Datos climatológicos contenidos en relatos históricos. Parte I

Alberto Linés Escardo, In memoriamPalabras clave: Historia, meteorología, climatología, batallas, sequía, hambruna, exploraciones, conquista.Nota de la RAM. Este artículo apareció en la revista de la AME de las VII Jornadas celebradas en Tarragona, 29-31 de mayo de 1975, bajo el título genérico de “La Meteorología en la Historia”. En ella el autor hace un ejercicio académico de cómo podemos ver detalles de la Meteorología y Climatología en relatos y acontecimientos históricos. La ponencia hay que enmarcarla dentro de las Jornadas y fechas señaladas. Todas las imágenes se han añadido a esta versión.

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Va a resultarne particularmente difícil presentar un trabajo que realmente merezca la pena tras de la exposición, amplia y profunda a la vez de José María Fontana, a quien le cabe la satisfacción de haber abierto una brecha en este tema tan poco explerado por nosotros, los meteorólogos, que es la Paleoclimatología. Brecha en la que estoy seguro que cada vez seremos más los que nos encontremos en ella.

En apariencia mi, comunicación pudiera tener un carácter algo repetitivo con relación a la de Fontana; yo diría que pretende ser paralela, ya que no tengo la presunción de calificarla de parecida. Mi afición por la Paleoclimatología me ha venido por motivaciones distintas que a Fontana. Personalmete, me ha preocupado siempre la brevedad de las series climatelógicas, a la que ha aludido hace poco Rodríguez Picazo, recordándonos que las más largas datan a lo sumo del siglo XVIII. Pero algunos fenómenos que con toda propiedad llamaríamos «fuera de serie» como la riada de Granada hace dos años, las inundaciones de Valencia en 1957, por sólo citar algunas lluvias extraordinarias, han sido de tal magnitud que exigen investigación sobre su período de recurrencia. ¿Son fenómenos que por término medio se presentan cada cincuenta años? ¿Quizá cada cien? ¿Un par de veces cada milenio? El interrogante tiene la máxima importancia a la hora, por ejemplo, de planificar una importante obra pública.

Es decir, nos encontramos con que el período de recurrencia de los fenórnenos meteorológicos excepcionales es muy superior a la longitud de las series climatológicas disponibles. Se hace preciso contar con otros medios para alargar esas series, medios tales como los datos históricos, biológicos, ecológicos y aun diríamos 1os relatados indirectamente en la Literatura de contenido meteorológico.

En resumen, el historiador y el economista buscan el dato climatológico para encentrar una interpretación de ciertos hechos históricos. La postura mental del meteorologo es la misna en sentido inverso: interesa el hecho histórico económico o cultural y de él se trata de extraer el dato climatológico contenido directa o indirectarnente, para así enriquecer las series climatelógicas. Hay pues que espigar en los anchos campos de la Historia para dar con  el dato meteorológico deseado.

Referencias meteorológicas en la Biblia

Acaso la busqueda de esos datos  que se encuentran desperdigados a lo largo y ancho de  la Historia, debiera cornenzar por el libro más importante para el hombre: el relato de la Historia de la Salvación; es decir la Biblia. Cierto que el Autor Sagrado parece no pretendió el hacer una Historia cronológica de la Humanidad Por otro lado, no debemos descuidar el aspecto esencial de saber diferenciar qué libros son rigurosamente históricos y de aquellos que con expresión adecuada del lenguaje utilizan figuras, metáforas o bien otras formas de redacción. Los estudios relativamente recientes acerca de los estilos literarios que aparecen en la Biblia permiten ir distinguiendo el carácter de cada uno.

Otra dificultad importante con que tropezamos al buscar el dato meteorológico en la Biblia radica en la exactitud de la versión de que dispongamos. El castellano y muchos idiomas latinos  resultan a veces incapaces para descubrir los matices que encierra una expresión en su versión original.

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  La Creación de los animales de la tierra y del mar por Dios.

Así, en el segundo párrafo del Génesis se nos dice que «el espíritu de Dios se movía sobre las aguas» (Spiritus Dei ferebatur super aquas) lo que puede significar que el Poder amoroso de Dios iba conformando el mundo para  el hombre. Pero el latín resulta incapaz de expresar un rico matiz idiomático: en hebreo espíritu y viento es la misma palabra «ruah»; es decir sobre las aguas soplaba el viento de Dios; el soplo de ese viento hará que al tercer día aparezeca «la seca», de manera que el poder de Dios toma la apariencia de un fenómeno meteorológico, interpretación que no es posible sin recurrir a la versión en hebreo.

