Una joya escondida en la Costa Brava: el pequeño pueblo con calas secretas y sabor a mar
Hoy nos desplazamos a un lugar único que ha sabido decir 'no' al turismo de masas y 'sí' a conservar su alma. Toma nota para descubrir este encantador pueblo enclavado en plena Costa Brava.

Hoy vamos a viajar a un rincón privilegiado del Mediterráneo que lo tiene todo: acantilados escarpados, aguas cristalinas, pueblos con encanto y una cultura marinera que aún late en cada puerto y cada mesa. Con esa descripción, sólo podemos estar hablando de la Costa Brava gerundense.
Pero es que entre todos esos rincones que parecen sacados de una postal, hay uno que aún conserva la esencia intacta del antiguo pueblo de pescadores que fue, y su nombre no es otro que Calella de Palafrugell.
El encanto intacto de un pueblo marinero en el corazón de la Costa Brava
Ubicado en el municipio de Palafrugell, en la comarca del Baix Empordà, este pequeño núcleo costero se ha ganado el corazón de quienes lo descubren por casualidad, y de quienes vuelven cada verano buscando paz, mar y autenticidad.
Sofía López (@sofiaa_lpez) April 14, 2025
Calella de Palafrugell pic.twitter.com/3wM1eGljlU
Lo primero que llama la atención al llegar es, sin duda, su paisaje: un conjunto de casas blancas con tejados de teja roja que se deslizan hacia el mar en calles estrechas y empedradas. Nada de grandes bloques de apartamentos ni hoteles invasivos.
Su litoral se compone de pequeñas calas unidas por el Camí de Ronda, un antiguo sendero que recorre la costa y regala vistas de postal en cada curva. Este camino, que en su origen servía para vigilar la costa y prevenir incursiones de contrabandistas, es hoy uno de los paseos más espectaculares del Mediterráneo.
Desde Calella se puede caminar hacia Llafranc y el faro de Sant Sebastià, o hacia la cala del Golfet y el jardín botánico de Cap Roig, siempre entre pinares, rocas y vistas al mar que invitan a detenerse y respirar la esencia de la Costa Brava.
Playas de ensueño poco frecuentadas en pleno verano
Entre las playas más queridas y conocidas destaca la de Port Bo, con sus características barcas varadas y las antiguas “voltes”, unos porches abovedados que sirvieron en su momento como cobijo de pescadores y redes.
El Golfet - Calella de Palafrugell pic.twitter.com/o71uzXBABT
— Roger Uceda (@RogerUceda) March 30, 2018
Otra de las playas más conocidas es La Platgeta, una pequeña cala que parece un rincón secreto incluso en pleno agosto. Más al sur, El Golfet se presenta como una joya más escondida aún, rodeada de vegetación y acantilados rojizos.
Pesca, salazón y corcho, los oficios que dieron forma a Calella de Palafrugell
Lo cierto es que Calella no es sólo paisaje. Es también historia y cultura, porque fue en sus orígenes un humilde asentamiento de pescadores, vinculado desde siempre al mar.

Durante siglos, su economía giró en torno a la pesca, la salazón de anchoas y el corcho, este último una industria clave en toda la región de Palafrugell. Todavía se pueden visitar museos como el Museo del Corcho, en el centro de Palafrugell, para entender cómo este material moldeó la vida de sus habitantes.
Refugio de artistas, escenario de habaneras y gastronomía singular
Con el paso del tiempo, Calella fue atrayendo a artistas, escritores e intelectuales que quedaron cautivados por su belleza discreta. Figuras como Josep Pla, el gran cronista del Empordà, o el músico Pau Casals, han escrito y hablado con emoción sobre este lugar.
De hecho, el espíritu de esa época se mantiene vivo gracias a eventos como la "Cantada d’Havaneres", que se celebra cada julio en la playa de Port Bo y transforma la bahía en un auditorio natural donde suenan canciones marineras a la luz de las velas.
La gastronomía es otro de sus pilares. En sus terrazas junto al mar se sirven arroces, suquets de pescado y tapas elaboradas con producto fresco y sabor auténtico. Y aunque en temporada alta hay más movimiento, Calella sigue siendo un lugar donde se respira serenidad.