Entrevista del mes: Pedro Ripol Sampol

Navegante y aventurero, Autor del libro “YA SABÍA YO QUE EN AVIÓN ERA MÁS FÁCIL… - cruzando el Atlántico a remo”.

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NOTA PRELIMINAR: El 7 de octubre de 2001 el entrevistado junto a su compañero de travesía Pancho Korff, zarparon desde Tenerife en su embarcación Marta II con destino a la isla de Barbados y un único objetivo: cruzar el Atlántico a remo.

Pedro Ripol Sampol
Pedro Ripol Sampol
¿Cuándo fue la primera vez que se te pasó por la cabeza la idea de cruzar el Atlántico a remo?

Yo tenía unos trece años, cuando viviendo en Los Cristianos, Tenerife, veía a muchos navegantes intrépidos cruzar el Atlántico y sus veleros camino a América. Siempre soñé que cruzaría el océano navegando, pero… ¡nunca imaginé que a remo!

¿Cómo fue la preparación del viaje?, ¿consultasteis algún tipo de información climatológica y oceanográfica de cara a la planificación?

Estuvimos 2 años preparándonos concienzudamente para el reto de remar el Atlántico. Preparación física, psicológica, y material. Los mejores profesionales se vincularon, médicos, astilleros, preparadores físicos… Un sinfín de personas que nos ayudaron a ser uno de los equipos mejor preparados de la regata.

Figura 1.- Logotipo del Proyecto Martha II
Figura 1.- Logotipo del Proyecto Martha II
¿Cuánto tiempo estuvisteis navegando en el Atlántico?

61 días, 15 horas y 29 minutos. Éste fue el tiempo que empleamos en remar el océano Atlántico, desde Tenerife hasta la isla de Barbados en el Caribe.

¿Cuál fue la ruta elegida? ¿Fue la inicialmente prevista o tuvisteis que ir modificándola sobre la marcha en función de las condiciones meteorológicas y de la mar que os fuisteis encontrando?

La ruta debía ser la más rápida, pero… no fue así. Remamos demasiado hacia el sur, casi hasta las islas de Cabo Verde para que una vez allí, engancháramos las corrientes de “Las Canarias” con la “Nord ecuatorial”, pero… no fue así. Nos desviamos más de 400 millas náuticas esperando encontrar una corriente más potente, pero lo único que conseguimos fue remar muchas más millas y tardar muchos más días.

¿Ha habido más gente que ha conseguido cruzar también a remo el Atlántico o alguno de los otros grandes océanos de la Tierra?

Sí, se han remando todos los océanos del mundo. Nosotros fuimos el primer equipo español y de habla hispana en remar un océano, de ahí que SAR El Príncipe de Asturias fuera nuestro patrocinador honorífico, a la vez que colaboramos con la Asociación San Lázaro, dedicada a tratar a niños con parálisis cerebral.

Encuentro del autor con SAR El Príncipe de Asturias
Figura 2.- Encuentro del autor con SAR El Príncipe de Asturias, D. Felipe de Borbón, el 5 de agosto de 2000 en la las instalaciones del Real Club Náutico de Palma
¿Qué características tenía vuestra embarcación?

La embarcación tiene 7 metros de eslora (largo) por dos de manga (ancho), está construida de planchas marinas pegadas con fibra de vidrio. Se autoadriza; en caso de que vuelque se coloca en su posición natural de navegación, y es autosuficiente para navegar más de 90 días. Para ello está provista de paneles solares que recargan baterías para así después hacer funcionar la desaladora, ordenador, etc.

Partida desde Canarias en la embarcación a remos
Figura 3.- Partida desde Canarias, el 7 de octubre de 2001, en la embarcación a remos.
Ya en plena travesía, ¿recibíais predicciones meteorológicas actualizadas por algún medio a vuestra disposición?

Rafael de Castillo, con su programa “La Rueda de los Navegantes”, nos iba asesorando de las tempestades y huracanes de la zona.

