La Meteorología en las novelas de Verne (parte I)

Este artículo y la parte II, que saldrá publicada en el próximo número de la RAM, completan el artículo aceptado para su publicación en el nº 9 de la revista digital bimestral Mundo Verne, de enero-febrero de 2009. En la actual versión se han incluido algunas figuras adicionales.

Autor: José Miguel Viñas Rubio
https://www.divulgameteo.es/
Palabras clave: ciencia ficción, novela, meteorología, cambio climático.
NOTA DE LA RAM: Este artículo y la parte II, que saldrá publicada en el próximo número de la RAM, completan el artículo aceptado para su publicación en el nº 9 de la revista digital bimestral Mundo Verne (http://jgverne.cmact.com/Misc/Revista.htm), de enero-febrero de 2009. En la actual versión se han incluido algunas figuras adicionales.Artículo de diciembre de 2008. Recuperado en agosto de 2013.

Figura 1.- Personajes vernianos bajo una intensa lluvia. Grabado original de “Viaje maldito por Inglaterra y por Escocia” (novela publicada póstumamente en 1989, escrita por Verne entre 1859 y 1860)

Los extraordinarios avances científicos llevados a cabo a lo largo del siglo XIX tuvieron su fiel reflejo en las novelas de Jules Verne, tal y como reconoció el propio autor en una entrevista concedida al Strand Magazine, en 1895: “La exactitud de mis descripciones se debe al hecho de que desde hace mucho tiempo tengo la costumbre de tomar muchas notas de libros, diarios y revistas científicas de todo tipo. Soy lector asiduo de publicaciones científicas y naturalmente estoy al corriente de todos los descubrimientos o inventos que se producen en todos los campos de la ciencia, astronomía, fisiología, meteorología, física o química”.

Si bien Verne se refiere explícitamente a la Meteorología en su declaración, esta ciencia no ocupa un lugar tan destacado y explícito en su obra, como ocurre con la Astronomía (De la Tierra a la luna, Alrededor de la luna, Hector Servadac, La caza del meteoro…) o la Geología (Viaje al centro de la Tierra). Encontramos en la Geografía –la gran pasión de Verne y el hilo conductor de los Viajes Extraordinarios–, la fórmula empleada por el autor para introducir multitud de aspectos relacionados con el tiempo y el clima, como iremos viendo a lo largo del presente trabajo.

Figura 2. Rayo en medio de una tormenta. Grabado original de “Veintemil leguas de viaje submarino” (1869).

El geógrafo Pere Sunyer Martín, en su documentado artículo “Literatura y ciencia en el siglo XIX. Los viajes extraordinarios de Jules Verne” (Geocrítica. Año XIII, nº 76 – Julio de 1988), introduce un interesante matiz al afirmar que en los Viajes Extraordinarios “van apareciendo las diversas ramas del saber científico del momento: la botánica, zoología, geología, mineralogía, geografía, química, matemáticas, etc. Todas ellas son presentadas por los personajes, o llenan, en definitiva, el desarrollo del relato. Podríamos concluir ante esta lista, que Verne o bien se interesaba más por las ciencias naturales o de carácter descriptivo, o bien las conocía más a fondo que las ciencias físico-matemáticas.”. Esto explicaría la escasez de referencias en la obra verniana a aspectos excesivamente teóricos –conceptuales– de la Meteorología, en contraposición a la abundancia de descripciones de los fenómenos atmosféricos y del clima de los lugares donde va desarrollándose la acción en las distintas novelas. Dicha circunstancia encaja a la perfección con el uso y el abuso que hace Verne de la geografía descriptiva en toda su producción literaria.

Figura 3.- La silueta del Albatros de “Robur el conquistador” (1886) en medio de una estampa meteorológica dominada por unos rayos crepusculares.

No hay que olvidar que el clima está íntimamente relacionado con la geografía. El término “clima” es una latinización de la palabra griega klíma, y significa inclinación o pendiente. Los geógrafos y astrónomos griegos consideraban que el clima era la inclinación de la línea del horizonte de una determinada región con respecto al eje de rotación terrestre. El clima era por tanto un concepto tanto astronómico como geográfico. Ptolomeo, que dividió la Tierra en 24 franjas latitudinales, pensó que las condiciones climáticas de cada lugar dependían exclusivamente de la cantidad de radiación solar que recibe cada región, lo que varía en función de su inclinación respecto al eje. Hoy en día, sabemos que son muchos más los factores que determinan el clima de un lugar concreto, hasta el punto de que en las distintas definiciones actuales de clima no se tiene en cuenta la inclinación de la zona geográfica en cuestión.

