La guerra silenciosa que tu cuerpo libra cada invierno: la ciencia oculta tras el frío

Con la llegada del invierno, nuestro cuerpo activa un ejército silencioso contra el frío. Vasoconstricción, tiritonas y grasa trabajan sin descanso para mantenernos calientes y demostrar que cada escalofrío es vital para nuestra supervivencia.

Invierno
El invierno, que empezará el 21 de diciembre y durará 91 días, traerá consigo días más cortos, frío intenso y la activación de los mecanismos de defensa del cuerpo ante las bajas temperaturas.

En apenas unos días dará comienzo el invierno astronómico en España. Será el 21 de diciembre cuando a las 10:21 horas arrancará oficialmente la estación. Con él, regresan los días cortos, las bufandas y ese estremecimiento involuntario que sentimos al salir a la calle a primera hora de la mañana.

Más allá de esa sensación de incomodidad, en nuestro interior se activa una compleja batalla biológica. Cuando el termómetro baja, el cuerpo humano despliega una serie de mecanismos de defensa para mantener su temperatura estable y proteger los órganos vitales. Esta guerra silenciosa es fascinante, y la ciencia la explica paso a paso.

Cuando el frío activa las alarmas internas

El organismo humano está diseñado para funcionar alrededor de 36,5–37ºC. Cuando la temperatura ambiental cae, los sensores térmicos de la piel envían señales inmediatas al cerebro, concretamente al hipotálamo, el gran regulador térmico del cuerpo. A partir de ese momento, se entra en “modo invierno”: el organismo interpreta el frío como una amenaza potencial y arranca su protocolo de emergencia.

El objetivo principal es uno y claro: evitar que la pérdida de calor sea mayor que la capacidad de generarlo. Para ello, el cuerpo ejecuta varias estrategias que, aunque las sentimos como simples molestias, son auténticas hazañas de ingeniería biológica.

La vasoconstricción, cerrar compuertas para sobrevivir

Uno de los primeros mecanismos es la vasoconstricción, un proceso en el que los vasos sanguíneos más cercanos a la piel se estrechan para reducir la cantidad de sangre que circula por la superficie del cuerpo.

Esta reducción del flujo sanguíneo periférico resulta esencial, ya que la piel es una de las principales vías por las que el organismo puede disipar temperatura. Al limitar la circulación en las extremidades y en las zonas más expuestas, el cuerpo garantiza que la sangre caliente permanezca cerca de los órganos internos, protegiéndolos de cualquier descenso brusco.

El efecto de esta respuesta fisiológica se percibe de inmediato: las manos y los pies se enfrían con rapidez, la piel adquiere un tono más pálido y puede aparecer cierta rigidez en las articulaciones debido a la menor irrigación. Aunque incómoda, esta estrategia actúa como un cierre de compuertas biológico que permite conservar el calor allí donde es vital.

El temblor que combate el frío y genera calor

Si la temperatura continúa bajando y la vasoconstricción no es suficiente, el cuerpo pasa a medidas más drásticas: la conocida como "tiritona". Y es que tiritar no es un simple temblor nervioso. Es un mecanismo extraordinariamente eficiente para producir calor rápido.

Tiritona
Cuando tiritamos, los músculos se contraen y relajan de forma repetida e involuntaria, generando calor. Es como si miles de pequeñas estufas musculares se encendieran simultáneamente.

Este proceso puede multiplicar hasta por cinco la producción habitual de calor del cuerpo. Sin embargo, también requiere un gasto energético muy elevado, por lo que el organismo prefiere evitarlo cuando puede.

El sistema de calefacción que tu cuerpo siempre lleva puesto

En cualquier caso, no toda la grasa de nuestro cuerpo es igual. La mayoría es grasa blanca, encargada principalmente de almacenar energía, pero existe otro tipo mucho más especial: la grasa parda o grasa marrón. A diferencia de la grasa blanca, la grasa parda quema energía para producir calor, funcionando como una especie de calefacción biológica natural.

Este tejido está más presente en los bebés, que no pueden generar calor temblando con facilidad, aunque los adultos también conservamos pequeñas reservas, sobre todo en el cuello y la zona clavicular.

Cuando el cuerpo percibe frío, la grasa parda se activa para aumentar la temperatura sin necesidad de recurrir a la tiritona. Las personas con mayor cantidad de este tejido suelen resistir mejor las bajas temperaturas, queman más calorías y mantienen más estable su peso.

La hipotermia, el frío que no se ve pero hiere

Si los mecanismos biológicos fallan o la exposición al frío se prolonga más de lo que el organismo puede soportar, surge un riesgo serio: la hipotermia. Esta condición aparece cuando la temperatura corporal desciende por debajo de los 35 ºC, momento en el que las funciones vitales comienzan a ralentizarse.

El cuerpo suele manifestarlo primero con una tiritona intensa que, paradójicamente, puede desaparecer cuando la situación empeora. A ello se suma una pérdida progresiva de coordinación, una sensación creciente de somnolencia, dificultades para articular palabras y una piel que se vuelve extremadamente fría, a veces con un tono azulado.

La hipotermia puede desarrollarse incluso en climas moderados si el cuerpo está mojado o expuesto al viento, lo que acelera la pérdida de calor. En estos casos, la actuación rápida es esencial. Hay que abrigar a la persona, mantenerla seca, aislarla del viento y buscar atención médica cuanto antes para evitar complicaciones graves.

Así que cuando el invierno apriete, cada temblor y cada estremecimiento serán prueba de que nuestro organismo sigue luchando, silencioso pero implacable, para mantenernos en condiciones óptimas. .

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