La niebla de Lucifer

AnónimoMe desplazaba por una zona poco habitada de paso a una reunión en una ciudad grande y bulliciosa. Se me había hecho tarde la salida de mi punto de origen y era las 8 de la noche cuando tuve que...

Anónimo

Me desplazaba por una zona poco habitada de paso a una reunión en una ciudad grande y bulliciosa. Se me había hecho tarde la salida de mi punto de origen y era las 8 de la noche cuando tuve que buscar posada y descanso en el viaje. La noche ya se había echado encima y realmente una bruma espesa iba cerrando la poca visibilidad que quedaba a mi alrededor. Tome un desvío que me llevaba a un pueblo. Terror o Terrer o Terred,... No sé deciros el verdadero nombre que vi fugazmente en un cartel. Solo quería parar en el pueblo pues estaba muy cansado. El pueblo era alargado y las casas se asentaban en una calle principal. Cerca había un río que poco a poco fui perdiendo de vista.

Tuve que dejar el coche a la entrada del pueblo y preguntar a una “abuela” si existía una posada u hostal en él. Me señaló tan rápido como pudo hacia el otro extremo de la calle. Tan pronto me lo dijo, se marchó velozmente dejándome allí solo. El coche no podía llevarlo a la supuesta casa de hospedaje pues dos barras de hierro en forma de mojón lo impedía. Tomé mi maleta y me dirigí tranquilamente hacia la posada.

La calle era larga, estaba poco iluminada y las casas se asomaban a ella como curiosas lechuzas en un árbol. Mientras yo avanzaba hacia el otro extremo, la niebla se espesaba por momentos desde el otro extremo. En el medio de ella encontré la iglesia, coronada por un santo que pisaba fuertemente la cabeza del demonio agonizante. Su báculo se apoyaba sobre la mano demoniacal que llevaba un tridente. El bien triunfando sobre el mal, pensé. Por si fuera poco, una cadena gruesa terminado en un anillo de acero rodeaba la cabeza de Lucifer. El otro extremo finalizaba en la mano del santo.

¿Durante cuántos siglos habrá estado prisionero el malévolo demonio a los pies del santo? No se podría escapar tan fácilmente.

Seguí avanzando por la calle, con la niebla ya a mis espaldas. El aire estaba encalmado y la noche languidecía de tristeza y aburrimiento. No había andado más de tres pasos cuando un tintineo de cadenas me sobresaltó. Mire alrededor y no vi nada. Seguí presto hasta alcanzar la pequeña y destartalada posada.

Solo dos camas poseía la casa de huéspedes ¿Cuánto tiempo habría pasado desde que la cama fue calentada por otro viajero despistado? ¿Quién se puede dejar caer por estos lugares?, me pregunté. Me daba igual. Tomé posesión de ella como el descubridor de una nueva isla de coral. Cuando me iba a dormir me di cuenta que en el coche tenía los utensilios básicos de aseo. Con mucho pesar tuve que ir a por ellos, no sin antes escuchar las advertencias de la patrona de la casa:

- “Señorito, señorito, no salga esta noche, es noche de niebla del demonio”.

- ¿Qué? - Pregunte.

La rapidez de la pregunta fue equivalente a la del portazo que recibí de la patrona. Supongo porque yo tenía abierta la puerta de la casa que da a la calle y se asustó de ver ..... no sé que. Me reí, interiormente, pensando que el siglo XXI había gente que creía en demonios y temas parecidos.

Salí de la casa y no vi más allá de dos metros. La niebla lo abrasaba todo. El escalofrío que sentí fue inolvidable. Por un momento pensé en volver a la posada y dejarlo todo en el coche pero no lo hice y comencé a avanzar a lo largo de la calle principal.

Al pasar cerca de la iglesia la luz mortecina de una lámpara rompía la monotonía de la noche y dejaba alcanzar la vista más allá de unos metros.

En la noche blanca de niebla cerrada, el tintineo de las cadenas me llamó la atención de nuevo.

El santo y el demonio están haciendo de las suyas. Pensé. Al girar la cabeza me lleve el susto de mi vida. El demonio se había soltado y escapado de las mortales cadenas de hierro que se balanceaban en las manos del santo. ¿Qué había ocurrido?. Rápidamente pensé en lo que me advirtió la patrona: “ ... no salga esta noche, es noche de ....”.

Las palabras de la señora de la posada pasaron sobre mi mente mil veces mil en un instante. El miedo me congeló la sangre, la niebla parecía más niebla y más cerrada, el tintineo de las cadenas que presagiaban la liberación de Lucifer se aferraba a mi garganta y mis pies no me obedecías. Era yo el que estaba ahora prisionero. Quería correr y alejarme de allí, pero ¿a dónde?. Sin pensarlo dos veces y sintiendo el aliento frío de un ser de los infiernos corrí despavorido a la primera dirección que cogí. No sé dónde fui a parar pero aquello no era la calle principal, era otro lugar del pueblo.

Me había metido en una hondonada pues la pendiente era llamativa, seguí descendiendo sin dirección hasta que me tope con un riachuelo donde la niebla se aferraba aún más que en el propio pueblo. Traté de pedir ayuda pero el miedo me aprisionaba la garganta. Me quedé quieto y oí el chapoteo limpio del agua liviana. Un ruido especial me sobresalto pues no era el del agua que corría, eran pasos sobre ella. Los sonidos eran de otro mundo y solo sé que se acercaban hacia mí.

Cuando me di cuenta tenía ante mí a una monstruosidad andante en forma de ser humano y bestia, con un tridente en la mano. Su color rojo amarillento y sus ojos saltones me presagiaban lo que yo ya me imaginaba: era Lucifer, el demonio liberado de las cadenas que sostenía el santo.

Sin mediar palabra, levantó el arma infernal para insertarme en ella, cuando, a la vez, oí una voz. Otra persona con túnica, barba y cadenas en las manos estaba en la misma escena: era el santo de la iglesia que había venido a salvarme o a llevarse otra vez el ser no terrenal.

No me acuerdo de lo que pasó. A la mañana siguiente estaba tendido en la cama de la posada rodeada por la patrona y el cura del lugar, un viejecito bajo y rechoncho. Cuando abrí los ojos, me dijeron que me habían encontrado tirado junto al riachuelo del pueblo a las afueras de él. Ellos argumentaban que al ir por mis cosas a mi coche me habría perdido en la noche de niebla cerrada. Un campesino me encontró a la mañana siguiente.

Quise contar lo que me pasó aquella noche pero pensé que mejor sería no hacerlo. Nadie me iba a creer. ¿O a lo mejor sí?. Cuando recupere mis fuerzas ( y eso si que lo hice rápidamente) cogí mis cosas y me marché del pueblo. Tuve que pasar por delante de la iglesia y ver por ultima vez a esas dos figuras de piedra que la noche anterior habían bajado y cobrado vida en una noche de niebla cerrada.

Me marche. No quise saber mas de ese pueblo. Solo deciros que cada vez que hay niebla recuerdo lo que me pasó en ese pueblo llamado Terred, Terror, Terrer, ... no lo sé exactamente. Mejor olvidarlo.

Esta entrada se publicó en Fotos y animaciones en 18 Sep 2003 por Francisco Martín León