Entrevista del mes: Pello Zabala experto en témporas

Fraile franciscano, observador meteorológico y experto en témporasEntrevista de abril de 2009. Recuperada en agosto de 2013

¿Cómo es un día en la vida de Pello Zabala?

Como miembro de una comunidad de franciscanos en un Santuario mariano, mi vida está enmarcada en esos dos servicios. Si antaño en una comunidad religiosa estábamos los miembros sujetos a una disciplina de acuerdo con el número amplio de sus miembros, hoy en día, al ser menos en número y avanzados en edad, ya no es la disciplina sino la familiaridad la que rige nuestra vida. De 34 miembros en la comunidad, nuestra media de edad es de 76,6 años. Yo con mis 66 no puedo menos de dedicarme al servicio vario de mis hermanos, cuidando sobre todo el humor sencillo y la alegría franciscana, mañana y tarde. Ese es el buen ‘tempero’ y el buen ‘clima’ fraternal del que me cuido, tomando la temperatura diariamente y tratando de subirla a base de sonrisas y carcajadas.

Y en cuanto al Santuario mariano, atendiendo a los peregrinos. Están a mi cargo dos atenciones específicas: la de atender a los novios que quieren casarse aquí en Arantzazu, y a los estudiantes que durante el curso, un autobús al día, llegan a tomar parte en el teatro-forum de Baketik. Conecto con ellos al final de su jornada, ofreciéndoles una visita guiada. El curso pasado fueron 83 grupos y el presente van a ser en torno a 85.

Figura 1.- Santuario de Arantzazu.

¿Cuándo empezó a interesarse por el tiempo atmosférico?

Mi plan de estudios religiosos no pensó en meteorologías, sino en filosofía y teología, y sobre todo en profundizar diversas ramas de la teología, como la litúrgica y la escriturística. Mis hobbies fueron la música clásica, el estudio del órgano de iglesia y de la cultura vasca, con la preparación específica en euskera, para comunicarme con el pueblo sencillo tanto por medio de la predicación como por trabajos escritos en revistas y periódicos.

Pero, bien saben los relacionados con la meteorología que han sido algunas comunidades de religiosos, incluso las de clausura, las que han mantenido largas series de datos meteorológicos apuntados con exactitud de horarios. Vivió aquí en Arantzazu el padre Francisco Gandarias, profesor de Ciencias en el Seminario, que desde el 11 de agosto de 1920, fue enviando los datos termo-pluviométricos, mensualmente, con empeño y exactitud al Centro de Igeldo. La saga de aficionados a los termómetros y al pluviómetro, todos ellos de entre los estudiantes de teología, siguió hasta el año 1966-7.

El año 1966 se pudieron tomar los datos en otro enclave: en la terraza superior del Seminario franciscano, a 760 metros de altitud respecto al nivel del mar. Como todavía estaban por llegar los ‘observatorios automáticos’, venía a ser por aquel entonces el observatorio más alto en nuestra zona. Lo montó otro fraile estudioso de las Ciencias, el padre José Agustín Mendizabal, quien a la vuelta de la misión de Cuba, de donde fueron expulsados por la revolución castrista, siguió la serie de datos sin interrupción. Era yo a la sazón, ayudante del padre Mendizabal en su observatorio, sobre todo por mi afición a lo alto de la terraza. Me acuerdo que el Centro Meteorológico de Igeldo, con D. José Ignacio Álvarez Usabiaga, colaboró gustosamente en el establecimiento de nuestro observatorio: D. Benito Vargas fue quien se encargó de traer y colocar los diversos instrumentos, desde el evaporímetro y los varios termómetros del interior de la garita y de suelo y subsuelo, hasta el actinógrafo, pluviógrafo y el nivógrafo.

Volvió gratamente impresionado del lugar y del cuidado con que había trabajado el padre Mendizábal. Sobre todo admiró efusivamente la veleta, bien tiesa y altamente colocada, con la particularidad de que, por un juego de 8 carboncillos perfectamente situados, que al hacer contacto al giro de la veleta, lograban encender alternativamente una lucecita en una rosa de viento perfectamente dibujada, sita, lógicamente, dentro de la cristalera de la gran garita superior. Allí me gustaba leer y pasear los días de buen tiempo. Y apuntar los datos en ausencia del padre Mendizabal.

