Historias meteorológicas de los lectores:El verano de mi tierra

Pedro Luis, [email protected] verano en mi tierra acostumbra a ser un concierto armónico y afinado de calores, sudores, noches de insomnio y alguna que otra tormenta o "riá".Asomar la ceja e...

Pedro Luis, Stormyweather

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El verano en mi tierra acostumbra a ser un concierto armónico y afinado de calores, sudores, noches de insomnio y alguna que otra tormenta o "riá".

Asomar la ceja el mes de mayo en el calendario y comenzar a resoplar, es la historia más común y unitiva que tenemos los murcianos.

Desde entonces hasta no sabemos cuándo -quizá octubre; a veces nos metemos en noviembre- los trabajos pesan más, los sueños se hacen más torpes y alugeros, los ocios y juegos más esparcidos y esforzados, los paseos más escasos.

Aquí nadie disfruta a cuerpo limpio del clima, a no ser que se tenga a mano la piscina o la playica más cercana.

Porque sólo el mar y nuestras costas nos distraen de la idea de que, al igual que hubo un General Invierno que detuvo a los conquistadores franceses y alemanes ante las puertas moscovitas, hay otro General chusquero llamado el General Verano, verdadera avanzadilla del moro Mohamed quien allá en sus palacios apalmerados, mientras pasa las horas contando huríes y comiendo dátiles, piensa en nosotros como una fruta madura que a fuerza de solanos y calimas, madura pasico a pasico presta a endulzarle la boca.

Llegará aquí antes de que nuestro paladar haya probado el recio bocado de Gibraltar.

Por todo esto, el murciano cabal y honrado que sabe que nació aquí como un olivo de dolor, estoico -y hasta heroico- contemplador de esta tierra que se le va poco a poco de las manos entre sequías, pedriscos y heladas, y que al mismo tiempo se sabe semilla de ella si la suerte no lo remedia, no se ilusiona con políticas ni planes; no se siente cómodo con estos estíos tan huérfanos de agua y de sombras que refresquen el campo y amainen la sed de descanso nocturno que padecemos.

Nada más rebrotar el sol por el empiece del nuevo día, ya notamos la primera bofetá sahariana que el viento sureño nos envía junto con el café con leche y las galleticas.

-¡Ya empezamos, Manuel!

Uno se cala las gafas oscuras en el alma, ahuyenta de su ánimo la palabrota que iba a nacerle de muy adentro, alumbra el primer pito del día y ¡hala!, bajo un cielo arenoso que te despoja con su calor y con su color de las últimas ideas tiernas de la madrugá ya ida, ¡a la faena!. Cada cual a lo suyo. A esperar ese oasis del mediodía que es el bar, donde sumergidos por unos instantes en la rubiez helada de la cerveza, acallemos un poco la violenta luminaria que se quedó afuera.

Luego será el comer, eso que en las “europas transpirenáicas” llaman almuerzo.

"La contraria", perlada la cara de sudor, con los nervios bailones y los ojos quedos, entre el bulle-bulle inconsciente de los pequeños pondrá la mesa.

No hay hambre, no puede haberla.

Las botellas de agua, vino o cerveza disimularán con su ir y venir, con sus transparencias claras, tintas o resolanas la máxima aspiración de aquellas gentes:¡descansar de este puñetero sol de una vez...!

Más tarde, cuando los ecos del telediario se hayan apagado y la información meteorológica nos haya llenado el rincón masoca del alma con su eterno redondelito amarillo -implacable, terquísimo- sobre la región, entonces trataremos de cumplir con la hora del día y nos abrazaremos a la siesta.

No durará mucho el diálogo con Morfeo, porque quizá el llanto sudoroso de la almohada nos despierte de sopetón.

Con la cabeza bombiza recién salidos de la pesadilla, nos meteremos bajo la ducha ardiente tratando de relajar los músculos del sueño; como si en vez de disfrutar de un ratico de relajo, hubiéramos corrido la maratón.

Las agujetas las arrastraremos por el resto de la jornada...

A veces, y a esa hora de la levantada siestera,el cielo se pone variopinto y juergüista amenizándonos la tarde con una tormenta.

Ya veremos a media huerta con los ojos suspendidos en las alturas y el corazón galopín rogando a escondidas y a media fe al dios del trueno y del granizo.

Pronto el cielo se vuelve oclusivo. Las tinieblas tempranas ocupan el horizonte cerrado por poniente y la tierra se sume en un silencio denso, pastoso, electrizante, agorero del plomo y de la plata helada tan temida.

El aire es entonces una ausencia agobiada, sudorosa, mientras la oscuridad llena de ecos, despierta en el amanecer falso del relámpago.

Caen aguas recias como cuchillos; a veces, piedra. Los truenos ruedan por sendas, laderas y ramblas; diríase que la Naturaleza bebe asustada...

Luego que por poniente vuelva a asomar su ojo recién lavado el Cíclope, comenzará la romería de huertanos y curiosos a las plantaciones. Unos regresarán con el gordo de la lotería en sus intocadas tierras...

Otros, con la pedrea.

Por todo esto, cuando uno ve en la tele o en el cine esas tierras verdes, eternamente húmedas, con esos aires templados que apagan las calorías malsanas con que los nuestros nos acarician, pienso que hay muchas formas de vivir; pero que, indudablemente, en unos sitios se vive y se muere mejor que en otros.

Allá, en esas praderas norteñas, donde el calendario de fríos y solanas es más puntual y humilde, donde la Navidad es nieve y el verano ocio o trabajos en manga corta (no a pecho descubierto), allá quisiera uno vivir lo que le resta y morir, despacio, al aire tibio del verano, a la sombra amorosa de sus bosques, cantando junto a sus ríos...

Y dejándole al Mohamed con sus arenas, con sus dunas y hasta con sus sudorosas huríes.

Stormyweather

Esta entrada se publicó en Fotos y animaciones en 06 Abr 2003 por Francisco Martín León