Los colores y paisajes del otoño en los cuadros

Con la llegada del otoño, la naturaleza nos brida un bello espectáculo de color en los bosques, que han plasmado en sus cuadros algunos pintores. Aquí te mostramos algunos de los mejores ejemplos.

El arcoíris, otoño, Catskills
“El arcoíris, otoño, Catskills”, cuadro pintado por Worthington Whitredge hacia 1880-90. © Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

Con la llegada del otoño, los bosques de hoja caduca van sufriendo una metamorfosis, a medida que va cambiando el color de las hojas de los árboles que los forman, como preámbulo de su caída. La otoñada sigue un ritmo distinto en cada especie arbórea, incluso se producen desfases cromáticos entre árboles de la misma especie, dependiendo del lugar que ocupen en el bosque. Todo esto da como resultado uno de los espectáculos más bellos que nos brinda la naturaleza, lo que no ha pasado desapercibido a los pintores, tal y como han dejado constancia en algunas de sus obras.

Tenemos un primer ejemplo de estampa otoñal en el cuadro El arcoíris, otoño, Catskills”, pintado hacia 1880-90 por el pintor estadounidense Worthington Whitredge (1820-1910) y expuesto en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, en Madrid. Este paisajista, lo mismo que otros muchos de la pintura norteamericana del siglo XIX, impresionados por la belleza y la majestuosidad del vasto territorio de EEUU, plasmaron en sus lienzos sus bosques, montañas, lagos…, cuidando al máximo el tratamiento de luz, diferente según el momento del día y la época del año.

En este paisaje otoñal de Whitredge, el artista plasma con gran realismo los serenos bosques de la región neoyorquina de las Catskills. Llaman la atención en el lienzo los vivos colores del otoño, los tonos rojos de las hojas de algunos árboles y los verdes de otros y del terreno, intensificados tras la lluvia ocurrida minutos antes en ese paraje. Deducimos esto último por la presencia del arcoíris en el cielo, ya que suele aparecer cuando deja de llover y comienza a lucir el sol, incidiendo la luz sobre la cortina de gotas de lluvia que queda frente al observador, con el astro rey situado a sus espaldas.

Whitredge plasmó diversas montañas, lagos y bosques de EEUU, destacando los paisajes otoñales de la región de las Catskills.

En la porción de arcoíris representada en el cuadro, no aparecen los siete colores. Este detalle seguramente es debido a que el artista no quiso desviar en exceso la atención del espectador hacia el fenómeno óptico, dado que su máximo interés era la representación del bosque, su policromía y el ambiente de serenidad y armonía asociado al mismo. Con la pérdida deliberada de realismo en ese detalle, Whitredge logra su objetivo, ya que son los árboles y el estanque de aguas tranquilas en el que nadan unos ánades reales, los principales elementos de la escena, quedando ese arcoíris bicolor relegado a un segundo plano.

El cambiante tiempo otoñal en una acuarela

Hay ocasiones en que los artistas se ven principalmente atraídos por el comportamiento meteorológico de la estación otoñal. Es el caso del paisajista inglés David Cox (1783-1859), entre cuya producción pictórica está la acuarela titulada: “Sol, viento y lluvia”, pintada en 1845 y perteneciente a los fondos de la Birmingham Museum & Art Gallery.

Sol. viento. lluvia
“Sol, viento, lluvia”. Cuadro pintado por David Cox en 1845 © Birmingham Museum & Art Gallery.

El título de esta obra incluye explícitamente el nombre de dos de los meteoros –el viento y la lluvia– que mejor caracterizan el cambiante tiempo de las Islas Británicas. La alternancia de ratos de sol con otros en los que se cubre el cielo de amenazantes nubarrones, caen chuzos de punta y soplan fuertes ráfagas de viento, es la principal seña de identidad del clima británico.

David Cox fue un magnifico retratista de los estados de ánimo de la naturaleza, cuyas pinturas tienen una calidad comparable a las de John Constable (1776-1837), aunque no ha gozado de tanto reconocimiento. Salvo los elogios recibidos por su indiscutible dominio de la técnica de la acuarela, para Scott Wilcox –principal estudioso de la obra de Cox–: “su amplitud de intereses, profundidad intelectual y la conciencia histórico-artística se han infravalorado sistemáticamente. La calidad de sus pinturas de paisajes al óleo aún no se ha reconocido plenamente.

David Cox fue, sin lugar a dudas, uno de los grandes paisajistas románticos. Este cuadro es una buena muestra de ello. El tratamiento de la luz es magistral, lo mismo que la manera de representar los distintos elementos atmosféricos. De un primer golpe de vista, comprobamos que llueve y que sopla un viento rafagoso.

Ambos meteoros “castigan” a los protagonistas de la escena –la mujer del paraguas y el señor del sombrero– que, a lomos de un blanco corcel, cabalgan por el camino. Gruesas nubes cumuliformes cubren el cielo casi en su totalidad, consiguiendo transmitir al espectador su carácter dinámico, en continua transformación. En este sentido, las nubes de Cox poco o nada tienen que envidiar a las que inmortalizó Constable.

Un picnic en una apacible tarde otoñal

Concluiremos este pequeño recorrido por el otoño en los cuadros con un maravilloso paisaje de Thomas Cole (1801-1848), uno de los máximos exponentes de la pintura norteamericana del siglo XIX y fundador de la Escuela del río Hudson, que dotó de identidad propia al paisajismo que llevaron a cabo varios notables pintores de EEUU durante aquella centuria. El cuadro en cuestión es “El picnic”, que Cole pintó en 1846 y está expuesto en The Brooklyn Museum, en Nueva York.

El picnic
“El picnic”. Cuadro pintado por Thomas Cole en 1846. © The Brooklyn Museum, Nueva York.

La escena que plasma Cole en este cuadro transmite un momento de felicidad y plenitud en un entorno natural (un bosque junto a un lago). Se trata del retrato familiar, con miembros de todas las edades, disfrutando del picnic que da nombre al cuadro. Estas comidas campestres, con tiempo para la conversación, el juego y el esparcimiento, empezó a ponerse de moda allí en los bellos bosques del nordeste de los EEUU en la época de Cole. Él mismo participó en varios picnics con su familia y amistades.

El propio artista relató una pequeña aventura que vivió en uno de esos picnics en los que participó, en 1838, en el que el grupo de vio obligado a pasar la noche en las inmediaciones de la cima de un monte (el High Peak) de esa zona de las Catskills. La excursión la realizaron en otoño, cuando el follaje estaba en su apogeo.

En palabras del propio Cole: “Era el día que deberíamos haber elegido: uno de nuestros celestiales días otoñales, cuando el sol brilla suavemente a través de un cielo claro y sin nubes, y la atmósfera cristalina proyecta un velo de belleza sobre el paisaje, rico en los matices más bellos.” Aunque el cuadro no se corresponde con ese picnic, ilustra a la perfección el maravilloso regalo que nos brinda la naturaleza todos los otoños.