Figura 2.- Anemómetro de cazoletas del Observatorio meteorológico de Igueldo.

Y así fue como, al morir repentinamente nuestro admirado maestro en marzo de 1978, me encargué de la marcha del observatorio, que, en años, fue también lugar de visita de escolares de diversos colegios. A los pocos años, llegó el tiempo de las Comunidades Autonómicas: ello supuso la creación de medios de comunicación en euskera. Así fue como encajé en la Euskadi Irratia de Donostia, donde pude hacer el servicio de pronosticar el tiempo, llegando a dar los partes hasta 7 veces al día, a distintas horas, incluyendo también los fines de semana, gracias a la estabilidad de la vida comunitaria nuestra: entre semana estaban las clases del Seminario y a fin de semana la obligación pastoral de atender a los peregrinos.

¿Tan difícil es predecir el tiempo en el País Vasco? ¿Qué opina?

Sí que es más enmarañado que en otros parajes de más estabilidad. Estamos situados al lado del mar, en un golfo en el que los vientos de W y NW cambian frecuentemente la situación. Tierra adentro, tenemos la cordillera del Pirineo que crea corrientes de aire un tanto especiales, sobre todo cuando se trata de los vientos de componente S en sus diversos tonos de SE-S-SW. Y está la orografía tan cortada por sucesivas cordilleras de montañas y sus correspondientes valles, en los que son frecuentes las nieblas. Y luego, habría que añadir la pluviosidad tan abundante en esta zona: sobre los 2.000 de precipitación en el centro del golfo, y mínimos pobres en otras zonas de la Ribera de Navarra. Con lo que, al ser tan variable la meteorología en el conjunto de parámetros, hace falta estar pendiente en el día a día de los pronósticos. Y, por otra parte, con centros de población en parajes tan distintos, hay que diferenciar el pronóstico por zonas, cosa difícil cuando normalmente hay que decirlo en corto, ya que se pronostica en la lista del noticiario.

Se ve que lleva su propia dificultad el pronosticar para nuestra zona. Basta seguir algunas épocas los diversos modelos y nos encontramos con que no sabemos de qué modelo fiarnos, ya que no coinciden para nuestra limitada zona, a veces, con disensión bastante notoria. Creo que se le ha tomado bastante bien la medida al flujo de los vientos atlánticos; sin embargo, el viento continental, sigue todavía hoy en día dando imprevistos que no cuadraban en los pronósticos oficiales.

¿Se puede decir que hay una “escuela vasca” del tiempo? ¿Qué personajes populares o científicos destacaría de dicha escuela?

De entrada tendríamos que fijar la categoría y nivel exigibles a una determinada “escuela”. Pero, yo creo que sí podríamos hablar de una escuela oficial y de ‘escuelas’ populares. No hay duda que la figura del sacerdote D. Juan Miguel Orkolaga, estudioso por su cuenta, y creador de diversos elementos de medición, se puede considerar como un verdadero maestro. Vivió hace un siglo, preocupado por el peligro que corrían los pescadores de la zona. Predijo numerosos temporales y galernas. Salvó a muchísimos de perecer ahogados en inesperadas tempestades. Fundó el Observatorio de Igeldo. Siguiendo sus huellas trabajaron su hermano Pedro y diversos estudiosos que admiraron al maestro Orkolaga.

Debido al éxito del maestro Orkolaga, quisiera señalar un hecho que se dio en Guipúzcoa, gracias a la Exma. Diputación y que muestra a las claras el nivel de los pronósticos. Era por el año 1916. Ya que desde Igeldo funcionaba tan bien el pronóstico dirigido a los marineros, la Diputación estudió cómo poder hacer acercarlo a los labradores: eran muchas las toneladas de hierba a secar que frecuentemente se perdían por la lluvia y las tormentas. No existían radios que pudieran emitir. Qué hacer? Había teléfono instalado en muchos ya de los pueblos. Pues, a aprovecharlos. Y así se creó la siguiente correa de transmisión, tan curiosa vista desde hoy.

