“Del Cambio Climático al Cambio Meteorológico”

Una realidad de nuestra Era Mario Zamora [email protected]@costarricense.crProfesional en DefensaDefensoría del Pueblo de Costa RicaPalabras claves. Ensayo, cambio climático, CO2.EPI...

Una realidad de nuestra Era

Mario Zamora Cordero

[email protected]

[email protected]

Profesional en Defensa

Defensoría del Pueblo de Costa Rica

Palabras claves. Ensayo, cambio climático, CO2.

EPIGRAFE:

Primero se formaron la tierra, las montañas y los valles; se dividieron las corrientes de agua, los arroyos se fueron corriendo libremente entre los cerros, y las aguas quedaron separadas cuando aparecieron las altas montañas...

La inclemencia de los huracanes y las tormentas tropicales que se han suscitado con acuciada intensidad durante los últimos meses de la temporada lluviosa en paralelo con veranos más ardientes durante la época seca provocan un aumento en los efectos perjudiciales ocasionados por la Naturaleza y cuya reiteración y persistencia evidencian el hecho de que en vez de enfrentar un cambio climático, el aumento en las temperaturas a nivel mundial nos ha conducido a afrontar un genuino cambio meteorológico que amenaza con alterar la vida en el planeta en forma permanente. Tal problema global demanda su atención no desde la óptica nacional con la que se enfrenta un problema local, sino, desde la magnitud mundial de un desastre que nos iguala a todos por igual como nunca antes había hecho ningún fenómeno natural (erupciones, tormentas o cataclismos) o artificial (Guerras, hambrunas, etc.) por lo que Humanidad en su conjunto, a través de frentes internacionales o regionales, está llamada a generar acciones globales que coadyuven al enfrentamiento de este reto humano.

En sede política, a diferencia de lo que ha comenzado a suceder en sede científica, se han categorizado las consecuencias del fenómeno de aumento global de las temperaturas a nivel mundial en términos de “Cambio Climático” (haciendo referencia a través de dicho término a los efectos inmediatos que en el corto plazo provoca dicho fenómeno) y no como el inicio de un “Cambio Meteorológico” cuyas repercusiones en el campo ambiental empiezan a asomar efectos permanentes e irreversibles provocados por la acción humana sobre la naturaleza. Por lo que es de denotar que la denominación “Cambio Climático” y no “Cambio Meteorológico” pretende reducir la importancia y magnitud de dicho fenómeno a efectos de generar, con base en esta reducción de importancia, la falsa creencia de que a través de medidas limitadas, adoptadas en el corto plazo, es que se puede contrarrestar los efectos de un fenómeno cortoplacista, es decir, de que a través de limitaciones concretas a la actividad humana, como lo es el control sobre las emisiones de CO2 a la atmósfera, es posible revertir el proceso del calentamiento global a los niveles preexistentes antes de la aparición de esta problemática (como ciertas lecturas positivistas de la Cumbre de Kyoto hacen ver) cuando en realidad la evidencia científica nos muestra que el fenómeno del calentamiento global, derivado del efecto invernadero, permanecerá por largo tiempo sobre el ambiente, independientemente de las medidas de corto plazo que asumamos hoy, así que las reducciones esbozadas en Kyoto solo evitaran el crecimiento y por ende empeoramiento de las condiciones atmosféricas derivadas de la contaminación medio ambiental pero no son herramientas útiles para incidir sobre el calentamiento global ya generado y respecto de su impacto en el mediano y largo plazo, a través de cambios meteorológicos que aumentarán las condiciones extremas de inviernos y veranos en el planeta, así como de épocas de huracanes más intensos y de mayor poder destructivo de los acontecidos ordinariamente, como una mayor cantidad y fuerza en los fenómenos atmosféricos asociados y cuyos efectos se circunscriben ya en el ámbito meteorológico y no ya el meramente climatológico.

En este sentido, vale la pena reiterar el hecho de que el marco de maniobra que tienen las acciones correctivas sobre el ambiente adoptadas en el corto plazo solo podrán minimizar o ralentizar el deterioro ambiental y será solo a través de políticas sostenidas en el mediano y largo plazo es que la Humanidad pueda retrotraer la situación a condiciones semejantes a las que experimentaba la realidad atmosférica antes de que la capa de ozono comenzara a experimentar el deterioro que hoy padece.

La “Cumbre de Kyoto” (Japón) tiene la virtud de reconocer las posibilidades que tenemos los Seres Humanos de modificar las acciones que han alterado negativamente nuestro entorno y que amenazan nuestra existencia, por lo que la pretensión de articular un frente internacional que establezca compromisos globales para enfrentar la amenaza del calentamiento global a través de un acuerdo estructurado sobre compromisos mínimos (estrategia de reducción del daño) que disminuyan (no impidan) las emisiones de CO 2 que son vertidas a la atmósfera, representa un primer paso en la dirección correcta a efectos de disminuir las amenazas que se ciernen sobre la Humanidad producto de la contaminación medioambiental que hoy nos amenaza a todas y todos.

