Arcaísmos y otras particularidades del lenguaje meteorológico popular: Parte II
La niebla es un hidrometeoro silencioso que a menudo nos pilla por sorpresa cuando nos levantamos por la mañana, en los lugares de costa, caminando por la montaña o viajando por carretera.
Artículo de marzo de 2009, recuperado en julio de 2013.
Parte II
José Miguel Viñas Rubio (Meteorólogo)
Fotografías: Fernando Llorente Martínez (Instituto Nacional de Meteorología)
Página web personal: https://www.rumtor.com
3. Nieblas, neblinas y rocíos mañaneros
La niebla es un hidrometeoro silencioso que a menudo nos pilla por sorpresa cuando nos levantamos por la mañana, en los lugares de costa, caminando por la montaña o viajando por carretera. Los grandes bancos de niebla en nuestro país se forman durante el invierno en las dos Mesetas y en los grandes valles del interior (Ebro, Guadalquivir…). Son las llamadas nieblas de radiación.
Aparte de estas nieblas, tenemos las de advección, que se forman en diferentes épocas del año frente a nuestras costas, y que empujadas por el viento cubren amplias zonas de la franja litoral. Son típicas las de principios de la primavera en la costa mediterránea o las del verano en las Rías Bajas Gallegas, provocadas por las frías aguas que bañan esas costas.
La niebla, lo mismo que la lluvia, con independencia de cuál sea su origen, puede clasificarse en función de su intensidad. Los observadores meteorológicos establecen tres grados: niebla débil, cuando el alcance visual está comprendido entre los 500 y los 1.000 metros; niebla moderada, para distancias comprendidas entre los 50 y los 500 metros, y niebla densa, cuando la visibilidad es inferior a los 50 metros, lo que a nivel popular se entiende como una niebla espesa que se puede “cortar a cuchillo”.
En la Cornisa Cantábrica, los numerosos valles interiores se convierten en auténticos “atrapanieblas”, donde muchos días al año se alcanzan las condiciones necesarias de saturación del aire. La humedad procedente del Cantábrico llega hasta allí en forma de lluvia o penetra directamente a través de los intrincados valles fluviales hasta quedar atrapada en las frías umbrías del interior.
Las nieblas y neblinas no sólo se manifiestan en el verdor del paisaje y la elevada humedad, sino también en el carácter de la gente. Cuando la niebla es persistente y espesa perdemos rápidamente la noción del tiempo y del espacio. La niebla crea a nuestro alrededor una atmósfera opresora y de aislamiento que termina por contagiarnos un estado depresivo, tanto más agudo cuanto mayor sea la frecuencia del fenómeno.
En las zonas de España donde la niebla es más frecuente encontramos un gran número de términos que hacen referencia a la misma. Así, por ejemplo, en los Ancares se refieren a ella como nebra o niebra, usando para la neblina los términos nebría y nebrina. Cerca de allí, en tierras maragatas, a la niebla le llaman niubrina, paparrona o papona, mientras que en otras comarcas leonesas y en Asturias se emplea el término nublina.
En el Oriente de Asturias y en el Occidente de Cantabria llaman boriza a la niebla o bruma marítima. Sin abandonar el Cantábrico, a la niebla fría y muy húmeda que empapa todos los objetos que toca se le llama borrina, con diferentes variantes asturianas en las palabras borrín y burriana [gurriana]. De la misma raíz latina procede el término burina, con el que llaman a la niebla en la Ribera Baja del Ebro.
Bajo una situación de Norte en el Cantábrico, las nubes van cubriendo las cimas de las montañas, a la vez que el viento despeja los cielos en los valles. La niebla pegada a las cumbres recibe el nombre de bardera. La terminología meteorológica oficial se refiere a ella como nube en toca. La toca es una tela con la que antiguamente las mujeres se cubrían la cabeza, de donde procede también la palabra tocado.