A media tarde, desde Igeldo parte en bici el pronóstico para el día siguiente hasta la telefónica sita, creo, en el Gros. Desde la central se comunica, uno a uno, a cada uno de los pueblos que tienen teléfono. Recibido el mensaje, parte veloz el mensajero, en bici, hacia la parroquia. Transmitido el pronóstico al sacristán, éste lo traduce en un toque de campanas, repetidas por tres veces. 3 toques secos = “mañana tiempo bueno, apto para trabajar la hierba”. 4 toques = “día de tormenta; a no fiarse aunque sea bueno por la mañana”. 5 toques =“día de lluvia”. El de 4 toques era el más temido por el labrador, ya que, además de la hierba, podía echar a peder otras cosechas. A este toque, durante años se siguió llamando “ostots-kanpai” (campanada de tormenta).

Señalaría también otro tipo de ‘maestría’, más moderna, que ha llegado con los signos de los tiempos: y es la del meteorólogo que ha de expresar el pronóstico con fidelidad a unos mapas y con la claridad necesaria para que la entiendan lo más posible y, al mismo tiempo, con suficiente credibilidad como para mantener la escucha día a día. Esta escuela ha habido que crearla a la llegada de los medios de comunicación, tanto en la televisión y radio, como en la prensa escrita. Todos recordamos a Mariano Medina en la tele. En el País Vasco tuvimos a D. José Ignacio Álvarez Usabiaga, quien con escaso pronóstico (así lo era en aquellos tiempos del señalado Mariano Medina) y en la maraña de inestabilidad del centro del Golfo de Vizcaya, era capaz de trenzar una magnífica lección de meteorología: fue él nuestro maestro y quien hizo crecer la fiabilidad del ‘hombre del tiempo’ a unos oyentes para quienes los pronósticos eran tan poco de fiar. ¿Por qué tan poco fiables? Porque cada pueblo, cada aldea, me atrevo a decir que cada caserío, tenía un entendido en meteorología local y cercana. Y al ser el pronóstico oficial para una geografía más amplia, era, por lógica, no tan fiable y siempre falto de matices.

Figura 3.- Escultura del Padre Juan Miguel Orkolaga.

Bajo su punto de vista, ¿qué cualidades debe reunir un buen observador meteorológico?

Aparte de una base de formación ‘ad hoc’, por medio del estudio pertinente, una afición personal que ha de ir en aumento. Creo que es esencial para lo que podríamos exigir a un ‘buen observador’, esa afición en crecimiento. Si se conforma con lo estudiado y ver los mapas, cumplirá con su ‘trabajo’. Pero en la meteorología, por ser distinto el tiempo de cada día, entra el gusanillo de querer saber los entresijos y secretos de ese entramado de los distintos parámetros que conforman el tiempo meteorológico y que, a través y más allá de los mapas, te lleva a comprobar ‘in situ’ si se cumplen o en cuánto se cumplen las predicciones.

La afición por la fenología, el observar de cerca a las aves, a los animalillos que, dicho sea de paso, dependen totalmente, mucho más que nosotros, del estado puntual de los meteoros, seres vivos como pueden ser las hormigas, las arañas, las lombrices, los caracoles, los limacos… eso es toda una gozada que llena el interior y amplía la respiración. Y, en definitiva, qué respiramos si no es aire, el aire que sufre la presión atmosférica y, por el zarandeo que lógicamente le va a proporcionar al aire, moviéndolo por el viento, con su toque de temperatura cambiante y de la humedad relativa, dependiendo de las horas nocturnas o diurnas… en definitiva, nos mantiene vivitos nada menos que el aire, transparente o más o menos contaminado, que llega a nuestros pulmones. Al ser consciente de todo ello, al fin, la mayor ilusión del ‘buen observador’ es tratar de reconocer el tiempo meteorológico auscultando y mirando ‘a los ojos’ al aire; es decir, concluir mirando a la misma atmósfera de qué humor (humedad) está hoy el aire y llegar a reconocerlo…

A lo largo de los 30 años que lleva colaborando con la AEMET –antes INM–, mediante la recogida de datos diarios en el Santuario de Arantzazu, ¿cuáles han sido las efemérides más destacadas?