Figura 4.- Aurora polar dibujada en uno de los grabados originales de la novela “La esfinge de los hielos” (1897)

Verne y el cambio climático

El cambio climático también aparece en la obra verniana, aunque planteado de manera distinta a la actual. Por ejemplo, en La isla misteriosa (1875), la posibilidad de un cambio en el clima a escala planetaria es puesta en boca del ingeniero Ciro Smith, cuando explica a sus compañeros de aventuras que “(…) nuestro globo morirá un día, o más bien, que no será posible en él la vida animal y vegetal, a consecuencia del enfriamiento intenso que ha de sobrevenir. El punto sobre el que no están de acuerdo es la causa del enfriamiento. Unos piensan que provendrá del descenso de la temperatura que experimentará el sol al cabo de millones de años; otros juzgan que procederá de la extinción gradual del fuego interior de nuestro globo, que tiene sobre él una influencia mayor de la que se supone generalmente.”

Los trabajos de James Hutton (1726-1797), primero, y Charles Lyell (1797-1875), después, sentaron las bases de la Geología moderna. A partir de ese momento, se extiende a millones de años la edad de la Tierra y se populariza la idea de que el clima prehistórico había sido, en términos generales, más cálido que el presente. Pensar en un cambio climático en la época de Verne era apuntar más hacia el frío que hacia el calor. Sin embargo, su desbordante imaginación nos ofrece también escenarios climáticos de signo contrario, tanto en su última novela publicada en vida (La invasión del mar, 1905), como en Sans dessus dessous (1889), traducida al castellano bajo distintos títulos, como El secreto de Maston o Sin arriba y sin abajo.

En ambos casos, entra en escena un elemento que sería una constante en las novelas de la segunda etapa de Verne: su visión negativa –influenciada por la época de grandes agitaciones sociales y guerras que le tocó vivir– sobre el uso que podía hacerse de la ciencia y la tecnología, una visión pesimista del futuro de la humanidad. El clima, como un elemento más de la Naturaleza, podía ser alterado por el hombre a su antojo, en función de sus necesidades e intereses.

En La invasión del mar, Verne concibe la construcción de un canal artificial desde las costas mediterráneas del golfo de Gabés, en Túnez, hasta las grandes llanuras del interior de este país, lo que permitiría mejorar las condiciones climáticas de la zona, ganar terreno al desierto mediante la creación de un mar interior sahariano, en cuyas fértiles orillas podría desarrollarse la agricultura. Detrás de este proyecto faraónico de ingeniería se esconde el afán colonialista de los franceses, lo que enciende los ánimos de las tribus locales:

“¿Con qué derecho –predicaban los morabitos– esos extranjeros quieren transformar en mar nuestros oasis y nuestras llanuras?... Lo que ha hecho la naturaleza, ¿por qué pretendían deshacerlo?... ¿No era bastante ancho el Mediterráneo para que tuvieran necesidad de añadirle nuestros lagos? (...) ¡Es necesario aniquilar a estos extranjeros antes de que hayan anegado el país que nos pertenece, el de nuestros antepasados, por medio de la invasión del mar!”

Verne va más allá en su novela de 1889, Sans dessus dessous, al plantear la posibilidad de explotar comercialmente las regiones árticas mediante la provocación de un cambio climático abrupto. La North Polar Practical Association; una misteriosa asociación norteamericana, detrás de la cuál se esconden los miembros del famoso Gun Club, con J. T. Maston y Barbicane a la cabeza, compra a bajo precio unas enormes extensiones de terreno alrededor del Polo Norte con el fin de extraer grandes cantidades de carbón, una vez que la zona quede liberada de los hielos perennes. Para ello, estos “fanáticos de la balística” proyectan la construcción de un enorme cañón instalado en la ladera sur del Kilimanjaro –montaña situada en el corazón de África, cerca del Ecuador–, que al lanzar un gigantesco proyectil de ¡180.000 toneladas! modificaría de tal manera la inclinación del eje de rotación terrestre, que llegaría más radiación solar a las latitudes altas del hemisferio norte, provocando la deseada fusión del hielo y facilitando la explotación de los recursos mineros en la zona.