La propuesta de reducir emisiones implica, entre otros factores, la reducción de aquellas actividades productivas, esencialmente industriales, que utilizan la combustión de materiales fósiles para la producción de energía. De ahí la oposición de países fuertemente industrializados y dependientes de estos combustibles a los planteamientos reduccionistas pretendidos a través de la Cumbre de Kyoto. Por lo que no es de extrañar que los grupos mega-industriales que se ven amenazados por tales reducciones han basado su oposición a Kyoto desde los beneficios económicos y de empleo que generan las actividades identificadas en dicha Cumbre como las principales causantes de verter emisiones de CO2 a la atmósfera, por otra parte también su defensa se ha basado en financiar actividades científicas que objeten, desde dicha base de racionalidad, la Teoría del “Efecto Invernadero” (Tesis central del Tratado de Kyoto) y por ende sirvan para cuestionar la estrategia de reducción de emisiones basadas en la imposición de límites a la acción industrial.

En este contexto, la teoría del “Reverdecimiento Global”, esgrimida por grupos adversos a la Teoría del Calentamiento Global, señala la existencia de evidencia científica suficiente para poder inferir efectos positivos a las emisiones de CO2 a la atmósfera en relación con la flora y fauna del planeta; ya que el CO2 encierra un poder “fertilizante” que aumenta el crecimiento de la flora en el tiempo y por ende las posibilidades de abastecimiento por parte de la fauna; pero esta Teoría va más allá, al aducir que el descenso en las temperaturas ha logrado reverdecer zonas que antes carecían de ese rasgo, es decir, el descenso de las temperaturas ocasiona que zonas gélidas, con escasa presencia de flora y fauna, ante el derretimiento de las nieves (nieves eternas) o el hecho de que los inviernos sean menos severos, estén experimentando un efecto reverdecedor gracias a temperaturas más calidas y tórridas que permiten a la flora, y por ende, a la fauna, prosperar en donde antes apenas podían hacerlo.

En contra de la teoría del reverdecimiento global puede esgrimirse que la reducción de bosques inversamente proporcional al aumento en las emisiones de CO2, impide que a través de flora pueda procesarse el CO2 que genera la acción humana y por ende tales emisiones terminan escapando a la atmósfera. Así que la deforestación creciente que en forma paralela acontece junto al fenómeno de vertido de sustancias contaminantes a la atmósfera impide que los bosques cumplan un rol natural de resguardo ante las mismas. Por otra parte, el reverdecimiento en zonas “blancas” de la geografía terráquea está acompañado de un derretimiento de los cascos polares y de un aumento sostenido en el nivel de los mares lo cual ocasiona que en día, aparte de enfrentar los problemas del calentamiento global, la Humanidad también deba hacer frente al desastre ambiental que en contra de las zonas insulares y costeras comporta el crecimiento en el nivel de los océanos, por lo que cualquier pequeño beneficio que pueda suscitarse en zonas árticas queda totalmente minimizado ante la debacle que se proyecta sobre tales islas y litorales y sobre las poblaciones, mayoritariamente tercermundistas, que ahí radican, generándose por esta causa los primeros refugiados medioambientales en la Historia del planeta. Todo lo cual hace de la Teoría del Reverdecimiento Global una teoría cuyo campo de implicación es residual dentro del conjunto del fenómeno y circunscrita, por demás, a los supuestos efectos positivos de un fenómeno cuyo impacto es mayoritaria y proporcionalmente negativo para toda la Humanidad en su conjunto.

Sin embargo, la Teoría del Reverdecimiento Global es un claro ejemplo del enfoque nacionalista y gremialista con que distintos sectores pretenden enfrentar problemas globales fuera del marco internacional que estos comportan con el pretendido interés de invisibilizar los efectos negativos ocasionados por las emisiones de CO 2 a la atmósfera en pro de una malentendida defensa de sus intereses locales y sectoriales ante Kyoto. Por lo que en vez de pensar globalmente y actuar localmente, estos grupos transitan por la vía inversa, es decir: “Pensando localmente y actuando globalmente”.

Concomitantemente a la Teoría de Reverdecimiento Global, determinados grupos científicos asociados a intereses opuestos a Kyoto, han formulado su oposicionismo sobre el hecho de que no existe una inequívoca relación de causalidad (causa/efecto) entre las emisiones de CO2 y el fenómeno del calentamiento global. Y desde tal cuestionamiento han esgrimido otras causas posibles a partir de las cuales es posible explicar dicho fenómeno, según tales teorías el calentamiento global obedece a otras causas distintas de las señaladas por Kyoto: como lo ejemplifica la explicación del calentamiento global a partir de la influencia solar que sobre nuestro planeta en razón de la relación existente entre las “manchas solares” (explosiones solares enviadas al espacio) y los “picos” ó puntos altos de calentamiento en la tierra.