De no poder olvidar, fue la gran inundación de agosto de 1983. Me acuerdo que diluviaba grandes gotas, pero con una lluvia cálida: la temperatura era de 18 ºC aquí a 750 metros de altura, pero te dejabas mojar con sorpresa agradable, porque la misma lluvia traía algunos grados más, tal como se notaba en la cara y en los brazos, con sensación de lluvia caliente, puede que de unos 25 ºC ó más.

Recuerdo otra mañana de verano, no sé si del 1985 ó 1986, cuando D. José Ignacio Usabiaga me llamó soliviantado: “A ver, Pello, ¿cuánto ha llovido por ahí?” Es que en Donostia estaban viviendo una inundación bastante repentina y la gente se acordó de las desgracias del 83. En Arantzazu apenas había llovido, y es así como respiró tranquilo. Estaba enfadado, porque en los pronósticos del INM, de los que dependíamos totalmente, habían pronosticado tan sólo “algunas nieblas por el Cantábrico”.

Otra mañana también veraniega, había tal ambiente de humedad, que yo por la mañana dije por la radio que, “olía fuertemente a tormenta por la tarde: esto tiene que reventar por algún lado”. Estaba soleado, pero el aire cargado, muy cargado, ya desde la mañana. Entonces no había internet, ni mapas de ningún modelo. A la tarde entró una tormenta brutal, muy localizada, que se cobró varias víctimas. En Oñate, a 9 km de Arantzazu, llovió entre agua y pedrisco, 112 litros en menos de una hora. De la central de Olate me llamaron, asustados, para saber cuánto había llovido aquí arriba. Aquí no había pasado de los 11 litros.

Por lo demás, lo propio del lugar: nevadas irrepetibles, todas distintas, de más o menos (in)grata memoria, con alturas superiores al metro de nieve, con duraciones de hasta 3 semanas, con fallos de atención de las máquinas quitanieves, con tener que ir en busca del pan valiéndonos de medios increíbles para ser el s. XX… lo cual quiere decir que el XXI marcha mejor en cuanto a la atención que se precisa a ‘estas alturas’…

Figura 4.- Fachada principal del Santuario de Arantzazu tras una nevada.

¿En todo este tiempo no faltó nunca a sus “obligaciones meteorológicas”?

En cuanto a la atención del observatorio, como vivíamos un buen grupo de profesores educadores en el Seminario, no tuve problema con mis dos suplentes: fielmente recogían los datos al tener que ausentarme, que, realmente fue gracias a ellos que pude hacerlo cumpliendo mis compromisos.

En relación a la atención a los pronósticos diarios en las emisoras, fui fiel durante 14 y 19 años respectivamente. La primera actuación la tenía a las 05´45 de la mañana. Me despertaba espartanamente, con alegría matinal franciscana. Hubo quien me dijo: “Mira, Pello, si aciertas o no, no importa tanto, pero ese toque de humor matinal vale más que el pronóstico. Tu buen humor funciona siempre; si funciona el pronóstico, mejor todavía”.

Mi fidelidad a las ondas fue tal que, hubo una época en que, a días seguidos, sin descanso ni de verano ni de fin de semana, llegué a encadenar de septiembre de un año hasta agosto de al de 2 años. Fueron 700 días seguidos, sin descanso de ningún día. Tuve que agradecerlo yo mismo, por supuesto, y agradecérmelo a mí mismo.

Figura 5.- Carámbanos de hielo.

¿Qué piensa del cambio climático?, ¿le preocupa la evolución que está tomando el clima los últimos años o piensa que se está exagerando demasiado el asunto?

He tratado durante aproximadamente una década de concienciar de lo relacionado con el cambio, no tanto por lo climático, sino por cuanto supone de un desmadrarnos de la ‘madre’ naturaleza. Fueron numerosas las charlas que dí. Al ver, luego, que las instituciones se hacían cargo de ello, traté de retirarme, con la conciencia de haber cumplido el deber lo más dignamente que pude.

Sobre la evolución que está tomando estoy preocupado más profundamente que antes. Me explico: si el cambio lo reducimos a la emisión del CO2, parece que hemos de dejar el asunto en manos de los políticos. Se reúnen, dilucidan, fijan fechas bastante cercanas en búsqueda de solución: 2009, 2012… parece que lo ven cada vez más difícil y ahora se van hasta el 2020. Y mientras tanto, negocian con los ‘derechos a contaminar’. Ellos crean y reparten sus derechos y, a continuación, van negociando entre sí y retrasando la solución, por lo visto, nunca definitiva.

