Señales en el cielo para predecir el tiempo

Si observamos con atención los cambios que tienen lugar en el cielo, descubriremos numerosas señales anticipadoras de un cambio de tiempo. La aparición de determinadas nubes, como los populares borreguitos, o de un halo solar o lunar, suele anunciar la llegada de la lluvia.

Candilazo
Los cielos encendidos al amanecer o al atardecer, conocidos popularmente como candilazos, anuncian en ocasiones un cambio de tiempo.

Las personas del ámbito rural con actividades ligadas al campo, como los agricultores, ganaderos o pastores (especie en extinción), son grandes conocedores del comportamiento atmosférico de su zona. Tanto por tradición oral, como por el conocimiento empírico adquirido a través de su propia experiencia, basada en la observación del cielo, aplican numerosas reglas de predicción del tiempo local, que muchas veces les funcionan. Lo cierto es que el cielo nos brinda numerosas señales que arrojan pistas sobre el tiempo venidero, algunas de las cuáles repasaremos en las siguientes líneas.

Los llamativos candilazos

Antes de empezar a interpretar el significado de la aparición en el cielo de una determinada nube, los llamativos cambios de color en el cielo fue lo primero que comenzó a interpretarse en clave meteorológica. Cuando nuestros antepasados quedaban cautivados, igual que nosotros en la actualidad, con el cielo encendido, casi en llamas, de un atardecer o un amanecer, empezaron a darse cuenta de que esa señal venía muchas veces acompañada de un cambio de tiempo.

Esos candilazos, de intensos colores rojizos, anaranjados y amarillentos, a veces eran debidos a la presencia en la atmósfera de materiales volcánicos procedentes de una gran erupción, lo que trae consigo un cambio climático a medio-largo plazo, que no se percibe de forma espontánea, como algo ligado a la actividad volcánica. Lo que sí que se cumplía –y cumple–, en ocasiones, es que esos cielos encendidos son precursores de un cambio de tiempo: el acercamiento de un frente. Los vientos que van generándose en su parte delantera inyectan polvo del suelo a la atmósfera, lo que intensifica los colores crepusculares.

Borreguitos, halos y otros anunciadores de lluvia

Los populares borreguitos son, probablemente, las nubes anunciadoras de lluvia por excelencia. De ello dan cuenta una gran cantidad de refranes, como el famoso: “Cielo aborregado, a los tres días mojado”. La presencia de estas llamativas nubecitas, de forma globular, que al aparecer agrupadas recuerdan un rebaño de ovejas o carneros, es un indicador de un cierto grado de inestabilidad atmosférica en niveles medios de la troposfera, lo que muchas veces (no siempre) anuncia un cambio a unas condiciones meteorológicas favorables a la aparición de la lluvia.

Borreguitos en el cielo
Los llamativos borreguitos (altocúmulos de la especie floccus) son una de las nubes más empleadas en el ámbito rural para anticipar cambios de tiempo.

Esos borreguitos son altocúmulos de la especie floccus (copos) y a veces cubren una porción grande de la bóveda celeste, lo que convierte el cielo en todo un espectáculo de la naturaleza. Otras nubes anunciadoras de lluvia son las que transitoriamente cubren las cimas de los montes, sierras y montañas. El imaginario popular las identifica con gorros, sombreros, tocas, o monteras, entre otros objetos cotidianos con los que se cubre la cabeza. También se llaman cejas, por tener una forma semejante a ellas.

Hay centenares de refranes que relacionan la aparición de la nube cubriendo la cima del monte próximo a una determinada localidad, con la llegada de la lluvia. Esos estratos o estratocúmulos se “agarran” a las montañas cuando el nivel de condensación desciende lo suficiente de altitud, situándose cada vez más bajas las bases de las nubes, que es lo que suele ocurrir antes de la llegada de los nimboestratos, ligados a un frente.

Halo solar
La observación de un halo solar o lunar suele anunciar la llegada de la lluvia a corto plazo.

Otra señal en el cielo precursora de la lluvia es el halo. La aparición de este fenómeno óptico atmosférico también llamó la atención de nuestros antepasados, habiendo también muchos los refranes del tiempo que aluden a estos anillos luminosos (“Cerco de luna, lluvia segura”, “Cerco de sol, moja al pastor”). La presencia en el cielo de nubes altas del género Cirrostratus suele dar lugar a la aparición del citado halo en torno al sol o la luna, dependiendo de que sea de día o de noche. Tiene su origen en la refracción que sufre la luz procedente del astro, al atravesar los minúsculos prismas hexagonales de hielo que contienen esas delgadas nubes, que dan al cielo un aspecto lechoso.

Los cirroestratos anuncian, a menudo, la llegada de un frente cálido. Las nubes que preceden a estos frentes siguen siempre la misma secuencia. La primera avanzadilla nubosa estaría formada por los cirros y su característico aspecto deshilachado; tras ellos, y en un nivel de atmósfera ligeramente inferior, vendrían los citados cirroestratos, responsables de velar el cielo y volverlo blanquecino. Cuando estas nubes pasan sobre nuestras cabezas, la distancia a la que se sitúa la parte delantera del frente –donde se producen las lluvias– es del orden de 800 kilómetros. Podemos estar viendo un halo en Zaragoza, mientras que el frente atlántico de turno comienza a dejar las primeras lluvias por el oeste de Galicia.

Dependiendo de las estaciones del año, las borrascas y los sistemas frontales asociados cruzan a mayor o menor velocidad nuestro ámbito geográfico. Lo normal es que lo hagan más rápido en invierno y más despacio en verano y otoño. La aparición del halo en invierno suele acontecer 24 horas antes que la lluvia, mientras que en primavera-verano llueve unas 36 horas después de la observación del fenómeno óptico. El que llueva de forma mansa o copiosa depende de la naturaleza de las masas de aire que separe el frente.

La nube infalible

Los borreguitos (Ac floccus) a los que antes nos referimos, no siempre anteceden a la lluvia, pero hay otra especie de altocúmulo que es prácticamente infalible, anticipando en este caso la formación de una tormenta. Se trata del altocúmulo castellanus (Ac castellanus), que se extiende a lo largo de largas franjas en la horizontal, en las que surgen, intercaladas cada poca distancia, pequeñas torretas cumuliformes, dotando al conjunto de un aspecto similar a las almenas de un castillo, de ahí lo de castellanus.

Castellanus
Los altocúmulos castellanus, con su característica forma de las almenas de un castillo son buenos precursores de tormentas.

En algunos manuales aeronáuticos se denomina a dicha especie nubosa castellatus en lugar de castellanus, lo que es incorrecto, ya que difiere de la nomenclatura oficial. La presencia de estas nubes es un indicador de inestabilidad atmosférica. La formación en línea de esos pequeños torreones nubosos es el principal rasgo indicador de esta nube, cuya aparición por la mañana garantiza el desarrollo de tormentas a lo largo del día, debido a la presencia de más frío de lo normal en troposfera media. La observación atenta de las distintas señales en el cielo que hemos enumerado en este artículo, le permitirán poner a prueba sus dotes predictivas.