La Meteorología y los Medios de Comunicación

El interés de la gente por el tiempo atmosférico tiene su reflejo en los mass media, donde encontramos, en mayor o menor medida, una parcela o espacio monográfico sobre Meteorología, ya sea en forma de sección fija diaria, ya sea en el seguimiento periódico de la actualidad meteorológica y climática.

José Miguel Viñas Rubio 
Meteorólogo, divulgador y comentarista de RNE 
Articulo de abril de 2003. Recuperado en agosto de 2012.

El interés de la gente por el tiempo atmosférico tiene su reflejo en los mass media, donde encontramos, en mayor o menor medida, una parcela o espacio monográfico sobre Meteorología, ya sea en forma de sección fija diaria (página del tiempo en la prensa escrita, espacios del tiempo en TV,...), ya sea en el seguimiento periódico de la actualidad meteorológica y climática.

Los aficionados, profesionales o no a la Meteorología, deberíamos estar por tanto de enhorabuena por esa presencia continua de información “fresca”, pero lamentablemente no es oro todo lo que reluce y, con demasiada frecuencia, nos encontramos con graves errores (gramaticales y de concepto) en la terminología empleada, lo que transmite una incultura meteorológica preocupante en muchos medios de comunicación.

Evidentemente existen buenos profesionales de la información que “saben de lo que hablan” y, sin especular y con buen criterio, se dejan asesorar por los expertos en estas cuestiones (los meteorólogos, a los que también hay que exigirles una aceptable capacidad divulgadora). El problema lo encontramos en la labor de los periodistas que no siguen ese camino y en la falta de un control de calidad efectivo por el que deberían pasar todas las informaciones antes de “salir al aire”.

En el caso concreto de una cadena de televisión ese control, que siempre debería recaer en el meteorólogo de turno, no es en muchos casos ejercido (digamos que por causas ajenas a su voluntad). Nos encontramos en ocasiones con un gran volumen de información (por ejemplo cuando un determinado episodio meteorológico activa las alertas en varias comunidades), a menudo contradictoria, que, en muy poco tiempo, tiene que “saber leer” el periodista. Lo deseable en estos momentos de lógica tensión informativa sería la consulta rápida al experto, lo que le daría al redactor las claves de la noticia, sin incurrir en los habituales “errores de bulto”.

El otro aspecto sobre el que también merece la pena reflexionar es el del perfil idóneo del hombre del tiempo (hombre o mujer se sobreentiende) de una televisión. Sobre esta cuestión mi colega Mario Picazo, el popular meteorólogo de Tele 5, se expresaba de esta guisa en su libro “Los grillos son un termómetro”: Una de las ventajas de que todos los miembros del equipo sean meteorólogos o expertos en el tema es que pueden llevar a cabo las tres funciones que implican poder llevar la información meteorológica a la pantalla diariamente: elaborar un pronóstico de alta fiabilidad, preparar los mapas y presentar la información con más naturalidad, sin tener que leer o memorizar un guión.

Suscribo las palabras de Picazo y pondría también de manifiesto las dificultades iniciales que conlleva la formación de un equipo mixto de meteorólogos y periodistas como los que existen en otras cadenas. El esfuerzo de los primeros por enseñar Meteorología debería verse correspondido por los segundos en forma de aprendizaje, conduciéndoles hasta la afición y el interés por estos temas. Al final esto quedaría reflejado en la pantalla y los errores, de producirse, no serían de concepto, sólo de forma.

Hablando de errores podrían ponerse muchos ejemplos de las cosas (“barbaridades” en algunos casos) que vemos, leemos y escuchamos a diario. Para organizar todo esto un poco expondré brevemente algunos de los temas más recurrentes.

• La “metereología”

Quizás se trate de uno de los errores más habituales y que más daño hace a la vista cuando lo vemos impreso en papel. Evidentemente la ciencia que estudia los meteoros es la Meteorología, como su propio nombre indica, y no hay más vuelta de hoja. La palabra “metereología” no existe en el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) y su uso es incorrecto a todas luces. Pondría la mano en el fuego a que cualquier meteorólogo ha sido alguna vez anunciado como “metereólogo” y no sólo en entrevistas o en firmas de artículos, sino incluso en algún que otro documento oficial.