Merecería también algún comentario la actividad del primer día de la Creación. Dijo Dios: «haya luz». Acaso con el lenguaje de hoy habría que decir: «haya energía» o bien: «haya radiación», vocablos que evidentemente no existían en tiempos de Moisés. Pero físicamente entra en toda lógica la preexistencia de la energía sobre la materia.

Llevados de una interpretación rígidamente literal, algunos han pretendido una falta de cronología en los días de la Creación. El primero, la luz o la energía. El segundo, el firmamento que separaba las aguas en el sentido que daban los orientales a este concepto. El tercero, separación de mares y continentes y especies vegetales; y el cuarto, aparece el Sol, la Luna y las estrellas. En apariencia, están  cambiados el tercero y cuarto. La Meteorología puede explicar esta presunta contradicción. Supongamos que un espectador hipotético desde nuestro planeta hubiera podido seguir la secuencia del proceso creador. Según la teoría de Laplace, de una primera masa enorme giratoiria fueron desprendiéndose contingentes que darían lugar a cada una de las galaxias. Al irse conformando nuestro planeta mediante un proceso de enfriamiento, había de pasar por una fase de atmósfera, densa, turbia, en que hervirían los océanos para condensarse y precipitar el agua de nuevo. Pero llegaría un momento en que al fin se aclara la atmósf era y se hiciéra transparente. Y el hipotético observador terrestre podría por primera vez, asombrado, examinar el firmamento, en el que aparecerían el Sol, la Luna y las estrellas. Había llegado el cuarto día de la Creación.

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 La Creación del hombre.

Que a lo largo de la Biblia hay infinidad de referencias meteorológicas que la Paleocilimatología debe considerar en todo lo que valen está fuera de toda duda. ¿Quién no ha sentido deseos de profundizar en los ciclos de los años buenos y malos en el antiguo Egipto, simbolizados por las vacas gordas y flacas? La llegada de las tribus de Israel a tierras del Nilo y los problemas que luego se presentaron tuvieron consecuencias que aún las vivirnos hoy.

Pensemos hoy, sin pretender, ni mucho ni menos, ser exhaustivos, en los tres años sin lluvia en los tiempos de Elías y en las múltiples referencias a las malas cosechas. Asimisino, en la clara transición climatológica cuando la marcha de Israel hacia la tierra proinetída; se pasa del desierto, el clima BW, de la clasificación Köppen, a la tierra ubérrima que mana leche y miel, tierra de vides y olivos que nos hablan del clima  C mediterráneo.

La arqueología nos corrobora la existencia de florecientes y prósperas ciudades que no tendrían razón de ser sin una fuerte base eco¬nómica fundamentada en una rica agricultura y ganadería. Unas veces son los textos los que literalmente nos hablan de estas alteraciones  climatologicas, otras veces se hacen referencias a ellas en sentido figurado por vía de ejemplo, lo que prueba lo muy arraigado que estaba en los pueblos el temor a las adversilades clímatologícas. Así en la parábola del Hijo pródigo, en un  momento dice el Señor: «sobrevino entonces una gran hambre». En los Salmos, con toda su riqueza y fuerza poética, encontramos todo un repertorio de descripciones y alusiones meteorológicas.

No pretendemos hacer aquí una exégesis meteorológica de la Palabra de Dios, pero sí hemos querido simplemente subrayar unos pocos pasajes de los muchos en que aparecen datos y referencias al estado atmosférico Y es lógico que sea así: la historia del pueblo de Dios parte de unas tribus nómadas, cuya riqueza estaba en sus ganados, que llegan a establecerse en una tierra de grandes posibilidades agrícolas. En arnbas fases, la del paostoreo y la del cultivo de la tierra, el factor meteorológico será decisivo.

