Los antiguos griegos culpaban a esta estrella por calor extremo, así surgió lo que hoy llamamos de "un día de perros"

En pleno verano, con el calor sofocante es frecuente escuchar que hace un “día de perros”. Su origen, sin embargo, no está en los animales, sino en una conocida estrella que fascinó a los antiguos griegos.

Los antiguos griegos observaron que Siro —a la que llamaban la "estrella perro" por ser la estrella más brillante de la constelación del Can Mayor— parecía salir junto al Sol a finales de julio. Fotografía de Ann Ronan Pictures, Print Collector/Getty.

Cuando pensamos en la expresión “un día de perros”, muchos imaginamos esas jornadas de verano en las que el calor abruma tanto que hasta los animales buscan refugio bajo cualquier sombra.

Sin embargo, el origen de esta frase no tiene que ver con los perros que conocemos, sino con una estrella que fascinó y preocupó a las antiguas civilizaciones: Sirio, la más brillante del firmamento.

Sirio, el “perro” que acompañaba al Sol

En la Antigüedad, los griegos y los romanos miraban al cielo con atención, convencidos de que las estrellas influían directamente en la vida cotidiana. Y entre todas ellas, Sirio destacaba por su fulgor.

Situada en la constelación del Can Mayor (Canis Major en latín, que significa “perro grande”), su aparición coincidía con uno de los periodos más sofocantes del año en el hemisferio norte. Cuando Sirio salía al amanecer junto al Sol, un fenómeno conocido como ortos helíacos, se creía que las temperaturas se disparaban.

Los antiguos griegos pensaban que el calor extremo provenía de la combinación de la energía solar y el resplandor de esta estrella.

Así nació el concepto de la “canícula”, palabra que todavía usamos para referirnos a las semanas más calurosas del verano, y qué transcurre desde el 15 de julio hasta el 15 de agosto.

¿Realmente son los días más calurosos?

La pregunta es inevitable: ¿tenían razón los griegos al asociar la salida de Sirio con el calor extremo? La respuesta corta es no, aunque la coincidencia es comprensible.

Julio y agosto suelen ser los meses más calurosos del hemisferio norte, pero no por la influencia de las estrellas, sino porque la Tierra acumula el calor solar tras semanas de insolación intensa. Además, el orto de Sirio ocurre en fechas diferentes según la latitud: en Atenas, por ejemplo, puede observarse a mediados de agosto; más al norte, semanas después.

Además, el fenómeno ha cambiado con los siglos tal y como recuerda el astrónomo Larry Ciupik, la rotación de la Tierra se bambolea lentamente, como una peonza que pierde estabilidad. Este movimiento, llamado precesión, provoca que el cielo cambie con respecto a nuestro calendario.

El legado de una frase inmortal

Hoy sabemos que el brillo de Sirio no tiene ninguna relación con nuestras olas de calor, pero la expresión “día de perros”sigue muy viva. No obstante, como ocurre con otras muchas frases hechas, su origen histórico se difumina, pero su fuerza en el lenguaje permanece.

Quizá por eso, cada vez que el calor aprieta y sentimos que el verano es insoportable, sin pensarlo evocamos esa herencia cultural que viene de Homero, de Roma y de siglos de observación estelar: hace un día de perros.