Todo ese barullo, sacado a flote cuando les conviene, y todo ese trajinar con la compraventa de los ‘derechos a contaminar’ está ocultando el hecho real: la naturaleza está sufriendo y le cuesta rehacerse y rehabilitarse a la nueva situación. Yo observo detalles que preocupan aquí donde vivo casi todo el año y otro ‘habitat’ que visito cuando puedo. De esos enclaves puedo señalar lo que observo: una serie de árboles florece anualmente bastante más temprano; los frutos, lógicamente maduran también más temprano. Recojo, sobre todo, las endrinas para el pacharán: en los últimos años, hasta con un mes y mes y medio de antelación.

Siguiendo con datos de fenología, las golondrinas nos visitan bastante antes y tardan más en marchar. Algunas de ellas, los ‘aviones roqueros’, ni se han marchado en un par de de los últimos 7 inviernos. Estoy también sorprendido por la cantidad de especies de mariposas que nos llegan los últimos veranos: especies no vistas en años anteriores, tanto pequeños como más grandes y bastos de vuelo. Hay sobre todas, una especie que despierta muy temprano, y que pone cría en las hojas del espino albar y del endrino, alimentándose de la joven hojita y obligando a ambos espinos, al blanco y al negro, a perder la primera floración y a emprender la segunda foliación, sin tiempo para una sana floración: menuda paliza al árbol…!

Si se exagera o no, no sabría decirlo. Hay medios en que sí. Y habría que seguir, en otros medios, subrayando la seria situación ecológica que subyace, bajo tapadillo, sobre nuestra “buenísima madre tierra”.

Son bien conocidas, dentro y fuera de Euskadi, sus predicciones del tiempo basadas en las témporas. ¿Puede explicar a nuestros lectores qué son las témporas –al menos las que Vd. pone en práctica?

Lástima que se haya perdido la costumbre de observarlas en muchas zonas limítrofes. El pasado año me encontré con personas en Cantabria que las observaban: nos alegramos y animamos mutuamente.

Vaya por delante que, como ‘buen joven meteorólogo’, no creía yo ni quería saber de las témporas en mis discusiones con los caseros del terruño. Hasta que un buen día, al ser tantos quienes me ‘pinchaban’ al respecto, me animé a probarlas. Busqué las fechas en el calendario litúrgico. Empecé a ir desgranando en la emisora, como si fuera un examen público de comprobación, mis ensayos de pronosticar a ras de témporas. Al principio, quienes decían saber, se negaban a hacerme partícipe de su sabiduría popular. He tenido que pasar años, aprendiendo y probando sobre la marcha.

Luego de 26 años ya de observación, puedo decir ahora que aquellos antepasados habían logrado, en tiempos en que no había medios de comunicación, una escuela muy atinada. Pero cuidado a la hora de las exigencias! Nosotros, los hijos e hijas de los medios de comunicación, tenemos derecho a ser exigentes y, hoy, no nos conformamos con cualquier pronóstico. Pero no exijamos lo mismo a ellos, que no podían gozar de tanta exactitud; cada método a su tiempo: ellos vivían en el campo, en la labranza o el pastoreo. Más en unión con la naturaleza, eso sí: eran capaces de mirar ‘a los ojos’ al aire y reconocer sus intenciones. Y como les parecía que el que ‘cambiaba’ el tiempo era el viento, se ocupaban en los días de témporas, de tratar de acertar qué viento y en qué proporción iba a dominar los 3 meses a venir. Les fue válido el método. Si no, ya lo hubieran abandonado. Puedo certificar que sigue siendo válido, siempre a un plazo algo más largo, porque se trata del viento, que tiene temporadas más o menos largas de fijación, como también de inestabilidad. Lógicamente, cuando trato de atinar con más certeza, respecto a una hora fija de mañana o pasado, miraré al mapa, que me podrá dar más atinadamente la respuesta a la cuestión. Pero poder barruntar que durante un mes o dos van a dominar los vientos de un cuadrante concreto es mucha ventaja, sobre todo en estas zonas en la que hay tanta diferencia del viento del mar al de interior.

