha sido y es enorme en todos los aspectos relacionados con la actividad humana; desde los antiguos mayas, que adoraban al dios del viento Quezatcoalt (izquierda), hasta la actualidad, con los modernos aerogeneradores como los que vemos en la foto de la derecha, realizada en la Sierra de la Capelada, en La Coruña.

Parte III
José Miguel Viñas Rubio - Meteorólogo
Fotografías: Fernando Llorente Martínez
Instituto Nacional de Meteorología.
Página web personal: http://www.rumtor.com

5. Los curiosos nombres de los vientos

Resulta prácticamente imposible confeccionar una relación completa que incluya todos los nombres de vientos que se emplean en España. La lista sería interminable, ya que los vientos que afectan regularmente a una determinada región o comarca adoptan a menudo nombres diferentes en función de cuál sea el pueblo o municipio afectado.

Encontramos casos muy curiosos, que certifican lo anterior, como los nombres de los vientos que usaban antiguamente los molineros de la Mancha. Para saber de dónde soplaba el viento, en la parte alta de cada molino había ocho ventanucos equidistantes entre sí, orientados según las direcciones de los vientos dominantes que tomaban diferentes nomenclaturas según los pueblos.

Así, por ejemplo, el calderino (viento de componente sur) en Madridejos (Toledo) era un término que no usaban los molineros de la vecina localidad de Consuegra (también de Toledo), situada apenas a seis kilómetros de distancia, si bien compartían el nombre de otros vientos locales como el toledano o el villacañas. En Campo de Criptana (Ciudad Real), famosa también por sus molinos, distinguían, por ejemplo, entre tres tipos de viento solano, el solano hondo, el solano alto y el solano fijo, en función de cuál fuera su carácter o intensidad.

Ilustr. 27. Molinos de viento. Autor: Antonio J. Galindo Navalón. Diciembre de 2004. Foto realizada en Consuegra, Toledo, donde podemos ver el detalle de los ventanucos practicados en los molinos, gracias a los cuales los molineros sabían cuál era la dirección del viento dominante y orientaban las aspas de cara a ese viento.

Es bastante habitual que el viento adopte el nombre del accidente geográfico (un monte o pico normalmente) o lugar de donde parece proceder, como ocurre con el viento calderino que antes comentábamos. Su procedencia es La Calderina, una pequeña sierra de los Montes de Toledo situada al suroeste del municipio.

No faltan en nuestro país vientos con identidad propia, de marcado carácter y gran rafagosidad, cuya presencia es debida a un forzamiento puramente orográfico; vientos como el famoso cierzo, que sopla en el Valle del Ebro (llamado mestral en su desembocadura), la tramontana del norte de Cataluña y Baleares o el régimen bimodal poniente-levante de la zona del Estrecho y alrededores.

Centraremos nuestro estudio en los principales vientos dominantes en España, con sus diferentes nombres según las zonas y, en algunos casos, diferentes acepciones, pero antes de eso, daremos un repaso a la terminología empleada para referirse al viento en general y a sus diferentes características y variedades.

Ilustr. 28. Airón. Imagen de un gran árbol abatido por el viento en los Cárpatos Orientales, montes Bistritei, Transilvania (Rumania). Las rachas superaron los 120 km/h, si bien para los habitantes de aquel lugar se trató de un pequeño tornado.

El viento se identifica a menudo con el aire, de lo que da fe la expresión común“¡vaya aire que hace!” y palabras como airada, airera, airaz [airegaz] o airón, con las que nos referimos a un viento fuerte, a una ráfaga o a un golpe de viento. Idéntico significado tendrían los términos ventarrón, ventolera, bazabrera (Salamanca) ventarrá, ventolada, volada o vendaval, si bien este último se identifica también con un viento del SW muy fuerte que sopla en invierno en el extremo sur de la Península, dejando lluvias y mala visibilidad en el área del Estrecho.

