Arcaismos y otras particularidades del lenguaje meteorológico popular: Parte I

El presente artículo es el primero de una serie de cuatro que irán apareciendo en sucesivos números de la RAM. La bibliografía del trabajo completo aparecerá al final del cuarto artículo (publicado en diciembre de 2005, recuperado en julio de 2013)

Arcaismos Y Otras Particularidades Del Lenguaje Meteorológico Popular: Parte I
Ilustr. 1. Llovizna u orbayo. Autor: Valentín Zamora. Enero de 2004. Cañón del río Arges, montañas Transfagaras, Valaquia (Rumania). Meteorológicamente hablando, la llovizna es una precipitación muy uniforme, constituida solamente por gotas de agua con un tamaño inferior a 0.5 milímetros de diámetro y que caen muy próximas unas a otras y con una velocidad de caída muy pequeña.

Parte I
José Miguel Viñas Rubio (Meteorólogo)
Fotografías: Fernando Llorente Martínez
Instituto Nacional de Meteorología
Página web personal: https://www.rumtor.com/

NOTA PRELIMINAR: El presente artículo es el primero de una serie de cuatro que irán apareciendo en sucesivos números de la RAM. La bibliografía del trabajo completo aparecerá al final del cuarto artículo (publicado en diciembre de 2005, recuperado en julio de 2013)

Palabras clave: Arcaismos, lenguaje popilar, glosario, términos meteorológicos.

Introducción

Son muchas las palabras que se emplean en castellano para designar fenómenos meteorológicos; y no me refiero únicamente al glosario de términos convencional que usamos a diario cuando hablamos del tiempo (lluvia, viento, frío, calor…), sino también a los cientos de palabras, hoy en día caídas casi en el olvido, cuyo uso ha quedado restringido exclusivamente al ámbito rural y a las personas de edad avanzada.

El objetivo del presente artículo es rescatar algunos de esos arcaísmos; es decir, aquellas palabras y expresiones populares relacionadas con la Meteorología que se remontan muy atrás en el tiempo y que han ido perdiéndose de nuestro vocabulario cotidiano. No se trata propiamente de un trabajo de investigación, sino de búsqueda y recopilación, fruto de la curiosidad del autor y de las posibilidades que ofrece hoy en día Internet como fuente de información.

Para ordenar un poco las cosas se ha optado por clasificar los arcaísmos en función de los diferentes fenómenos meteorológicos que designan; meteoros en la mayoría de los casos. Puede ocurrir que un mismo término aparezca repetido en varias categorías, ya que en algunos casos, dependiendo de las zonas donde se use, adopta uno u otro significado.

Digamos, para terminar esta breve introducción, que si bien el grueso de las palabras seleccionadas es de origen castellano (Castilla y León) y aragonés, la rigurosa climatología de otras zonas como la cantábrica queda perfectamente reflejada en el lenguaje popular de esas tierras, con una gran cantidad de localismos que merecen ser divulgados.

1. Lluvias, lloviznas y chubascos

Si algo caracteriza a las precipitaciones en forma líquida es su extraordinaria variedad, debida a las múltiples combinaciones que pueden darse entre la intensidad del meteoro y el tamaño de las gotas de agua. Aunque usemos normalmente el término genérico lluvia para calificar cualquier tipo de precipitación líquida que alcanza el suelo, lo cierto es que hay muchos tipos de lluvia y muchas formas de llover.

Esa variedad ha dado origen a una terminología singular que va mucho más allá de la clasificación estrictamente meteorológica, donde sólo se considera el trío formado por la lluvia, la llovizna y el chubasco. En nuestras conversaciones diarias encontramos una gran cantidad de sinónimos y expresiones populares del tiempo que enriquecen sobremanera el lenguaje meteorológico, en especial en lo referente a la lluvia en su acepción más amplia.

El orbayo está asociado la mayoría de las veces a la niebla, de ahí que una de las primeras definiciones que se dio de la palabra orbayar fuera: “Caer el rocio de la niebla”. En la comarca leonesa de El Bierzo llaman precisamente orbajo al rocío, mientras que en el norte de Extremadura, a la llovizna producida por la niebla que a veces queda pegada a los cerros le llaman baharina.

