RIESGOS CLIMÁTICOS EN CASTILLA Y LEÓN: ANÁLISIS DE SU PELIGROSIDAD

 Carlos Morales Rodríguez y Mª Teresa Ortega Villazá[email protected]@fyl.uva.esDpto. de GeografíaUniversidad de ValladolidRESUMENSe realiza el análisis y valoración global de los diferentes e...

 

Carlos Morales Rodríguez y Mª Teresa Ortega Villazán

[email protected]@fyl.uva.esDpto. de GeografíaUniversidad de ValladolidRESUMENSe realiza el análisis y valoración global de los diferentes episodios atmosféricos de carácter extraordinario que afectan a Castilla y León. Se plantea la tipología del riesgo climático presente en la misma, siendo analizados cada uno de los tipos resultantes desde el punto de vista de su peligrosidad. Para ello, se profundiza en sus causas dinámicas, frecuencias, valores extremos, distribución espacial y efectos. El objetivo final es la elaboración de un mapa de peligrosidad climática de Castilla y León.Palabras clave: Riesgo climático, umbrales de riesgo, peligrosidad, mapa de peligrosidad, Castilla y León.ABSTRACTThe full range of extraordinary atmospheric episodes affecting the Castile-Leon region are here surveyed and globally assessed. A typology of climatic hazards for this area is here laid out. The resulting types are then analysed one by one on the basis of their potential hazard. In order to do that, close attention is paid to their dynamic causes, rates of occurrence, extreme values, spatial distribution and side-effects. The ultimate purpose is to produce a map of climatic hazards in Castile-Leon.Key words: Climatic hazard, Hazard thresholds, Hazard levels, Hazard maps, Castile-León.1. LAS SITUACIONES DE RIESGO CLIMÁTICO Y SU TRATAMIENTO EN LA REGIÓNA lo largo del año una gran diversidad de tipos de tiempo se suceden sobre el amplio territorio de la Comunidad de Castilla y León. De ellos, unos son predominantes. Su reiteración y regularidad, junto con unos efectos esperados, confieren a su clima unos rasgos bien definidos, su peculiar carácter. Pero hay otros que aunque también definen el clima castellano, generan situaciones de disrupción entre la sociedad y su ambiente, pues crean episodios atmosféricos de consecuencias más o menos catastróficas. Serían los tipos de tiempo que, aún siendo habituales, se producen con una intensidad poco usual o bien, aquellos otros más infrecuentes y cuyo desarrollo siempre sorprende. Suelen aparecer como paréntesis intercalados en el discurrir normal del tiempo, lo que les ha valido el calificativo de riesgos climáticos. Son pues, eventos de carácter extraordinario, pero en ningún modo excepcionales dado que más tarde o más temprano terminan desarrollándose, guiados por su particular periodicidad.Siendo grande la diversidad climática que caracteriza a Castilla y León, es habitual que se vea afectada por una amplia gama de sucesos meteorológicos de carácter extremo. Es el caso de los episodios de frío intenso con grandes heladas, de «olas de frío» u «olas de calor», de períodos de sequía o de lluvias intensas, de lluvias prolongadas, prematuros deshielos, fuertes tormentas con gran aparato eléctrico y pedrisco, temporales de nieve y vientos muy fuertes, prolongados episodios de nieblas densas con cencelladas, etc. En definitiva, una variedad de procesos que afectan al funcionamiento y actividad de una sociedad cada vez más compleja y vulnerable.Desde luego éstos no se manifiestan con homogeneidad en todo el territorio. Hay sectores más proclives que otros para su aparición. Es entonces cuando cobra todo su valor la configuración morfológica de Castilla y León al existir episodios atmosféricos propios o más comunes bien de las montañas de su periferia, bien de las llanuras del interior. Si no, al menos se desarrollan con distinta frecuencia e intensidad en cada uno de estos ámbitos, dado que siempre ven mediatizada su acción por los rasgos físicos del espacio al que afectan (disposición del relieve, altitudes, orientaciones...).Sus efectos son bien conocidos históricamente por los habitantes de estas tierras, lo que explica formas de asentamiento, tipos de vivienda (materiales, vanos, orientación...), prácticas diversas en los cultivos..., a fin de paliar o mitigar en lo posible sus consecuencias. Es el ejemplo de las construcciones alejadas de las llanuras de inundación, el recubrimiento con tejas en las fachadas meridionales en la Sierra de Béjar, el acopio de alimentos antes del invierno (la matanza), o las podas atrasadas en las cepas para evitar que se hielen. Sin embargo, esas consecuencias se agravan al incorporar prácticas urbanas a medios que no lo son, que ni disponen ni pueden disponer de sus infraestructuras. Es el caso del incremento en la dependencia del abastecimiento, el aumento de la movilidad de personas y mercancías con flujos que se han de mantener en cualquier época del año, la proliferación de nuevas residencias secundarias, la extensión de las prácticas de ocio (deportes de montaña, turismo rural...). En definitiva, el abandono de muchos de estos criterios y usos tradicionales del suelo están motivando con frecuencia que procesos climáticos naturales alcancen ahora la categoría de riesgo.Más recientemente, y a otra escala, la preocupación por todos estos acontecimientos extremos, ha llevado a emprender distintas acciones políticas a fin de conocer mejor las causas naturales y efectos económicos y territoriales que motivan, para poder evaluar el rango catastrófico de los mismos. Así surgió el Panel Intergubernamental para el estudio del Cambio Climático IPCC, o el Decenio para la reducción de los Desastres Naturales (1990-1999) de Naciones Unidas. En España la condición de Comité Nacional de dicho Decenio se atribuyó a la Comisión Nacional de Protección Civil (R.D. 1301/1990) cuyo fin es conseguir una óptima coordinación entre la Administración del Estado y las Comunidades Autónomas en la elaboración del Plan de Actuaciones Prioritarias para la Reducción de Desastres Naturales.Por su parte, el Instituto Nacional de Meteorología participa en dicho Comité a través del Sistema Integrado de Predicción y Vigilancia Meteorológica, con la elaboración de diferentes planes y campañas que han culminado en el Plan Nacional de Predicción y Vigilancia de Fenómenos Meteorológicos Adversos, puesto en funcionamiento a partir de diciembre de 1996 (1). Éste, aparte del Plan Director y el Plan de Organismos Centrales del INM para todo el territorio nacional, contempla los Planes Regionales de los diferentes Centros Meteorológicos Territoriales, que definen actuaciones concretas de los Grupos de Predicción y Vigilancia y otras secciones de ellos.Igualmente el auge de los estudios sobre riesgos queda avalado por la legislación básica para la ordenación territorial estatal o autonómica que ha adoptado el concepto de «riesgo» en su normativa. Es el caso de la Ley de Seguros Agrarios Combinados (Ley 87/1978), en la que definen como riesgos agrarios el pedrisco, sequía, heladas, inundaciones y vientos huracanados; la Ley de Aguas (2-agosto-1985), la Ley sobre Protección Civil (2/1985), la Ley de Costas (22/1988), etc.En Castilla y León y en lo que aquí nos interesa, el Plan Regional de