Presidente de la Asociación Española de Cabañuelas y Astrometeorología. Licenciado en Ciencias Químicas. Profesor de Secundaria en el Instituto de Tortosa.
Figura 2.- Manuel Plaza García en plena observación de las cabañuelas de agosto. Cerro de Nuestra Señora de la Antigua. Mora (Toledo).
Dicho esto, hay cabañuelistas más fiables que otros, y algunos que son auténticos linces en la predicción; la cosa es sabida, ellos son conscientes de su capacidad y, como suelen ir muy buscados, acaban siendo personas muy discretas y con tendencia al secreto.
Las predicciones estacionales están todavía en fase de desarrollo, pero año tras año van mejorando. ¿Cómo ve el futuro de este tipo de predicciones y el de las cabañuelas?
Claro que van mejorando las predicciones estacionales, sólo faltaría que no fuese así con los medios públicos que se invierten en ello. Pero la gente, en lo que realmente está interesada es en una predicción tipo “Calendario Zaragozano” que fuese fiable, ya que éste no lo es. No basta con decir “temperaturas o precipitaciones por encima o por debajo de los promedios”, sino cuándo se esperan los temporales, de qué tipo y de cuánta intensidad. Eso no sólo sería mucho, sino muchísimo. En los secanos, por ejemplo, importa más el momento de las lluvias que la cantidad. El sector hidroeléctrico, el de la aerogeneración, las industrias alimentarias, el turismo, pero sobre todo el sector agropecuario (aunque no llegue al 2% de la población laboral) han suspirado siempre por el largo plazo, por el anual, de ahí el éxito y la expectación que siempre han levantado y levantan aún los almanaques con pronósticos del tiempo.
Habría que preguntarse porqué el avance de las predicciones en los plazos largos realizadas por los modelos actuales y la enorme capacidad computacional puesta a su disposición obtienen unos resultados tan raquíticos. Y si pueden ser mejorables por esta vía, o se trata de una vía muerta debido a la indeterminación, que no respeta escalas. Ésta no es exclusiva del mundo subatómico, sino que opera también en lo macroscópico, en los grandes sistemas complejos como es la máquina climática terrestre.
En cuanto a las cabañuelas, ya he indicado el punto débil: la linealidad no se da en los sistemas complejos, por la gran interactividad que se genera en el seno de las partes integrantes (feed back, etc.). Si acaso, habría que buscar en la matemática de fractales, o en la propiedad holográfica de algunos sistemas. Pese a ello, los hechos demuestran que hay grandes cabañuelistas, cuyos aciertos se repiten año tras año, por lo menos en lo fundamental de sus predicciones. Son los menos y los menos conocidos. Ahora bien, he de reconocer también que me sobran dedos en las manos para poder contar las personas que conozco dispuestas a trabajar en grupo, coordinadamente, para avanzar juntos e intercambiar información. Personas capaces de sacrificar el ego en aras del conocimiento, de diluir su nombre en un grupo de trabajo. Abundan más los cabañuelistas amigos del periodista (por no decir otra cosa) que buscan el impacto mediático, el renombre, la adulación, el sentirse poderosos con su herramienta predictiva. Son los que de sí mismos afirman sin vergüenza ni pudor alguno que “aciertan un 85-90%”. Cifra que cada cual es libre de creer o no.
¿Por qué es importante el estudio de la Astrometeorología?, ¿en qué consiste esta disciplina?
El ciclo climático anual es consecuencia del giro de la Tierra alrededor del Sol, y de ésta sobre sí misma; el efecto combinado del movimiento de ambos, unido al caldeamiento diferencial (distinta inclinación de los rayos del Sol sobre cada latitud terrestre, diferencia de calor específico entre continentes y océanos, etc.) provoca la circulación general de la atmósfera, bien establecida, con sus células ciclónicas y anticiclónicas, Jet Stream, Zona de Convergencia Intertropical, etc., sobre los que también ejercen su influencia las corrientes oceánicas.