Volviendo a esas nubes “agarradas” a las montañas, en muchos dichos populares se emplean los términos boina, chapela o montera. Lo que visto desde el valle es una nube, sobre el terreno es una niebla (nube baja), llamada en algunos lugares de España ceja. Este término es similar a cejo, aunque en este caso se refiere a la niebla o neblina que se forma sobre los rios y arroyos de madrugada y que levanta al salir el sol. Una variante de cejo sería la palabra cello, con la que se refieren a la neblina en algunas comarcas aragonesas.
Menos conocido es el localismo vasco gangarabia, que sería el continuo humear de los ríos o pantanos cuando hace mucho frío. Ese ambiente brumoso típico del invierno recibe el curioso nombre de embarañado en Salamanca, mientras que en Asturias llaman cainada a las brumas y nieblas, sobre todo cuando son duraderas y de origen marítimo.
En el otro extremo de la Península Ibérica, en la zona del Estrecho de Gibraltar, las nieblas muy persistentes y espesas que reducen casi a cero la visibilidad se conocen como taró [tarol]. Esas nieblas se forman principalmente durante el verano y a principios del otoño y son provocadas por las entradas de vientos secos del sur que evaporan muy eficazmente el agua de la superficie marina (agua fría de procedencia atlántica).
La niebla baja, espesa y muy fría recibe curiosos nombres como dorondón (Aragón), calambrón, calabrón o cambriza, si bien en muchos lugares utilizan estas palabras para referirse a la escarcha (véase el apartado 4). En el interior de Cantabria llaman macazón a la niebla baja cerrada, no generalizada, lo que identificaríamos con el típico banco de niebla que afecta sólo a una pequeña zona.
En el Serrablo (Alto Aragón) llaman boirón al nubarrón y boira preta a la niebla. Cuando la niebla es alta y cubre el cielo se refieren a ella como boira encelada. La palabra boira, que en Cataluña significa niebla, en el Pirineo Aragonés se identifica más con nube (boiras).
Aneblar sería cubrirse de niebla, de la misma forma que anublar es nublarse o cubrirse de nubes. Las gentes del mar usan a menudo el término abrumarse para indicar que el horizonte está cubierto de bruma. Cuando son nubes y no brumas lo que cubre el horizonte se emplean las palabras arrumar y arrumazón.
Para terminar con las nieblas, indicar que el término caliginoso toma el significado de brumoso, neblinoso, nublado, sombrío, oscuro…, mientras que caligino suele usarse específicamente para identificar la niebla u oscuridad: “noches caliginosas”, “sombras caliginosas” (expresión muy literaria esta última).
El lenguaje popular relaciona a menudo el fenómeno del rocío con las nieblas, lloviznas y escarchas. Esas pequeñas gotitas son el resultado de la condensación del vapor de agua de la atmósfera sobre la superficie terrestre, en especial sobre las hojas de las plantas, y no el de la deposición de gotitas de niebla ni el de la precipitación en forma de lluvia fina. En algunas comarcas de Cantabria, la acción de formarse el rocío (rociar), recibe el nombre de rosar.
El término marea, aparte del conocido efecto de la influencia del Sol y la Luna sobre el nivel del mar, presenta diferentes acepciones meteorológicas como llovizna, rocío, brisa suave, fresca y fría o un simple cambio de tiempo atmosférico (Las Hurdes). De él deriva la palabra maresía, que encontramos definida como rocío procedente del mar. En las zonas costeras, el aire contiene un alto contenido de humedad salada, de origen marítimo, que moja todos los objetos y acelera el fenómeno de la corrosión metálica.
Palabras como aguada, aguarera, aguareda, aguazón, rociada o ruciera son sinónimos de rocío. En algunas zonas (Cataluña, Asturias, Cantabria) al rocío se le llama rosada, aunque en esos y en otros lugares (Navarra, Teruel) el término toma también el significado de escarcha, y es que a veces, una vez formado el rocío de la noche, la llegada (advección) de una masa de aire fría y heladora congela las pequeñas gotitas y da lugar a lo que se conoce como rocío blanco o congelado, que fácilmente se confunde con el fenómeno de la escarcha.