Predicción y Vigilancia de FMA ha tenido en cuenta bastantes fenómenos meteorológicos, cuyos umbrales de intensidad establecidos para la predicción y vigilancia se especifican en la tabla adjunta (cuadro I). Cuando se prevé que un fenómeno va a alcanzar el umbral de adversidad o bien lo ha alcanzado ya sin haber sido previsto, cuando se producen variaciones significativas, anulaciones o se antevé el fin del episodio, se emite el Boletín correspondiente, que puede ser de medio, corto y muy corto plazo, o simplemente el de información de fenómenos adversos observados. Dichos boletines se envían a la Delegación del Gobierno en Valladolid y a Protección Civil de la Junta de Castilla y León, que se encargan de enviarlos a las demás administraciones y organismos.Pese a todo, en este Plan ni están contemplados todos los fenómenos meteorológicos capaces de provocar situaciones de riesgo al hombre (caso de las sequías), ni los que quedan recogidos lo están con los umbrales más óptimos de definición. Cabe destacar la nula importancia que conceden a la variable temporal de los episodios de frío. Tratan por igual un episodio de frío intenso (ola de frío) que un tipo de tiempo muy frío capaz de crear heladas fuertes. Simplemente, cuando las temperaturas alcanzan los umbrales referidos en el citado Plan Regional, se da el aviso. Puede decirse que la generalidad y escasa precisión de los umbrales dificulta muchas veces la conceptuación de una situación de riesgo climático, lo que suele ocurrir con bastante frecuencia para las nieblas, por ejemplo. Hay poco detalle en el concepto y, además, en una región tan extensa y variada como es ésta, no siempre sirven los mismos umbrales. Tampoco se trata de definir umbrales como apartados estancos, sino tratar de que éstos se ajusten al espacio al que afectan.Existe un gran desconocimiento de las áreas más susceptibles de padecer consecuencias nefastas por situaciones de riesgo concretas. De ahí que la emisión de informes sea siempre muy general, no alertando en conciencia a los ámbitos más proclives para su desarrollo, o al menos con la escala espacial deseable, la del término municipal.Por lo tanto, este Plan ha de entenderse como un primer paso dado al respecto, importante aunque todavía bastante lejano de una óptima y eficaz actuación sobre este territorio. Para ello sería preciso desarrollar investigaciones más profundas sobre cada uno de los procesos, generar una detallada elaboración cartográfica y una sistemática a la hora de establecer los diferentes umbrales de riesgo.2. ANÁLISIS DE LA PELIGROSIDAD DE LOS RIESGOS CLIMÁTICOS DE CASTILLA Y LEÓNEl análisis de la peligrosidad o, de lo que es lo mismo, de las condiciones climáticas capaces de generar riesgo en esta región, como en otros ámbitos, debe ser contemplado tanto desde el punto de vista sinóptico como geográfico. Es preciso tener en cuenta los factores dinámicos que los motivan, pero también un óptimo conocimiento del espacio geográfico en que se desarrollan a fin de valorar adecuadamente los parámetros locales capaces de potenciarlos y prevenir consecuencias sociales.Haciendo un intento de clasificación de estas situaciones en la región, se han disociado por un lado los riesgos ligados a las temperaturas, por otro los vinculados a las precipitaciones o a su ausencia y finalmente los vinculados a fenómenos atmosféricos particulares de manifestación intensa (cuadro II). Algunos de ellos actúan de forma solapada y diferida, causando graves pérdidas económicas, como suele ser habitual con los temporales de nieve, las nieblas y las sequías. Otros en cambio, se manifiestan de manera más brusca y rápida creando casi de inmediato situaciones de emergencia, cuantiosas pérdidas e, incluso, grandes desastres (tormentas, lluvias intensas, granizo, heladas).2.1. Los episodios de frío intenso y la prolongación de heladasEn Castilla y León el frío se extiende de forma casi continuada durante gran parte del año, siendo un elemento bien característico de su clima. Los períodos más fríos se asocian a invasiones de aire polar continental (Pc) —las típicas circulaciones retrógradas del noreste—, y a coladas de aire ártico marino (Am), estén en su circulación centradas o ligeramente al este de la Península. Raro es que con ellas —que se producen todos los años—, no se alcancen temperaturas del orden de los -5° a -10° C. Asimismo, las dinámicas anticiclónicas, fundamentalmente invernales, que en el interior de la región motivan no pocas nieblas, crean situaciones de frío prolongadas por procesos de radiación. Con ellas la oscilación térmica diaria es importante, salvo si la persistencia de nieblas impide el calentamiento diurno manteniéndose las temperaturas muy bajas durante varios días. En general a muchas de estas situaciones se las denomina equivocadamente olas de frío, cuando no siempre las crean.Bien distintas son las situaciones de frío intenso que más eventualmente se padecen, y que en ocasiones, unidas a otros procesos climáticos (nevadas, vientos fuertes o nieblas densas), crean situaciones de alto riesgo, con consecuencias a veces nefastas. Son numerosos los problemas que plantean al hombre, sobre todo en lo que se refiere a la interrupción de la movilidad de personas y bienes, principalmente allá donde las pendientes y altitudes alcanzan valores significativos. Alos efectos del aislamiento, por la incomunicación de extensas zonas, se une el aumento de la siniestralidad, tanto en el tráfico como en algunas infraestructuras por los efectos derivados de la congelación.Las olas de frío propiamente dichas responden a dinámicas atmosféricas bastante específicas siempre caracterizadas por su bajo índice zonal, resueltas generalmente por la concatenación de varios tipos de tiempo, todos ellos habituales de la secuencia normal de los inviernos y que por sí solos constituyen situaciones muy frías. El hecho de que la región se vea afectada por retrogresiones del noreste o por depresiones frías de ellas individualizadas, no tiene nada de particular salvo que durante 3 ó 4 días se padece un frío intenso. Pero si de nuevo se reciben pulsaciones de aire gélido Pc que reactivan una posible gota fría ya debilitada y se suceden casi en relevo dos o tres situaciones de este tipo, o bien los retrógrados son más profundos de lo habitual o alternan con vaguadas árticas y anticiclones subtropicales invernales en bloqueo, entonces es cuando se puede hablar de una auténtica ola de frío, que en suma se extiende durante una semana, una decena de días, a veces más.Así pues, los episodios de frío más intenso se deben a ellas, pero su frecuencia es bastante relajada. No se trata de eventos ocasionales, sino de hechos habituales de poca frecuencia que no hacen más que intensificar los rigores del frío que se siente cada año. En el pasado siglo destacaron las de los inviernos de 1910, 1926, 1938, 1944/45, 1956, 1963, 1970/71 y 1985. Son típicas de los meses centrales del invierno mostrando una particular tendencia a producirse desde la segunda quincena de diciembre a la primera de enero.Durante su transcurso se producen las temperaturas mínimas más extremas, cuyos valores