La peor sequía en mil años

Como es bien sabido la sequía en España se ha manifestado siempre con mayor o menor frecuencia, desde la última edad glacial, hace aproximadamente unos 10.000 años, como uno de los aspectos más significativos y calamitosos de nuestro clima, la que hasta este otoño se ha mantenido en la mitad meridional de la Península

Gráfica 1. Variación del índice quincenal de la pluviosidad en la mitad meridional de la España peninsular
Gráfica 1. Variación del índice quincenal de la pluviosidad en la mitad meridional de la España peninsular, con respecto al valor medio correspondiente al periodo de comparación 1901-1930.

Inocencio Font Tullot, In Memoriam
Meteorólogo y climatólogo, Ex director del Servicio Meteorológico Nacional

Artículo de junio de 2003. Recuperado en febrero de 2012

Nota de la RAM. Este trabajo lo hemos recibido recientemente de manos del autor, aunque fue escrito a finales de los años 90. Las referencias temporales hay que tomarlas en su justa medida.

Aunque, como es bien sabido la sequía en España se ha manifestado siempre con mayor o menor frecuencia, desde la última edad glacial, hace aproximadamente unos 10.000 años, como uno de los aspectos más significativos y calamitosos de nuestro clima, la que hasta este otoño se ha mantenido en la mitad meridional de la Península, merece ser considerada tanto por su severidad como por su duración, no como una más entre las muchas sequías registradas en este siglo, sino como un, acontecimiento climático de trascendental importancia, aparentemente sin parangón con las sequías registradas durante los últimos mil años en la región considerada.

Naturalmente, para la evaluación objetiva de las sequías del pasado se precisa disponer de medidas pluviométricas fidedignas y suficientes. En España, aunque las observaciones meteorológicas mediante instrumentos se iniciaron en Madrid en 1737, las pluviométricas no lo hicieron hasta finales del siglo XVIII. Desgraciadamente, debido a diversas vicisitudes, incluido el vandalismo de las tropas napoleónicas, la mayor parte de los archivos de datos fueron destruidos o extraviados, por lo que sólo disponemos de dos series de datos pluviométricos que superen los 150 años, iniciadas a principios del XIX en Madrid y en: San Fernando. A partir de 1850 las series son más numerosas y después de 1865 corresponden a la mayoría de las capitales de provincia. Para épocas anteriores hay que recurrir a la información documental escrita, contenida en los archivos históricos, en la que se dan noticias concretas meteorológicas o que contienen relatos más generales del tiempo atmosférico dominante en años o estaciones determinadas, así como informes sobre señalados acontecimientos tales como inundaciones, sequías, temporales, nevadas, etc. En España estas fuentes son prácticamente inagotables y se encuentran principalmente, en archivos eclesiásticos y municipales. Entre las noticias eclesiásticas destacan las rogativas. No sabemos a ciencia cierta cuando se inician estas prácticas religiosas; al parecer se remontan al siglo V, siendo ya frecuentes en la Edad Media. Además, de estos actos de piedad puede deducirse, según su categoría la magnitud e importancia del acontecimiento que los motivo; había una amplia gama de ceremonias, desde las simples preces a los novenarios de misas, pasando por las rogativas a determinadas advocaciones y a las procesiones.

La gráfica 1 muestra la variación del índice pluviométrico quinquenal en la mitad meridional de la España peninsular, a partir del año hidrológico 1875 (76), entendiendo por año hidrológico, los doce meses comprendidos entre el 1 de septiembre y el 3l de agosto del año siguiente. El índice quinquenal viene determinado por la media de los cinco índices anuales correspondientes, obtenidos de los promedios de las cantidades anuales de precipitación medidas en las únicas seis estaciones situadas en el área considerada que disponen de series de observaciones suficientemente largas: Madrid, Badajoz, Valencia, Murcia, Sevilla y San Fernando.

Gráfica 2. Variación del índice quincenal de la pluviosidad en la mitad meridional de la España peninsular
Gráfica 2. Variación del índice quincenal de la pluviosidad en la mitad meridional de la España peninsular, durante los quince años hidrológicos 1980 (81)- 1994(95).

