No habrá vacuna contra el cambio climático

La covid-19 ha desplazado de los titulares de prensa a la crisis climática, a pesar de lo cual sus impactos son cada vez mayores, y es más urgente adoptar medidas de adaptación y mitigación. Hoy, 24 de octubre, Día Internacional contra el Cambio Climático, tenemos que tomar conciencia de esa lucha.

Tierra-mascarilla
La actual pandemia no debe de relajarnos en la lucha contra el cambio climático.

La Covid-19 ha desplazado de la primera línea informativa al cambio climático, al que empezamos a referirnos como crisis o emergencia climática antes de que la pandemia cambiara nuestras vidas. Miles de científicos de todo el mundo trabajan contrarreloj en la búsqueda de una vacuna que pueda protegernos del peligroso coronavirus. Es del mismo orden la cantidad de ellos que investigan desde hace años el clima terrestre, pero estos no van a poder crear una vacuna que detenga el cambio climático; a lo más que aspiran es a conocer cada vez mejor los mecanismos del sistema climático y su respuesta a forzamientos, entre los cuáles está una reducción drástica de nuestra huella de carbono.

Este año más que otros, la celebración, hoy 24 de octubre, del 'Día Internacional contra el Cambio Climático', debe de servir para reforzar la idea de que el mayor reto al que se enfrenta la humanidad es el citado cambio climático, al que nos resultará muy difícil adaptarnos si evoluciona según apuntan algunas proyecciones climáticas, que están en las quinielas. Es humano que ahora lo que más nos preocupe sea lo inmediato: la incidencia de la Covid-19, el miedo a enfermar y el riesgo a morir, pero si nos olvidamos del todo de la cuestión climática, relajándonos a la hora de adoptar esas pequeñas acciones que suman, nos dirigiremos irremediablemente hacia los peores escenarios.

Viviendas vulnerables
Muchos millones de personas en todo el mundo son extremadamente vulnerables a los impactos del cambio climático.

A falta de esa imposible vacuna contra el cambio climático, lo único que nos queda es la lucha contra él, cuerpo a cuerpo, adoptando cada uno las medidas a su alcance, de acuerdo a sus posibilidades y circunstancias. La ansiada vuelta a la normalidad, que teníamos antes de que la pandemia entrara en escena, debe de pasar por una reflexión profunda –tanto personal como colectiva– sobre las cosas que hacíamos antes y que eran claramente insostenibles y que ahora, con esta ventana de oportunidad que se nos ha abierto (a pesar de su elevada factura), deberíamos de empezar a cambiar.

Hablar del cambio climático ya no es hablar del futuro, sino del presente. Estamos asistiendo a un variado surtido de impactos, que nos dificultan cada vez más la adaptación a la nueva realidad climática, aparte de los costes económicos que ello conlleva, más inasumibles cada año que pasa. Cuesta trabajo entender la inacción que ha habido desde que hace más de tres décadas los científicos empezaron a advertir de la necesidad de reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero; cosa que no solo no hemos logrado, sino que las hemos aumentado a un ritmo sin precedentes.

No se puede entender la inacción desde que los científicos empezaron a advertir de la necesidad de reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero. Las hemos aumentado a un ritmo sin precedentes.

Lo que, a nivel mediático, empezó llamándose el calentamiento global, pasó luego a convertirse en el cambio climático; expresión en la que algunos se refugiaron bajo el paraguas de que se trata de uno de tantos cambios climáticos que ha habido en la Tierra, rebajando de esa manera la responsabilidad humana en el fenómeno natural. La ciencia demostró con contundencia que la subida de la temperatura experimentada en las últimas décadas en la Tierra no puede explicarse sin las emisiones de CO2 y otros gases invernadero generados por nuestras emisiones. Ante este hecho, sumado a la citada inacción, comenzó a hablarse cada vez más de una crisis y una emergencia climática. El movimiento estudiantil “Fridays for Future”, capitaneado por la joven activista Greta Thunberg, impulsó esa nueva forma de llamar al problema, y llegó la pandemia…

Activistas
Los activistas del cambio climático nos recuerdan constantemente que no hay un planeta B, lo que exige cambios profundos en nuestra sociedad, para evitar un colapso que sería catastrófico.

Cuando en lo peor de la primera ola estábamos todos confinados en nuestras casas, se empezó a debatir si una vez que pasara todo, se reforzaría o diluiría ese movimiento social que había puesto la emergencia climática en boca de todos. Han pasado varios meses desde entonces y la pandemia, que ha ido pasando como una apìsonadora por nuestras vidas, ha quitado mucha visibilidad a esa aclamación colectiva de que hay que cambiar el mundo y hacerlo con rapidez si no queremos que pase por encima de nosotros una segunda apisonadora, de consecuencias todavía más traumáticas.

La emergencia climática podría ser una segunda apisonadora, tras la pandemia, con consecuencias todavía más traumáticas.

Hoy es un buen día para que la crisis climática asome un poco a cabeza y recordemos que también tenemos que combatir el cambio climático. Todos queremos volver a la normalidad, pero deberíamos hacerlo reseteando muchas de las cosas que, hasta que llegó este annus horribilis de 2020, no se estaban haciendo bien. El calentamiento global sigue su imparable aumento, alcanzando sus impactos una magnitud cada vez mayor. Si cuando venzamos a la covid-19 con la ansiada vacuna (¡ojalá!) tomamos la firme decisión de reducir nuestra huella de carbono, no detendremos el cambio climático, pero quizás consigamos ralentizarlo, lo que nos daría un pequeño respiro.