varían entre los -10° y -13° C de su sector más occidental y los -15° y -20° C de las llanuras centrales y altas parameras. Los registros más bajos contabilizados alcanzan los -22° C de Burgos-Villafría, el Burgo de Osma y Medina de Pomar (Miñón), -21,9° C en Coca, -21° C en Burgos, -20,4° C en Ávila, -20° C en Salamanca, -19,2° C en Soria y -18,8° C en Villanubla.Por su parte, la posibilidad de heladas, es decir, el número de días con mínimas inferiores a 3° C, en el sector más extenso de las llanuras ronda los 120-150 días, pero en los sectores más fríos de éstas y en la orla montañosa son 150-200 días, cuando no más. En general el período de heladas se extiende de octubre a mayo, representando las heladas reales en los espacios más bonancibles un 15-30% del total anual, y un 30-45% en los observatorios más norteños y orientales de la región (cuadro III). Aunque sean muy numerosas y frecuentes, no siempre tienen igual grado de intensidad ni efectos catastróficos. Todo depende del momento del año en que aparezcan y la extensión y espacio afectado.En realidad, estas heladas equinocciales son bastantes más de las que se registran en las observaciones convencionales. Muchas veces por su carácter estrictamente local o por ser situaciones de suelo, no son tenidas en cuenta dada su difícil cuantificación. Y aunque no siempre son muy fuertes, se las siente en el despertar del día, sobre todo en los valles montañosos, altas parameras y donde la niebla se agolpa más o menos densa o queda colgada. Estas heladas blancas, tan típicas de estas tierras, tienen una gran irregularidad espacial y temporal, estando normalmente vinculadas a fenómenos de inversión térmica a nivel del suelo.En Castilla y León, debido a los rasgos de su clima y al tipo de cultivos que prodigan, muy alejados de los de alto valor comercial (cítricos, frutales...), la mejor forma que han tenido de evitar los efectos de estos fríos ha consistido en el empleo de prácticas tradicionales como el aporcado otoñal realizado en muchos de los viñedos de la región. En las escasas áreas frutícolas existentes se retrasan las labores agrícolas de poda o de plantación para evitar que el frío afecte al árbol o bien se cuida su localización en medias laderas alejados de los valles afectados por procesos de inversión. También la propia elección de los cultivos está adaptada a las condiciones climáticas de cada sector, a pesar de que las nuevas tecnologías permitan variedades y lugares antes impensables (plásticos, invernaderos...). Ahora bien, la incorporación de estos nuevos cultivos y técnicas, cuando se hace sin criterio y sólo en función de su más alta rentabilidad, porque existan períodos bonancibles previos más o menos largos o por cuestiones de simple oportunismo político y económico, aumenta la exposición a un riesgo siempre presente en esta Comunidad, que hace que año tras año, se puedan producir pérdidas económicas importantes, sólo en parte paliadas cuando se pueden cubrir con pólizas de seguros, no siempre contratadas.2.2. Los temporales de nieveAunque éste sea un meteoro de presencia habitual en la región durante sus inviernos, ocasionalmente se producen importantes y espectaculares temporales de nieve que crean graves problemas, fundamentalmente en sus montañas más noroccidentales y septentrionales. Las nevadas no son uniformes en todo su territorio, con lo que su riesgo potencial varía mucho de unas zonas a otras. Todo depende del tipo de circulación atmosférica que las motive, de cómo evolucione cada situación y de su localización.Los diferentes tipos de tiempo que las producen muestran claras diferencias espaciales. El norte de León, Palencia y Burgos son los ámbitos más afectados cuando irrumpen gélidas coladas árticas centradas sobre la Península o profundas vaguadas polares de entrada noroccidental. En cambio, con circulaciones inversas de aire Pc, con gotas frías de ellas estranguladas y con coladas árticas ubicadas al este de España, son las sierras más orientales de las cordilleras Cantábrica, Ibérica y Central las que más las acusan. En esta última, las vaguadas profundas al oeste de la Península durante el invierno asimismo crean copiosas nevadas. Otras veces su origen se debe a la llegada de aire muy húmedo polar a esta cuenca sedimentaria deprimida que arrastra previamente un enfriamiento acumulado de varios días producido por situaciones más estables.De cualquier modo, sobre las montañas las nevadas son siempre más intensas y frecuentes, con medias entre 30 y 60 días al año. No obstante, a partir de los 2.500 m., caso de Picos de Europa y en la Cordillera Central, aumentan hasta 90-120 días, manteniéndose el manto níveo en los lugares más umbrosos de octubre a junio, o algo más. Las nevadas más significativas se producen de noviembre a abril, con medias mensuales por encima de los 4 días a partir de los 1.200 m., alcanzando en los meses centrales del invierno valores de 7 a 10 días. Umbrales muy alejados de los de las llanuras, con medias entre menos de 5 a 20 días al año. Sin embargo, no conviene olvidar que dada la elevada altitud media de la mayor parte de ellas, con temporales fuertes pueden quedar afectadas en su mayor parte, provocando situaciones caóticas en mucho espacios urbanos o en la red viaria que las recorre.Sobre las montañas los temporales alcanzan sus connotaciones más dramáticas, no sólo por su influencia sobre las actividades básicas de la vida cotidiana, sino por motivar la paralización de las comunicaciones y transportes, posibles cortes de energía y lo más grave, la incomunicación que sufren muchos pueblos. Así, es frecuente que todos los inviernos queden más de una decena de pueblos aislados. Bien es cierto que el volumen de población afectada no es muy grande e incluso que ésta está en muchos casos habituada a soportar estas circunstancias que lamentablemente se repiten año tras año. Pero también es verdad que se trata de una población cada vez más envejecida la que reside en estos pequeños núcleos montañeses, una población que es más sensible y que tiene menor capacidad de resistencia.Al igual que sucede con otros riesgos climáticos, la nieve si se suma al desarrollo de otros procesos, como los episodios de frío intenso (olas de frío), las heladas, vientos fuertes o nieblas, agrava aún más sus consecuencias. También es muy peligrosa si tras copiosas nevadas se suceden situaciones dinámicas más templadas que originan inmediatos deshielos. La subida del caudal de los ríos no se deja esperar, siendo posible que se produzcan episodios de inundación, sobre todo en los afluentes de la margen derecha del Duero. Aunque a otra escala por su carácter más puntual, también son peligrosas en el caso contrario, cuando tras las nevadas se registran temperaturas bajo cero que congelan la parte superior del manto de nieve. Este hecho, puede favorecer la formación de aludes si posteriores nevadas se deslizan sobre esas capas de hielo que han quedado interestratificadas. Sólo hace falta cierta pendiente, o simplemente un breve mecanismo de desenlace, como el sencillo hecho de transitar sobre ellas, para que se produzcan(4). Normalmente no son de