Navegar por el Atlántico tropical y subtropical en pleno otoño tiene sus riesgos, ya que es el momento del año en que la temporada de huracanes presenta estadísticamente una mayor actividad. ¿No se cruzó ninguno en vuestro camino?

Fue la temporada que más huracanes se registraron en el mes de noviembre y diciembre (temporada 2001). El huracán Olga casi nos hizo zozobrar en más de una ocasión.

¿Cuáles fueron las peores condiciones meteorológicas que tuvisteis que sortear? ¿llegásteis a temer por vuestra integridad física?

La embarcación navegaba a 2 nudos por hora. Es decir, caminar un poco rápido. A veces, cuando las olas superaban los 7 metros de altura y reventaban en sus crestas remolineantes, la embarcación surfeaba las olas a 18 nudos, eso, para nuestra embarcación, era volar. Con el riesgo inminente de poder volcar y hundirnos.

Pedro Ripol junto a su compañero Pancho
Figura 4.- Pedro Ripol (izquierda) junto a su compañero Pancho, celebrando la fiesta de Neptuno, en mitad del Atlántico, el 7 de noviembre de 2001.
¿Qué factor meteorológico-marítimo entorpece más la navegación a remo: el viento, la lluvia, el oleaje…?

El viento y el oleaje son los más temidos. Cuando estás remando durante días en dirección a tu destino: el Caribe, y el viento y las olas te lo impiden, la frustración hace mella en tu cuerpo y mente. Es horrible. Vas remando en una dirección; sin embargo, la embarcación retrocede.

Todos los detalles de vuestra aventura están en un libro, ¿cuáles son sus principales datos?

El libro se titula “Ya sabía yo que en avión era más fácil… - Cruzando el Atlántico a remo” escrito por Pedro Ripol. Editorial Librería Universitaria LU. Os paso a continuación una crónica de la travesía a modo de sinopsis del libro, para que puedan conocer detalles del mismo vuestros lectores.

CRÓNICA DE LA TRAVESÍA

Siempre supe que cruzaría el Océano Atlántico navegando, pero la verdad, nunca imaginé que sería a remo… Sabía que me vendría la oportunidad y me vino. Fue un domingo en el Salón del Mueble en Santa Cruz de Tenerife. Estaba con mi novia cuando me dejó absorto una foto de una embarcación colgada en la pared del stand de una inglesa que vendía ventiladores de techo. Mientras la miraba me tocó alguien por detrás y me preguntó: -Quieres remar el Atlántico?... –Sí! Fue mi respuesta al instante. Ella era Ann Goulden y con su entusiasmo contagioso estaba impulsando la idea de crear el primer equipo español en remar un océano. Su reto era deportivo-benéfico pues colabora a favor de la Asociación “San Lázaro-Amor a los niños” que ayuda a los afectados por parálisis cerebral. De ahí el Patrocinio Honorífico de S.A.R. El Príncipe de Asturias al primer equipo español en remar un océano.

La gente pensaba que nos habíamos vuelto locos. Nunca antes un equipo español o de habla hispana había remado un océano por lo que pensaban que era imposible y me intentaban persuadir de que no lo hiciera. En nuestra cultura no se conoce mucho el remo y menos el remo transoceánico. Nos disponíamos a realizar una gesta que en el año 2001 solo 92 personas en el mundo habían culminado con éxito. De las otras tantas que lo habían intentado, siete han desaparecido sin dejar rastro. Es decir: matemáticamente, nos enfrentábamos a un turbador 7,60% de probabilidades de no regresar con vida. En una comparativa con otros desafíos similares como la ascensión al Everest, la montaña más alta de la Tierra con sus 8.848 m, hasta el año 2002, 1.655 personas habían pisado su cumbre y 175 fallecido lo que significa un porcentaje de accidentes mortales del 10,57%. En los viajes espaciales el temido porcentaje, pero también muy real, es del 2%.

Finalmente y tras dos años de preparativos, el 7 de octubre de 2001 junto con mi compañero Pancho Korff zarpamos desde Tenerife, en las islas Canarias con la idea de remar hasta la Isla de Barbados, en las Pequeñas Antillas del Caribe. Se trataba de participar en una regata en solitario, donde cualquier tipo de asistencia o ayuda externa –incluido el suministro de comida y bebida- supone la inmediata descalificación. Por delante una travesía interminable de 2.835 millas náuticas, 5.250 kilómetros.

