Luces y sombras en los cielos tormentosos del Greco
El Greco fue un pintor adelantado a su tiempo. En su obra llaman la atención los cielos tormentosos y convulsos, con luces y sombras, de la ciudad de Toledo, donde residió durante casi 4 decenios.

Cualquier gran maestro de la pintura aporta un estilo único con el que identificamos al momento su obra; además, con frecuencia, es un adelantado a su tiempo y termina influyendo en pintores de épocas posteriores. El Greco cumple con creces con esas premisas. Con un estilo muy personal, alejado de los cánones de su época, su obra suele relacionarse con el misticismo y la espiritualidad, a lo que contribuyen los cielos rasgados, a menudo tormentosos, que incluye en muchos de sus cuadros.
El apodo con el que este pintor ha pasado a la posteridad alude a su condición de griego, ya que Doménikos Theotokópoulos (1541-1614) -nombre del artista- nació en Creta, donde vivió hasta los 26 años. En esa primera etapa pintaba iconos de estilo post-bizantino. Esas imágenes religiosas se ejecutaban sobre tabla, dominaba en ellas los fondos dorados y eran consideradas por los fieles como ventanas del cielo, con una fuerte carga simbólica.
Los cielos del Greco
El Greco no se quedó ahí. De Creta viajó a Italia. Primero residió en Venecia, donde recibió una fuerte influencia de grandes maestros como Tiziano, Tintoretto o Veronés, tanto en el movimiento de las figuras, como el uso de la perspectiva y, sobre todo, en la aplicación del color. Posteriormente, estuvo en Roma, donde empezó a gestarse su particular estilo de corte manierista, influido en esta ocasión por el genial Miguel Ángel.
La distorsión de las figuras y la aplicación de una luz irreal, fantasmagórica, en la que el cielo cobra protagonismo, conformaron la pintura que le dio fama universal y que llevó a cabo ya en Toledo, ciudad a la que llegó en 1577 y en la que permanecería hasta su muerte, en 1614.

Poco valorado en su tiempo, la singular estética de sus pinturas y su originalidad empezó a llamar la atención de pintores de finales del siglo XIX y principios del XX, llegando su influencia a las vanguardias. A los cielos del Greco, olvidados durante siglos, se les ha ido dando cada vez más protagonismo, si bien se sigue especulando sobre cuál fue la principal motivación del artista para pintarlos tal y como lo hizo.
Parece claro que hay algo místico en esos cielos tormentosos o convulsos. Desde el plano superior de muchos de sus paisajes emana una luz blanca que asemeja a los fogonazos provocados por los rayos de las tormentas. Esa representación pictórica estaría mostrando la visión que tenía el artista del cielo en su imaginario religioso de lo divino.
En cualquier caso, mientras que pinta las figuras distorsionadas, con un marcado alargamiento de las formas, los cielos aparecen representados de forma realista, con un llamativo despliegue de luces y sombras.
Toledo en la tormenta
Los cielos que vemos en los cuadros del Greco pintados a partir de 1578 son de Toledo. La ciudad imperial quedó para siempre vinculada al artista. De todos los cielos que pintó hagamos una parada en los de Vista de Toledo; un cuadro que está en Metropolitan, en Nueva York. En esa pintura llaman la atención los fuertes contrastes entre las luces y las sombras, entre los fríos y a la vez luminosos colores de la vegetación y los edificios, y la negritud de la tormenta situada a espaldas de la ciudad. Se puede interpretar como la lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas.

Esta obra es el primer paisaje como tal de la pintura española y la pincelada suelta y acabada que emplea el artista lo convierte en un cuadro casi impresionista, adelantado a su tiempo. El Greco plasma de manera soberbia la claridad ambiental que se genera al paso de una tormenta, ya que hay suficientes elementos en el lienzo para poder deducir que el nubarrón tormentoso se está alejando de la ciudad.
La lluvia caída –que empaparía el terreno–, junto a la presencia de un aire renovado –más fresco y limpio–, hace resplandecer los distintos elementos del paisaje, al incidir sobre ellos la luz que conlleva la apertura de claros.
En el cuadro San Andrés y San Francisco, pintado, también por El Greco, en 1595, y que podemos contemplar en el Museo del Prado, encontramos una combinación de colores muy parecida –destacando el verde de la túnica de San Andrés– y un cielo prácticamente idéntico, con los típicos nubarrones de aspecto amenazante.

Quedaría incompleto este recorrido por los cielos toledanos que inmortalizó el Greco sin un apunte sobre Vista y plano de Toledo, que el artista pintó al final de su vida. La mayoría de los comentarios de la obra se focalizan en la minuciosidad con la que están pintados multitud de detalles de la ciudad y también del plano cartográfico de la misma. Menos se ha escrito sobre el cielo, que sin ser puramente tormentoso como el de Vista de Toledo, presenta esos fogonazos de luz blanca tan genuinamente greconianos.
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