El mínimo absoluto corresponde al último lustro, al que le sigue el antepenúltimo, cuyos valores extremadamente bajos hacen del periodo de quince años 1980(81) - 1994(95), el más seco de los últimos 120 años.

Si extendemos el análisis al resto del siglo XIX, aunque la insuficiencia de datos y falta de continuidad de la mayoría de las series con anterioridad a 1875 no permite prolongar la gráfica, su consideración conjuntamente con la información documental disponible, demuestra que el lustro más seco de todo el XIX corresponde precisamente al primero de la gráfica, notablemente menos seco que los últimos y antepenúltimo.

Respecto a los ocho siglos, del XVIII al XI, que completan el milenio paradójicamente ha sido el XVIII donde más laboriosa ha resultado la recopilación de datos, ya que para los siete siglos restantes hemos podido disponer de la invalorable documentación relativa a noticias meteorológicas históricas recopiladas por el historiador J. Mº Fontana Tarrats (1911-1984) a cuya labor, ya jubilado, dedico los últimos años de su vida con entusiasmo, clarividencia y capacidad de trabajo realmente excepcionales, sin recibir compensación ni ayuda material de ningún tipo animado únicamente por su insaciable curiosidad humanística y por su acendrado patriotismo.

El análisis exhaustivo y reiterativo de los datos disponibles nos ha llevado a la conclusión antes anunciada de que la actual sequía es la más severa de todas las registradas en la mitad meridional de la España peninsular desde hace al menos mil años. Naturalmente, tan audaz afirmación tiene que estar respaldada por consideraciones suficientemente convincentes. La más evidente es que de haberse dado en la región considerada una situación pluviométrica similar a de los tres últimos lustros, en el transcurso de los ocho siglos XI - XVIII, sus consecuencias en hambrunas, desolaciones y emigraciones hubiesen sido de tal magnitud para que superasen con creces a aquellas ocasionadas por las sequías más adversas que hemos podido detectar en la documentación examinada. No obstante, para dar más fuerzas a nuestra aseveración resumimos a continuación las consideraciones más significativas correspondientes a cada siglo:

Siglo XVIII. Es sólo dentro del periodo 1749 - 1753 donde hemos observado sequías de severidad comparable con las más severas del siglo XX, las cuales aunque afectaron, prácticamente a toda la España peninsular, mostraron una clara preferencia por su mitad septentrional sobre la mitad meridional. Así vemos como en 1752, mientras llegó a secarse el río Tormes, las riadas e inundaciones fueron, por el contrario, frecuentes en la cuenca del Guadalquivir.

Siglos XVII y XVI. Comprenden esencialmente la llamada Pequeña Edad Glacial, caracterizada, no solo por los intensos fríos invernales sino también por la acusada variabilidad climática en la que frecuentes y severas sequías, relativamente de corta duración y muy irregularmente repartidas en el tiempo y en el espacio alternaron con periodos de lluvias ocasionalmente torrenciales. Las sequías fueran especialmente frecuentes en los periodos 1620 -1625 y 1530 –1550, destacando, por contraste, dentro del segundo los desbordamientos del Guadalquivir, de los años 1544 y 1545. En el XVI destacan por lo insólito las sequías; que afectaron a la España verde en los periodos 1572 -1578 y 1595 - 1598.

Siglo XV. Se caracteriza por haber sido posiblemente el siglo con menos sequías de todo el milenio. Tanto es así que durante la Conquista de Granada la guerra prácticamente solo podía hacerse en verano, dada la frecuencia de los temporales, inundaciones y repentinas avenidas durante el semestre invernal.

Siglo XIV. Aunque no tan favorables como el XV, las sequías notables fueron poco frecuentes y afectaron sobre todo a la mitad norte de la Península de las que no se libró la España verde.

Siglos XIII y XII. Quedan dentro del periodo climático más favorable del milenio conocido como Episodio Cálido Bajomediaval, caracterizado por su suavidad y pluviosidad relativamente alta. Las sequías importantes quedaron prácticamente confinadas a la mitad norte. Las buenas condiciones de la mitad sur se refleja en la abundancia de pastos de invierno que favorecieron el desarrollo de la ganadería, la trashumancia, lo que condujo a la fundación de la "Mesta" en 1273 bajo el patrocinio de Alfonso X en Sabio.