En el Serrablo llaman babada, aparte del rocío en sí, a la capa húmeda y muy resbaladiza que se forma sobre las piedras y el terreno. En diferentes comarcas de Aragón lo emplean para referirse al barro que se forma en el campo a consecuencia del deshielo. En algunos lugares de Castilla y León se emplea el término babaza cuando el rocío es muy abundante sobre los prados y las plantas.
Al hilo de esto último, el término roción puede llevarnos a engaño, ya que no se trata de una rociada abundante (o aguarrujo), sino de la salpicadura copiosa y violenta de agua de mar, producida por el choque de las olas contra un obstáculo cualquiera, si bien el fuerte viento puede ser el causante de los rociones. El roción ligero recibe el curioso nombre de salsero.
4. Tiempo invernal: El frío, la nieve y las heladas
El frío, en cualquiera de sus manifestaciones, es la principal seña de identidad del invierno en España. Si bien la nieve, dependiendo de los años, es más o menos abundante, las heladas nunca faltan a su cita con el calendario, acompañadas muchas veces del fenómeno de la escarcha y de sus numerosas variantes. Para todas ellas encontramos un extenso vocabulario que pasamos a comentar.
El tiempo frío, propio del invierno, se conoce en algunos lugares como envernizo o envernía. Ambas palabras proceden del latín hibernus (invierno), lo mismo que hibernizo, que significa perteneciente o relativo al invierno. En los Ancares, una tierra de clima riguroso, se emplean los localismos enverno (invierno) y envernada (invernada).
En la provincia de Valladolid, para referirse al frío muy intenso y al tiempo de heladas se usa mucho el término friura. Por otro lado, el friusco sería el tipo de tiempo frío que anuncia la friura. La friura recibe también el nombre de gafura. El “tiempo de gafura” sería un tiempo de frío muy intenso y seco. Otras variantes son cochura, friaco, friolada, friuco o friín.
Aparte de frío intenso, en la comarca cántabra de Campoo llaman también friura a nevar menudo, en polvillo, lo cual tiene su lógica, ya que cuanto más frío esté el aire, menos humedad contendrá y más pequeños serán los copos de nieve, adquiriendo el aspecto de pequeñas motas de polvo blanco, similares a la caspa.
El término helón se aplica al aire helador, mientras que palabras como rus, bris [gris], rasca, biruji o escuchicín sirven para expresar una misma cosa, el frío intenso y penetrante que experimentamos al salir de casa durante los días más fríos y ventosos del invierno. Expresiones como “pelarse de frío” o “¡hace un frío que pela!” son también de uso común, mientras que en Canarias encontramos una curiosa variante en la palabra pelete. En Cantabria, se emplea el término tirrio para referirse al ambiente gélido, mientras que arriciarse toma el significado de helarse, congelarse, morirse de frío, estar aterido…
Términos como recozer (hacer mucho frío), chelera (suelo cubierto de hielo), chelau (helado de frío) o chelada (helada) se emplean en diferentes zonas de Aragón. En Asturias, al hielo que se forma en los charcos o suelos húmedos, y que es muy resbaladizo, le llaman llaz. Helarse el suelo o el agua se llama en otros lugares encarabanarse, un término de la misma familia que el popular carámbano.
Esas estalactitas de hielo que cuelgan de los aleros de los tejados reciben nombres de lo más curiosos, como chapiteles, chipiletes, pinganiles, candelizos, calambrizos, rencellos, chupones o chupadores. En el interior de Cantabria al carámbano le llaman cangalitu o cirriu y en el Valle del Roncal (Navarra) churro (variante de chuzo), pero quizás la palabra más sorprendente sea la de calamoco, que literalmente significa “moco que cae”. Esta palabra es la traducción al castellano de la de origen vasco txintxorro [chinchorro].
Siguiendo con las heladas, el término pelona se usa para describir una helada fuerte, lo que seguramente tiene su razón de ser en los pequeños filamentos de hielo (pelillos) que forma la escarcha cuando la humedad del aire es elevada. En Valverde de Llerena (Badajoz) a la helada invernal le llaman pelua.