Esta última palabra proviene seguramente del término harinear, sinónimo de lloviznar, que se emplea en Venezuela y en algunos lugares de Andalucía. Comparar la harina con las pequeñas gotas de la llovizna bien pudo tener su origen en la época medieval, en la atmósfera que se respiraba en los molinos donde se molía el trigo y en las tahonas donde se hacía el pan, con el sempiterno polvillo blanco flotando en el ambiente e impregnándolo todo.

Al igual que el orbayo, el uso de los términos calabobos y chirimiri (o sirimiri) también está bastante extendido. La forma coloquial calabobos hace referencia a la llovizna en el sentido de que es una lluvia tan fina que uno apenas percibe su presencia hasta que al cabo de un rato comprueba que está calado hasta los huesos. La cara que se le queda a uno es de circunstancias (de bobo), de ahí la expresión.

Al calabobos le llaman en Burgos y Navarra chirimiri, si bien encontramos en el diccionario el término equivalente sirimiri (txirimiri, zirimiri...), de uso común en las tres provincias vascas. Hasta 1992, el DRAE incluía también a Navarra entre los lugares donde se usaba este vocablo, con un curioso origen onomatopéyico en las expresiones del euskera chipi-chipi, ziri-ziri y txirri-txirri, que simulan el ruido provocado por la llovizna al caer.

En Asturias llaman orpín a una llovizna más suave que el orbayo, lo que podríamos identificar con una niebla meona [lluvia meona]; es decir, aquella que sin llegar a producir precipitaciones sí que termina por hacer desprender minúsculas gotas de agua. En algunas comarcas manchegas, este tipo de niebla casi precipitante recibe el nombre de niebla chorrera.

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Ilustr. 2. Garúa. Mayo 2004. Ruta de los Volcanes, isla de La Palma, archipiélago de las Canarias. Gotículas de niebla “capturadas” por las agujas de un pino. Gracias a los vientos alisios y a la inversión de temperatura, que mantiene acumulada la nubosidad por debajo de ella, los árboles de las islas logran agua extra para poder sobrevivir.

Aunque la palabra garúa, cuyas dos acepciones son niebla y llovizna, no se use en la actualidad en nuestro país, encontramos una interesante conexión con la palabra Garoé, con la que se identifica al árbol sagrado que aparece en el escudo de la isla del Hierro. Con un diámetro de más de metro y medio, esta gigantesca y extinta especie arbórea (Ocotea Foetens) permitió a los antiguos pobladores de la isla del Hierro (los guanches) obtener agua dulce en abundancia, ya que el árbol era un captador muy eficaz de las nieblas y lloviznas.

Sin abandonar las islas Canarias, encontramos también el término chiriso, usado en algunos lugares del archipiélago para indicar la llovizna, en clara relación con el chirimiri de uso más común.

A la lluvia menuda en Sanabria (Zamora) le llaman chuvinela, y es que chuvia es la forma que emplean en muchas zonas del noroeste de la Península Ibérica para llamar a la lluvia, y de esa palabra derivan multitud de variantes para designar al llover y al lloviznar.

A la llovizna o al chubasco de poca intensidad le llaman en algunos sitios aguanina, un término equivalente a cernidillo y a bernizo [vernizo]. “Llover en bernizo” es precisamente eso: lloviznar, estar lluvisnoso como también puede expresarse. En Mallorca, la lluvia fina recibe el nombre de albaina.

No es raro encontrarnos con términos ambivalentes como aguarradilla, aguarrilla o aguarrada, que si bien en muchos sitios se identifica con una lluvia intensa y de corta duración (los típicos chaparrones del mes de abril en tierras castellanas), en otros lugares llaman así al rocío desapacible que suele ”caer” durante las mañanas de esa época del año, una lluvia fina que cae y deja de caer de modo irregular (“las aguarrillas de abril, unas ir y otras venir”, “las aguarrillas de abril caben en un barril”).