Siglo XI. De este siglo de transición del adverso Episodio Frío Altomediaval al óptimo periodo Climático mencionado, carecemos prácticamente de noticias dado que la mitad sur de la Península estaba toda bajo dominio musulmán. No obstante, de haberse presentado alguna sequía de severidad comparable a la actual, sus consecuencias desastrosas en el Califato de Córdoba o en el Reino Taifa de Sevilla que le sucedió, habría sido de tal magnitud para dejar huellas perennes en las memorias de las gentes.

El hecho de que la sequía que ha venido sufriendo la mitad sur de la España peninsular sea la más importante de las que ha experimentado en este, milenio no excluye, ni mucho menos, la posibilidad de que con anterioridad haya sufrido otras no solo equiparables, sino incluso notablemente más severas, como así lo evidencia la escasa documentación disponible complementada para tiempos más antiguos con datos deducidos de fuentes indirectas tales como los análisis polínicos. Seguramente, las severas condiciones de la sequía actual fueron equiparadas o superadas por las que caracterizaron a algunas de las numerosas sequías habidas durante el Episodio Frío Altomedíeval; aparentemente, a mediados del siglo VIII, la sequía se mantuvo, aunque con intermitencias durante 30 años. No deja de ser significativo que la noticia meteorológica más antigua que nos ha llegado a través del geógrafo romano Diodoro Sículo, se refiere a una terrible sequía que hacía el año 20 - 30 a.d. Cristo despobló España.

Ante el carácter excepcional de la actual sequía, y de sus consecuencias adversas en el bienestar y prosperidad de las personas afectadas, no es de extrañar el alborozo con que las recientes, aunque tardías, lluvias otoñales han sido recibidas por toda la población, deseosa de ver en ellas el final de la pesadilla. Desgraciadamente, aun en el supuesto de que el actual año hidrológico resultase extraordinariamente lluvioso, sería ilusorio ver en el una prueba inequívoca del final de la sequía. Si nos fijamos en la gráfica 2, donde se muestra la variación del índice anual de pluviosidad correspondiente a los últimos 15 años hidrológicos, veremos que después de 9 años predominantemente secos aparece el año 1.989(90), ante cuya alta pluviosidad nadie podía haber pensado que lo peor estaba por venir. Lo que califica de seco, al conjunto de los tres últimos lustros es que de 15 años comprendidos, solo 3 pueden considerarse como lluviosos. La sequía que ha venido padeciendo la mitad sur de la España peninsular podrá darse como finalizada cuando le siga un periodo de análoga duración en que los años lluviosos superen con creces a los secos, lo cual es imposible de predecir.

A pesar de lo insólito de dicha sequía, no podemos tomarla como una evidencia de que estemos ante un “cambio climático” similar a los habidos en tiempos pretéritos, sino más bien como uno de los acontecimientos meteorológicos más extraordinarios entre los muchos realmente excepcionales que desde mediados de este siglo se vienen registrando en los más diversos lugares del planeta. Acontecimientos que conjuntamente con el calentamiento que a nivel global está experimentando la atmósfera - consecuencia del aumento en la concentración de gases de efecto invernadero, ocasionado por las actividades humanas - hace temer que estamos bajo los efectos de una grave “crisis climática", responsable de que, no hace mucho, pasase a un primer plano en los medios de comunicación el manido tema del cambio climático hasta que el estrepitoso fiasco de los Convenios sobre el Cambio Climático surgido de la Conferencia de Río de 1992, vergonzosamente reconocido en la Conferencia de Berlín de la pasada primavera, lo relegase al olvido, lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que el problema de la incertidumbre climática haya dejado de existir.

La sequía en cuestión ha de servirnos de aldabonazo para que nos percatemos del alcance de la problemática climática de nuestro país, de la que debemos tomar plena conciencia para que, con conocimiento de causa, podamos enfrentarnos con las adversidades climáticas, que por muy extremadas que puedan llegar a ser, nunca han de permitir desfallecer en la lucha contra la desertización y en la ingente tarea de un mejor aprovechamiento de nuestros recursos hídricos.

Esta entrada se publicó en Reportajes en 26 Feb 2012 por Francisco Martín León