Si hay un tipo de helada que teme la gente del campo esa es la helada negra, que debe su nombre a la tonalidad negruzca que adquieren las hojas y los tallos de las plantas, a consecuencia de las quemaduras producidas el hielo. Estas heladas severas son las típicas que acompañan a la entrada de una masa de aire muy frío y seco, de origen polar continental, sobre la Península.
No hay que confundir la helada negra con el peligroso hielo negro que a veces se forma sobre las carreteras. En este caso, se trata de placas de hielo delgadas y transparentes, formadas normalmente por la compactación de la nieve sobre el piso al paso de los vehículos, que permiten ver el asfalto bajo ellas (de ahí lo de negro) y que suponen un gran peligro para la conducción.
En ocasiones, y como resultado de una lluvia engelante (aquella que tiene lugar en un tramo de atmósfera en el que la temperatura es inferior a 0º C), se forma también una costra de hielo muy duro y resbaladizo sobre el terreno, que entre los montañeros recibe el nombre francés de verglas, lo que podríamos traducir como “cristal de hielo”. No es raro identificar también con ese nombre a las placas de las carreteras a las que antes hacíamos referencia.
Calambriza es el nombre que recibe la escarcha en algunas zonas de Asturias. En Salamanca usan la variante escambriza. En León, la calambriza se identifica con el fenómeno de la cencellada, cencella o cenceñada; fenómeno meteorológico que en contra de la creencia popular no es equivalente a la escarcha y sólo aparece cuando hay niebla y hiela.
La escarcha tenue recibe, según las zonas, nombres como carama, carajada o cambriza. La palabra carama es usada por la gente de Burgos, si bien en la Montaña de Cantabria también se emplea para referirse a la escarcha que aparece sobre las flores y las hojas de los árboles. Para el escritor vallisoletano Miguel Delibes no es sinónimo de escarcha sino de cencella. La carama vendría originada por una niebla meona cuando la temperatura baja por debajo de 0 ºC. Las gotitas de niebla pasan a estar en estado de subfusión y cristalizan al entrar en contacto con cualquier objeto.
Para las gentes de Valladolid, la carama es menos intensa y fría que la cencella, siendo esta última una mezcla de viento frío y copos de nieve cristalizados (lo que antes llamábamos friura). El DRAE identifica ambos términos con la escarcha y el rocío, cuando es obvio que la cencella o carama nada tienen que ver con ellos. Lo evidente es que ni una cosa ni la otra tienen semejanza alguna con la nieve, aunque el paisaje blanqueado por el meteoro pueda llevarnos a engaño.
Las precipitaciones nivosas, lo mismo que ocurría con la lluvia, son muy variadas y no siempre dan lugar a la típica nevada, viniendo muchas veces acompañadas de viento. Aparte de esto, el tamaño y la forma de los copos también son muy variables, en función de cuál sea el contenido de humedad y la temperatura de la masa de aire.
Como todos sabemos, la terrible ventisca es el resultado de nevar a la vez que sopla un fuerte viento. Encontramos palabras equivalentes como cellisca, nevasca o gurrufada (Salamanca). El uso del término cellisca es el más extendido y se aplica cuando cae la nieve mezclada con agua (aguanieve, también llamada rebalda) y sopla un viento fuerte. Su contacto sobre la piel provoca graves quemaduras.
En Cantabria usan las palabras jullisca y cellerisca como sinónimos de cellisca, y también emplean julliscar [jullisquear] y celliscar [cellisquear] para referirse a la acción de caer agua y nieve muy menudas, empujadas por el viento. La palabra capuriar toma el significado de caer aguanieve (capuriau).
No hay que confundir el término ventiscar (bentisquiar en su variante altoaragonesa) con el de neviscar [nevusquear, nevusquiar]. La nevisca es una nevada breve de copos pequeños que a menudo caen de forma intermitente. En algunas comarcas de León (Babia, Maragatería) a la nieve muy fina le llaman falisca. En otras zonas se emplea la variante falispa para describir el momento en el que empieza a nevar o también una ráfaga de nieve.