grandes magnitudes, no alcanzan los fondos de los valles, quedando reducidos a pequeños deslizamientos superficiales.2.3. Situaciones de densas y prolongadas nieblasCaracterísticas de esta región son asimismo las nieblas que de forma puntual aparecen todos los años, sobre todo durante sus inviernos. Su principal elemento generador reside en la propia morfología de la Cuenca del Duero. Ésta favorece el estancamiento de masas de aire —preferentemente en situaciones de marcada estabilidad y con humedad ambiente—, y propicia intensos fenómenos de irradiación por su elevada altitud media y marcada continentalidad, en virtud de su aislamiento frente a buen número de situaciones inestables. No obstante, junto a las condiciones geomorfológicas, es la dinámica atmosférica la que se encarga de discernir entre distintos tipos de nieblas y frecuencias.En el interior tienen más importancia las nieblas producidas por situaciones anticiclónicas. Son de gran espesor y normalmente generalizadas para todo el valle del Duero. Pueden ser de carácter matinal, de escasa duración, principalmente por procesos de irradiación nocturna (el 48,2%), o bien más persistentes, si no levantan en varios días, normalmente debidas a procesos de advección-radiación (el 25%). En la periferia montañosa, a pesar de la importancia de las nieblas de valle en muchos amaneceres o las de ladera por los ascensos del aire al remontarlas, son las nieblas de mezcla asociadas a situaciones inestables (nieblas pre-frontal, pos-frontal o de paso frontal) las que toman más protagonismo.A lo largo del valle del Duero destacan particularmente tres sectores coincidiendo con espacios donde los procesos de inversión térmica tienen relevancia. Se trata de la cuenca satélite del Burgo de Osma-Almazán, las campiñas del Duero medio y el tramo final del valle del Pisuerga. Son todas áreas centrales en la región que disfrutan de un número medio anual de nieblas de 45-50 días, si bien sólo de noviembre a enero se concentra el 25-35% de ellas. No obstante, el promedio para todo el valle medio del Duero en dicho trimestre es de 62 días (el 67,4%), lo que pone de manifiesto la importancia de este meteoro como factor de riesgo(5).Junto a éste ámbito, el tramo medio del Tormes en torno a Salamanca constituye otro enclave donde este meteoro es frecuente, superándose con facilidad los 40 días de media al año.Existen años y meses en que su mantenimiento es extremo, como los 25 días de niebla de Salamanca, 23 de Valladolid, 25 de Roa y 19 del Burgo de Osma padecidos en diciembre de 1974, o los 21 de Tudela de Duero, 20 de Salamanca y 17 de Aranda en diciembre de 1988, los 20 de Sardón de Duero en enero de 1990, etc. En Valladolid hasta la fecha, por ejemplo, el invierno con mayor proporción de nieblas ha sido el de 1988-89 con 62 días, o los 55 de Salamanca en el mismo periodo(6).Estos umbrales se superan con creces en áreas de montaña, donde las medias anuales siempre quedan por encima de los 60 días. En la Cordillera Cantábrica tienen gran importancia (más de 150 días al año), sobre todo en determinados enclaves (Piedrasluengas, 192,2 días, Triollo 204,4 días). En la Cordilleras Ibérica y Central debido a la mayor sequedad y menor nubosidad del verano sus frecuencias son más bajas (Puerto Piqueras 52,4; Navacerrada 81 días).El hombre no percibe a la niebla en sí como un riesgo, salvo cuando puede afectarle personalmente, bien a su integridad física o al interponerse en el desarrollo de sus actividades económicas. Es el caso de aquellas que tienen que ver con el desplazamiento y el transporte y las que suponen un handicap para la explotación del medio físico, principalmente desde el sector terciario (turismo rural, de montaña)(7). Su alerta, muchas veces de forma tardía, se despierta cuando se vuelven persistentes, densas y prolongadas pues la drástica reducción de la visibilidad y su duración eleva la posibilidad de accidentes, sobre todo por carretera. Particularmente peligrosas son las nieblas en la montaña. Por su frecuencia cabría esperar que la menor población aquí residente minimizara el riesgo, pero esta circunstancia se contrarresta puesto que cada vez es más numerosa la población transeúnte que accede a ella. Así, no es extraño que todos los años haya que rescatar montañeros (esquiadores, alpinistas...), cazadores o simplemente paseantes que en ocasiones se ven rodeados por la niebla casi de forma repentina, motivando despistes y extravíos —incluso a los buenos conocedores del terreno—, en ocasiones con fatales desenlaces.En cambio, en las llanuras aunque sea menor su frecuencia, causan más trastornos, accidentes y pérdidas económicas (cierre de aeropuertos, paralización del transporte por carretera, caos circulatorio en las ciudades...). Por citar algunos de los múltiples casos que se producen, baste recordar los accidentes ocurridos en enero de 2000: el día 7 tres muertos en Mazariegos (Palencia), y el 29 el choque de 5 camiones en Villardefrades (Valladolid), originó un muerto y 6 heridos, manteniendo cortada la A-6 durante 5 horas (km. 209).Siempre crea situaciones de peligrosidad extrema cuando actúa como riesgo compartido, caso de aparecer en situaciones de olas de frío, con cencelladas, en episodios de mayor contaminación... Pese a todo, en la región son escasas las situaciones de aviso o alerta a la población en este sentido, dado que los umbrales de diversidad establecidos como límite en el Plan Regional de Predicción y Vigilancia de FMA son pocos e imprecisos (Cuadro I).2.4. Episodios de calor intenso y olas de calorTampoco faltan en la región episodios más o menos largos y repetidos de calor intenso. Se deben a penetraciones de aire tropical continental (Tc) de procedencia africana que, si se vuelven muy prolongadas, llegan a crear auténticas «olas de calor». En estas latitudes son poco frecuentes, siendo su período de máxima manifestación de mediados de mayo a mediados de septiembre. Existen pues, algunos años veranos calurosos, pero éstos más matizan el clima de esta estación que lo caracterizan.Las olas de calor tienen una gran irregularidad temporal, pero de ocurrir, son generalizadas en la región. Al igual que con las «olas de frío» estos períodos de calor intenso requieren la concatenación de varios tipos de tiempo calurosos, normalmente crestas saharianas. Pero no toda penetración de aire Tc tiene porqué originarlas.Cuando hasta aquí accede el aire sahariano, las temperaturas máximas se disparan superándose los 35° C, y las mínimas se mantienen por encima de los 15° C, a veces algo más (sobre todo en verano), aunque es realmente extraño valores de más de 20° C (lo que se conoce como «noches tropicales»). Con estos ambientes tan calurosos y caliginosos las oscilaciones apenas se sienten, las noches no refrescan lo suficiente.Si estas incursiones se producen de forma aleatoria a lo largo del verano, no dejan de ser un matiz de su evolución térmica, aunque de extraordinaria singularidad por los niveles de calor que se sienten. Pero si al contrario, adquieren más frecuencia y se intercalan con tipos de tiempo cálidos —aire tropical marino (Tm)—, los estíos se vuelven