El pueblo de León del siglo XVI que parece un cuadro medieval: callejones, murallas y calma
Hoy nos zambullimos en uno de esos pueblos detenidos en el tiempo, perfecto para dejarse llevar sin prisas. Ubicado en la ruta del Camino de Santiago Francés, apenas supera los 100 habitantes.

Ahora, que en breve empezaremos a despedirnos del verano y el tiempo es más propicio para largos paseos o visitas, queremos presentarte un rincón único de España.
Se trata de un lugar donde el tiempo parece haberse detenido: calles empedradas, fachadas de piedra rojiza, puertas de madera que resisten siglos de historia y una atmósfera tan serena que resulta difícil creer que estemos en pleno siglo XXI.
Castrillo de los Polvazares, en la comarca de la Maragatería
El protagonista de esta historia es Castrillo de los Polvazares, un pequeño pueblo situado en la comarca de la Maragatería, a tan solo 6 kilómetros de Astorga y unos 50 kilómetros de León capital.
La historia de este lugar es tan pintoresca como sus calles. El antiguo asentamiento original quedó destruido por una riada del río Jerga en el siglo XVI, lo que obligó a trasladar el pueblo a su actual emplazamiento. Desde entonces, sus casas de piedra rojiza y sus calles adoquinadas se han mantenido prácticamente inalteradas, convirtiéndose en un ejemplo vivo de la arquitectura tradicional maragata.
Castrillo de los Polvazares. Pueblo de arrieros maragatos. #castrillodelospolvazares #maragatería #leonesp #georgexixon pic.twitter.com/27KyBzfjLg
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Lo cierto es que su carácter medieval no se debe únicamente a su estética. Y es que Castrillo fue testigo de las correrías de arrieros maragatos, comerciantes que transportaban mercancías entre Galicia y Madrid, y cuyo legado todavía se percibe en la estructura de las viviendas, adaptadas para almacenar y proteger productos.
Arquitectura maragata: calles empedradas y casas de piedra rojiza
Lo primero que sorprende al pasear por este pueblo leonés es la armonía de su arquitectura. Sus calles están empedradas a mano con cantos rodados del cercano río Jerga, un trabajo artesanal que se conserva desde hace más de cuatro siglos.
Las viviendas, levantadas con piedra rojiza extraída de las canteras de la Maragatería, se distinguen por sus enormes portones de madera (algunos de más de tres metros de altura) que daban acceso a las cuadras y a los amplios patios donde los arrieros guardaban mercancías y animales de carga.
Arquitectura tradicional maragata como antídoto ante la crispación. pic.twitter.com/ZtbryerAYQ
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Muchas de estas casas, que datan entre los siglos XVII y XVIII, han sido restauradas manteniendo su distribución original: planta baja destinada a la actividad ganadera y comercial, y la superior reservada a la vida familiar.
Monumentos emblemáticos y rincones con siglos de historia
Entre los lugares más destacados de Castrillo de los Polvazares se encuentra la iglesia parroquial de San Juan Bautista, que preside el centro del pueblo con su sobriedad y sencillez. También merece mención el puente de piedra sobre el río Jerga, testigo del pasado comercial y de la vida cotidiana de los maragatos.
Iglesia de San Juan Bautista
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Los propios edificios del pueblo funcionan como auténticos museos al aire libre, pero además, algunos han sido reconvertidos en restaurantes, talleres artesanos y alojamientos rurales. En ellos se pueden apreciar objetos tradicionales y piezas que narran la historia de la Maragatería.
Gastronomía maragata, un viaje de sabores
Visitar Castrillo de los Polvazares implica, casi por obligación, degustar el famoso cocido maragato, uno de los platos más contundentes y representativos de León.
Lo particular de este cocido es que se sirve “al revés”: primero las carnes, luego los garbanzos y verduras, y por último la sopa. Comerlo en uno de los restaurantes del pueblo, rodeado de muros centenarios, es una experiencia que combina la historia con la tradición culinaria.
Para rematar la experiencia, otra de las características más encantadoras de este pueblo es que no se permite la circulación de coches por sus calles. Los visitantes deben dejar los vehículos en las afueras, lo que garantiza un paseo tranquilo sin ruidos ni molestias urbanas.