En las comarcas montañesas de Cantabria llaman cucadas a los temporales de agua y de granizo propios del mes de abril (“En abril cucadas y en marzo ventoladas”). Sin abandonar Cantabria, nos encontramos con la curiosa expresión chuvichuvi, empleada para designar a la llovizna intermitente.

En la zona de Ojeda (Palencia) a las lloviznas abrileñas reciben el nombre de aguarrerillas, mientras que al otro lado de la Cordillera Cantábrica, en algunas comarcas de Cantabria, a la lluvia muy fina y espesa, acompañada a veces de la niebla, le llaman argaya o aguarrina, si bien no es raro encontrar gente de la zona que se refiere a ella como guarrina. También en Cantabria, así como en algunos valles colindantes del norte de Burgos, al calabobos le llaman mojarrina o simplemente mojina.

Lloviznar puede expresarse también como mojarrinear, chivisnear, chivisquear, aguarrinear, murrinear o mugallear (de mugalla=llovizna). La terminación en el sufijo “ear”, a diferencia del sufijo “ar”, da idea de que el fenómeno se produce de forma repetitiva, observándose siempre un mismo patrón.

Son muchas las ocasiones en las que la lluvia es más recia, en forma de chubascos de corta duración, o por el contrario llueve débilmente pero sin tratarse de lloviznas, sino de la fase inicial de la lluvia, las primeras “cuatro gotas” o chispas (de ahí lo de chispear o chispitar), lo que se conoce también como pintear. Como veremos a continuación, no faltan en el lenguaje popular términos que se refieren específicamente a la lluvia y los chubascos.

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Ilustr. 3. Jarrear o diluviar. Agosto de 2004. Ciudad Universitaria, Madrid. El sorprendente mes de agosto de ese año nos trajo una actividad atmosférica fuera de lo común, una muestra de ello es esta fuerte precipitación que provocó el paso rápido de un frente frío.

Cuando la lluvia se muestra escasa y esquiva o nos pilla de refilón, lo más que podemos esperar es un matapolvo que apenas moja el suelo o un rujete como llaman a esas babinas (término leonés) en la cuenca minera de Teruel. La curiosa expresión aragonesa “está el día de culadas” se refiere a cuando llueve varias veces a lo largo del día, pero la lluvia es poco importante. El suelo se moja lo justo para hacerse resbaladizo.

Al aumentar el tamaño de las gotas y la intensidad de la precipitación empieza a llover con más fuerza (afinar o afinarse). El término espurniar se utiliza para describir el momento en el que puede afirmarse, con propiedad, que está lloviendo, si bien una segunda acepción lo identifica también con lloviznar.

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Ilustr. 4. Abocanar. Agosto de 2004. Las Rozas, Madrid. Tras el paso de un frente frío durante ese activo mes veraniego, se fueron abriendo claros y el sol se coló entre las nubes, en este caso estratocúmulus y altocúmulus.

La lluvia uniforme y no demasiado intensa es la que normalmente está asociada a los frentes cálidos en nuestras latitudes, mientras que los chubascos (o chubazos) y las lluvias fuertes son más propios de los frentes fríos, amén de las tormentas no frontales. Demos un breve repaso a los términos populares que describen estas lluvias en forma de chaparrón.

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Ilustr. 5. Chubasco. Autor: Francisco José Rodriguez. Julio de 2004. Coslada, Madrid. En Meteorología se hace mención a este hidrometeoro cuando se produce una precipitación de partículas líquidas o sólidas, que se caracteriza por un inicio y una finalización brusca, junto con una variación violenta y rápida de la intensidad de la caída. La cantidad de precipitación recogida resulta en la mayoría de los casos muy abundante.

La palabra chupa (variante de chapa=chaparrón) se emplea con idéntico significado. Una “chupa de agua” sería igualmente una aguazada, una batida, un batilazo, un tabusco o tabuscazo, un algarazo, una esperruchá (como diría un leonés), una rujiada, un ramalazo, una chapabosca, un chapetazo, un chapetón, un zarpazo o un charpazo; sinónimos todos ellos de chaparrón.