realmente calurosos.En cualquier caso no constituyen olas de calor. Para que éstas se produzcan es preciso que las crestas saharianas sean profundas, se mantengan de forma prolongada o se produzcan varias pulsaciones seguidas, sobrepasando un mínimo de cinco-siete días.Es raro que con estos tipos de tiempo no se alcancen alguna vez los 37° C, si bien es más difícil que se superen los 40° C. Este último umbral se ha logrado en todas las capitales de provincia a excepción de Ávila y León: Burgos (41,8° C), Palencia (40° C), Salamanca- Matacán (44,6° C), Segovia (40,3° C), Soria (42,2° C), Valladolid (43° C) y Zamora (41° C). Nuevamente cabe la excepción del clima local de los Arribes del Duero. Esta estrecha comarca de 665 km2 tiene un carácter mucho más termófilo que el resto, pues llega a temperaturas por encima de 40° C con más frecuencia. En Saucelle la temperatura máxima absoluta es de 43° C en junio, 46° C en julio, 43,5° C en agosto y 40° C en septiembre. Valores en unos meses que resultan impensables en el resto de la región.Por su carácter episódico y poca intensidad no tienen grandes efectos sobre la población. Afectan, particularmente en áreas urbanas, a aquellas personas más débiles, con problemas de salud, niños de corta edad... Pero tampoco las capitales de la región son tan grandes, pobladas ni activas como para magnificar en exceso los rigores del calor.2.5. Situaciones de fuertes y/o prolongadas lluvias con efectos de inundaciónUno de los riesgos climáticos más importantes de la región son los episodios de grandes precipitaciones, bien por su intensidad bien por su duración. Aunque son muchas y perjudiciales sus consecuencias (destrucción de infraestructuras, desprendimientos, anegamientos de cultivo...), de entre todas destacan las crecidas y desbordamientos de los ríos con sus consiguientes procesos de inundación.En Castilla y León están presentes cuatro cuencas hidrográficas: Norte, Ebro, Tajo y Duero, siendo esta última la de mayor extensión (más del 80% de su territorio) y la que padece inundaciones en mayor medida. Obedecen a situaciones diversas, unas veces fomentadas por las características del medio, y otras por los factores climáticos a los que se asocian.Las más frecuentes se deben a lluvias abundantes acaecidas tras un largo período de tiempo. Son normalmente consecuencia de temporales asociados a circulaciones de alto índice zonal del oeste o noroeste, o vaguadas profundas de aire polar marino (Pm), situadas al oeste de la Península, que permiten la entrada de vientos húmedos del suroeste y crean importantes precipitaciones en el sector suroccidental de la región. Así ha ocurrido en muchas de las inundaciones por desbordamiento del río Duero y sus afluentes, como las ocurridas en la primera semana de diciembre de 2000, o las más recientes de enero de 2001.También son importantes las debidas a fenómenos de deshielo rápidos de primavera tras un período de grandes nevadas, bien por ascenso térmico o por situaciones de inestabilidad más templadas (paso de frentes cálidos y húmedos). Son sucesos que presentan mayor peligrosidad en algunos de los afluentes de la margen derecha del Duero (Esla, Órbigo, Carrión, Pisuerga...).Por su parte, las fuertes tormentas, de verano principalmente, fomentan inundaciones de precipitación in situ, pudiendo dar lugar a crecidas de barrancos en sus tramos urbanos, arroyos y en algunos ríos nacidos en la propia cuenca con bajo nivel de permeabilidad (Sequillo, Valderaduey, Guareña, Trabancos y Zapardiel), así como generar amplios encharcamientos en zonas de poca pendiente y mal avenamiento sobre substratos arcillosos.FIGURA 1Además, existen numerosos puntos conflictivos. Los cauces con mayor riesgo de inundación corresponden a los de la mitad norte de la región (subcuencas del Pisuerga, Valderaduey y diferentes tramos del Duero). En su mitad sur los más problemáticos son el Tormes y el Águeda en la provincia de Salamanca, el Zapardiel entre Ávila y Valladolid y, en esta última, la confluencia del Adaja, Eresma y Cega con el Duero. Aquellos han de unirse aquellos otros cursos aún no regularizados, caso del Arlanza en Burgos, con desbordamientos de frecuencia casi anual.En general las inundaciones en la región pueden ser predichas con cierta antelación y sus efectos esperados, dado que en su mayoría están ligadas a episodios de cierta regularidad temporal (lluvias prolongadas, deshielos...). Además, las condiciones morfológicas y litológicas de su sector central favorecen drenajes superficiales de tiempo lento de respuesta y alturas de lámina reducidas, lo que deriva principalmente en daños económicos y no en pérdidas de vidas humanas directas. Ha habido, no obstante, alguna situación excepcional, como la que aconteció en el término municipal de Ribadelago (Zamora) la medianoche del día 9 de enero de 1959. La presa Vega de Tera reventó destruyendo en sólo 12 minutos todo el pueblo de Ribadelago, con un saldo de 144 muertos. Pero las causas no fueron en este caso estrictamente naturales.2.6. Fuertes tormentas, lluvias intensas y granizosEl mayor caldeamiento del suelo a partir de mayo favorece precipitaciones tormentosas, algunas veces realmente fuertes con efectos muy perjudiciales para el hombre. Su frecuencia e intensidad —principalmente de las estivales—, crean situaciones de peligro por las intensas lluvias que en poco tiempo arrojan, el gran aparato eléctrico, la posibilidad de granizo y los vientos fuertes y racheados. Las tormentas de carácter frontal, más generales y propias del invierno, se asocian al paso de frentes fríos muchas veces organizadas en líneas de turbonada. No se producen tormentas únicas y exclusivamente por calor, siempre tiene que haber en altura algún elemento de inestabilidad que favorezca el ascenso del aire (vaguada polar o depresión fría), capaz de catapultar al aire cálido de superficie hacia arriba generando rápidos procesos convectivos. Por eso, las dinámicas de tipo mixto tan características del estío, son muy proclives a su formación (vaguadas y depresiones frías al oeste de la Península y crestas Tc al este).Sobre todo destacan las áreas de montaña como desencadenadoras de movimientos convectivos de masas de aire muy húmedas e inestables. Así ocurre en el conjunto de la Ibérica, donde la disposición morfológica de sus estructuras las fomentan en gran medida. La dirección NO-SE del tramo de la Demanda, su cambio O-E en la alineación Neila-Urbión-Cebollera, y su vuelta a la trayectoria inicial a partir del Moncayo, crea una barrera natural de considerable altitud que frena los flujos difluentes del SO, obligándolos a elevarse violentamente sobre estas sierras. Existen tres áreas de formación preferente: la vertiente norte de la Demanda con el conjunto de serranías meridianas que en ella confluyen (San Antonio, Santa Cruz, San Lorenzo, Castejón...), la alineación Campiña-Cebollera y la comarca oriental de Soria, siguiendo el Campo de Gomara, Deza y entorno del Moncayo. Desde estas áreas tienen una particular tendencia a seguir trayectorias convergentes hacia el valle del Ebro, sobre todo al tramo Logroño-Calahorra. Las creadas sobre las