El olivo del sur peninsular necesita lluvia: "septiembre y octubre son meses en los que tiene que producir aceite"

El olivo del sur de la España peninsular afronta meses decisivos: septiembre y octubre. La lluvia en este periodo resulta esencial para que el fruto genere aceite y asegurar la cosecha.

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Aceituna sufriendo la escasez de lluvias

El olivo, es ese símbolo indiscutible del paisaje agrícola del sur peninsular y que vive íntimamente ligado al clima. La dependencia del agua de lluvia es una constante histórica, y aunque la modernización del campo ha traído consigo técnicas de riego localizado en algunas explotaciones, la gran mayoría de los olivares sigue siendo de secano.

Por ello, los meses de septiembre y octubre adquieren una relevancia fundamental: es en este periodo cuando el fruto comienza a madurar y a producir el aceite que será lo más importante de la campaña.

El ciclo del olivo y la importancia del otoño

Durante la primavera, el olivo florece y se produce el cuajado, es decir, la transformación de la flor en fruto. A lo largo del verano, esas pequeñas aceitunas soportan el estrés de las altas temperaturas y la falta de agua. Cuando llega septiembre, el árbol necesita recuperar fuerzas, y es entonces cuando comienza la fase crucial de llenado del fruto y acumulación de aceite en la pulpa.

En este punto, el agua es determinante, es más, es un factor crítico y limitante en caso de no darse. Si las lluvias llegan a tiempo, la aceituna gana tamaño, aumenta su rendimiento graso y mejora la calidad del aceite. En cambio, si la sequía se prolonga, el fruto puede quedarse arrugado, perder peso e incluso caer antes de tiempo, reduciendo drásticamente la producción.

Septiembre y octubre: meses de esperanza

Los agricultores del sur peninsular, especialmente en Andalucía y Extremadura, miran al cielo con especial atención en septiembre y octubre. No se trata solo de la cantidad de agua, sino también de su regularidad. Unas lluvias suaves y continuadas permiten que el suelo recupere humedad, favorecen el metabolismo del árbol y aseguran el equilibrio del fruto.

Por el contrario, las precipitaciones torrenciales, cada vez más frecuentes debido al cambio climático, arrastran la capa fértil del suelo, dificultan la infiltración y no garantizan la disponibilidad de agua en profundidad. Así, la incertidumbre meteorológica se convierte en un factor decisivo para el futuro de cada campaña.

Consecuencias de la falta de lluvia

Cuando el otoño llega seco, los efectos no tardan en hacerse visibles. La aceituna se queda pequeña, con menos jugo y menor capacidad de generar aceite. Esto repercute en tres aspectos clave:

  • Cantidad de producción: menos peso y más caída temprana significan menos kilos de aceituna por hectárea, y por tanto, menos rentabilidad.
  • Calidad del aceite: un fruto estresado por la sequía puede dar aceites más amargos o con menor equilibrio organoléptico.
  • Economía del agricultor: las cooperativas y almazaras reciben menos materia prima, lo que afecta tanto a los precios como a la rentabilidad de las explotaciones.

Adaptación y futuro del olivar

El cambio climático ha intensificado este problema. Cada vez sufrimos temperaturas más altas, olas de calor prolongadas y lluvias más irregulares, factores que ponen a prueba la capacidad histórica de supervivencia del olivo.

Aunque esta especie es considerada rústica y capaz de soportar condiciones adversas, sus límites se ponen de manifiesto en periodos de sequía prolongada.

En los últimos años, la escasez de lluvias otoñales ha provocado campañas históricamente bajas en producción, obligando a muchos agricultores a replantearse la viabilidad de sus olivares de secano.

Ante este escenario cada vez más común, el sector no cesa en la búsqueda de soluciones. Algunas explotaciones están introduciendo variedades más resistentes a la falta de agua, mientras que otras recurren a técnicas de manejo del suelo que mejoran la retención hídrica, como el cubrimiento vegetal o la reducción del laboreo (allí donde se puede establecer). Sin embargo, la dependencia de la lluvia en septiembre y octubre sigue siendo insustituible.

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El aceite de oliva, un producto de calidad excepcional

Una mirada al consumidor

El impacto de la ausencia de lluvias no se queda en el campo, y cada vez que la sequía limita la producción, el precio del aceite de oliva en el mercado se ve afectado.

El consumidor percibe la escasez en su bolsillo, y el oro líquido de la dieta mediterránea se convierte en un producto más vulnerable a la especulación.

Por ello, comprender la importancia de las lluvias otoñales no es solo un asunto agrícola, sino también cultural y social. El aceite de oliva no es un simple alimento: es patrimonio, tradición y motor económico de miles de familias en el sur peninsular.