COP25 'Emergencia Climática': una cumbre más y un año menos

La Cumbre del Clima de Madrid (COP25) acaba de finalizar y no ha cumplido con las expectativas. Se quería allanar el camino para que los países firmantes del Acuerdo de París pudieran iniciar en 2020 la acelerada descabonización que se requiere, pero no hubo acuerdo con el mercado de carbono.

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Cuando a finales de octubre, Chile se vio obligada a renunciar a ser la sede de la COP25, cediendo el testigo a España, la citada cumbre se podría haber celebrado mucho más cerca del territorio chileno, en isla Decepción, donde España tiene una de sus bases antárticas. De esta forma, el lugar de celebración ya hubiera arrojado pistas sobre el sentimiento que ha provocado hoy en muchas personas el desenlace del vigesimoquinto intento de las naciones de la Tierra, desde 1995 –año en que se celebró la primera Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, celebrada en Berlín–, por reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero a la atmósfera.

El fracaso, sin paliativos, de la COP25 era algo que se veía venir, desde bastante antes de que el pasado 2 de diciembre tuviera lugar la jornada inaugural. La cumbre inicialmente se había previsto celebrar en Brasil, pero la llegada al poder de Bolsonaro –declarado negacionista– obligó a buscar otra sede y otro país, también americano, que ejerciera la presidencia de la citada COP25, siendo Chile el elegido. Lo que no entraba dentro de las quinielas era la renuncia, in extremis, de este país, ante el estallido social ocurrido allí en octubre. La cumbre llegó de rebote a España, sabiéndose de antemano que no acudirían los mandatarios de los países que más contribuyen al calentamiento global, con China y EEUU a la cabeza y en lugar destacado (la suma del CO2 que emiten ambos se acerca al 45% de las emisiones totales).

Hastag de la COP25 hecho con cartón y ambientado en un entorno de vegetación. Crédito: Juanjo Villena.

Ciertamente, esas condiciones de contorno iniciales no invitaban al optimismo, a lo que se sumaron otro par de hechos que pusieron aún más piedras en el camino. Por un lado, días antes de iniciarse la Cumbre del Clima de Madrid, EEUU formalizó su renuncia a la firma del Acuerdo de París, y por otro, Naciones Unidas publicaba un informe que advertía que el cambio climático se está acelerando por encima de lo que se pensaba hace apenas unos pocos años, lo que obliga a los países firmantes de París a ser más ambiciosos en su descarbonización de lo que establece el famoso Acuerdo, si se quieren alcanzar los objetivos.

Los primeros días de la COP25, impulsado principalmente por España a través de Teresa Ribera –Ministra de Transición Ecológica en funciones– se empezó a pedir a las distintas delegaciones más ambición en sus futuros compromisos de reducción de emisiones. La Unión Europea, en un intento por liderar ese camino (deseable) a seguir, anunció emisiones cero para 2050, presionando de esta forma al resto de naciones para que movieran también ficha, pero entonces apareció el gran escollo de esta cumbre, y el que a la postre la ha conducido al fracaso: el mercado de carbono. La fórmula que parece justa (si un país no es capaz de reducir sus emisiones acorde a la ambición que se promulga, puedes seguir emitiendo a ese ritmo o mayor, pero pagando sus excesos a las naciones que sí que hacen los deberes), aparte de no parecérselo a los países que más gases de efecto invernadero emiten a la atmósfera, tampoco parece que vaya a ser la solución del problema.

Uno de los centenares de eventos que se han celebrado durante la COP25, en IFEMA de Madrid. Crédito: Juanjo Villena.

La COP25 queda ya atrás, lamentablemente con una parte importante de las tareas pendientes aún sin resolver. Este revés, tendrá un coste, ya que aumentará el número de personas que cuestionarán la necesidad de seguir celebrando cumbres ad aeternum para nada o casi nada. Lo cierto es que los seres humanos, ante el gigantesco reto del cambio climático, no hemos sabido inventar otra fórmula para abordarlo y tratar de buscar alguna solución, si es que la hubiera. Volviendo al principio del post, quizás merezca la pena tener como referencia el Tratado Antártico –en vigor desde el 23 de junio de 1961–, un documento ejemplar del derecho internacional, respetado por todos los países, que antepone la preservación del vasto territorio antártico a los intereses comerciales o geoestratégicos que pudiera tener cualquier país. De momento, el tiempo sigue pasando. No solo queda atrás la última cumbre del clima, también se acorta un año el precioso tiempo que nos queda para tratar de frenar el cambio climático acelerado que está en marcha.