Ilustr. 29. Ventolera. Simpático cartel de bienvenida al estado norteamericano de Wyoming, un lugar tradicionalmente ventoso. El ángulo que forma la cadena con el mástil marca la intensidad del viento. La escala del cartel establece lo siguiente: 0º: Roto-notifíquelo al meteorólogo, 30º: Brisa fresca, 45º: Céfiro suave (En la mitología griega, Céfiro [del griego Zephyros] es el dios-viento del Oeste), 60º: Huracán en el área, 75º: Cuidado con los trenes volando a baja altura, 90º: Bienvenido al maravilloso y gran Wyoming.

En Cantabria, llaman vilotrera o vitrolera (curioso juego de palabras) a la ventolada, y cuando arrastra la nieve tendríamos una bindisca [vindisca], equivalente a ventisca (véase el apartado 4). Sin abandonar esa comunidad, el viento fuerte de corta duración acompañado de agua o nieve recibe el nombre de urba.

La palabra arreballarse toma el significado de levantarse el viento, algo bastante habitual en situaciones de calma meteorológica, en las que los factores locales (insolación, orografía, contraste tierra-mar) cobran protagonismo, dando lugar a la aparición de vientos locales y brisas de diferente naturaleza, como el viento fresco que se levanta a la caída del sol en verano y que recibe el nombre de amargacea.

Para las brisas encontramos una terminología muy variada. En general, un airín sería una brisa agradable, sin demasiada rafagosidad, algo parecido a un vahaje (viento suave), un aura o una zarpa de gato. La brisa fría o airecillo fresco recibe el nombre de bisca, así como de sus variantes brisca, bisa, sisga y garabisa. En el Alto Aragón se refieren a ella como brochina y en Asturias como guilordo (brisa matutina).

Ilustr. 30. Brisa. Autor: Juan Luis Cabrero Fernández. Agosto de 2005. Foto realizada en la playa de la Concha, en Suances, Cantabria. Al viento que se establece en las zonas costeras se le conoce con el nombre de brisa de tierra o de mar, según sea la procedencia del aire. En las proximidades de las costas, se esta¬blece con frecuencia a media mañana un viento que sopla del mar y que alcanza su máxima intensidad al comienzo de la tarde, para ir disminuyendo progresi¬vamente hasta parar al anochecer. La causa básica de este movimiento del aire es el diferente calentamiento al que se ven sometidos el mar y la tierra firme. Ésta última se calienta más, lo que provoca que el aire más cercano al suelo se inestabilice y tienda a elevarse, ocupando su lugar el aire más fresco y denso procedente del mar, generándose la célula de brisa.

También en Asturias, a la brisa suave que sopla en los ríos y en las playas le llaman oral, un término de la misma familia que orajet, con el que se refieren en la costa levantina a la brisa de tierra (terral), y orache, nombre que dan a la brisa en Aragón. Todas estas palabras, y algunas otras que veremos en el último apartado, tienen su origen en el término francés orage (tormenta).

En Cantabria encontramos dos acepciones meteorológicas para el término orillada: aguacero acompañado de un viento fresco, o simplemente un vientecillo frío. Este localismo se relaciona a su vez con oría [uría], de la misma familia que los que vimos antes (aura, oral, orache…), que sería la lluvia azotada por el viento.

En Mallorca, a la brisa diurna (de mar a tierra) le llaman embat, un viento moderado y fresco de hasta 15 nudos que en verano hace su aparición en las costas del Mediterráneo, donde recibe otros nombres como virazón o marinada (Cataluña). El término virazón se usa también para expresar un cambio brusco en la dirección del viento.

La palabra embat es un localismo que tiene el mismo origen que el término embata, que es la brisa del SW que sopla en Canarias como consecuencia del giro del alisio a sotavento de las islas. Por otro lado, enbata (o galarrena) es la forma común de llamar a la galerna en el País Vasco, mientras que en la costa cántabra se refieren a ella como un rabazo o un rabo en tierra.

