Masca, el Machu Picchu español que deslumbra con su belleza natural y sus vistas al mar

Nos adentramos en un paraje de naturaleza salvaje y vistas apabullantes al que sólo se puede acceder por un difícil camino que fue abierto en el primer milenio antes de Cristo, por los aborígenes que poblaron esta hermosa isla.

La subida a Masca está llena de dificultades pero, sin duda, la belleza del lugar las compensa todas.

En el noroeste de la isla de Tenerife, en las Islas Canarias, Masca, un caserío perteneciente al municipio de Buenavista del Norte, se alza 750 metros sobre el nivel del mar en una zona montañosa famosa por sus impresionantes paisajes.

Un lugar de belleza salvaje y especialmente aislado en el que apenas viven 86 habitantes que se distribuyen en cuatro núcleos diferenciados: El Turrón, La Bica, Juan López y Lomo de Masca.

Desde hace un tiempo, los lugareños comparten los encantos de la zona con los 800.000 turistas que visitan Masca cada año y que lo han convertido en uno de los destinos más populares de la isla del Teide. Preparamos mochila, cámara y unas buenas zapatillas (descubriremos por qué) y comenzamos este fascinante viaje.

Una única carretera que abrió los guanches

El acceso a Masca es realmente complicado por la abrupta geología del terreno. Al paraje sólo puede llegarse por una estrecha y serpenteante carretera de un solo carril, la TF-436, que une Buenavista del Norte con la localidad de Santiago del Teide.

La vía, construida en los años 70, sigue el trayecto que un día abrieron los primeros pobladores del lugar, aborígenes guanches que se dedicaron a la trashumancia y que habitaron la isla desde el primer milenio antes de Cristo hasta la conquista castellana, en 1496.

Actualmente, unos cuantos apartaderos facilitan el paso de los vehículos en las curvas más complicadas. Pero, sin duda, el difícil recorrido es compensado sobradamente con las espectaculares vistas que pueden disfrutarse al atravesar imponentes cañones, desfiladeros, barrancos y un frondoso valle.

Para llegar a su única playa, virgen, de arena volcánica, ni siquiera se puede utilizar el coche. Únicamente es posible llegar a este lugar privilegiado en barco o a pie, mediante una ruta senderista que tiene su punto de partida en el caserío y finaliza en la desembocadura del barranco de Masca.

Refugio del guincho

La localidad está integrada en el Parque Rural del Teno, donde pequeños huertos de papas y calabazas salpican la exuberante vegetación autóctona que tapiza todo el conjunto, y donde pueden observarse cardones, tabaibas, palmeras, verodes, agaves o malvas de risco.

No en vano, este territorio forma parte de la Red Europea Natura 2000. También es un magnífico lugar para contemplar la laurisilva, el bosque subtropical típico de Canarias donde conviven árboles lauráceos con helechos, musgos y líquenes en una atmósfera húmeda y fresca.

De su fauna, además de los lagartos y geckos tan comunes en Tenerife, destaca el guincho, un águila pescadora que se encuentra en severo peligro de extinción. En Canarias sobreviven sólo seis parejas y dos de ellas han hecho de Masca su hogar.

Roque Catana, el rincón más icónico de Masca

Por su alto valor patrimonial, Masca está reconocida como conjunto histórico, Lugar de Interés Etnográfico e Histórico y Bien de Interés Cultural. El aislamiento al que está sometida esta zona hace que no cuente con grandes construcciones. Las viviendas que existen, construidas con piedras volcánicas y madera de tea, y adornadas con vistosas flores, conservan toda la autenticidad de la arquitectura canaria.

Muchas de ellas están siendo restauradas y reconvertidas en casas rurales gracias a la pujanza turística de Masca.

Otro de los encantos del lugar son los yacimientos arqueológicos y grabados rupestres que indican el asentamiento estable de los guanches en la zona del roque de Tarucho, considerado un santuario, y en el roque Catana, el sitio más icónico de Masca y por el que se le compara con la montaña peruana Huayna Picchu.

A su sombra, la vida discurre animada en un ir y venir de turistas, músicos callejeros, artesanos y agricultores locales, que se asoman a ese espléndido balcón desde el que se divisa el océano y la vecina isla de La Gomera, donde se esconde el Parque Nacional de Garajonay.