sierras del Madero, Alba y Moncayo tienden a remontar el valle del Aragón, mientras que las que parten de Soria es muy probable que terminen en los valles del Jalón y Jiloca, o bien se dirijan hacia el norte traspasando las citadas sierras. Por ello, estos relieves además de ser «nidos de formación» son responsables de gran parte de las granizadas que se producen en la Depresión del Ebro (9).Espacios preferentes son también la cubeta de El Bierzo, sobre todo en el municipio de Ponferrada, los Arribes del Duero y toda una franja situada al oeste de la línea imaginaria que une las comarcas de Babia, Las Omañas, la Maragatería, la Cabrera y Sanabria, siguiendo la orientación de los Montes de León, desde la Sª Segundera hasta la Cordillera Cantábrica. Las tormentas aquí formadas se desplazan en dirección NE o N atravesando las llanuras septentrionales de la cuenca. Asimismo otra área aparece al sur de Zamora, unos kilómetros antes de la confluencia de las riberas del Esla y Duero.En ocasiones arrojan fuertes cantidades de lluvia en 24 horas, sobre todo en espacios próximos a las áreas de montaña así como en éstas mismas, destacando el sector más occidental de la Cordillera Cantábrica, la Sª Segundera-Montes de León y la vertiente meridional de Gredos, con valores por encima de los 200 mm.(10). A diferencia, en las llanuras estos valores oscilan entre 50-70 mm. (cuadro V), aunque en alguna ocasión hayan superado los 100 mm.(11). Estas lluvias de gran intensidad se producen normalmente en invierno (noviembre, febrero y marzo) asociadas al paso de profundas borrascas. En cualquier caso ni la frecuencia ni la cantidad de tan abultados registros son comparables a los contabilizados en toda la fachada mediterránea del país, pero sus efectos sí son igualmente perniciosos al favorecer fuertes procesos de erosión e inundación.Desde el punto de vista estrictamente climático, Castilla y León es una zona de elevado riesgo a este respecto(12). Muchas de sus montañas son núcleos formadores, si bien los espacios afectados, de localización bastante errática, priman en áreas deprimidas y valles próximos.Altas frecuencias alcanza desde la Demanda al Moncayo, en el pie de monte avileño y segoviano de la Cordillera Central y en las inmediaciones de la Sª Segundera y el Macizo Asturiano-Leonés, donde como promedio rondan los 5-10 días al año (cuadro VI). No obstante, desde el punto de vista del riesgo propiamente dicho, es decir, donde son mayores las pérdidas económicas, destacan El Bierzo y las tierras cerealistas y de viñedo del interior de la cuenca.En nuestra región las granizadas de invierno se asocian sobre todo a intensas situaciones frontales de niveles depresionarios muy bajos (vaguadas Am y Pm profundas centradas o al oeste peninsular, retrógrados centrados), o bien en pugna con masas de aire más bonancibles. Las de verano se deben principalmente a vaguadas situadas al oeste de la Península, circulaciones atmosféricas mixtas y dinámicas marginales (vaguadas y depresiones frías al norte de la Península, o crestas tropicales con paso de frente frío).Los efectos del granizo son muy perjudiciales para la agricultura, aparte de motivar la rotura de buen número de infraestructuras. Siempre que se anticipe a la recolección o coincida con estadios avanzados del ciclo vegetativo de frutales y viñedos los daños son grandes. Sus repercusiones dependen del tipo de cultivo practicado y de su rentabilidad económica y sólo se ven amortiguadas por los seguros agrarios contra el pedrisco. Sin embargo, es pernicioso para la vegetación en general, por la rotura de hojas, de brotes jóvenes, aparte que el choque del hielo provoca heridas en los tejidos dejando a las especies en inferioridad de condiciones y más sensibles al ataque de plagas. Igualmente el ganado se asusta y espanta, además de ser víctima de enfriamientos y magulladuras.2.7. Períodos de escasez de precipitacionesEn la región las secuencias de indigencia pluviométrica, al margen de la escasez estival, comienzan normalmente con un otoño seco que se continúa en la primavera siguiente y culmina con otro otoño igualmente seco. No obstante, la propuesta de la OMM a propósito del concepto «sequía» es considerarla siempre y cuando el desarrollo de las precipitaciones sea inferior en un 60% a las normales durante más de dos años consecutivos.Es muy difícil establecer umbrales de sequía, valores concretos que permitan identificar años secos, períodos secos, puesto que cada región y a veces cada comarca, en función de suscaracterísticas climáticas, se rigen por intervalos concretos. En la cuenca del Duero se consideraEl pasado siglo XX contó con años bastante secos, llamando quizá la atención la sequía vivida durante la Guerra Civil española y su posguerra, la de los años 60, pero principalmente la iniciada en 1978 en el sur de España y prolongada más tarde de forma generalizada a todo su territorio hasta 1984. En ese tiempo el volumen de precipitaciones acumulado en la cuenca del Duero se redujo considerablemente (cuadro VII). En consecuencia, en el Consejo de Ministros del 10 de abril de 1981 se tomaron una serie de medidas, como las ayudas de compensación de daños por sequía en cereales y leguminosas por un importe total de 27.000 millones de pesetas, de los que el 37,5% fueron a parar a Castilla y León (10.115 millones de pesetas).Según el estudio del CEOTMA sobre «Evaluación del impacto ambiental de la sequía en los años 1980-82», se reconocía que si bien los acuíferos en la cuenca del Duero mostraban un descenso, no se observaba una clara relación entre la precipitación estacional y la variación de niveles. Las áreas con mayores problemas de descensos correspondían al valle del Esgueva, la Moraña y el sur de la provincia de Valladolid(14).Los efectos en general de las sequías son muy graves y no sólo para la actividad agraria, donde secanos y regadíos ven reducidas sus cosechas, sino porque se incrementa el número de perforaciones, lo que conlleva un descenso preocupante de los niveles piezométricos en los acuíferos, pudiendo derivar algunos en la sobreexplotación o en la salinización de las aguas.Un problema importante en la región a la hora de conseguir agua radica en que los embalses de cabecera, que son los únicos que pueden atender las demandas consuntivas, son en general de regulación anual e incluso hiperanual, situándose los de mayor tamaño y capacidad en los tramos más bajos del Duero, ya próximo a su desembocadura (Ricobayo, Aldeadávila en los Arribes del Duero), aparte de estar destinados a la producción de energía hidroeléctrica. Tampoco hay facilidad para poder acceder a la extracción de aguas subterráneas.En situaciones de este tipo las Confederaciones Hidrográficas toman como acción prioritaria el establecimiento de restricciones, política que aún mantiene en nuestros días.2.8. Los fuertes temporales de vientoEn general en Castilla y León los vientos fuertes no son muy frecuentes, salvo en las zonas de montaña donde el venteo es más o menos continuo. Determinadas disposiciones del relieve intensifican su velocidad, lo mismo que en los collados y puertos o en las cimas. A partir de