• Las condiciones “climatológicas”

Esta expresión es muy usada en las retransmisiones deportivas o en las crónicas de sucesos que tienen lugar al aire libre, estando, por desgracia, muy extendida entre los periodistas. Es bastante corriente escuchar o leer como las adversas condiciones “climatológicas” fueron la causa de tal o cual accidente de tráfico. Si el suceso ocurre, por ejemplo, en una carretera de Almería y en ese momento llueve intensamente, entonces hay que entender que las condiciones “meteorológicas” son de tiempo lluvioso en una de las zonas más secas (de clima seco) de España. Por otro lado hay que tener en cuenta que la meteorología adversa no es la que provoca los accidentes de tráfico, sino un factor más, poco respetado por algunos conductores.

La aplicación incorrecta del adjetivo “climatológico” tiene su origen en lo indistinto para muchos de dos conceptos como son el tiempo (atmosférico) y el clima. En un lugar concreto y usando definiciones sencillas, el tiempo sería el estado de la atmósfera en un momento dado (en un instante), mientras que el clima vendría dado por la sucesión periódica de situaciones meteorológicas (diferentes estados atmosféricos) que se dan a lo largo de un periodo de tiempo suficientemente largo.

Adviértase por último que si nos queremos referir al clima tendremos que emplear el término “climático” y no “climatológico”.

• El aire que “sopla”

Identificar al aire como el viento resulta un tanto sorprendente, algo así como confundir la velocidad de un objeto con él mismo. No son pocos los comentarios que escuchamos sobre “el aire que hace” refiriéndose al viento que pueda estar soplando en un cierto instante y lugar. El aire que respiramos envuelve a la Tierra, nos rodea permanentemente y constituye nuestra atmósfera. No acostumbra a estar quieto sino en movimiento constante, desplazándose desde las altas hacia las bajas presiones. El resultado del equilibrio de la fuerza debida a esa diferencia (gradiente) de presión con el resto de fuerzas que también actúan en la atmósfera terrestre es el viento que sentimos sobre nuestra piel y que podemos medir con un anemómetro.

• La medida de la lluvia y del agua embalsada

Como bien sabe cualquier aficionado a la Meteorología la cantidad de precipitación registrada en un determinado lugar puede expresarse de manera equivalente en litros por metro cuadrado (l/m2) o en milímetros (mm). Un milímetro de lluvia es la altura que en una cubeta de un metro cuadrado de superficie alcanza exactamente un litro de agua caída del cielo, de ahí la equivalencia. Lo que carece de sentido es hablar sólo de litros caídos, como escuchamos en ocasiones.

El agua que se acumula en nuestros embalses si que admite una medida directa de la cantidad (el volumen), aunque para emplear cifras “razonables” se debe usar el hectómetro cúbico (hm3). No son pocas las veces en que cuenta una noticia que “con las lluvias de la última semana nuestras reservas ascienden a tantos metros cúbicos? (sin citar, obviamente, la enorme cifra que resultar?a de la conversi?n hm3??m3). Este ?peque?o? detalle nos aleja de la realidad del dato seis ?rdenes de magnitud. La cantidad real de agua ser?a ??un mill?n!! de veces mayor.

• Nevadas y cotas de nieve

Aunque las dos informaciones suelen ir de la mano, en ocasiones hay que saber diferenciar entre una predicción de cota de nieve y un pronóstico de nevada a esa cota. No es lo mismo decir que la cota de nieve rondará los 600 metros en Madrid a que, necesariamente, vaya a nevar en la capital de España. Pongo a Madrid como ejemplo con toda la intención, por el desproporcionado despliegue mediático que tiene lugar cuando la palabras nieve y Madrid salen de la boca de los meteorólogos. Tras varios años de experiencia he llegado a la conclusión de que es harto difícil “acertar” en esto de las nevadas de Madrid y no por la dificultad propia del pronóstico, sino por la predisposición periodística a construir la noticia antes de que se produzca.

• Buen tiempo/mal tiempo

En un país como el nuestro, con una variedad de climas tan asombrosa y en el que la amenaza de la sequía siempre está presente (una realidad en el sudeste peninsular), utilizar calificativos como el de buen tiempo asociado al sol y el de mal tiempo a la lluvia no parece la opción más adecuada. La realidad de un agricultor de Murcia o Almería poco tiene que ver con la del turista ávido de sol y playa. Nada mejor para el primero que un día de lluvia (su buen tiempo), lo que daría al traste con los planes del segundo.