Figura 5.- Enorme explosión que tiene lugar al disparar el gigantesco cañón escavado en el Kilimanjaro, con el que los protagonistas de “El secreto de Maston” pretendían modificar el ángulo de inclinación del eje de la Tierra.

A pesar de efectuarse el colosal disparo, sus efectos son inapreciables debido a un error de cálculo cometido por Maston, como consecuencia de un despiste causado por una mujer. Esta circunstancia la interpretan algunos estudiosos de la obra verniana como una prueba de la misoginia que se le atribuye al autor. Tanto en ésta como en sus dos “novelas lunares”, Verne pidió ayuda a un primo suyo, el matemático Henry Garcet, para efectuar los cálculos de balística que en ellas aparecen.

La visión romántica de la Meteorología

Como comentábamos al principio del artículo, las descripciones del clima de un lugar o de las condiciones meteorológicas reinantes abundan en las novelas de Jules Verne. Veinte mil leguas de viaje submarino (1869) sería un buen ejemplo de ello, y nos arroja, además, bastante luz sobre el interés que despertaba en Verne la Meteorología. El capitán Nemo es, seguramente, el personaje que mejor retrata al propio autor, con sus filias y sus fobias. Cuando Nemo enseña a sus “invitados” la biblioteca del Nautilus, con sus ¡12.000 volúmenes!, ¿acaso no está describiendo la colección de libros del propio Verne? Entre esas obras están los trabajos de los científicos más influyentes de la época.

Figura 6.- El Capitán Nemo calculando la altura del sol con un sextante desde la cubierta del Nautilus. Nemo es, seguramente, el personaje verniano que mejor retrata al propio novelista.

Verne, fascinado por las lecturas de eruditos como Alexander von Humboldt (1769-1859) o Eliseo Reclus (1830-1905), traslada a sus novelas el mismo estilo científico-literario, la misma forma de descripción del medio natural: una visión romántica de la ciencia, apoyada en un minucioso trabajo de documentación. Los personajes vernianos no se limitan a hablarnos del tiempo sin más, sino que nos ilustran al describir con detalle los distintos “paisajes atmosféricos”.

En uno de sus frecuentes planes de fuga, el profesor Aronnax, su criado, Conseil [Consejo], y el arponero canadiense Ned Land, condenados a vivir para siempre en el Nautilus, vieron una oportunidad de oro para escapar del submarino (“El Nautilus se acerca a Long Island. Huiremos, haga el tiempo que haga”, sentencia Ned Land a sus compañeros), pero la llegada de una tempestad echa al traste el plan:

“…el cielo se iba cubriendo progresivamente, presentando todos los indicios de cuando se anuncia un huracán. En el horizonte, los cirros [nubes altas de aspecto deshilachado] iban siendo reemplazados por gigantescos cumulonimbos y otros nubarrones más bajos huían a toda velocidad, casi tocando la superficie del mar. (…) El barómetro había descendido notablemente, indicando una fuerte depresión atmosférica. La tempestad estalló (…) justo cuando el Nautilus estaba frente a las costas de Long Island. (…) El Capitán Nemo prefirió no sumergirse y así poder contemplar la tormenta. Abrió la escotilla del navío y se ató por la cintura para resistir los furiosos embates del mar.” Leyendo esta última frase, uno puede imaginarse a Verne en vez de a Nemo, observando la fuerza desatada de los elementos desde la cubierta del Sant Michel I, el primero de sus barcos, en el que escribió algunas partes de Veinte mil leguas de viaje submarino.