Para rematar esta lista de términos no nos olvidamos de la chiringa extremeña ni de la chaparrada (txaparrada) o zaparrada del País Vasco, con origen onomatopéyico en la expresión zapa-zapa, ni tampoco de las palabras aragonesas rujazo [rusazo], rujiada y andalocio [andalozio]. El uso de esta última es muy común en la Ribera Baja del Ebro. En Orante (Huesca) al chaparrón pequeño le llaman rusadeta.

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Ilustr. 6. Gorgoritos o frailes. Agosto de 2004. Ciudad Universitaria, Madrid. Según la creencia popular, mientras haya gorgoritos seguirá lloviendo con intensidad, o incluso aunque pare momentáneamente continuará haciéndolo.

La lluvia, en general, recibe nombres como llovida o borrasco. Este último término, lo mismo que la popular borrasca, tiene su origen en la palabra latina borras, que es una variante de bóreas; el viento del Norte en la Antigua Grecia, llamado también septentrión por aquello de su procedencia.

En muchas ocasiones, el viento acompaña a la lluvia. Llover bajo un intenso viento recibe nombres curiosos como zurriascar o jurriascar (similar a jarrear), ambos onomatopéyicos. Como palabras asociadas tendríamos jurriascada o jurriasca y zurriascada o zurrasquera, todas ellas de uso común en la Cantabria montañesa. Por otro lado, un argavieso o turbón [turbión] sería un aguacero acompañado de fuertes ráfagas de viento. La palabra turbión se asocia en algunos lugares al simple chubasco.

Para terminar con las lluvias, diremos que el término blandura significa eso precisamente; tiempo de lluvias o aguachoso. Relacionada con esta última palabra tendríamos el término aguacha, utilizado para describir una llovizna fría, a la que en algunos lugares del sur de España llaman rabia (por ejemplo, en Valverde de Llerena, en la provincia de Badajoz).

2. Las tormentas

Las tormentas son probablemente uno de los fenómenos meteorológicos más espectaculares que existen, debido a su naturaleza eléctrica, a los majestuosos cumulonimbus (nubes de tormenta) que las originan y a los fuertes aguaceros, granizadas y rachas de viento que a menudo les acompañan. Para todos estos elementos encontramos palabras y expresiones de uso común en diferentes zonas de España.

Resulta curioso comprobar cómo en algunos lugares a la tormenta le llaman directamente nube, o hacen uso de las variantes nublo, nublao, nubro o nubra para referirse tanto al cielo nublado como al nubarrón, nubradón o nublón que amenaza tormenta. El toque de campanas que antiguamente hacían en algunos pueblos para ahuyentar a las tormentas recibía el nombre de “tocar a nublo”.

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Ilustr. 7. Nubarrón. Junio de 2004. Madrid. En esta imagen tenemos un cumulonimbus, que es la nube de mayor desarrollo vertical. Su aspecto es inconfundible, es una nube potente y densa, muy alta, con la base muy oscura, a poca altura, pero en cambio la totalidad de su cima o por lo menos una parte de ella es alisada, fibrosa y aplastada, de color blanquecino y que se extiende a modo de penacho; es el yunque característico de estas nubes -poco desarrollado en ésta-. Están constituidos por gotitas de agua, cristalitos de hielo, gotas de lluvia y en la mayoría de los casos por copos de nieve y granizo, dependiendo de la altura que alcance la nube.

Los términos aparatarse y azorrarse significan eso mismo, ponerse el cielo de tormenta, con mal aspecto, lo que en algunos lugares llaman ceño. Ese cielo cada vez más oscuro y precursor de la tormenta recibe nombres como oscurina o fosco (aplicable también fuera del ámbito meteorológico).

Ciñéndonos al lenguaje poético, la tormenta, lo mismo que la borrasca, recibe el nombre de procela, de ahí que el adjetivo proceloso tome el significado de tormentoso, borrascoso o tempestuoso. Menos poético pero igualmente bello es el localismo turolense turumbesca, con el que se identifica a la tormenta seca.