• El temporal, la tormenta, la nevada,... “del siglo”

Cuando el tiempo es tan “malo” que hasta el agricultor se siente amenazado, el término periodístico usado por excelencia es el de “temporal”. La Meteorología, que da mucho juego, pasa al primer plano de la actualidad informativa. La noticia no suele estar en la cantidad de lluvia caída o en la fuerza alcanzada por el viento, sino en los destrozos ocasionados y en el número de víctimas cuando las hubiere. Tormentas extraordinarias se desarrollan casi todos los veranos en el Pirineo, pero cuando, por desgracia, van unidas a tragedias como la de Biescas (1996) pasan a ser calificadas como “del siglo”. ¿Nos hubiéramos enterado de aquella tormenta de no haberse llevado por delante el camping?.

Lo cierto es que dicha coletilla es un tanto imprecisa en estos días que corren, recién estrenado el S:XXI. En el supuesto de que alguno de los temporales (tormentas, nevadas,...) así calificados fuera verdaderamente extraordinario, tendríamos que referirlo siempre con respecto a los registros de los siglos XX o XIX, ya que del XVIII para atrás no tenemos series instrumentales completas.

Tampoco debemos de olvidar que los récords meteorológicos se producen a diario, incluso me atrevería a decir que en todo momento, ya que cada instante en la atmósfera es singular y diferente a cualquier otro anterior, por lo que siempre podríamos encontrar algún lugar donde una determinada variable alcance un valor singular. Cuando esos lugares coinciden con observatorios tenemos la posibilidad de registrar la efeméride.

En resumen, los temporales “mediáticos” en muchos casos no son relevantes desde el punto de vista meteorológico y suelen “construirse” a partir de las noticias que generan determinadas desgracias personales y daños materiales. Con la vista puesta en la prevención, este tratamiento “a toro pasado” no es el adecuado. Las predicciones meteorológicas a corto plazo son lo suficientemente buenas como para recibir una amplia difusión por parte de los medios de comunicación los días previos a un determinado episodio (y no sólo a través de los espacios del tiempo), con el fin de avisar de forma efectiva a la población y minimizar esos riesgos. Este es el reto de meteorólogos y periodistas.

Llueve en el Mediterráneo => Gota fría

No resulta fácil desterrar del lenguaje periodístico el término “gota fría”, o al menos limitar su uso a situaciones muy concretas. Lo cierto es que el ámbito mediterráneo se ve afectado periódicamente por lluvias intensas, especialmente durante los meses de otoño. En su génesis la presencia de aire frío en altura no es el único factor clave a tener en cuenta, intervienen otros como la existencia de vientos de componente este (Cuadrantes I y II) en superficie, la temperatura del agua del mar o el “efecto disparo” orográfico. De su combinación y del mayor o menor peso de unos sobre otros resulta finalmente el grado de torrencialidad y la persistencia y extensión horizontal del episodio de precipitaciones.

Sepamos que no es necesario que exista un embolsamiento (”gota”) de aire frío en altura aislado para que llueva torrencialmente, ni tampoco su presencia va a garantizar en todos los casos esas fuertes lluvias.

En el vocabulario de los meteorólogos el término “gota fría” está siendo sustituido por el de DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), teniendo éste un carácter más general.

Podría seguir enumerando temas pero creo que los anteriores son una muestra representativa de la población total. Quedarían en el tintero otros que también invitan a la reflexión, como el de que “todo lo que pasa es debido al Cambio Climático” o el comentario, muy habitual, de que las temperaturas son “frías” (en vez de bajas), etc...

Espero que el presente artículo deje constancia de una realidad percibida con demasiada frecuencia al leer un periódico, escuchar la radio o al conectarnos a la TV. Tengamos en cuenta, además, que el problema no sólo afecta a la pequeña parcela meteorológica, sino a otras “hermanas” como la Astronomía o el resto de Ciencias de la Tierra. Todo esto no es más que el reflejo de algo que viene de muy atrás, uno de los males endémicos de nuestra sociedad como es la falta de cultura científica.

Pese a todo, los usuarios de dicha información nos merecemos un buen producto y los medios de comunicación tienen la obligación de ofrecerlo. Desde la divulgación científica, y en concreto la meteorológica, se debe seguir actuando en pro del conocimiento

Esta entrada se publicó en Reportajes en 12 Ago 2012 por Francisco Martín León