Verano tórrido y manicomio de cuerdos (y II)

Anónimo Después de lo que me dijo la carta “mágica” ( que me moriría en un manicomio y dentro de diez años) no tuve más remedio que buscar un lugar donde no hubieran dichas instituciones médicas (¿?) ...

Anónimo

 Después de lo que me dijo la carta “mágica” ( que me moriría en un manicomio y dentro de diez años) no tuve más remedio que buscar un lugar donde no hubieran dichas instituciones médicas (¿?) en las cercanías donde yo vivía. En mi ciudad había tres. No podía permanecer más de un minuto allí. Hice todo lo posible por marcharme y al tercer día me aloje en un pueblo bullicioso lejos del primero donde no había manicomios a 100 kms a la redonda. ¿Eso me salvaría? No lo sé, pero si estaba más seguro y tranquilo que permaneciendo en mi antigua ciudad.

Pronto encontré trabajo. Realmente fue el único que encontré. Representante de una casa comercial. Tenía que viajar mucho pero antes de cualquier viaje me cuidaba de no pasar por poblaciones con manicomio y si tenía que estar en una de ella, cambiaba el viaje con otro compañero o estaba el tiempo mínimo posible en dicha lugar. ¿Me estaba convirtiendo en un maniático depresivo-obsesivo con estas ideas? ¿Tendría razón el mensaje mágico de la carta?... No quise pensarlo más y así pasaron los años. Debo reconocer que, pasado un tiempo, me relaje en mis precauciones y ya vivía más tranquilo.

Un día lluvioso me dirigía con el coche de la empresa a no sé que pueblo o ciudad. En medio del camino el coche se paró. Estaba en una zona frondosa y desprovista de cobertura de teléfono. No pude contactar con nadie. La lluvia caía con fuerza y eran pocos los coches que pasaban por allí. Hice señales a unos y a otros pero mis aspavientos con los brazos debieron asustar a más de uno. Al final, un autobús pequeño paró. Subí a él y le dije al conductor que si me podía llevar a algún lugar para avisar de la avería del coche. El chofer de mediana edad asintió con la cabeza, arrancó y cerró la puerta. Los ocupantes de miniautobus estaban dormitando, eran cuatro o cinco. Yo no mostré mucha atención. Me senté al fondo y al cabo de media hora el autobús paro. El chofer se bajó y cerró la puerta. Al cabo de cinco minutos, otro chofer más joven y corpulento entró y se puso a conducir. No me dijo nada y prosiguió su camino. Me fije en los pasajeros que dormitaban y pronto me di cuenta que estaban disimuladamente atados al asiento pero no comente nada.

Entramos por una gran puerta con verja maciza de hierro y vi un cartel sobre ella ponía algo así como Mani... de cue..... Lastima, no lo pude leer porque el autobús arrancó con celeridad.

Salieron varias personas de un gran recinto y sin mediar palabras desataron, ahora si me di mejor cuenta, a las personas del autobús que comenzaban a espabilarse. A mí me miraron con cara de extrañeza y me gritaron con voz de mando:

- “Vamos para abajo”.

Yo obedecí y al pisar tierra balbuce unas palabras.

- “ Hola, yo quería ....”

-

Me interrumpieron y me dieron un empujón que me llevaron a un salón con el resto.

Traté de explicar mi presencia allí pero me mandaron callar con amenazas. Esos tipos no se andaban con rodeos y temí por mi integridad física y mental.

Lleve mis manos a los bolsillos con objeto de buscar mi teléfono móvil y poder hacer una llamada telefónica pero no lo encontré: lo deje en el coche averiado.

Cualquier intento de hablar con ellos era cortado de raíz con gritos o, en peor de los casos, con afirmaciones que posponían lo que yo quería hacer.

Al cabo de las horas me vi vestido de blanco y en una celda individual con una de las paredes con hileras de barrotes. Estaba preso, física y mentalmente.

No quiero contar mas cosas de las que viví. Solo deciros que la casa de tratamiento de enfermedades mentales en la que me encuentro está ocupada por cuerdos que un día hacían autostop en las cercanías del manicomio. Los empleados de este maldito establecimiento son los propios enfermos que un día determinado tomaron en edificio y las riendas de este negocio subvencionado por no sé que gobierno regional. ¿Es así esta historia o será que me la estoy inventando yo porque pierdo mis facultades mentales?

Tan solo aconsejaros que si en un día de lluvia se os para el coche en una carretera solitaria y sin cobertura telefónica, no hacer autostop a un mini autobús de color grisáceo. Podríamos vernos en este manicomio de cuerdos.

Nota del autor “verdadero”. La historia que he contado aquí está parcialmente basada en una obra literaria cuyo nombre lamento no acordarme. Los meritos de estas líneas van para ella y su autor.

Esta entrada se publicó en Fotos y animaciones en 12 Jun 2003 por Francisco Martín León