Cambios meteorologicos y hechos históricos

Misión del historiador es encontrar una interpretación de los hechos históricos. Cuando estas interpretaciones nos llevan a unas síntesis, hemos podido decir que hemos descubierto las líneas maestras de la Historía, en las que se sobreveponen los hechos de importancia secundaria. En esa líneas hemos de descubrir muchas veces el papel que ha jugado la Meteorolegía. Porque la historia de un pueblo es la historia de sus motivaciones; en ellas encentramos ensartados sus grandes o pequeños acontecimientos las guerras, sus períodos de espendor y los de decadencia. Aún en nuestros días nos resultaría sencillo seguir en una persona que hubiera escalado una amplia gama de niveles económicos cuáles eran en cada momento sus motivaciones inmediatas. En la necesidad extrema, saciar el hambre; después se piensa en el vestido, en un techo para defenderse de la intemperie. Cuando ya se come dos veces al día y se dispone de un abrigo de tela y otro de ladrillo, se desea una vivienda confortable y va después vienen las comodidades y más tarde las motivaciones son mucho más sofisticadas.

Pero vengamos a nuestro tema. En los pueblos menos desarrollados, en las épocas más antiguas, las motivaciones debieron ser casi siempre primarias y elementales. Diríamos simplísimas; es decir, satisfacer sus necesidades materiales básicas y, sobre todo, comer.

Las grandes invasiones de los hunos, las podemos suponer precedidas de graves problemas interiores en sus tierras de origen, problemas cuya solución buscaban fuera de sus fronteras. Tal vez fueran problemas políticos, demográficos, pero lo más sencillo es suponer, simplemente, problemas de hambre, o sea malas cosechas, lo que equivale a serias alteraciones climatológicas. El ciclo de calamidades se repitió muchas veces en los tiempos pretéritos cuando la climatología era desfavorable: falta de lluvias, después el hambre y seguidamente las epidemias o las guerras. En las letanías se pedía y se pide: «A peste fame et bello, liberanos Domine.» «De la peste, el hambre y la guerra, líbranos Señor.»

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  Los hunos invadiendo y saqueando tierras.

En los pueblos más desarrollados ya no resultan tan extremadamente críticos los pasajeros cambios climatológicos. Las obras públicas, los regadíos y el comercio permiten hacer frente a las sequías ocasionales o menos duraderas; sin embargo, las alteraciones meteorológicas  persistentes acaban por cambiar radicalmente la estructura de las sociedades. Hasta la actual crisis energética resultaba inconcebible el asentamiento de prósperas organizaciones o pueblos en los desiertos. Precisamente la característica de las tierras extremadamente áridas ha sido siempre la carencia de la población. El hombre  acaba por abandonar una tierra que no puede sustentarle. La excepción, en la actualidad, la constituyen los paraísos artificiales levantados por los petrodólares.

Algunas florecientes civilizaciones de la antigüedad estaban asentadas en lo que hoy son regiones áridas o semiáridas. Un claro ejemplo es Cartago. San Agustín en sus Confesiones nos relata una travesura de sus tiempos de muchacho que le pesó mil veces. «En una heredad, que estaba inmediata a una viña de su padre, había un peral cargado de peras» nos relata el Santo.

¿Quedarán hoy muchos perales y viñas que tanto abundaban en las tierras cartaginesas a finales del siglo IV? Queremos suponer que no, que en la actualidad lo que abundan son los arenales.

En las culturas más primitivas continuamente aparecen referencias a los frutos de la tierra. En muchos pueblos van asociadas a las divinidades, a las leyendas al arte.

Cuando los pueblos bárbaros liquidan el Imperio de Occidente, se habían producido ya alteraciones climatológicas en el norte de Europa. No vamos a entrar en un análisis de las causas de la llegada de los pueblos bárbaros al Mediterráneo, fenómeno histórico muy complejo al que tanta atención y estudio dedicó Ortega y Gasset. A nuestro juicio, no ha sido suficientemente evaluado en este capítulo de la Historia el papel de la Climatología; resulta comprobada la atracción que siempre han supuesto las templadas playas mediterráneas para los hombres de las frías tierras septentrionales. En los tiempos actuales hay también una marcha hacia el Sur de esos hombres pero en forma más pacífica y con saludable balance de divisas.

Hagamos ahora algunas referencias al clima de la Península Ibérica. Según Diodoro Sículo, en los tiempos prehistóricos una terrible sequía la despobló, y dos siglos antes de Jesucristo hubo en nuestras tierras la más terrible carencia de agua de los tiempos históricos: duró veintiséis años.