La pasión de Verne por el mar aflora en la mayoría de sus novelas. El genial bretón era un gran conocedor de la ciencia y el arte de navegar, del sinfín de tareas que se llevaban a cabo en los barcos de la época, del aparejo náutico y de todo el instrumental que usaban los marinos durante las travesías. A Nemo le vemos usar a menudo el sextante como guía, y cuando está enseñando el Nautilus al profesor Aronnax y a sus acompañantes, no duda en mostrarles diferentes aparatos, entre ellos varios instrumentos meteorológicos:

“Aquí, como en el salón, los tengo siempre a la vista y me indican nuestra situación y rumbo exactos en medio del océano. Algunos los conoce usted, como el termómetro, que marca la temperatura interior del Nauti1us; el barómetro, que mide la presión atmosférica y anuncia las variaciones del tiempo; el higrómetro, que señala el grado de sequedad de la atmósfera; el stormglass, cuya mezcla al descomponerse anuncia la proximidad de las tormentas; la brújula que me guía; el sextante, que por la altura del sol me da a conocer la latitud; los cronómetros, que indican la longitud, y, por fin, los catalejos de día y de noche, con los que puedo explorar los puntos del horizonte cuando el Nautilus sube a la superficie del mar.”

Figura 7.- El capitán Nemo enseña al profesor Aronnax los instrumentos que lleva a bordo del Nautilus, entre ellos un barómetro, un termómetro y un higrómetro.

Otro de los personajes vernianos más versados en cuestiones atmosféricas es Santiago Paganel, el científico que se une a la tripulación del Duncan en Los hijos del Capitán Grant (1868). A la postre, será el único geógrafo que aparece a lo largo de los Viajes Extraordinarios. Gracias a la vastedad de sus conocimientos, Paganel instruye al joven Robert Grant en diversas disciplinas científicas y explica a los miembros de la expedición las particularidades climáticas de los lugares que van visitando:

“Generalmente –dijo Paganel– el ‘pampero’ [Viento frío y rafagoso del sur y suroeste que sopla a veces en la Pampa] produce temporales de tres días que la depresión del mercurio indica de manera cierta. Pero cuando el barómetro sube, como ahora, todo se reduce a unas cuantas horas de ráfagas furiosas. Tranquilícese pues, mi buen amigo, que al amanecer, el cielo habrá recobrado su pureza habitual.

- Habla usted como un libro, Paganel –dijo Glenarvan–.

- Y lo soy –repuso el geógrafo. Un libro que puede utilizar usted siempre que lo desee.”

Verne demuestra ser un gran conocedor de la climatología local y de las situaciones atmosféricas que afectan al extremo sur del continente americano, como pone también de manifiesto en diferentes pasajes de El faro del fin del mundo (novela escrita por el autor en 1901 y publicada póstumamente). En el capítulo III de la primera parte de la novela leemos:

"En los primeros días de servicio no ocurrió incidente alguno digno de mención. El tiempo se mantenía bueno, la temperatura, bastante elevada. El termómetro acusaba 10 grados centígrados sobre cero. El viento soplaba del mar, y generalmente no pasaba de ser una agradable brisa desde el amanecer hasta que anochecía; por la noche saltaba a otro cuadrante, soplando desde las vastas llanuras de la Patagonia y de la Tierra del Fuego. Cayeron algunas lluvias, y, como el termómetro iba en ascenso, eran de esperar algunas tormentas, que podrían modificar el estado atmosférico.”

Buena descripción del cambio de la brisa de mar (virazón), que sopla de día, a la de tierra (terral) nocturna, así como el apunte final sobre la previsión de tormenta. Algo más adelante, en ese mismo capítulo III, Verne continúa ilustrando al lector, aprovechando el hilo conductor del diario de observaciones:

"De noviembre a marzo es cuando la navegación se activa en los parajes magallánicos. El mar allí es siempre duro; pero si nada calma las inmensas olas de los dos océanos, al menos el estado de la atmósfera es más igual y las tormentas más parejas. Los barcos de vapor y los de vela se aventuraban con más seguridad en esta época a doblar el cabo de Hornos (...)

Hasta el 20 de diciembre no hubo que consignar más que observaciones meteorológicas. El tiempo se habla tornado variable, con bruscos cambios de viento. Cayeron fuertes chaparrones, acompañados a veces de granizo, lo que indicaba cierta tensión eléctrica en la atmósfera. Había que temer, por lo tanto, algunas tormentas, que serían de gran intensidad, dada la época del año.”

Continuará …

Esta entrada se publicó en Reportajes en 14 Ago 2013 por Francisco Martín León