¿Y si no fuera suficiente con sobrevivir? Esto es lo que pasaría con la agricultura tras una guerra nuclear

Una guerra nuclear no terminaría con la explosión: ahí apenas comenzaría. Un nuevo estudio advierte que buena parte de la producción global de alimentos colapsaría durante más de una década.

guerra nuclear
El maíz es el cultivo más sembrado del mundo y funciona como un buen centinela de la agricultura global.

Hasta hace poco, hablar de una guerra nuclear parecía cosa del pasado. Pero los hechos recientes entre Israel y Palestina se empecinan en recordarnos lo frágil que es la paz. Entre conflictos bélicos que escalan, amenazas veladas y demostraciones de poder, vuelve a asomarse una pregunta incómoda: ¿y si una bomba nuclear realmente estalla?

Sobrevivir a las explosiones no garantiza sobrevivir a lo que vendría después.

Ahora bien, si eso ocurriera, el problema no sería solo la destrucción inmediata. Un estudio reciente liderado por investigadores de la Universidad Estatal de Pensilvania fue más allá del hongo radioactivo y las ruinas. Con modelos matemáticos, simulaciones de cultivos y una pizca de pesimismo realista, los científicos mostraron qué le pasaría al maíz -y por extensión, al sistema alimentario global- si una guerra nuclear desatara un invierno planetario.

Un invierno sin nieve, pero sin comida

La idea de un invierno nuclear no es nueva. Este tipo de bombas, además de devastar ciudades, generan incendios masivos que lanzan hollín a la atmósfera. Ese hollín oscurece el cielo, bloquea parcialmente la luz solar y enfría la superficie terrestre durante años. Y no estamos hablando de un par de grados: las temperaturas caerían lo suficiente como para poner en jaque a los cultivos, incluso en regiones que hoy producen abundancia.

Lo interesante (o escalofriante) es que ahora contamos con herramientas para cuantificar ese impacto. Los investigadores usaron Cycles, un modelo de agroecosistemas desarrollado en Penn State, que simula el crecimiento de cultivos teniendo en cuenta clima, suelo y otros factores ambientales. A ese modelo le sumaron el efecto de la radiación ultravioleta (UV-B), que aumentaría por la destrucción del ozono, y la capacidad de los cultivos para adaptarse a ciclos más cortos de maduración en condiciones frías.

El resultado: un catálogo de escenarios posibles, que van de lo alarmante a lo catastrófico.

Del 7 % al 87 %: cómo se desploma el maíz

El maíz es el cultivo más sembrado del mundo y funciona como un buen centinela de la agricultura global. En una guerra nuclear regional, que libere unas 5 toneladas de hollín a la atmósfera, la producción mundial de maíz podría caer un 7 %. Ese valor, que a simple vista puede parecer manejable, sería suficiente para desestabilizar mercados y agravar la inseguridad alimentaria en muchas regiones.

Pero si hablamos de una guerra a gran escala, con 150 o más toneladas de hollín en la atmósfera, la caída podría llegar al 80 %, y la recuperación demoraría de 7 a 12 años. Si se suma el impacto de la radiación UV-B, que dañaría los tejidos vegetales y reduciría la fotosíntesis, la caída total de la producción alcanzaría un 87 %. En total, el estudio simuló seis escenarios de guerra nuclear con diferentes inyecciones de hollín.

Y cada uno de esos escenarios, vale recordarlo, no incluyen las consecuencias sociales, logísticas y políticas de un mundo que intenta alimentarse entre ruinas.

El plan B: resiliencia en sobres

Entre tanta oscuridad (literal y figurada), el estudio propone una idea concreta: crear kits de resiliencia agrícola. Se trata de paquetes que incluyen semillas de cultivos adaptados a climas fríos y ciclos cortos, seleccionadas según la región. También incorporan tecnología agrícola específica que permita sostener la producción en condiciones transitorias, mientras se recuperan las cadenas de suministro y la infraestructura.

Durante la recuperación, es vital elegir variedades de maíz que se adapten mejor a los cambios térmicos o de luz podría aumentar la producción un 10 % frente a no hacer ningún cambio.

En otras palabras: tener preparados, de antemano, los recursos mínimos para garantizar que pueda seguir creciendo algo. No en cualquier parte, no en abundancia, pero lo suficiente como para no agregar hambruna a la lista de horrores.

eso sí, los propios autores del estudio son escépticos respecto de que haya voluntad política global para armar estos kits de forma masiva. Por eso insisten en la importancia de visibilizar el problema. Porque si nadie lo nombra, nadie lo prepara.

Agricultura de emergencia… también para volcanes

Aunque el disparador del estudio fue la amenaza nuclear, sus conclusiones van más allá. Una erupción volcánica gigante también podría inyectar hollín en la atmósfera y enfriar el planeta durante años, como ocurrió tras la erupción del Tambora en 1815, que provocó el “año sin verano” en el hemisferio norte.

La propuesta de kits de resiliencia puede servir no solo para sobrevivir al absurdo humano, sino también a los caprichos de la geología.

Es incómodo, pero necesario. Como señalaron los autores del estudio, no se trata de fomentar el miedo, sino de entender que la preparación es una forma de resiliencia. Si alguna vez -ojalá nunca- el mundo se oscurece, que al menos no nos agarre sin alimentos.

Referencia de la noticia:

Yuning Shi, Felipe Montes, Francesco Di Gioia, et.al. Adapting agriculture to climate catastrophes: the nuclear winter case. Environmental Research Letters.