Vídeo: una gran bola de fuego verde ilumina el cielo de Moscú, ¿meteorito o escombros espaciales?

Un espectacular bólido color esmeralda atravesó el cielo de la capital rusa, provocando un intenso debate científico: ¿fue un fragmento de asteroide entrando desde el espacio profundo o restos de una nave o satélite desintegrándose al reentrar en la atmósfera?

Un inusual resplandor surcó el cielo de Moscú durante la noche del pasado domingo, 26 de octubre. Una bola de fuego de un brillante verde esmeralda cruzó la atmósfera a gran velocidad, generando flashes luminosos que llamaron la atención de cientos de testigos.

El fenómeno ha despertado tanto el interés del público como un intenso debate en la comunidad científica acerca de su origen.

A esta hora, los expertos siguen sin confirmar si se trata de un meteoro clásico proveniente del espacio profundo o, por el contrario, han sido los restos de un objeto artificial en su reentrada a la atmósfera terrestre.

El avistamiento

Según los primeros registros, el objeto brilló con una luz verde intensa, seguida de un rastro luminoso y un breve estruendo.

Aunque aún no se han publicado datos oficiales detallados sobre velocidad, ángulo de entrada o altitud, el vídeo que acompaña a esta información muestra claramente la espectacular bola de fuego y su impresionante estela.

El color verdoso sugiere una interacción del objeto con componentes de la atmósfera o bien la oxidación de ciertos elementos por la alta velocidad, un rasgo que se observa ocasionalmente tanto en bólidos naturales como en objetos artificiales al quemarse durante la reentrada.

La hipótesis del meteorito

Los científicos han comenzado a trabajar con dos hipótesis principales para desentrañar el origen del fenómeno.

Meteorito compuesto principalmente por hierro.

La primera es la del meteorito, una roca o fragmento sólido que entra en la atmósfera terrestre a gran velocidad (normalmente entre 11 y 72 kilómetros por segundo) que produce un bólido o bola de fuego que se desintegra a gran altitud.

Cada año impactan en la Tierra alrededor de 17.000 meteoritos. La mayoría se desintegran en la atmósfera o caen en zonas despobladas u océanos.

La hipótesis de la reentrada de desechos espaciales

La segunda posibilidad es la de un satélite, una etapa de cohete o fragmento de nave espacial que cae de su órbita y vuelve a entrar en la atmósfera donde se desintegra, generando un destello visible.

Este tipo de evento tiende a ser más lento, con distintos perfiles de velocidad y altitud que un meteoro natural.

Sobre nuestras cabezas, hay millones de piezas de basura espacial en órbita: unas 36.500 piezas de más de 10 cm de tamaño (que son las únicas que se rastrean), alrededor de un millón de fragmentos de entre 1 y 10 cm, y más de 128 millones de piezas más pequeñas (menos de 1 cm), la mayoría no detectables.

Importancia científica

Al analizar las dos alternativas, los investigadores consideran que la clave residirá en determinar parámetros tales como la velocidad exacta de entrada, altitud del estallido, composición de los residuos, y presencia de fragmentos terrestres tras el evento.`

Imagen de la NASA generada por computadora que muestra la basura espacial en las órbitas baja y alta de la Tierra.

Si fue un meteoro, podría dejar un campo de fragmentos que podrían recuperarse. Si fue basura espacial, los fragmentos quizá ya estén dispersos o sean de difícil localización.

Pero, independientemente de su origen, el evento es relevante porque proporciona una oportunidad para aplicar técnicas modernas de monitoreo de bólidos, como el uso de estaciones de infrasound —ondas de baja frecuencia generadas por el choque atmosférico— y sensores ópticos para caracterizar rápidamente eventos de alto brillo.

¿Y ahora qué?

Para llegar a una conclusión definitiva, los investigadores deberán recopilar y analizar datos adicionales: informes de testigos, cámaras de vigilancia, sensores acústicos o sísmicos locales, e incluso muestras de suelo si se recuperan fragmentos.

También la órbita previa al impacto (o reentrada) puede reconstruirse a partir de trazas ópticas y radares, lo que permitiría distinguir entre la trayectoria típica de los meteoroides o la de reentradas orbitales.

De momento, la luz verde que ha cruzado el cielo de Moscú es una ventana hacia dos mundos posibles: el del cosmos que continuamente envía fragmentos hacia la Tierra, y el de nuestra propia huella en el espacio.

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