Estamos girando por el espacio ahora mismo a más de 1600 km/h, pero no lo percibimos: la ciencia aclara los motivos

La Tierra se mueve a velocidades de vértigo: rota sobre sí misma, orbita alrededor del Sol y viaja por la galaxia. Sin embargo, no sentimos nada de esto. Descubre qué explica nuestra aparente quietud en medio del movimiento cósmico.

No lo percibimos, pero estamos subidos a una especie de carrusel cósmico que se mueve a cientos de miles de kilómetros por hora.

Quizá estés leyendo esta noticia en casa, donde todo parece tranquilo. Puede que con una taza de café que descansa inmóvil sobre una mesa y sin que te afecte ninguna sensación de mareo. Pero, en realidad, tú —junto con todo lo que te rodea— estás viajando por el espacio a velocidades que se cuentan en cientos de miles de kilómetros por hora.

Lo haces en un planeta que rota sobre su eje, orbita alrededor del Sol y acompaña a nuestra estrella en su viaje por la Vía Láctea. Todo al mismo tiempo. Entonces, ¿por qué no sentimos nada?

Un planeta en constante movimiento

Comencemos por ponerle cifras a esta especie de carrusel cósmico en el que estamos montados.

Sobre la rotación terrestre, gracias al astrónomo polaco Nicolás Copérnico, que lo avanzó en 1543, y al físico francés Léon Foucault, que lo demostró experimentalmente en 1851, sabemos que la Tierra tarda 23 horas, 56 minutos y 4 segundos en dar una vuelta completa sobre su eje. Lo hace a unos 1.670 km/h (coordenadas del ecuador).

Otro de los movimientos de la Tierra es el de traslación alrededor del Sol. Al tiempo que rota sobre sí mismo, nuestro planeta avanza en la órbita solar a una velocidad media de 107.000 km/h.

Luego está el movimiento del Sistema Solar: el Sol, con todos sus planetas, orbita el centro de la galaxia a unos 828.000 km/h.

A pesar de todo esto, sentimos absoluta calma: ni vértigo, ni viento galáctico, ni sensación de desplazamiento. La explicación está en cómo funcionan las leyes del movimiento y en cómo nuestros sentidos interpretan el mundo.

La clave: el movimiento relativo

La principal razón por la que no percibimos estos movimientos es que nos movemos junto con la Tierra. Todo lo que está sobre ella participa del mismo viaje.

Isaac Newton ya lo explicó con su primera ley del movimiento o ley de inercia: un cuerpo en movimiento continúa moviéndose a velocidad constante si no actúa una fuerza externa.

A través de su péndulo, Foucault demostró experimentalmente en 1851 el movimiento de rotación de la Tierra.

Esto significa que no notamos la rotación terrestre porque no hay una aceleración perceptible. El planeta gira a velocidad constante y, como nosotros, el aire, los edificios o los objetos lo hacemos al mismo ritmo. Así, no existe una referencia estática que nos haga notar el movimiento.

Para percibirlo, necesitaríamos que algo cambiara: una aceleración o una desaceleración, como ocurre cuando un coche frena bruscamente o un ascensor se para de golpe. Pero la Tierra no hace eso: su movimiento es suave, estable y uniforme.

Los límites de la percepción de nuestro cerebro

Además de la física, hay otra razón —esta biológica— para no percibir esos desplazamientos. Y es que nuestro sistema sensorial no está diseñado para detectar movimientos constantes.

El equilibrio depende del oído interno, en particular de los canales semicirculares, que contienen un fluido sensible a los cambios de aceleración y posición. Pero cuando un movimiento es constante, ese fluido se estabiliza y dejamos de sentirlo.

Es lo mismo que ocurre en un avión en vuelo: durante el despegue sentimos la aceleración, pero una vez alcanzada la velocidad de crucero, dejamos de percibirla y parece que no nos movemos.

Nuestro cerebro interpreta esa falta de aceleración como ausencia de movimiento. Por eso, aunque la Tierra se mueva vertiginosamente, la percepción subjetiva es de reposo absoluto.

Cuando el movimiento del planeta sí se siente

Existen, sin embargo, fenómenos que delatan el movimiento terrestre.

El más evidente es el día y la noche, resultado directo de la rotación. También las estaciones del año, causadas por la traslación y la inclinación del eje terrestre.

Por otra parte, aunque no lo sintamos de manera consciente, el movimiento influye en muchos procesos naturales.

Por ejemplo, la fuerza de Coriolis, derivada de la rotación, afecta al sentido en que giran los huracanes (hacia la derecha en el hemisferio norte y hacia la izquierda en el hemisferio sur) y las corrientes oceánicas.

¿Qué ocurriría si la Tierra se detuviera?

Imaginemos por un momento que la Tierra frenase bruscamente su rotación. Todo lo que no estuviera firmemente anclado saldría despedido a más de 1.600 km/h.

Los océanos se desbordarían, los vientos serían devastadores y la superficie sufriría una catástrofe global.

Paradójicamente, es la constancia del movimiento lo que nos da estabilidad. Nuestro planeta es como un tren perfectamente suave que nunca se detiene ni acelera. Y, mientras se mantenga así, no lo notaremos.

Seguirá siendo imperceptible porque compartimos el movimiento, nuestro cuerpo y cerebro están adaptados a él, y porque las leyes de la física hacen que la inercia nos mantenga en armonía con el planeta.

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