Unos datos me han llamado siempre poderosísimamente la atención, y casi diría que cuando me vinieron a la mano decidieron mi afición por la Paleoclimatología. Son estos: En los albores de la Edad Media hacia 410 hubo un período de extrema sequedad, con particular incidencia en Galicia y en el Duero. Parece que no afectó tanto al resto de la Península. Tres siglos después, entre 707 y 709, se padece una espantosa sequía que es seguida por la peste, y se ha llegado a afirmar que entones se redujo a la mitad la población. Esta sequía es la primera que aparece mi la relación de sequías y crecidas en el famoso trabajo del P. Ignacio Puig, publicado en la revista «Ibérica» en 1949, en que resume los estudios de Bentabol, Rico Sinovas y otros, todos importantísimos en la historia de nuestro clima.

Retengamos las fechas: en 409 penetran les suevos vándalos y alanos por el Pirineo y poco después, Alarico, el saqueador de Roma, y en 711 se libró la famosa batalla del Guadalete. Es decir, el comienzo y el fin de la monarquía visigoda aparecen jalonados en la historia de nuestra Climatología por años excepcionalmente adversos.

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Portada de La crónica del rey Rodrigo, que recoge las tradiciones sobre el último rey godo y la pérdida cristiana de España.

Se resiste uno a creer en una mera coincidencia de fechas. Hay que pensar seriamente en una estrecha correlación entre los grandes movimientos de godos y árabes y las fluctuaciones atmosféricas.

Durante la etapa visigótica, aparte de las sequías citadas, sólo encontramos referencias de otro período seco entre 680 y 683, poco después de la muerte de Wamba.

En el siglo IX hay en cambio una de las peores sequías desde 846 hasta 873. En esta época tenemos a Ramiro I, el de Clavijo; a Ordoño I, al que se le recuerda como repoblador, y que en sus tiempos los normandos merodean y son rechazados de las costas de Galicia, y también a Alfonso III, el Magno, que sabe aprovechar la anarquía de Córdoba para llevar sus linderos, llamémoslo así, a lo largo del Duero, y al acabar el siglo hay otra sequía, más corta pero muy aguda, en la que se cuenta que a la altura de Zamora  podía vadearse el Duero a pie.

De todas formas, parece que a principios del siglo XI el régimen de temperaturas en Europa era más suave que en la actualidad.  Por entonces,  los hielos nórdicos retrocedieron en todo el hemisferio norte y los vikingos navegaron y exploraron el Atlántico Norte sin grandes preocupaciones por los hielos y llegaron posiblemente a Labrador, en Canadá ¿Sería ello debido a una presión de las masas tropicales hacia el norte? ¿Coincide aquella época con un paso más en la aridificación del Norte de África? En 1086 tiene lugar la batalla de Zalaca, cuando Yusuf, al frente de sus almorávides, avanza en forma incontenible. Parece que estos almorávides llegan en auxilio de los taifas hispanos, maltrechos por las continuas victorias de Alfonso VI que pasea por Toledo y caza en los bosques madrileños. Pero ¿no vendrían también los almorávides buscando el pan de las tierras castellanas o los prados de la antigua Hispania? Del siglo XI sólo tenemos noticias de un año muy seco hacia 1058. Pero ya los caballos árabes encontrarían dificultad en cruzar las estepas de Libia, que se extendían desde el Nilo hasta el Cabo Blanco frente a Cabo Verde. El nombre de Sahara que significa «desierto» vendría muchísimo después. En el Atlas de Abraham Ortelitis, de finales del siglo XVI, aparece el «Libae deserta» y en la otra edición de 1588 leemos «Líbye Pars, que hodíe Sarra apellatur quae nox idem quod desertum significat».

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 Miniatura de 1086, año de la batalla de Sagrajas o Zalaca. Cuatro caballeros del Apocalipsis. Beato de Osma.

La zona desértica que aparece es muchísimo menos extensa que en la actualidad, con una serie de poblaciones de las que ahora no tenemos idea. Cruzar el desierto aparecía no difícil en el siglo XVI y leemos también en Orteflus que en Tombuctú las mercancías se pagaban con caracoles. En Etiopía con sal y hierro y en Sumatra con calaveras. Señal sin duda que Tombuctú era un punto normal accesible. Hoy es una aventura ir de Argel a Tombuctú en un Land Rover.