En algunos sectores de la costa catalana, a la brisa de tarde, con procedencia SW-SSW, le llaman garbí (garbino en su versión castellana), que es un término con origen en la palabra árabe garb, que significa oeste. Esa brisa, equivalente al embat de la Bahía de Palma, inicialmente sopla perpendicular al litoral (del 2º cuadrante [SE] a lo largo de toda la costa central catalana, desde el Maresme hasta el Garraf) para terminar soplando del 3er cuadrante debido al efecto de Coriolis.

Alejándonos de la costa, en verano es habitual que en zonas llanas del interior de la Península Ibérica se formen remolinos de polvo que a veces alcanzan gran altura. Son las llamadas brujas o tolvaneras, y tienen su origen en el fuerte calentamiento al que se ve sometido el suelo, lo que fuerza al aire a subir formando una espiral ascendente.

Ilustr. 31. Tolvanera. Autor: Antonio J. Galindo Navalón. Agosto de 2004. Foto realizada en Alcázar de San Juan, Ciudad Real, en octubre de 2004. Este litometeoro podemos definirlo como “un remolino de polvo o arena formado por partículas sólidas levantadas del suelo, cuya forma es la de una columna girato¬ria con altura variable, eje vertical y de poco diámetro".

A veces, el remolino de aire o revolvín (Aragón) se desplaza sólo por las cercanías del suelo, en forma de ráfaga o golpe de viento, generalmente fuerte, arrastrando el polvo y la tierra que encuentra a su paso. En Cantabria, el remolino de gran virulencia recibe el curioso nombre de fogata de viento, mientras que en Aragón llaman chuflina y zofrina a la fuerte ráfaga de viento acompañada de lluvia que acontece durante una tormenta. Para el caso de los remolinos de aire seco, se emplean términos como turbón o torba, si bien esta última palabra se usa también para referirse a la nieve amontonada por el viento.

En el Pirineo catalán llaman precisamente torb al viento del norte que levanta la nieve de las cumbres formando remolinos, mientras que en el valle del Roncal (Navarra) encontramos el localismo uxin, que se emplea cuando ese mismo viento arrastra la nieve que hay acumulada sobre los tejados, creando pequeñas ventiscas.

Ilustr. 32. Torb. Autor: Ramón Baylina Cabré. Invierno de 2004. Fotografía realizada desde Sort (Lérida), donde se observa cómo el viento levanta y arrastra la nieve sobre la ladera de una montaña.

En invierno, el viento y el frío suelen venir a menudo de la mano. Al viento frío y desagradable se le llama en muchos lugares de nuestra geografía bris, un término que ya apareció en el apartado 4 y del que procede la palabra brisa y algunas de sus variantes (brisca, bisa…). Hay zonas donde han cambiado la letra b por la g, refiriéndose a él como gris (Serranía de Cuenca, Maragatería).

La palabra bufa podemos identificarla también con un viento frío, intenso y penetrante. Cuando se trata de una brisa fría se emplea el término bufina. Por otro lado, con la palabra bufada se identifica el aire o el viento en general, y con bufar (equivalente a ventar o ventear) a soplar ese viento. Bufa o bufo tiene otra acepción meteorológica: la niebla baja que sube desde el valle a la montaña. Palabras como aufá (corriente de aire), bufanda y rebufo (vacío que deja un móvil y que puede aprovechar el que sigue; DRAE) proceden de la misma raíz latina.

En algunas comarcas leonesas llaman jilsa [jilso] al aire o al viento frío y seco, un término relacionado con otros que hacen referencia al hielo (jielu, xelu) y a las heladas (jeladas, jiladas, xeladas). Encontramos una variante en el término asturiano guilfa, que se refiere al viento helador que suele preceder a las nevadas.