Nuestra embarcación Marta II, es una que está preparada para realizar travesías transoceánicas a remo en solitario y sin asistencia de ningún tipo. Está construida de chapa marina y fibra de vidrio. Tiene 7 metros de eslora (de largo) por dos de manga (ancho) y tiene compartimentos estancos que la hacen prácticamente insumergible. En caso de vuelco se autoadriza (vuelve a su posición de navegación de forma automática). Paneles solares cargan dos baterías con las que hacemos funcionar la desaladora (convertimos el agua de mar en agua potable), el ordenador de a bordo con el que íbamos enviando crónicas y fotos vía satélite, detector de radar, alimentación equilibrada y proporcionada por Santiveri (más los suculentos manjares proporcionados por las artes de pesca), la preparación de remo por el multicampeón mundial de remo y entrenador de la Federación Española de Remo D. Manuel Bermúdez…

Tuvimos muchos momentos complicados. La travesía que utilizamos es la que se conoce como la Ruta de Colón, y se intenta evitar la época de los huracanes que empieza en junio y termina, en teoría, en septiembre. Desafortunadamente, en el año 2001 la Organización Mundial de Meteorología en su informe anual manifestó que fue el primero desde que se registran los datos que hubo 3 huracanes a finales del mes de noviembre y diciembre. Tuvo que ser el año 2001, ¡qué suerte la nuestra!

Los días en los que atravesamos la cola del huracán Olga mi instinto de supervivencia se agudizaba cuando la mar se embravecía y se tornaba cada vez más revoltosa, movida e inquietante. Con grandes olas, cada segundo se convertía en un reto para no zozobrar y mantener la embarcación en rumbo, si se podía, claro. En más ocasiones de las deseadas las olas eran tan fuertes, grandes y brutales que al acercarse remolineantes hacia nosotros parecían querer engullirnos. Sus 5 ó 6 metros de altura se aproximaban rugiendo y su espuma blanca cabalgaba con tal furia que nos hacía temer que no saldríamos de ellas con vida. Al alcanzarnos, solo podíamos intentar neutralizar su fuerza dirigiendo la embarcación de tal manera que no se atravesara a la ola sino que la surfeara. Nuestro sistema de navegación GPS pasaba entonces en un instante de marcar los 1,5 o 2 nudos —nuestra velocidad media— a los 18, lo que nos hacía volar por encima del agua. Estar planeando encima de la cresta de la ola o —mejor dicho— de la cresta de la muerte, es sentir el fin pisándote los talones.

Otra ocasión de máxima tensión lo fue cuando nos encontrábamos entrenando entre las islas de Tenerife y La Gomera. En medio de ambas islas, separadas por 25 millas náuticas una ola nos puso de través a las olas y otra se embarcó lanzándome fuera de la barca y a Pancho contra el mamparo de proa, la siguiente ola hizo que la embarcación virara 90 grados y a punto estuvimos de volcar. Si así hubiera sucedido, podría haber sido nuestro final, ya que no teníamos el lastre (peso) necesario ubicado en la quilla (la parte más baja de la embarcación) para que se hubiera autoadrizado. Era un entrenamiento y no teníamos ni balsa salvavidas, ni radio baliza (aparato de emergencia internacional) ni nada de nada…

Después de haber remado toda la noche, y una vez en Teno, aproamos hacia la capital de La Gomera, San Sebastián. Al adentrarnos en mar abierto y comprobar su mal estado, Pancho sugirió abandonar la idea y regresar a puerto. A pesar de su insistencia, le convencí de probar suerte y paletear hasta la isla vecina, pero cuanto más nos acercábamos a la traviesa (zona de aceleración de vientos y corrientes entre las islas), más fuertes eran la corriente y las olas. Ya bastante alejados de Tenerife, las olas se convirtieron en protagonistas. Una de ellas, de unos cuatro metros de altura, mayor y más potente que las otras, nos pilló desprevenidos. En décimas de segundo levantó los más de 600 kilos de la barca orientándola de costado y dejándola a merced de las siguientes rompientes. ¡Cuidado! —le grité a Pancho mientras una segunda ola impactaba con toda su intensidad contra mi pecho, arrancándome los remos de las manos e inundándolo todo. Cuando reaccioné estaba ya con la mitad de mi cuerpo flotando en el agua mientras la otra mitad se agarraba con desesperación a una de las bandas. A Pancho lo lanzó contra el mamparo de proa.