Volviendo a Castilla hay referencia de una sequía en el siglo XII y algunos desbordamientos. Por entonces los almohades desbancan a los almorávides. El clima se altera bastante en el siglo XII con riadas y periodos muy secos intercalados.

Fue 1213 el año de una sequía tal en Europa que se llegó a la antropofagia, pero fuera de nuestras fronteras. También en el siglo XIV hubo grandes anormalidades. En la primera mitad de este  siglo llega a ser máxima la presión de los benimerines, que son derrotados totalmente en la dificilísima batalla del Salado, en 1340.

Entre los siglos XI   y XIV debió de endurecerse progresivamente el clima en el Norte de África. Ello podría explicar en parte las sucesivas presiones de las civilizaciones musulmanas hacia nuestro país, donde pese a las sequías que de cuando en cuando asolaban la tierra de nuestros antepasados, aún disfrutaba de un clima que permitía una agricultura aceptable, una ganadería que permitía que el buey fuera el motor del transporte pesado.  Pero en la  Libye Pars ya no trotaban los caballos, reemplazados por camellos. Así,  las grandes batallas de la Reconquista algunas adversas como Zalaca y Uclés y otras de signo muy distinto, como las del Salado o de las Navas de Tolosa eran batallas donde el clima y su deterioro  jugaban su papel como telón de fondo.

Tal vez algunos recordemos, de los libros de Historia de nuestra niñez, la figura impresionante de Sancho el Fuerte blandiendo un hacha para destrozar las cadenas en la citada batalla de las Navas de Tolosa. La figura del rey navarro nos parecía imponente, titánica y brutal, pero ahora se nos antoja que el era el gesto del hombre haciendo un supremo esfuerzo para luchar contra el clima. Detrás de Mohamed Ben Yacub estaba presionando la isoyeta de cien litros de lluvia anuales; es decir, el desierto, que empujaba al norte a los almohades, y el hacha de don Sancho era incapaz de rechazarla. Tal vez algún pintor surrealista pudiera representar a este rey navarro, el que en su juventud fue amigo y aliado del moro, tratando de romper unos eslabones no de hierro, sino eslabones de un cinturón de altas presiones tropicales que trataban de atenazar al clima de los reinos cristianos.

El intelectual árabe que ha conocido los rigores africanos y la suavidad climática de Hispania se deshace en alabanzas para nuestro tempero. Así, el geógrafo Mohamed-Al-Idrisi, a finales del siglo XI, habla de Madrid como un castillo fuerte clima benigno y salvaje naturaleza. Y Boabdil, al abandonar Granada con sus jardines sus juegos de aguas garantizadas por las nieves perpetuas de la Penibética, no encuentra otra palabra que «paraíso» al referirse al reino perdido.

Otros testimonios posteriores confirman, por vía ejemplo, las posibilidades climáticas de España aun en el siglo XVI, el siglo de las grandes anormalidades.

Así, Marineo Sículo, humanista italiano titular de una cátedra de Salamanca, dice de Madrid que es un lugar de cielo muy claro, en el que corren aires delgados, por los cuales la gente vive muy sana. Cierto que en el primer decenío  del siglo XVI hay dos fuertes períodos secos que anuncian, sin lugar a dudas, que el proceso de aridificación ya ha cruzado el Estrecho.

Y en efecto así es. La suavidad termométrica se mantiene en el Norte de Europa, que está asociada con nuestra aridez, y para convencerse no hay más que examinar la cartografía de la época. Mucho me ha llamado la atención el nombre Groenlandia, hoy continente helado. Literalmente Groenlandia significa «Tierra Verde» y aun en el mapa de Guillame del Isle, de 1760,  leemos Terre Verte. Y aún más: en los atlas de Gerarde Mercator (conocemos dos fechados en 1594 y 1630), «Atlas sine Cosmegraphicae meditations de fabrica Triundi et fabricati figura», editados por su cuñado Hondíg en Amsterdam, en Groenlandia, a la latitud de 82º N aparece un núcleo de población: Alba y en el extremo norte una referencia: Santo Thomas Cenobiun. ¿Qué hacía en el siglo XVII un monasterio de dominicos a 400 millas del mismísimo Polo Norte? ¿Se le ocurriría hoy a alguien denominar a Groenlandia la Tierra Verde? Nada más lejos. Por esa parte, es una idea algo generalizada que en general las aguas del Atlántico no estuvieron demasiado frías,  ni hubo excesiva actividad tempestuosa en los siglos XVI y XVII, tiempos de los grandes descubrimientos y del gran desarrollo de las principales potencias navales.