El viento fuerte y frío del norte, llamado también nortada [nortiada] recibe curiosos nombres como carbeso (Ancares leoneses), zurrusco (Murcia), pelacañas, matacabras, descuernacabras o descuernavacas. El uso del término matacabras está bastante extendido por España, si bien lo más común es emplearlo para identificar al viento molesto, con independencia de cuál sea su procedencia.

Así llaman, por ejemplo, al levante (viento del E) en Cádiz, mientras que en algunas zonas de Aragón se habla indistintamente de cierzo o matacabras. Incluso hay lugares donde el matacabras se identifica con la ventisca. Tampoco hay que confundir matacabras con escañacabras, ya que este último término no se refiere al viento sino a un chubasco frío de primavera.

El cierzo, aparte de ser el viento del NW que sopla con persistencia en el valle del Ebro, es un nombre muy usado en el resto de regiones españolas, donde se identifica, en general, con el viento frío del norte. Encontramos algunas variantes como cencio, cercera, ciercera, zarzagán, zaracio (León) o siero (Salamanca), todas ellas con un origen común en la palabra cercio (del latín cercius), con la que antiguamente los romanos llamaban a ese viento.

Ilustr. 33. La novia del viento. Con ese nombre bautizó Eugenio D'Ors a Zaragoza, una ciudad azotada por la machacona persistencia del Cierzo, que se ha convertido en una de sus principales señas de identidad. El valle del Ebro (encajonado entre los Pirineos y el Sistema Ibérico) actúa como un canal natural que fuerza al viento del Norte a soplar del NW, con un notable efecto de embudo, lo que da lugar a fuertes rachas.

En algunas zonas de Asturias y Cantabria se identifica el cierzo [cierzu] con la neblina que se forma muchos días por la mañana, o directamente con la niebla, mientras que una cercina o cierzada sería una ventisca de agua o de nieve. El tiempo de niebla fría con viento del Norte recibe el nombre de acierzado.

Para un leonés, cercear es lo mismo que “soplar con fuerza el viento cierzo o norte, sobre todo cuando le acompaña llovizna” (DRAE). Otro término de la misma familia sería zaracear, o lo que es lo mismo, neviscar y lloviznar con viento, dando lugar a una zarracina (ventisca con lluvia).

Sin abandonar todavía los vientos de componente norte, demos un rápido repaso a los diferentes nombres que reciben. El viento del NW o regañón es conocido en el Cantábrico y Castilla y León por gallego; es decir, un viento procedente de Galicia. En la rosa de vientos catalana ese viento recibe el nombre de mestral [maestral, mistral], un viento que en Mallorca llaman popularmente escoba del cielo, ya que su irrupción suele venir acompañada de apertura de claros en la isla. También en el Mediterráneo se usa el término tarantada para referirse a una brisa fuerte del NW.

El viento del Norte puro es conocido dentro y fuera de Cataluña y Baleares por el nombre de tramontana [tramuntana], si bien su uso cotidiano sólo se da en esas regiones. En cuanto al viento del NE, llamado en el Mediterráneo Central y Occidental gregal [gragal, guergal (Menorca)], adopta nombres como guara en Zaragoza (procedente de la sierra oscense del mismo nombre) o burgalés (así le llaman por ejemplo al sur de León).

La persistencia de estos vientos recios de componente norte queda reflejada en la vegetación del lugar, mostrando los árboles y arbustos una marcada inclinación en la dirección del viento dominante. Los vientos fríos, a diferencia de los cálidos, tienen un mayor empuje debido a la mayor densidad de la masa de aire que se desplaza.

Ilustr. 34. Persistencia del viento. Mayo de 2004, cima del volcán Teneguía, isla de La Palma (Canarias). La inclinación de este pino canario delata la persistencia de los vientos alisios (NE) sobre las islas afortunadas.

