La pintoresca playa a 30 minutos de Barcelona que es bien de interés cultural desde 2020

Hoy visitamos esta playa a la que uno no acude solo a bañarse o tomar el sol, sino a sumergirse en una parte de la historia costera catalana que ha sabido resistir a las prisas del presente.

Casetes del Garraf
Vista de las Casetas del Garraf, construcciones que no están habitadas de forma permanente, ni pueden alquilarse como alojamientos turísticos, lo que contribuye a mantener su esencia intacta.

A solo media hora de Barcelona se esconde un rincón con una historia centenaria que casi nadie conoce. Refugiado entre la carretera y el mar, al margen del turismo masivo y del urbanismo desmedido, este lugar resiste intacto en la costa del Garraf, donde el Mediterráneo serpentea entre acantilados de caliza y laderas cubiertas de pinos.

Las Casetas del Garraf, un conjunto costero con alma propia

Nos referimos a las Casetas del Garraf, un precioso conjunto situado en la playa homónima, dentro del término municipal de Sitges, aunque muy próximo al pequeño núcleo urbano de Garraf, en la comarca del mismo nombre.

Desde la carretera C-31, un corto desvío conduce a este rincón singular que, sin previo aviso, deja sin palabras a quien lo descubre por primera vez. Una hilera perfecta de pequeñas casetas verdes y blancas alineadas frente al mar, como si hubieran sido dibujadas con regla por un ilustrador obsesionado con la simetría y el detalle.

Estas construcciones no son meros adornos turísticos ni inventos modernos para Instagram. Son auténticas casetas de baño, levantadas a principios del siglo XX, muchas de ellas entre 1920 y 1930, como solución práctica para las familias barcelonesas que empezaban a veranear en la costa.

En su origen, funcionaban como vestuarios, pequeños refugios familiares donde cambiarse, guardar pertenencias y pasar el día frente al mar sin necesidad de alojarse en hoteles, entonces aún escasos.

De tradición popular a patrimonio protegido

Lo cierto es que este conjunto es tan bello que fue declarado Bien Cultural de Interés Local en 2020, como reconocimiento a su valor arquitectónico, social y paisajístico. Y aunque no se trata de una gran obra de ingeniería ni de un monumento solemne, su conservación representa un testimonio tangible del veraneo popular catalán de principios del siglo XX.

Es uno de los pocos ejemplos intactos que queda en toda la costa española de este tipo de arquitectura efímera y funcional, ahora convertida en símbolo.

Además de su valor como conjunto arquitectónico singular, las casetas son una rareza visual, ya que todas están pintadas en blanco con tejados verdes, conformando una armonía cromática que las distingue de cualquier otra playa del litoral catalán. Esa uniformidad no es casual, porque desde hace décadas, hay normas estrictas para conservar su aspecto original, lo que ha ayudado a preservar su carácter único.

A un paso de la gran ciudad, pero en otra época

Esta localidad está situada a tan solo 30 minutos en coche o tren desde Barcelona, y a escasos metros de la estación de Renfe de Garraf. Sin embargo, al llegar, la sensación es la de haber viajado mucho más lejos, incluso en el tiempo.

No hay urbanizaciones ni centros comerciales alrededor, y el silencio del entorno, solo interrumpido por las olas y algún tren ocasional, refuerza la impresión de estar en un lugar detenido en el pasado.

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La playa, de arena dorada y aguas tranquilas, es relativamente pequeña y está resguardada por formaciones rocosas. No suele estar masificada, especialmente fuera de temporada alta, lo que permite disfrutar de un baño relajado en un entorno casi privado. La vista desde la orilla, con las casetas alineadas en paralelo al mar, es una de las más fotogénicas del litoral barcelonés.

Un legado familiar que sigue vivo junto al mar

A pesar de su apariencia de museo al aire libre, las Casetas del Garraf siguen en uso en la actualidad. Son propiedades privadas, muchas de ellas heredadas de generación en generación, que sus propietarios utilizan en verano para lo mismo que se idearon hace un siglo: cambiarse, descansar, guardar utensilios de playa y disfrutar del día junto al mar.

Gracias a la protección patrimonial, cualquier intervención en estas casetas (ya sea una reforma, una pintura o una reparación) debe cumplir estrictos criterios de conservación. Esa vigilancia ha permitido que, a pesar del paso del tiempo, la imagen del conjunto se conserve casi idéntica a la de hace un siglo.