En Cantabria, una jaluspada [jaluspiada] o jaliscauca es una nevada pequeña, en referencia al jalopo (variante de falispa) con el que allí designan al copo de nieve, mientras que pubisar [pubisiar] sería nevar suavemente, lo mismo que jarascá [zarascá], si bien este último término cántabro tiene como segunda acepción la caída pequeña de granizo.
Los copitos de nieve reciben nombres como raspinas, falispos o bolisas. El copo de nieve, en general, se llama falapo [farapo] o ampo. En ocasiones, lo que cae del cielo no son copos de nieve, sino pequeños gránulos de hielo blanco y opaco de pequeño diámetro (inferior al milímetro). Es lo que se conoce en Meteorología como cinarra.
Si en el apartado 1 comentábamos la curiosa relación que se establecía entre la harina y la llovizna, con la nieve ocurre algo parecido. De ello da fe el dicho popular cacereño “Santa Catalina nos trae harina”, que hace referencia a las nevadas que suelen acontecer hacia finales de noviembre en las montañas del norte de Extremadura (Santa Catalina se celebra el día 25 de dicho mes).
Hablar de una nevarada o de un nebasco es hablar de una nevada. Si la nevada es copiosa nos referimos a ella como un nevazo [nebazo], un nevadón [nevatón], un tasco o una gurrumbada (Cantabria), si bien esta última palabra se usa también para referirse a la tromba de agua o granizo. La expresión paquete o paquetón también se utiliza entre los esquiadores, aunque referida al espesor final que alcance la nieve sobre el suelo. En algunas zonas del norte de la Península (Burgos, Cantabria) llaman trapear [trapiar] a nevar copos de gran tamaño.
En muchas ocasiones, la nieve no llega a cuajar en el suelo (farraspina) o apenas tiñe el suelo de blanco (nevuscarda), formando a lo sumo una capa muy fina (pelusada o pelusilla). En el Pirineo Aragonés llaman aterreñarse a fundirse la nieve en algunas zonas del monte, apareciendo de nuevo el suelo limpio.
A la nieve seca se le llama fallusca, mientras que la húmeda recibe nombres como chapina o chaguaza, una nieve pastosa y pegajosa (falliscosa) similar a la que se forma en el manto de nieve con el paso del tiempo, al subir la temperatura o llover encima. Palabras como farzada, farrapera o zarzada dan cuenta de esa mezcla de agua y nieve en las calles. En la Montaña de Cantabria, al charco de agua que queda retenido por la nieve se le llama jaraiz, una palabra que deriva de xaraiz o xafariz (pequeño estanque, lagar), que sería la única palabra de origen árabe en el vocabulario meteorológico popular cántabro.
Sin abandonar esa zona de Cantabria, allí se refieren a una debilada como el espacio despejado de nieve en un terreno nevado o aquel lugar donde, debido al viento, quedó una placa muy delgada de nieve. La palabra terrar significa comenzar a descubrirse la nieve en un terreno nevado, mientras que tarreñar sería derretirse la nieve.
Para concluir este apartado, añadiremos varios términos que hacen referencia a los neveros; es decir, a la nieve que se amontona en los ventisqueros. En Aragón adoptan nombres como cuniestra [cuñestra] conchesta y chinarra (no confundir con cinarra). La costra de nieve endurecida que se forma durante las ventiscas recibe el nombre de toscón, mientras que un cantrelo sería la nieve helada en forma de bola o canto rodado.
Tal y como hemos visto en este apartado, el interior de Cantabria es una zona rica en términos referidos a la nieve. Allí nos encontramos con palabras como sotrabe [trabe], tresecha, tresechón, cembada o caravón, para designar también al nevero, algo parecido al cimbre [cimbriu] que sería el montón de nieve en forma de loma que se acumula sobre el terreno. Por último, los eneros [enerus] serían los neveros que se forman en las partes hondas de las montañas.
Continuará