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Atlántico Norte y Groenlandia en un mapa de 1579.

Las anormalidades del siglo XVI

Antes nos hemos referido a las tremendas anormalidades del siglo XVI, uno de los más interesantes de todas las épocas. El historiador norteamericano Willian Thomas Walsh, en su biografía sobre Felipe II, describe así el comienzo de aquella etapa: «Una edad de la Historia se disolvía una época tocaba a su fin, una fase extraña de la vida avanzaba llena de guerras, plagas, tempestades y toda clase de fenómenos extraños. Aparecían epidemias desconocidas u olvidadas. El baile de San Vito, cuyas víctimas se agitaban incesantemente durante semanas enteras, atacó a varias poblaciones. Hubo en Inglaterra varias epidemias de un mal gravísimo llamado "sudor inglés" el cual atacaba rara vez a los extranjeros, mientras que los ingleses se morían, incluso los que estaban fuera del país. En el Norte de Europa, especialmente en los nuevos países protestantes, hubo gran cantidad de trastornos psíquicos alucinaciones suicidios y contagies en masa de histerismo. El año que siguió al saqueo de Roma el ejército francés fue aniquilado delante de  Nápoles por el tifus exantemático. Durante seis largos años hubo hambre, veranos muy calurosos e inviernos igualmente cálidos. En 1528 el norte de Alemania padeció de una gran sequía, grandes plagas de langosta y terribles meteoros. En 1529 hubo lluvia de sangre en Cremona; en Alemania el torrente de San Vitus que consistió en cuatro días de diluvio e inundaciones; la peste en Viena y entre los turcos que la asediaban y en agosto un cometa terrorífico.»

Los acontecimientos históricos, como vamos  ir  viendo, nos permiten inducir o conjeturar acerca del carácter del tiempo en las épocas pretéritas. A veces las referencias disponibles son de tipo general y las conclusiones también 1º son y nos permiten hacer comentarios que pudiéramos llamar de carácter climatológico de incalculable valor porque pueden servirnos para analizar el trascendental problema de la evolución del clima. Otras veces las referencias son concretas y nos permiten, con las debidas reservas, intuir situaciones meteorológicas individuales por analogía con las que actualmente conocemos. Es decir, nuestras investigaciones en tal caso se mueven en el terreno de la Meteorología Sinóptica. Y ello es bien necesario: la Meteorología Sinóptica debe jugar un papel de notario de la Climatología. Es necesario contrastar hechos.

La Climatología tiene por objeto el análisis de estados y situaciones medias, pero hay que procurar en lo posible acudir a hechos concretos aunque sólo sea con fines  comprobatorios. Desde finales de la Edad   Media, y sobre todo a partir de la Edad Moderna, son ya frecuentes los casos que nos permiten analizar hechos meteorológicos concretos y aun reconstruir situaciones sinópticas.

El P. Mariana, en lib. 23 c.6 (Crónica General de España) relata una «espantosa tempestad» por los años de 1464. «Los quales males pronosticó un torvellino de vientos que en Sevilla se levantó el mayor que la gente se acordara, tanto  que llevó por el aire un par de bueyes con su arado, y de la torre de San Agustín derribó y arrojó muy lejos una campana: arrancó otrosí...»

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 El puerto de Sevilla en el S. XVI (La famosa imagen es, sin embargo, del dibujante francés Jean Lubin Vauzelle, de principios del siglo XIX). Mapa extraído de la página: www.henry-davis.com

Acaso sea uno de los ejemplos más claros de la reconstrucción de una situación sinóptica el relato de los hechos históricos de la famosa batalla de Lepanto, en cuyo análisis vamos a ocuparnos con algún detenimiento.

Continúa en  https://www.tiempo.com/ram/12726/datos-climatologicos-relatos-historicos-parte2/

Esta entrada se publicó en Reportajes en 03 Ene 2011 por Francisco Martín León