El resultado global es la secuencia de diversos escenarios climáticos característicos en cada latitud y zona del planeta a lo largo del ciclo de 365 días. Para estudiar la variabilidad climática podemos suponer fijos, en principio, la órbita de la Tierra y el clima solar. En las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX hubo físicos que indagaron en la predicción meteorológica trabajando con la actividad solar y su impacto sobre la atmósfera terrestre (el Padre Cirera, fundador del Observatorio del Ebro, el Abate Moreux y Albert Nodon en Francia, etc.). Pero, si dejamos esto por el momento, al menos en una primera aproximación al problema de la predicción del tiempo a largo plazo, cabe preguntarse legítimamente: si las causas del ciclo climático anual son iguales todos los años, ¿a qué podemos atribuir que para una zona concreta del planeta unos sean más secos o húmedos que otros, que descienda más o menos la circulación zonal de las perturbaciones en otoño e invierno, que un anticiclón quede anclado durante semanas o meses en una posición fija bloqueando el paso a las borrascas u obligándolas a circular por ciertos "pasillos" poco frecuentes, etc.?
Una posible respuesta es que la propia causa excitadora, el movimiento orbital de la Tierra, genere una serie de ritmos internos en los océanos y en la atmósfera, provocando así las rachas climáticas. Podríamos quedarnos tranquilos con esta hipótesis, pero no resolveríamos nada y volveríamos a estar como estábamos.
Pero... ¿tan seguros andamos de que la causa del ciclo climático anual y de su variabilidad reside única y exclusivamente en el movimiento orbital de la Tierra? Proponer influjos lunares y planetarios suena actualmente a astrología, a creencias populares y a superstición. Queremos recordar aquí que en los años 30 y 40 del siglo XX los meteorólogos pusieron grandes esperanzas en el estudio de este tipo de influjos -actividad solar, gravitación lunar y planetaria- para tratar el problema de las rachas climáticas (Congreso Internacional de Cosmobiología celebrado en Niza en junio de 1938, que reunió a astrónomos, meteorólogos, físicos, ingenieros, etc.). Y, sin embargo... ¿podemos sacar la tijera y cortar a nuestro capricho la Naturaleza por donde queramos como un cirujano negligente? ¿No estaremos desnaturalizando el problema al separar la Tierra y el Sol del resto de elementos del Sistema Solar, que se comporta como un todo único e inseparable? Al reducir el clima a la interacción entre dos únicos cuerpos de esa maquinaria que funciona integrada, solidaria e interactivamente, ¿no estaremos perdiendo por el camino algo que no teníamos previsto, simplificando el problema y dejándolo convertido en una simple caricatura?
Tenemos un punto de comparación en el papel que juegan los oligoelementos en el suelo (Agronomía), los catalizadores en las reacciones químicas o las vitaminas en la nutrición. La presencia de oligoelementos en la tierra, aunque en bajísimas cantidades, es fundamental en agricultura, y también en alimentación. La carencia de boro, manganeso, etc. en un suelo puede determinar la ruina de las cosechas; aunque lo fundamental para las plantas sean el nitrógeno, el fósforo y el potasio. En Agronomía existe la llamada ley del mínimo: la producción está limitada por el elemento que se halle en menor cantidad, incluso si éste es un oligoelemento. Y lo mismo pasa en los animales superiores: aunque la alimentación básica esté constituida por proteínas, lípidos y glúcidos, la presencia en bajísimas cantidades de cinc, cobre, vitaminas, etc. es fundamental, y su carencia puede causar alteraciones de la salud nada proporcionales a las dosis mínimas diarias necesarias de estas sustancias.
En el plano de la Física, algo nos insinúa que similares circunstancias pueden darse también en el desarrollo de las rachas climáticas respecto de algunos ciclos planetarios, por débil que pueda resultar la luminosidad o la gravedad de un planeta respecto de otros parámetros (ciclo solar anual, etc.). Pequeños pulsos que se pueden ir acumulando gradualmente, entrar en resonancia con otros y que, además, escaparían al control de las expresiones matemáticas de las ecuaciones diferenciales, inicialmente diseñadas para describir el comportamiento de los grandes sistemas complejos, como es el que estamos tratando.