En algunas localidades de la zona del Alto Tajo, como Molina de Aragón (Guadalajara) o Calamocha (Teruel), encontramos un término verdaderamente singular para identificar a la nube de tormenta: el cura corbatón; mientras que por tierras leonesas el término empleado es garatuxa.

El rayo, identificado no pocas veces con el relámpago, adopta nombres como exhalación [salación], allustro o fusilazo [fucilazo], refiriéndose este último término al relámpago sin ruido que ilumina la atmósfera en el horizonte nocturno. En el País Vasco, al rayo le llaman tximist y, al igual que ocurría con el término txirimiri y con muchas otras palabras del euskera, tiene un origen onomatopéyico, imitando en este caso el sonido de la descarga eléctrica o garrampazo (calambrazo).

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Ilustr. 8. Culebrinas o culebrillas. Autor: Alberto Lunas Arias. Cercedilla, Madrid. Esta fotografía recoge a la perfección esas ramificaciones, otorgando a este rayo un parecido asombroso con las varillas de un paraguas.

El chasquido del trueno, llamado también tronido o tronada, es una consecuencia directa del brutal calentamiento al que se ve sometido el aire al paso del rayo, con temperaturas que alcanzan los 50.000 ºC. El proceso es tan rápido que al aire no le da tiempo de expandirse, rompiéndose literalmente las moléculas gaseosas y generándose una gigantesca onda de presión, cuyo sonido resulta desgarrador en las cercanías del rayo.

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Ilustr. 9. Chiscantazo o escacharrante. Autor: Alberto Lunas Arias. Cercedilla, Madrid. El rayo tiene el aspecto de un árbol luminoso, con un tronco central del que parten diversas ramificaciones. Suele extenderse algunos centenares de metros y a veces kilómetros. Está constituido por varias descargas que recorren el mismo camino y que debido a su cortísima duración dan la sensación de ser una sola. La descarga eléctrica se puede producir en el interior de la nube de tormenta o entre nubes próximas (relámpago laminar), y entre la nube y el suelo (rayo). Su origen está en una gran diferencia de potencial entre dos zonas (nube-nube o nube-tierra) con distinta carga eléctrica.

Las tormentas más intensas suelen dar lugar a granizadas o pedregadas. La pedra (piedra) es el granizo, siendo bastante común identificarle con el pedrisco, al que en los Ancares leoneses llaman también pedrizo, pedriz, pedraz o pedrazo. El pedrisco sería un granizo grueso (diámetro mayor de 5 mm) o una piedra de hielo con forma no necesariamente esférica.

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Ilustr. 10. Pedrisco. Autor: José Antonio Quirantes. Julio de 2004, La Alcarria, Guadalajara. El granizo se produce cuando la precipitación es en forma de partículas de hielo más o menos redondeadas, las de mayor tamaño reciben el nombre de pedrisco. Este hidrometeoro suele ser esférico y si lo cortamos veremos que está constituido por un núcleo de hielo envuelto por una serie de capas concéntricas similar a una cebolla; su formación requiere de mucho tiempo de residencia dentro de la nube.

Las granizadas en Cantabria reciben el nombre de graniceras, tal y como pone de manifiesto el siguiente dicho popular cántabro: “Las graniceras de abril son muy malas de encubrir”. Una de las acepciones del término marzá es también la de granizada, aunque su uso más común es el que se refiere a los fuertes vientos y a los chubascos intermitentes típicos del mes de marzo (marciadas).

En Álava, al granizo le llaman cascarrina (una granizada sería una cascarrinada), un término adaptado de la palabra vasca kaskabar (granizo), con origen onomatopéyico en la expresión kask-kask, que en este caso nos recuerda el ruido que hacen los granizos al impactar y rebotar contra el suelo.

Continuará

Esta entrada se publicó en Reportajes en 29 Jul 2013 por Francisco Martín León