El cuestionamiento científico sobre las relaciones de causalidad entre las emisiones vertidas por la industria y el calentamiento global mantiene un grado de inexactitud semejante al de la relación entre el fumado y el cáncer de pulmón, pero así como esta demostración no ha podido acreditarse en un cien por ciento, lo que si sabemos es que tanto una como la otra conduce a la muerte, individual en el caso del cigarro, global en el caso de los vertidos tóxicos enviados a la atmósfera.

En la historia de la ciencia, la relación entre el calentamiento global a partir de su determinante solar no es nueva (acaso la hora del día más caliente no es la que la tierra está más cerca del Sol y la más fría es la más alejada desde la puesta del sol) y se circunscribe dentro de una línea investigativa de larga data por lo que la influencia del astro rey y su impacto a nivel planetario ha sido decisiva para explicar la existencia en los últimos mil años de “Eras Frías” y “Eras de Calor” en el planeta Tierra, (las cuales, hemos de reconocer, resultan independientes de cualquier acción humana y son producto de ciclos planetarios hasta ahora poco estudiados en el campo científico). Sin embargo, pese al hecho de que el calentamiento o enfriamiento global pueden tener un componente cíclico natural que escapa, por ahora, al entendimiento humano, también es cierto que la historiografía da cuenta de que el cambio o la variación más pronunciada y significativa en la Historia de la Meteorología a nivel mundial está relacionada con el inicio, desarrollo y consolidación de la revolución industrial, es decir, con el comienzo de actividades humanas a gran escala cuyas consecuencias medio ambientales más visible lo fueron y lo siguen siendo el vertido de emisiones contaminantes a la atmósfera producto de actividades industriales.

Cuestionar el actual fenómeno del calentamiento global derivado del efecto invernadero, que a su vez es generado por actividades industriales basadas en el vertido de CO2 a la atmósfera, aduciendo que tal calentamiento tiene un origen natural originado en ciclos naturales o en fenómenos producidos en el Sol, impide analizar la responsabilidad humana en el surgimiento de esta problemática planetaria, invisibilizando la evidencia científica según la cual el “Efecto Invernadero” constituye la causa primera del calentamiento global (pudiendo existir otras que se suman a esta) y su conformación obedece al hecho de que durante siglos la actividad del Ser Humano ha generado la acumulación de sustancias tóxicas en la atmósfera que inciden progresivamente en el calentamiento global y por ende en variaciones en la climatología mundial que han comenzado a llegar a un punto de no retorno, es decir, a representar cambios de naturaleza permanente como lo indica el hecho de que la década de los noventa constituyó punto de inflexión, o punto de quiebra, en los parámetros climáticos pre-existentes, ya que fue la década más caliente de los últimos mil años” y esta tendencia se ha acrecentado durante los primeros años del Siglo XXI en forma amenazante.

El rompimiento de los parámetros tradicionales que ha suscitado el calentamiento global, fruto de la acumulación de sustancias tóxicas en la atmósfera, nos expone globalmente a hablar de Cambios Meteorológicos en vez de Cambios Climáticos, en razón de la permanencia y persistencia del fenómeno. Esta modificación en las etiquetas del lenguaje pretende dejar de minimizar los efectos temporales del calentamiento global a efectos de presentarlo como un problema permanente cuya desactivación o minimización depende de políticas de mediano y largo plazo y no solo del cortoplacismo al que invita su definición en términos climáticos y no meteorológicos.

Si en sede política se reconoce el hecho de que el calentamiento global al que nos enfrenta Kyoto nos hace estar en presencia de un fenómeno permanente (pero aún modificable, corregible, reformable y sujeto a variación a través de políticas sostenidas en el mediano y largo plazo) y no ante un evento transitorio y fugaz (enfrentado en el corto plazo a través de políticas de emergencia) las autoridades públicas están llamadas a implementar no solo medidas paliativas que sean sedativas de la realidad que afrontamos, sino, políticas que aparte de limitar las emisiones de CO 2 a la atmósfera (para que el problema no siga creciendo ni agravando las condiciones atmosféricas) puedan articular acciones correctivas frente al daño ya generado y de cara a las necesidades humanas que suscita.

Por tanto, una política pública de atención de desastres de naturaleza proactiva (que incide esencialmente sobre las causas del fenómeno) en vez de una política meramente reactiva (que activa las medidas de contención del fenómeno una vez que este se produzca) obliga a contemplar, entre otros, al Protocolo de Kyoto, como eje central de sus actividades prevencionales a efectos de que las medidas acordadas en este instrumento internacional sean incorporadas dentro de la legislación interna y dentro del quehacer institucional de las agencias que operan en este sector del acontecer público.