No sabemos si los antiguos se plantearon estas interrogantes en estos términos, pero sí es comprobable que asociaron la variabilidad climática a los ciclos astronómicos del conjunto de los elementos del Sistema Solar (para ellos la Luna, el Sol y los cinco planetas visibles a simple vista). Y todo ello de un modo coherente, con arreglo a la cosmología de Aristóteles, que estuvo vigente hasta bien entrado el siglo XVII. Se puede contestar a ello que con la nueva Física surgida de Kepler, Galileo y Newton, toda la doctrina aristotélica se vino abajo. Bien, pues estúdiese directamente en las obras de estos autores, no a través de comentaristas o intermediarios, y se comprobará que en absoluto cuestionaron esa cosmología, ni trataron de crear una nueva ciencia que sacara al mundo de la ignorancia en la que había estado sumido hasta entonces. Sólo trataron de crear una imagen física del mundo, no sólo matemática, como era el modelo geocéntrico y geométrico de Ptolomeo, que explicase el movimiento planetario mediante fuerzas reales, descriptibles matemáticamente (modelo causal). En ningún momento cuestionaron el influjo planetario sobre la Tierra. Tycho Brahe, personaje clave en la Historia de la Astronomía, efectuó observaciones meteorológicas en relación a configuraciones planetarias. En la obra de Kepler Sobre los fundamentos muy ciertos de la astrología, se encuentran los pronósticos del tiempo para todo el año de 1602, pronósticos que empezó a publicar unos años antes (1595) y continuó durante más de veinte años. Y no vale decir que no tenían otra cosa. ¿Acaso la tenemos ahora en los plazos largos? Parece que no hemos avanzado demasiado en este campo, tal vez nos viniera bien una cura de humildad…
Figura 3.- Página inicial de la obra de Kepler que incluye los pronósticos del tiempo para 1602
La Física aristotélica ya no está vigente; sabemos que el único astro que da calor a la Tierra es el Sol, una enorme central de fusión nuclear, en contra de la opinión antigua de que el calor llegaba a nosotros procedente de la fricción de las esferas planetarias contra el aire terrestre. Bien, una teoría es un modelo de la realidad, no la realidad misma. Una simplificación, un esquema. La obsolescencia de un modelo (el de la cosmología de Aristóteles) no invalida los hechos observados por los antiguos, que eran muy minuciosos, como puede constatarse leyéndolos. En realidad, el trabajo científico consiste en interpretar esos hechos, en encontrarles una justificación que satisfaga a nuestro intelecto. Nuestros antepasados relacionaron la retrogradación planetaria con el aumento del calor, y, en ciertas condiciones, con la lluvia. Pensaron igualmente que el acercamiento o el alejamiento de los planetas a la Tierra, su diferente velocidad angular, la posición en el Zodíaco y ciertas distancias angulares entre ellos (los conocidos “aspectos” de la astrología), venían parejos a determinadas secuencias climáticas. Podemos verlo en el Libro de las Cruzes, texto árabe en cuya traducción al castellano intervino Alfonso X de Castilla, en el Libro del mundo del judío de Tudela (Navarra)
Dentro de las doctrinas antiguas, el hecho astronómico más notable desde el punto de vista influencial es una conjunción planetaria, y, dentro de las posibles, la múltiple, el llamado stellium. No salgamos del siglo XX y examinemos el de febrero de 1962, con los siete planetas clásicos en Acuario del día 5 de este mes. Siguiendo estas doctrinas, un evento de esta envergadura se dejará sentir durante meses e incluso años. Búsquese en las efemérides los cientos de muertos y desaparecidos habidos por las lluvias en la provincia de Barcelona en septiembre de 1962, la envergadura de la nevada caída en la capital catalana el día de Navidad de este mismo año, así como los fríos habidos en la Península Ibérica durante enero de 1963. Compruébese que en el Reino Unido este invierno de 1962-63 fue el más frío desde que hay registros, y en U.S.A. el período 1962-64 fue el más seco desde que empezaron allí las observaciones meteorológicas sistemáticas.