La Luna no siempre ha estado sola: la Tierra ha tenido más satélites de los que crees

La Tierra convive con más viajeros espaciales de lo que solemos imaginar, y algunos mantienen una danza orbital tan peculiar que parecen pequeñas lunas temporales.

Cuasi-satélite PN7
PN7, el nuevo cuasi-satélite terrestre, acompaña a la Tierra en un recorrido orbital que engaña a la vista: parece una pequeña luna, pero en realidad sigue su propio camino alrededor del Sol. Imagen: JPL/NASA.

Durante años se ha extendido la idea de que la Luna es la única compañera estable de nuestro planeta, pero los registros astronómicos nos cuentan otra historia. El tráfico de pequeños cuerpos en la zona interior del sistema solar es mucho mayor del que la mayoría de la gente piensa.

Aunque apenas dejan rastro visible, estos objetos siguen curiosos patrones alrededor de la Tierra. Su presencia muestra que el espacio cercano es más activo de lo que sugerían las viejas representaciones estáticas de los manuales escolares.

¿Qué son los cuasisatélites y las mini-lunas?

El hallazgo de un objeto recién catalogado como “cuasisatélite” ha reabierto el debate sobre la actividad en la zona que compartimos con la Luna. El cuerpo, ahora llamado PN7, se mueve en una trayectoria solar muy particular. Mantiene un ritmo que lo hace avanzar junto a la Tierra sin quedar atrapado por su gravedad. Ese detalle crea la sensación de que traza un círculo permanente a nuestro alrededor, aunque en realidad no ocurre así.

El astrónomo Ben Sharkey, tras conocer el caso de PN7, reaccionó con un “Oh, genial, otro más”. Su comentario resume cómo estos visitantes se han convertido en un fenómeno relativamente común. No todos siguen el mismo patrón, pero muchos describen ciclos en los que adelantan a la Tierra y luego parecen quedarse atrás. Ese vaivén produce la ilusión de que nuestra órbita está más concurrida de lo que vemos a simple vista.

Existen también las llamadas minilunas, que sí quedan sujetas temporalmente al tirón gravitatorio terrestre. Permanecen un periodo breve antes de continuar su viaje solar. Su tamaño suele ser tan reducido que apenas reflejan luz. Por eso requieren instrumentos muy sensibles para confirmarse. Aun así, estos episodios revelan cuán cambiante es el entorno cercano al planeta.

Cómo funcionan los cuasisatélites y las minilunas

Los cuasisatélites no se mueven como la Luna. Siguen trayectorias bajo la influencia principal del Sol. Aun así, en ciertos tramos coinciden con la Tierra durante años o décadas. Esa sincronía crea vínculos débiles pero repetidos. Los registros señalan que PN7 comenzó ese patrón a mediados de los sesenta, cuando nadie imaginaba que acabaría formando parte de los estudios actuales.

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Otros cuerpos mantienen esa relación durante periodos más largos. Kamoʻoalewa, conocido desde 2016, lleva un siglo en ese ciclo y seguirá ahí varios cientos de años. Es uno de los casos más estables y su composición parece muy distinta de la mayoría de los cuerpos cercanos. Estudios previos apuntaron que su superficie recuerda al material lunar, lo que abrió hipótesis sobre un posible origen relacionado con fragmentos desprendidos de nuestro satélite.

Las minilunas siguen otra lógica. Se acercan, quedan atrapadas un tiempo y se marchan. Sólo cuatro han sido confirmadas hasta ahora. La última estuvo con nosotros unos meses. Su tamaño, similar al de un autobús escolar, permitió hacer observaciones más claras. Aun así, la mayoría son tan pequeñas que pasan desapercibidas. Eso explica que, en cualquier momento, podría haber varias orbitando brevemente sin que ni siquiera lo sepamos.

Posible origen y futuro de estos falsos satélites

La procedencia de estos cuerpos no está del todo clara. Muchos podrían ser asteroides alterados por la fuerza gravitatoria de Júpiter y desviados hacia zonas interiores. Otros tendrían su origen en nuestra propia Luna. Los impactos pasados habrían expulsado fragmentos que, con el tiempo, quedaron en trayectorias particulares. En 2018 incluso se describieron “lunas fantasma”, formadas por nubes de polvo que se mueven en zonas estables junto al sistema Tierra-Luna.

China prepara una misión que llegará a Kamoʻoalewa el próximo verano. El objetivo es traer material para estudiar de manera directa de dónde procede. Ese análisis ayudará a aclarar si estos cuerpos surgieron cerca de la Tierra, si son restos de colisiones antiguas o si representan una población de objetos que sobrevivió desde las fases más tempranas del sistema solar.

Los avances en tecnología de detección permitirán localizar muchos más. Instalaciones como el Observatorio Vera C. Rubin, en Chile, ofrecerán un volumen de datos sin precedentes. Con ello será más fácil seguir los movimientos de cuerpos diminutos que antes pasaban inadvertidos.

Aunque la Tierra no puede mantener de forma permanente una segunda luna real, sí convivirá con más visitantes como PN7. Serán recordatorios de que, incluso con un único satélite estable, rara vez estamos del todo solos en nuestro viaje alrededor del Sol.

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