Las nieblas londinenses que pintó Monet

Durante las estancias que Monet pasó en Londres quedó fascinado por las nieblas fantasmales de la ciudad, que plasmó en varias series de pinturas y le fueron conduciendo hacia la abstracción.

El Támesis debajo de Westminster
El Támesis debajo de Westminster (1871). Claude Monet. © The National Gallery, Londres

La mezcla de la niebla y el humo (lo que hoy en día conocemos como smog [smoke+fog]) que envolvía casi a diario los cielos londinenses durante la época victoriana, en combinación con la cambiante luz a lo largo del día y sus reflejos en las aguas del Támesis, fue un elemento inspirador, muy influente, en la obra del pintor impresionista francés Claude Monet (1840-1926).

Se puede afirmar que Londres fue una de sus musas. El ambiente neblinoso de la ciudad fue un estímulo que le forzó a desplegar todo su talento y a que su pintura evolucionara hacia la abstracción.

Monet llegó a Londres por primera vez en 1870, huyendo de la guerra franco-prusiana que había comenzado en julio de ese año y que se prolongó hasta mayo de 1871. El asedio de París por parte de las tropas germanas obligó a Monet, a huir a Inglaterra, acompañado de su primera mujer, Camille, y su hijo pequeño Jean. Al llegar a Londres, se instalaron inicialmente en las cercanías de Leicester Square, aunque poco tiempo después eligieron para vivir una casa en el barrio de Kensington.

El puente de Charing Cross
El puente de Charing Cross. Niebla en el Támesis (1903). Claude Monet. © Harvard Art Museums

Monet quedó cautivado con la ciudad, ya que le ofreció una especie de laboratorio donde experimentar. No le faltaba ningún elemento cambiante de los muchos que le obsesionaban, como los reflejos en el agua (del Támesis), a lo que se unieron los edificios y construcciones emblemáticas de la ciudad, como sus puentes.

“Si no fuera por la niebla –señaló el artista–, Londres no será una ciudad hermosa. Es la niebla lo que le da su amplitud magnifica". En palabras del botánico francés Jean Pierre Hoschedé (1874-1934): “Cansado de los temas fáciles, de las naturalezas y de las atmósferas que ya había pintado muchas veces, fue en busca de lo difícil y de las atmósferas que aún no conocía.”

Postales londinenses

Esa primera estancia de Monet y su familia en la capital británica fue muy fructífera. En ese viaje iniciático, el artista fue pintando muchas estampas de la ciudad envueltas en niebla o neblina, lo que actúa como un filtro en los colores, apagándolos, a la vez que difumina los elementos del paisaje.

Edificios como las casas del Parlamento y Westminster que pintó con reiteración, el puente de Charing Cross o el de Waterloo, entre otros rincones de la ciudad, como sus parques. Había cambiado la luminosidad de Francia por ese ambiente lóbrego, que contrariamente a lo pudiéramos pensar, le cautivó. En la manera de tratar la luz, también recibió la influencia del gran J. M. William Turner.

Londres, el Parlamento
Londres, el Parlamento, reflejos en el Támesis (1905). Claude Monet © Musée Marmottan Monet, París.

Tras finalizar la Guerra, Monet regresó a Francia, a la casa que por entonces tenía en Louveciennes, a las afueras de París. Tendrían que pasar todavía algunos años para que se marchara a vivir a Giverny y diseñara el jardín que inmortalizó en su larga serie dedicada a los nenúfares y a otros muchos motivos de ese rincón de naturaleza que creó en torno a su casa-taller. Se volvió a su país con una primera tanda de pinturas y bocetos que remató en Louveciennes. Londres le dejó una huella tan profunda, que prometió volver y cumplió su palabra, aunque tuvieron que pasar muchos años.

El regreso de Monet a Londres

Convertido ya en un pintor de éxito, Monet regresó a Londres en septiembre de 1899 y repetiría dos estancias más, de varias semanas de duración cada una, en 1900 y 1901. En esta ocasión se hospedó en el Hotel Savoy. Desde el balcón de su habitación tenía vistas del Támesis. Mirando hacia el este, en dirección al puente de Waterloo y a las chimeneas de las fábricas del distrito de South Bank, y hacia el oeste, veía el puente de Charing Cross. Inició dos series de pinturas centradas en esos dos puentes. El primero lo pinta con las primeras luces de la mañana y el segundo con la luz del atardecer.

Como escribió en una carta a su segunda mujer, Alice, en 1901, “[el] amanecer era tan deslumbrante, que no lo podías contemplar directamente. El Támesis era puro oro. Cielos, ¡era tan bello! Y yo me ponía a trabajar con frenesí, siguiendo el sol y su brillo sobre el agua […]. No existe un país más extraordinario para un pintor”.

Puente de Waterloo
Puente de Waterloo (1901) Claude Monet. © Museo de Arte Ordrupgaard, Dinamarca

En su segunda estancia londinense (año 1900) comienza una serie que dedica al Palacio de Westminster (las Casas del Parlamento). La mayoría de estas pinturas las dejaba inacabadas. Era de vuelta a Francia, en su casa-estudio de Giverny, donde las remataba y dejaba listas para exponerlas y darlas a conocer, lo que contribuyó todavía más a agrandar su figura.

El resultado de sus estancias londinenses fueron algo más de cien pinturas, divididas en varias series. Por ejemplo, en 1904 Monet expuso con gran éxito treinta y siete vistas del Támesis en la galería de Paul Durand-Ruel en París. Aunque se identifica a Monet más por los nenúfares que por las nieblas londinenses, fueron estas últimas las que contribuyeron en gran medida a que ejecutara esas plantas acuáticas tal y como lo hizo. De manera magistral, transportándonos a ese maravilloso jardín.