El árbol más viejo de España sigue dando frutos: un olivo romano de 1.700 años con el que aún se hace aceite

En Tarragona existe un olivo plantado en la época romana que todavía da olivas. Con unos 1700 años, está considerado el árbol más viejo de España.

Olivo milenario “La Farga del Arión”, en Tarragona
El olivo romano “La Farga del Arión”, con 1.700 años de antigüedad en Ulldecona (Tarragona), sigue dando aceitunas y es considerado el árbol más viejo de España. Imagen: Mancomunitat del Sènia.

Cuando alguien enterró una semilla allá por el año 314 d. C, difícilmente pudo imaginar que casi dos milenios después ese gesto seguiría vivo en forma de un árbol monumental. El resultado es hoy “La Farga del Arión”, un olivo situado en el municipio de Ulldecona, en la comarca tarraconense del Montsià, que ha superado guerras, reinos convulsos, sequías y hasta cambios de civilización.

Lo más llamativo es que este ejemplar se mantiene en producción como si el tiempo apenas le pesara. Sus aceitunas, junto a las de otros olivos milenarios de la zona, forman parte del exclusivo aceite de oliva virgen extra “Aceite Farga Milenaria”, un producto que recoge el sabor de siglos y siglos de historia mediterránea.

El olivo que vio pasar a los romanos

La ubicación del olivo “La Farga del Arión” no fue cosa del azar. Ulldecona está muy cerca de la antigua Vía Augusta, una arteria vital durante el Imperio Romano. A este respecto, hace 1.700 años, un pequeño olivo empezó a crecer allí sin que nadie sospechara que llegaría a convertirse en el árbol más longevo de España.

Con un perímetro de tronco superior a los ocho metros y una base de hasta dieciocho, este coloso vegetal impresiona por su tamaño. Su altura alcanza los 6,5 metros, lo que lo convierte además en el olivo más grande de Cataluña. Y lo mejor de todo es que cada temporada sigue entregando sus frutos como si los siglos no pasaran por él.

Las mediciones realizadas por la Universidad Politécnica de Madrid confirmaron su edad y dejaron muy claro que supera con holgura a otros árboles célebres del país. Entre ellos, el conocido Drago Milenario de Icod de los Vinos, en Tenerife, cuya antigüedad estimada no llega a la de “La Farga del Arión”.

Un museo al aire libre de olivos milenarios

Este árbol no está solo. Forma parte del Museo Natural de Olivos Milenarios del Arión, un espacio repartido entre Tarragona, Castellón y Teruel, coordinado por la Mancomunidad Taula del Sénia. En este territorio se conservan más de 150 olivos con más de mil años de vida, representando un patrimonio natural único en el Mediterráneo.

Olivo milenario “La Farga del Arión”, en Tarragona
El olivo milenario de Ulldecona forma parte del Museo Natural de Olivos Milenarios del Arión y produce el exclusivo aceite de oliva virgen extra “Farga Milenaria”. Imagen: Mancomunitat del Sènia.

Pasear por estos campos es como abrir una ventana al pasado, y es que los viajeros se adentran en un escenario que conserva casi intacta la huella de siglos. Cada tronco retorcido y cada rama gruesa son páginas vivas de una historia agrícola que se remonta a la Hispania romana. Entre todos, destaca el ejemplar de Ulldecona como el más longevo y el que mayor respeto impone.

Su resistencia también es un símbolo de la relación entre el ser humano y la naturaleza. A lo largo de generaciones, familias enteras han cuidado de estos olivos, manteniendo viva una tradición que hoy se transforma en un aceite de oliva virgen extra con denominación propia.

Otros árboles gigantes centenarios en España

En la localidad murciana de Ricote, la llamada “Olivera gorda” también es todo un referente. Según investigaciones realizadas por la Universidad de Murcia, este ejemplar alcanza los 1.400 años, lo que la sitúa entre los árboles más antiguos del país.

Mucho más mediático es el Drago Milenario de Canarias. Sin embargo, sus estimaciones más recientes lo ubican entre los 700 y los 1.000 años de vida, bastante por debajo de la edad de “La Farga del Arión”. Pese a ello, sigue siendo un auténtico símbolo natural y cultural de las Islas Canarias.

La existencia de estos árboles nos recuerda que la naturaleza guarda su propia memoria. Además, no se trata simplemente de monumentos vivos, también son la prueba de que el tiempo puede medirse en raíces, troncos y cosechas que atraviesan generaciones.