Por otra parte, si reconocemos que Kyoto es un acuerdo de mínimos, que lo que pretende es que la Humanidad prosiga generando emisiones de CO2 en forma controlada a la atmósfera, desde parámetros menores a como hoy en día hace (Estrategia de reducción del daño) debemos igualmente reconocer que Kyoto no comporta una reducción total de los mismos ni es tal instrumento, a través de sus medidas reductivas, la vía idónea desde la cual llevar a cabo acciones correctivas frente al daño ambiental ya ocasionado a través de décadas en que las acciones productivas del Ser Humano han generado el problema meteorológico que hoy afrontamos. Por lo que a escala nacional, los países pueden avanzar más allá de los límites mínimos establecidos por Kyoto, a través de políticas a escala nacional, regional y mundial que velen por los máximos, es decir, por aquellas medidas de imperiosa necesidad que permitan a la Humanidad, como un Todo, afrontar los efectos medioambientales del calentamiento global, no solo evitando su recrudecimiento y agravamiento (como hace Kyoto) sino también: corrigiendo el daño ya causado.

Adoptar, a través de una Cumbre Internacional acuerdos globales que superen la actual parálisis generada en los mínimos de Kyoto debe constituir la base desde la cual los países que pretenden seguir avanzando en la protección de la Naturaleza y muy especialmente de la atmósfera puedan seguir haciéndolo, descolgándose así de aquellos que han quedado petrificados en la protección de sus intereses industriales locales, por lo que la implementación de una “Diplomacia Verde” resulta indispensable en el contexto de una política integral de atención de desastres, claramente preventiva y esencialmente proactiva.

Apostar por políticas energéticas que tiendan a reducir el consumo de combustibles fósiles mediante el empleo de energías alternativas, adoptar mejoras en la cobertura boscosa a través de la planificación y el control urbano y productivo, así como a la generación de una cultura del consumo amigable con el medio ambiente son vías que pueden ayudar al logro de este objetivo. Ya que el carácter global del problema y de su solución, hace indispensable la adopción de medidas nacionales en el mediano y largo plazo a efectos de procurar revertir (si es que no estamos ya ante un fenómeno de consecuencias irreversibles) el impacto del calentamiento global sobre el planeta.

Un componente central dentro del elenco de medidas destinadas a paliar los efectos negativos del fenómeno del calentamiento global está dado por las políticas preventivas en materia de desastres naturales y de atención de los mismos en zonas que han venido experimentando un crecimiento sostenido en sus niveles de riesgo y vulnerabilidad. Centroamérica, en este contexto, en una de las zonas del Hemisferio Occidental con un mayor grado de propensión a recibir los efectos negativos de los impactos medioambientales no solo por la fuerza o magnitud de éstos, sino también, y quizás más importante, por el bajo nivel de preparación local ante los mismos, de ahí nuestro interés de abordar esta problemática a través del presente artículo.

A nivel mundial crece la conciencia de atender globalmente los problemas de vulnerabilidad que enfrentan las zonas menos desarrolladas del planeta haciendo de la atención de desastres naturales un nuevo punto de encuentro entre las naciones del norte y del sur, en este contexto, la 34º Edición del Foro de Davos, así como han hecho diversos encuentros internacionales, reconoció que la atención en los más de 2.000 millones de habitantes del mundo que sobreviven con menos de $2 diarios demanda el compromiso de aplicar políticas que tiendan a la reducción de la pobreza y al mejoramiento sustancial de la calidad de vida de sus habitantes y ello exige la responsabilidad de gobiernos y empresas de construir un mundo económico y empresarial más equitativo, así como a discutir técnicas para la prevención y atención de desastres naturales.

Una de las innovaciones del Foro del 2005 fue la definición previa, por parte de un grupo representativo de los asistentes, de los seis temas más importantes de la agenda mundial. Tras un debate de 700 ejecutivos asistentes al foro (66 por ciento varones y 34 por ciento de mujeres, entre 30 y 65 años), los resultados se presentaron en el llamado Global Town Hall Report, el miércoles 26 de enero. Esos grandes temas fueron: la pobreza; la globalización equitativa, el cambio climático, la educación, el Oriente Medio y el manejo de la política mundial.

El combate internacional contra el Cambio climático, en palabras del presidente del foro, Klaus Schwab, permitirá a la comunidad internacional trabajar con un nuevo espíritu de solidaridad global y tal objetivo debe servir para transformar las acciones y programas que de manera conjunta llevan a cabo las entidades bancarias multilaterales, la ONU y las grandes entidades industriales y comerciales del planeta a efectos de que este objetivo pueda ser alcanzado en el mediano y largo plazo.

Esta entrada se publicó en Reportajes en 12 May 2006 por Francisco Martín León