¿Por qué aún no existe cura para el Alzheimer? Expertos de Harvard explican los desafíos científicos que pocos conocen

Aunque la ciencia ha avanzado más que nunca, los investigadores admiten que esta enfermedad es un rompecabezas biológico. La clave está en desentrañar sus redes genéticas, celulares y químicas, que forman un sistema más complejo de lo imaginado.

Avanzar en la comprensión de una enfermedad tan compleja como el Alzheimer, también con ayuda de la IA, es la clave para dar con su curación.

Pese a décadas de investigación y miles de millones invertidos, la cura para el Alzheimer —también para el Parkinson, la depresión o la esquizofrenia— sigue sin aparecer.

En la Universidad de Harvard, un grupo de neurocientíficos ha puesto sobre la mesa una razón que cambia por completo la forma en que entendemos esta y otras enfermedades relacionadas con el cerebro.

¿La clave? No hay una sola causa que atacar, porque el encéfalo, el centro de control del sistema nervioso central, no funciona como una máquina simple.

El cerebro no es un motor; es un sistema adaptativo, con miles de piezas que interactúan entre sí. Cuando tocamos una, cambian las demás.

Es lo que defiende Nicole Rust, profesora de psicología en la Universidad de Pensilvania. “Durante años buscamos la pieza rota del motor —la proteína alterada o el gen defectuoso—, pensando que bastaba repararla para detener la enfermedad”, explicó durante una reciente charla de la que se ha hecho eco The Harvard Gazette.

Rust recuerda: “el cerebro no es un motor; es un sistema adaptativo, con miles de piezas que interactúan entre sí. Cuando tocamos una, cambian las demás”.

Del mito de la “bala mágica” al enfoque de sistemas

Efectivamente, desde los años noventa del siglo pasado, la mayoría de los esfuerzos se ha concentrado en eliminar las placas de amiloide, un tipo de proteína que se acumula en el cerebro de los pacientes con Alzheimer.

Aunque varios fármacos han logrado reducir esas placas e incluso ralentizar el deterioro cognitivo, los resultados clínicos siguen siendo modestos: la enfermedad continúa avanzando, y los pacientes no recuperan la memoria perdida.

Además, “muchos cerebros muestran grandes depósitos de amiloide sin que la persona tenga síntomas”, explicó Rust. “Eso nos obliga a replantear la relación entre causa y efecto”.

El problema, coinciden los investigadores, es que el Alzheimer no es una sola enfermedad, sino un conjunto de procesos biológicos entrelazados: inflamación, alteraciones metabólicas, fallos vasculares, daño mitocondrial y respuestas inmunes anómalas.

Las técnicas de diagnóstico por imagen, como la Resonancia Magnética Nuclear (RMN), son una de las armas empleadas en la actualidad en la guerra contra el Alzheimer.

Por eso, cualquier intento de frenar uno de ellos puede desencadenar reacciones inesperadas en los demás.

Diagnóstico tardío y daños irreversibles

Uno de los mayores obstáculos, advierten los expertos, es que cuando aparecen los primeros síntomas, el daño neuronal ya lleva años —incluso décadas— en curso.

En ese punto, muchas neuronas han muerto, las sinapsis (las conexiones que las unen) se han debilitado y las redes neuronales han colapsado.

Si fuéramos capaces de intervenir en el inicio de los procesos patológicos, podríamos cambiar el curso del Alzheimer.

Por eso, en Harvard y en otros centros de investigación trabajan para desarrollar biomarcadores sanguíneos y técnicas de imagen cerebral que permitan detectar la enfermedad antes de que aparezcan los síntomas.

“Si fuéramos capaces de intervenir en el inicio de los procesos patológicos, podríamos cambiar el curso del Alzheimer”, explicó por su parte el investigador Dennis Selkoe, pionero en el estudio de las proteínas amiloides.

El papel del gen ApoE y el punto de no retorno

El gen ApoE es otro de los protagonistas del rompecabezas. Su variante ApoE4 aumenta hasta tres veces el riesgo de padecer Alzheimer, mientras que la ApoE2 parece ofrecer cierta protección.

Representación de placas amiloides en el tejido neuronal de una persona con la enfermedad de Alzheimer.

Algunos laboratorios ya ensayan terapias genéticas que buscan reemplazar o modificar estas variantes en el cerebro, aunque todavía están en fase experimental.

Harvard también ha descrito un fenómeno por el que las placas de amiloide provocan la propagación descontrolada de la proteína tau dentro de las neuronas. Ese punto de inflexión marca el inicio del deterioro cognitivo acelerado. Detectarlo y evitarlo podría ser clave para el futuro de los tratamientos.

Inteligencia artificial: el nuevo aliado

Frente a tanta complejidad, la comunidad científica confía en el poder de la inteligencia artificial (IA).

Gracias a modelos como AlphaFold, que predicen estructuras de proteínas, los investigadores están reconstruyendo las redes moleculares del cerebro con una precisión sin precedentes.

Harvard trabaja actualmente con sistemas de IA capaces de integrar miles de datos genéticos, proteicos y celulares para identificar subtipos de Alzheimer y diseñar tratamientos personalizados.

“La IA no va a curar el Alzheimer por sí sola”, aclaró Rust, “pero puede mostrarnos patrones invisibles hasta ahora para el ojo humano”.

Un futuro sin falsas promesas, pero con esperanza

Lejos del derrotismo, los expertos creen que la clave no es buscar una cura instantánea, sino comprender la enfermedad como un ecosistema biológico.

Al igual que ocurrió con el cáncer, los avances llegarán cuando aprendamos a manejar sus distintas fases, combinando terapias genéticas, antiinflamatorias, metabólicas y cognitivas.

“Estamos más cerca de comprender el Alzheimer de lo que jamás hemos estado antes”, dijo Rust. “Pero necesitamos dejar atrás las metáforas simples y aceptar la complejidad del cerebro. Esa humildad científica es lo que, a la larga, nos llevará a la solución”.

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