¿Cómo la energía de un tsunami es capaz de atravesar el océano Pacífico entero? La ciencia lo explica

No se trata de simples olas gigantes: los tsunamis son impresionantes trenes de energía capaces de viajar miles de kilómetros sin perder potencia significativa. Distintas ciencias se entrelazan para explicar este fenómeno, que es tan fascinante como devastador.

Los tsunamis son uno de los fenómenos más destructivos de la naturaleza.

Cuando se produce una erupción volcánica, un deslizamiento masivo en el lecho oceánico, un terremoto submarino o un gran sismo cerca de la costa, como ocurrió recientemente con el de magnitud 8,8 que sacudió la península de Kamchatka, en Rusia, el mar responde con violencia.

Uno de los fenómenos más asombrosos y peligrosos que pueden desencadenarse en consecuencia es un tsunami. Pero, ¿cómo es posible que esta energía se desplace a través del inmenso océano Pacífico, a veces recorriendo más de 10.000 kilómetros sin perder gran parte de su fuerza?

La explicación está en la ciencia: física de ondas, dinámica de fluidos y geología submarina entrelazadas en un fenómeno con una gran capacidad destructiva. Una manifestación impresionante de cómo la energía puede moverse de manera eficiente por el planeta hasta el punto de cruzar continentes enteros.

La clave, la longitud de onda

A diferencia de las olas superficiales causadas por el viento, los tsunamis son ondas de gravedad de largo período, generadas por el desplazamiento súbito de una gran masa de agua.

Desde un punto de vista científico, un tsunami transporta energía cinética y potencial a través del océano en forma de un tren de ondas extremadamente largo.

A menudo, la longitud de onda de un tsunami puede superar los 100 kilómetros, mientras que su periodo oscila entre 10 y 60 minutos. Para hacernos una idea, las olas normales del mar rara vez tienen más de 150 metros de longitud y un periodo menor a 20 segundos.

Velocidades similares a las de un avión comercial

Esta longitud de onda tan extensa permite que un tsunami se desplace a velocidades cercanas a los 800 km/h en aguas profundas, esto es, casi tan rápido como un avión comercial.

En 2011, un terremoto de magnitud 9, seguido de un tsunami, devastó la costa noreste de Japón.

Pero aún más impresionante resulta su capacidad de atravesar todo un océano con muy poca pérdida de energía. Esto se debe, en parte, a que en mar abierto su amplitud (altura) es muy baja, a menudo menor a un metro, por lo que la fricción con el aire y con el lecho marino es mínima.

La capacidad de conservación de la energía y su baja dispersión hace que el tsunami se distribuya en una onda muy larga, que no se puede avistar fácilmente desde un barco o un satélite, pero que puede mantener su intensidad durante miles de kilómetros.

Desde el fondo a la superficie

Otro factor que contribuye es la batimetría, que es la ciencia que se encarga de medir y representar las profundidades del fondo de cuerpos de agua.

A diferencia de las olas típicas, que se ven afectadas por el viento y la superficie, los tsunamis se propagan en toda la columna de agua, desde el fondo hasta la superficie.

Esto les permite mantener su estructura incluso cuando encuentran cordilleras submarinas u otras irregularidades del lecho marino.

Cuando el tsunami se convierte en destructivo

Cuando estas ondas alcanzan finalmente la costa, su comportamiento cambia radicalmente.

Al encontrarse con aguas poco profundas, toda la energía que estaba distribuida en una gran profundidad se comprime, y la altura de la ola aumenta drásticamente.

Es en ese momento cuando el tsunami se convierte en una amenaza mortal para las poblaciones costeras. Especialmente en el caso del océano Pacífico que, por su extensión y profundidad, actúa como una autopista para este tipo de fenómenos.

De Rusia a Ecuador

Gracias a sistemas de monitoreo global, como el Pacific Tsunami Warning Center (en español, el Centro de Alertas de Tsunamis en el Pacífico), se puede calcular con gran precisión el tiempo estimado de llegada de un tsunami a distintos puntos del océano. Sin embargo, eso no disminuye su peligrosidad.

Las olas generadas por el terremoto de Kamchatka, llegaron hasta las Islas Galápagos, en Ecuador, separadas del epicentro por casi 18.000 kilómetros, aunque no produjeron daños.

No ocurrió lo mismo con las olas generadas por un gran terremoto en Chile en 1960, que llegaron a Japón en menos de 24 horas y causaron la muerte de cientos de personas.