¿Por qué debemos tomarnos en serio los avisos meteorológicos?

Desde las fogatas prehistóricas al toque de campanas, los humanos hemos utilizado diferentes formas de advertir la inminencia de un desastre. Prestarle atención a las alertas puede significar la diferencia entre la vida o la muerte.

Alertas meteorológicas
Las alertas tempranas han demostrado ser la mejor herramienta para reducir las pérdidas de vidas y bienes ante un desastre

Desde el inicio de los tiempos, las personas se sentían desprotegidas y vulnerables al no poder predecir los peligros. Es por ello por lo que se disponía de vigías, personas que en torres o muros vigilaban permanentemente el horizonte para ver si se acercaban animales peligrosos o el enemigo. De esa manera se establecieron los primeros sistemas de alerta, para que la gente pudiera dormir tranquila o llevar a cabo sus labores diarias sin preocuparse por las amenazas.

Con el tiempo, el mismo concepto se puso en marcha para advertir sobre las crecidas de ríos, incendios, lluvias torrenciales, temporales, inundaciones, tornados, etc. Un vigía alertaba sobre la materialización de estas amenazas para que la gente pusiera a salvo su vida y posesiones

Para ello utilizaban desde señales visuales a sonoras, alertando de manera temprana a la población. Hoy, las formas de emitir alertas tempranas han cambiado, aunque el objetivo final se mantiene inmutable: advertir a la población con tiempo suficiente para que pueda salvar su vida y proteger sus bienes.

Gritos, campanazos, sirenas, SMS

Con el avance de la civilización y la evolución de la ciencia y la tecnología, los humanos hemos implementado una gran cantidad de métodos de vigilancia y advertencia para utilizarlos en situaciones de emergencia.

EWS Tsunami
El tsunami del 2004 en el Índico se produjo en una región sin sistema de alerta temprana. Hoy las sirenas y los carteles indicadores son fáciles de encontrar en las costas de los países afectados.

Primero fueron las hogueras que, con el humo de día y el fuego de noche, sirvieron como primitivas alertas tempranas visuales. Posteriormente, mediante tambores e instrumentos de viento, se establecieron las primeras alarmas sonoras. En la Edad Media, fueron las campanas de las iglesias las que se comenzaron a utilizar como sistemas de alertas para advertir sobre incendios o la llegada de enemigos, entre otros peligros inminentes.

«Los hechos están claros. Las alertas tempranas salvan vidas y proporcionan enormes beneficios económicos» António Guterres, Secretario general de las Naciones Unidas.

En las últimas décadas ha mejorado sensiblemente el entendimiento de las amenazas o peligros que provocan desastres de origen meteorológico, hidrometeorológico, tecnológico o una combinación de ellos, lo que permitió mejorar los sistemas de alerta temprana y aumentar la lista de peligros o amenazas bajo vigilancia por estos sistemas.

Alerta temprana

La alerta temprana ha demostrado ser una solución confiable a la hora de proteger vidas y medios de vida frente a desastres tales como inundaciones, olas de calor, tormentas y tsunamis.

Una alerta con solo 24 horas de antelación sobre la inminencia de un desastre puede reducir los daños en un 30 %.

La ONU señala que los países con una cobertura de alertas tempranas limitada presentan una mortalidad por desastres ocho veces superior a la de los países con una cobertura de sustancial a completa.

Alerta temprana
La tecnología es la gran aliada de los sistemas de alerta temprana, permitiendo que estas lleguen a todos quienes se encuentran en la zona bajo amenaza.

No es suficiente que la alerta temprana identifique de manera correcta un peligro inminente de manera anticipada. Se debe asegurar que la gente y los sectores que están en riesgo puedan recibir el alerta, entenderlo y, principalmente, actuar en consecuencia. Para ello es fundamental la confianza de la gente en los pronósticos y en la alerta temprana.

¡No dais ni una!

Existe un folklore generalizado sobre las predicciones meteorológicas: “los meteorólogos son las únicas personas en el mundo que se pueden equivocar la mitad de las veces y aun así les pagan”.

Seguramente quienes piensan eso desconocen la complejidad de la ciencia detrás de un buen pronóstico meteorológico. Además, los meteorólogos cuentan con diferentes métodos para verificar y evaluar la exactitud de sus previsiones, y esto se hace de manera rutinaria para mejorarlos.

30% de chance de lluvias
Una forma sencilla de explicar un 30% de probabilidad de lluvia significa que una pequeña parte de la población puede mojarse, mientras que la mayoría permanecerá seca.

Según la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos, un pronóstico a cinco días puede describir con precisión el tiempo aproximadamente en un 90 % de las veces, mientras que el pronóstico a siete días puede hacerlo en un 80 %. Un pronóstico a 24 h puede tener una precisión de hasta el 95%.

Estas cifras pueden tener variaciones a nivel global, ya que se debe considerar que en el hemisferio norte los pronósticos son más precisos que en el hemisferio sur, debido principalmente a que uno es más continental que otro, y tiene mayor cantidad de estaciones meteorológicas. Por otro lado, las diferentes geografías hacen que en algunos lugares los pronósticos sean más acertados que en otros. Pero no hay lugar a dudas que la percepción de la población sobre la precisión de los pronósticos es algo sin fundamentos.

Salvar vidas, proteger bienes

El nivel de acierto de los pronósticos ha hecho que la meteorología sea una herramienta imprescindible en el mundo actual. El transporte aéreo, marítimo y terrestre, el comercio, la agricultura, la economía y hasta la decisión de qué ropa ponernos dependen de un pronóstico meteorológico.

A medida que han ido mejorando las alertas tempranas, el número de muertes por fenómenos meteorológicos, climáticos e hidrológicos se ha reducido drásticamente desde 1970.

Desoír un aviso meteorológico por el motivo que sea, sólo nos expondrá a un riesgo evitable. Más aún si quien la desestima es un funcionario público.

Y si aun así descrees de los pronósticos meteorológicos, es preferible un mal pronóstico a la incertidumbre, como es preferible frenar ante un semáforo en rojo aunque no haya ningún auto cruzando la intersección.