La embarcación se escoró hasta que la cubierta llegó a quedar perpendicular al agua. A punto estuvo de zozobrar. Nos reincorporamos en el acto como nos lo permitieron las circunstancias, echándonos sobre el costado de estribor para intentar impedir que terminara volcando. Habíamos llegado, casi, al punto de no retorno. Poco a poco la barca fue volviendo a su posición normal. Si esa segunda ola hubiera golpeado con mayor virulencia, o una tercera hubiera dado un último empujón, quizás estas líneas nunca se habrían escrito.

Pero… no todo fueron penas. Momentos de conexión absoluta con la Naturaleza hacían que el riesgo valiera la pena. Recuerdo aquella noche en la el plancton fue la protagonista. Todos o casi todos lo hemos visto y su atractivo nos ha sorprendido más de una vez. Pequeñas lucecitas que se encienden tan fugazmente como se apagan al remover el agua del mar por la noche. Cada palada nocturna, sobre todo cuando no hay luna, enciende esas bombillitas que nos fascinan. Como el musgo a las piedras en el monte, así cubría esta capa fosforescente el océano. Su fulgor se intensificaba al ser agitada por el casco o los remos de la barca, provocando que la oscuridad del momento se tornara en luz deslumbrante. Debía de estar formada por miles o millones de partículas de plancton, gracias a las que la superficie acuática sobre la que hasta entonces nos desplazábamos parecía haber desaparecido y mutado a luz líquida. En cierta manera, a aquella luz se la sentía viva.

Otra noche, las estrellas fugaces que nos alucinaron fueron producidas por una tormenta de meteoros Leónidas que cada 33 años muestran un pico de actividad debido al polvo provocado por el cometa Tempel-Tuttle. Estaba anunciada en los medios de comunicación para aquella madrugada del 18 de noviembre de 2001 pero nosotros no lo sabíamos. Las condiciones del cielo, despejado y oscuro como boca de lobo, nos permitieron una privilegiada observación. Normalmente, en otros acontecimientos estelares las estrellas fugaces suelen pasar de los 5 meteoros a la hora hasta un máximo de 400. Esa noche se produjo una tasa THZ máxima de 1.500 meteoros/hora, a pesar de que el pronóstico era que en el este de Asia podría situarse entre 4.000 a 8.000. En 1999 se registró un pico de 3.700 meteoros/hora.

El día que vimos tierra, fue el más feliz de mi vida. Obviamente parecía que íbamos a llegar vivos y eso no se puede describir con palabras. Me sentía pleno y rebosante de alegría. Un reto cumplido y tanta gente que lo hizo posible, creo que también vio el fruto de su esfuerzo. Una felicidad compartida por nosotros, indudablemente pero también por todos esos que siempre estuvieron arrimando el hombro.

Mi reacción a la llegada no la pude evitar. Solté los remos, abracé y besé a Pancho. Tras quitarme el arnés de seguridad salté vestido al agua. ¡Qué emoción, qué felicidad, qué alivio! Sin duda alguna, experimenté el día más feliz de mi vida. Suele decirse que el mayor placer viene después de un gran esfuerzo. Puedo dar fe de ello. Fueron nada más y nada menos que 2.835 millas náuticas —5.250 kilómetros— las remadas, según comprobamos en nuestro GPS, y 61 días, 15 horas y 29 minutos el tiempo oficial invertido en la travesía.

Esta entrada se publicó en Entrevistas en 04 Abr 2013 por Francisco Martín León