Entre los vientos templados o cálidos de componente sur uno de los más clásicos de nuestro vocabulario es el solano, para el que encontramos diferentes acepciones según las zonas. Debe su nombre a que sopla de donde sale el sol. Sería por tanto un viento del E o del SE y así se refieren a él en las costas suresteñas, donde también se le conoce como siroco, leveche o jaloque (xaloc en Cataluña). En algunas zonas del interior peninsular el viento solano (E) recibe nombres curiosos como rabiazorras o secabalsetes.

Normalmente es un viento cálido, seco y polvoriento, si bien cuando viene cargado de humedad suele dar lugar a “lluvias de barro” (también llamadas “de sangre” por su intenso color rojizo) en la fachada mediterránea. En Canarias ese siroco, al que llaman también levanto, arrastra gran cantidad de polvo del desierto del Sahara, dando lugar a los típicos episodios de calima en el archipiélago.

Ilustr. 35. Siroco o levanto. En esta composición de imágenes de satélite y de fotografías comprobamos como la llegada al archipiélago canario de polvo sahariano, empujado por fuertes vientos del este, provoca una importante reducción de la visibilidad debido a la calima.

En Burgos y el País Vasco, llaman viento solano a cualquier viento cálido y sofocante. La mayoría de las veces se corresponde con el viento sur o castellano, tal y como se refieren a él en Álava. Las situaciones de sur en el Cantábrico Oriental (llamadas también suradas) dan como resultado unas temperaturas extraordinariamente altas en la costa vasca, debido al conocido “efecto foehn” que sufren las masas de aire al atravesar en sentido sur-norte los diferentes obstáculos montañosos.

Cuando en verano el viento del SE logra penetrar por el valle del Ebro hacia arriba se va recalentando de forma progresiva llegando a Zaragoza como un viento ardiente y seco que llaman allí bochorno o bochornera. Al viento caliente procedente del sur le denominan por aquellas tierras morisco. Un dicho popular aragonés nos recuerda que “cierzo y morisco, amenaza de pedrisco”.

Sin abandonar Aragón, en muchos lugares de esta comunidad llaman fagüeño o fagoño al viento que sopla de Poniente (W), que derrite las nieves y las escarchas y que es tomado como signo de buen augurio. A diferencia del cierzo, “cortante y cruel”, el fagüeño sopla suave, templa el ambiente y viene acompañado de tiempo bonancible. En el Pirineo de Lleida se refieren a él como fogony (en catalán se pronuncia “fogoñ”), si bien en este caso se trataría de un viento del norte recalentado por efecto föhn tras rebasar la barrera pirenaica.

Para terminar nuestro recorrido por la Rosa de los Vientos nos queda el ábrego o abrigada, un viento templado y húmedo del SW que sopla en ambas Castillas, Extremadura y el valle del Guadalquivir. Los ábregos son de procedencia atlántica y dan lugar a los grandes temporales de lluvia en la Península, de ahí que reciban también el nombre de vientos llovedores.

El origen de la palabra ábrego está en la palabra latina africus, que era el nombre con el que antiguamente identificaban al citado viento, procedente del sur, de África; si bien pudiera guardar relación también con la voz apricus (abrigo); y es que durante los temporales del suroeste, las lluvias impiden las labores del campo, por lo que a los campesinos no les queda más remedio que “estar al abrigo”, ponerse a resguardo o a cubierto.

En la costa cántabra, el ábrego recibe nombres como castellano (procedente de Castilla, por tanto del sur), campurriano (procedente de la comarca montañesa de Campoo) o “aire de arriba” (de la Montaña; la parte más alta de la provincia). Si sopla demasiado caliente se refieren a él como abriguna, mientras que una abrilada sería el período de varios días bajo ese régimen de vientos.

Como curiosidad final, en el Occidente asturiano al ábrego [abregu] le llaman también aire de castañas, ya que cuando sopla con violencia durante el otoño provoca la caída de estos frutos. El ábrego es un viento que tiene mala fama en Asturias, ya que suele estar asociado a catarros, cefaleas y estados depresivos.

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Esta entrada se publicó en Reportajes en 01 Feb 2006 por Francisco Martín León