los 1.500 m. su frecuencia e intensidad es siempre importante.Puede decirse que en toda la región, en algún momento la velocidad del viento ha superado los 100 km/h. Es en el sector más occidental de la Cordillera Cantábrica y en las sierras de Navacerrada y Guadarrama donde son habituales rachas muy superiores, por encima de los 120-150 km/h., no siendo extraño que se hayan alcanzado los 200 km/h. en las cumbres, de las que lógicamente se carece de información. En el interior de la cuenca destaca el corredor del Pisuerga, entre los Montes Torozos y el Cerrato, hasta conectar con la ribera del Arlanza, y todo el Páramo de Masa, donde muchas veces se amontona la nieve traída de más al norte.Aunque la primavera es la estación más ventosa del año, los vientos más fuertes se producen fundamentalmente en invierno, de noviembre a marzo, en clara conexión con las circulaciones de alto índice zonal del oeste y noroeste. Cuando soplan, siempre existe un elevado gradiente de presión horizontal sobre el cuadrante noroccidental de la Península (16- 20 HPa/5º), muy bajos niveles de presión (956 a 988 mb) y ramales del jet-stream polar que fomentan la circulación de superficie, alcanzándose sin dificultad los 50-70 km/h. Más difícil es que rebasen los 100 km/h., pero no infrecuente puesto que las rachas máximas quedan comprendidas entre 90-110 km/h. En cualquier caso, los registros históricos superan ampliamente estos umbrales en algunas de las capitales de la región (cuadro VIII).Cuando se asocian a temporales de nieve o lluvia intensa, su incidencia es extrema, al intensificar aún más los efectos de éstas, haciendo impracticable la mayor parte de la red viaria de la región. Lo único que los atenúa es su relativa corta duración, al ser bastante raro que se prolonguen más allá de 24 h o 48 h.Al margen de estos episodios, también destacan las fuertes tolvaneras y remolinos que se crean en verano asociados a situaciones tormentosas, como sucede con frecuencia en Soria. Aunque de corta duración pueden originar graves daños en la actividad agraria. Algo similar a lo que ocurre con los pequeños tornados que más esporádicamente se producen, como el observado desde la sierra de San Cristóbal (Burgos) el 7 de julio de 1989, o el más reciente que afectó a la provincia de Soria el 1 de junio de 1999.El alcance espacial y económico de las situaciones de vientos fuertes es muy desigual según la intensidad del flujo y la época del año en que se produzca. Pueden provocar, aparte de los consabidos daños agrarios (nefastos para frutales y viñedo), la posible pérdida del fluido eléctrico, la caída de árboles, farolas, y demás elementos aislados o mal consolidados del mobiliario urbano, roturas de infraestructura (levantamiento de tejados, desprendimientos de cornisas, hundimiento de tapias...), situaciones de peligro para el transporte por carretera y aéreo, siempre con el posible riesgo de pérdidas humanas.3. CONCLUSIÓN: EL MAPA DE PELIGROSIDAD CLIMÁTICA DE CASTILLA Y LEÓNEl análisis de estas situaciones y procesos climáticos de Castilla y León nos ha permitido elaborar un mapa de peligrosidad de riesgos climáticos para la misma (fig. 2). Es una síntesis de lo expuesto anteriormente. Nos trasmite, a primera vista, cierta complejidad pues es elevado el número de variables que se representan, un total de seis. Además, para evitar aumentar la farragosidad del mismo, no se han incluido los tramos con alto potencial de inundación, en tanto que éstos ya aparecen reflejados en la figura 4. Siendo conscientes de ello, se ha optado por esta solución al buscar ante todo, realzar más intensamente aquellos lugares donde se produce un mayor solapamiento de estos factores de riesgo, a fin de individualizar las áreas que pueden considerarse de mayor peligrosidad climática. Por su parte, los umbrales elegidos para tal fin se han especificado con criterios generales para toda la región. La escala con que se trabaja ha impedido establecer un mayor detalle, por lo que ha de entenderse como un primer acercamiento en un trabajo de macrozonación. Desde este planteamiento, el análisis realizado para cada tipo de riesgo, nos ha permitido seleccionar aquellos niveles y cantidades a partir de los cuales la peligrosidad puede considerarse alta. Es evidente que es necesario abordarla en otros niveles. Se trata de un paso previo, inevitable por necesario, para determinar la zonación espacial del riesgo. Ésta requeriría, además de la consideración de otros factores no físicos, la ponderación de cada uno de ellos a fin de precisar a otras escalas.A partir de lo señalado, los espacios que agrupan mayores posibilidades de registrar situaciones climáticas peligrosas por su mayor frecuencia e intensidad son las áreas de montaña. Tanto la Cordillera Cantábrica, Montes de León, Cordillera Central e Ibérica padecen a lo largo del año episodios de frío intenso, prolongadas heladas, numerosas nieblas, vientos fuertes, tormentas con granizo y la posibilidad de precipitaciones muy intensas, amén de otros episodios más o menos dilatados de lluvias y nevadas. Dentro de ellas el mayor grado de peligrosidad corresponde a la Sierra Segundera-Montes de León, la Sierra de Gredos y el conjunto Demanda-Urbión-Cebollera.A diferencia, los espacios llanos sobresalen por la importancia de los episodios de nieblas, heladas, fuertes granizadas e inundaciones. En ningún caso el nivel de solapamiento de situaciones de peligrosidad es tan elevado como en la periferia montañosa, siendo las llanuras y campiñas centro-occidentales, a excepción del corredor del Duero, las que se libran en mayor medida de acontecimientos climáticos extremos. Estos riesgos a priori no son tan «dramáticos» por su forma de desarrollarse, salvo quizá el granizo, ni tenidos en la consideración de tales al aceptárseles como algo propio del clima de estas tierras. En la valoración del riesgo desde la percepción, el castellano está muy habituado a los días de niebla, a las heladas y a las crecidas de sus ríos. Sin embargo, sus efectos sí evidencian su importancia como factor de riesgo para el hombre. Puede decirse que la sensación de peligrosidad permanente de sucesos de poca intensidad, lleva a que haya una débil valoración del riesgo en esta región.Pese a este comportamiento, el riesgo climático siempre será mayor, salvo determinadas excepciones y momentos, en los espacios llanos del interior de la cuenca, que son los que acogen a un mayor número de población, están más transitados y desarrollan actividades económicas con mayor incidencia en la economía regional e incluso nacional. Igualmente se advierte un mayor peso de los diferentes tipos de riesgo en la mitad norte de la región que en la meridional, de menor peligrosidad.En una primera aproximación y en un intento de valoración global de la peligrosidad climática en Castilla y León podemos decir que:
— Dada la situación, gran extensión y variada configuración geomorfológica de esta región, el comportamiento de la dinámica atmosférica permite el desarrollo sobre su territorio de episodios climáticos igualmente diversos pero también de caracteres muy contrastados.— La posibilidad de producirse episodios que generen riesgos climáticos es muy numerosay el grado de desarrollo e intensidad con que se manifiestan es muchas veces muy superior al de otras regiones españolas. Baste reparar en los episodios de frío intenso, las prolongadas heladas, las intensas nieblas o los frecuentes temporales de lluvia o nieve. Las situaciones de peligrosidad son muchas.— No obstante, su valoración desde el punto de vista del riesgo a nivel nacional disminuyeconsiderablemente en función del número de su población y estructura económica. Castilla y León es una región poco poblada (no llega a 2,5 millones de habitantes) y su economía, muy dependiente del sector agropecuario, no está orientada a productos de alto valor comercial, sino adaptados en general, a las condiciones del medio.— De todos los riesgos climáticos que la afectan, las mayores pérdidas vienen motivadas por las inundaciones, afectando principalmente a la actividad agrícola, a las obras públicas (carreteras, ferrocarriles...), y más puntualmente a núcleos urbanos, incrementándose el peligro de pérdidas humanas. Estos perjuicios han sido estimados para el conjunto de la región en un total de 14.877 millones de pesetas para el período 1986-2016(15).— Tampoco el castellano tiene la sensación de verse amenazado con frecuencia por ellos, al aceptarlos como algo propio de su clima, existiendo cierta percepción de que los riesgos climáticos en esta región lo son menos que en otras, como por ejemplo en todo el Levante español donde las lluvias intensas cobran un protagonismo que encubre al resto. Puede que la intensidad de muchos procesos no sea tan extrema como la de otros ámbitos, pero esta región tiene la peculiaridad de abarcar un gran número de situaciones de riesgo con consecuencias muy nefastas en numerosas ocasiones. La citada fuente anterior la sitúa en octavo lugar en cuanto a Comunidades Autónomas con mayores pérdidas por catástrofes naturales, con un total de 153.646 millones de pesetas para dicho período (1986-2016), lo que supone una media de 5.000 millones al año (16).— Se ha visto que muchos de los efectos de estos procesos climáticos extremos motivan la interrupción de numerosas actividades, sobre todo las derivadas de desplazamientos y accesibilidad. Teniendo en cuenta la posición central que tiene la región en la Península, su significado alcanza una mayor valoración porque no sólo se paraliza la propia región sino que puede aislar a las regiones limítrofes (Galicia, Cantabria...). Incluso el problema llega adquirir una dimensión internacional cuando afecta directamente al acceso de la mitad septentrional de Portugal y al Sur de Francia, puesto que es atravesada por vías de conexión rápida que unen ambos países (carreteras E-80, E-82...).— El carácter predecible de muchos sucesos, el que no siempre se manifiesten con caracteres extremos o no respondan a perturbaciones atmosféricas muy virulentas, les resta su consideración como procesos generadores de grandes catástrofes, máxime si tenemos en cuenta la capacidad de respuesta de la población. Esto hace que las pérdidas sean fundamentalmente económicas, más o menos recuperables a través de ayudas,seguros, declaraciones de zona catastrófica, etc. Pero el hecho de que no generen grandes e instantáneas mortandades, no les resta importancia en su valoración de riesgo. Las pérdidas globales pueden ser poco significativas, lo que no implica que las individuales tengan una consideración dramática.
FIGURA 2Notas de pie de página1 El INM en colaboración con los organismos de Protección Civil puso en marcha antes de la elaboración del Plan Nacional de Predicción y Vigilancia de FMA una serie de planes genéricamente denominados Previmet referidos a fenómenos concretos y para ámbitos específicos. El primero fue Previmet Mediterráneo (otoño de 1987), le siguieron en 1991 Previmet Galernas y Previmet Nevadas.2 CALVO GARCÍA-TORNEL, F. (1984). «La Geografía de los riesgos». Geocrítica, nº 54. 39 pp. Cfr. 10.3 GARCÍA DE PEDRAZA, L. y GARCÍA SAN JUAN, J. (1978). Diez temas sobre el clima. Ministerio de Agricultura. Madrid. 213 pp. Cfr. 101.4 En el período 1970-99, de las 105 víctimas mortales por riesgo de avalancha en España, el 17,1% se produjeron en las cordilleras Cantábrica y Central según J. LÓPEZ et al. (2000).5 MORALES RODRÍGUEZ, C. y ORTEGA VILLAZÁN, MªT. (1994). «Aproximación al estudio de las nieblas en el valle medio del Duero». Investigaciones Geográficas, nº 12. Inst. Univ. de Geografía de Alicante. pp. 23-44. Cfr. 39.6 MORALES RODRÍGUEZ, C. y ORTEGA VILLAZÁN, MªT. (1994). Op. cit. Cfr. 31-32.7 MORALES RODRÍGUEZ, C. y ORTEGA VILLAZÁN, MªT. «La niebla como riesgo», en Los Riesgos Naturales. Ed. Ariel. En prensa.8 Según la Comisión Nacional de Protección Civil en Las inundaciones en la España peninsular (1998) MOPU. Madrid.9 ORTEGA VILLAZÁN, Mª T. (1992). El clima del sector norte de la Cordillera Ibérica. Universidad de Valladolid. 359 pp. Cfr. 305 y ss.10 Algunos ejemplos son los 370 mm de Barcenillas de Ribero (Burgos) el 22-5-1933; los 208 mm. de Barjas (León), los 217 de Pías y los 212 de la Central de Porto (Zamora) en octubre de 1987; los 320 mm. de Peña de Francia (Salamanca) el 29-8-1927; los 230 mm. de Villanueva del Condo y los 217’5 mm. de la Alberca (Salamanca) en noviembre de 1963; los 280 mm. de Candeleda (Ávila) el 25-12-1935; los 236 mm. de El Hornillo (Ávila) el 14-11-1963, los 225’7 mm. de Guisando el Risquillo (Ávila) en noviembre de1970, y un largo etcétera.11 Caso de los 105 mm. de Almanza en octubre de 1960, los 104 mm. en Valladolid el 8 de julio de 1904, los 103 mm de Mieza en mayo de 1959, etc.12 Son numerosos y lamentables los episodios de granizo acaecidos, como los del 9 de agosto de 1971 en Veza (León) donde hubo pérdidas valoradas en más de 4.000 millones de pesetas; los del mes de junio de 1988 (días 4, 5, 10, 13, 25 y 26), los de julio de 1989, el 4 de julio de 1993, los días 4 y 6 de julio de 1997, el 16 de mayo de 1999, el 13 de junio de 1999, etc.13 OLCINA CANTOS, J. (1994). Riesgos climáticos en la Península Ibérica. Ed. Penthalon. 440 pp. Cfr.14 OLCINA CANTOS, J. (1994). Op. cit. Cfr.15 I.T.G.E (1987). Impacto económico y social de los riesgos geológicos en España. Serie Geológica Ambiental. Madrid. 91 pp. más mapas. Cfr. 81.16 I.T.G.E (1987). Impacto económico y social de los riesgos geológicos en España. Op. cit. Cfr. 77.BIBLIOGRAFÍAAYALA, F.J. et al. (1987): Impacto económico y social de los riesgos geológicos en España.Instituto Geológico y Minero de España. Madrid. 91 págs. más mapas.CENTRO METEOROLÓGICO TERRITORIAL DE CASTILLA Y LEÓN (1996): PlanRegional de Predicción y Vigilancia de Fenómenos Meteorológicos Adversos. 17 págs.COMISIÓN NACIONAL DE PROTECCIÓN CIVIL— (1984): Comisión Técnica de Inundaciones. M.O.P.U. Madrid.— (1998): Las Inundaciones en la España Peninsular, síntesis. Informe. M.O.P.U. Madrid.— (1994): Proyecto de Directriz Básica de Planificación de Protección Civil ante el Riesgode Inundaciones. 42 págs.DÍEZ HERRERO, A. 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Esta entrada se publicó en Reportajes en 02 Mar 2004 por Francisco Martín León