¿Qué le diría Vd. a todos aquellos que opinan que las témporas carecen de cualquier base científica, y que por tanto no ofrecen información útil alguna?

Que son complementarios. Que no se excluyen. Que se fijan en dos direcciones distintas, si bien no contrarias: unas a largo plazo y el otro a corto plazo.

Si tenemos en cuenta que los hallazgos científicos han llegado tras comprobar hipótesis que, con más o menos largo camino de estudio, han podido llegar a tesis… pues quizá nos quedan por recorrer todavía caminos ‘hipotéticos’, que ya que tienen aciertos, podrían merecer de algún científico algo más arriesgado o ‘alocado’ el estudio que logre alguna nueva tesis ‘sonada’… ¿Por qué no? Hay observaciones y ‘aciertos’ populares que han sido refrendados y explicados por la ciencia. Si hace más de 3.000 años algún observador ‘sin estudios científicos’ predijo, tras ver sonrosado el horizonte al atardecer que “al día siguiente venía despejado y bueno”, y si a la semana, tras observar el cielo sonrosado por la mañana, predijo “hoy por la tarde viene lluvia”, y se cumplió y sigue cumpliéndose hoy… si a estos asertos hemos encontrado la explicación científica, ¿por qué no ha de seguir estudiando la ciencia… acaso se ha cerrado la ‘inspiración’, como sucedió con la Biblia…?

¿Son complementarias las temporas y las cabañuelas?

Tengo un respeto enorme por las cabañuelas. He leído un libro y conozco el método que siguen y admiro ese trabajo ‘sobre el campo’ desde el 30 ó 31 de julio hasta el 25 de agosto. Me parece una maravilla. Y les creo. Si eso no funcionara, no merecería la pena de realizarlo por mera excursión, al tener que ir anotando tantos datos a cada rato. Es una maravilla, sólo ya el poder atreverse con el pronóstico de 12 meses, aunque lo fuera muy someramente. También pienso que, por aquí en nuestra zona, por la cercanía de un mar tan movido y por las grandes cordilleras y valles que nos rodean y que hacen más inestable el correr de la meteorología, tiene que ser más complicado.

Pero hubo muchas personas que intentaron vivenciarlo también aquí. Nos quedan restos en palabras concretas y en costumbres de distintas fechas que nos señalan que se ocupaban de ello. Los ‘12 primeros días de agosto’ se señalan en algunos refranes como días de observación a pronosticar. Pero más se centraron las fechas en los primeros días del año, con lo que eso dificulta la fiel observación. Hay otras fechas curiosas y son las de la Misa de Gallo de la noche navideña: a contar a partir de esa misa de media noche. Lo cual nos señalaría la muy antigua costumbre de la misa a medianoche de los domingos en el primer milenio, misa con la que se cerraban las témporas de la madre Iglesia.

Las témporas, en cambio, encogen mucho el campo a pronosticar: lo reducen a 3 meses y a la observación exclusivamente del movimiento del viento en la semana de témporas; por lo que los detalles de observación y la calidad de los detalles es mucho más abierta en estas últimas.

En su opinión, ¿puede aportar algo la Meteorología basada en la tradición popular a la Meteorología científica, basada en un fuerte aparato matemático?

Yo, por mi propia experiencia, y con humildad franciscana, creo que sí. Y diría algo más: Tan humilde es la experiencia popular, que está a mano de todos. Todos pueden saber del tiempo o de ‘meteorología’ con la sabiduría popular, tanto con la que se halla recogida en los refranes (cada refrán a su tiempo, y no usarlo fuera de lugar: así como un mapa de invierno no me vale para el verano, por cambiarlo de fecha) como con la expresada en los pronósticos, si es que tratamos de explicar y enseñar al oyente. Me refiero al pronóstico de sabiduría popular. Esta ha sido mi filosofía en mis pronósticos en los medios: siempre he tratado de hacer ver que “con este viento que nos acompañará o molestará, ya está visto qué tipo de tiempo nos ha de llegar”. Es decir, que señalando en primer lugar el viento, que tanto influye en nuestra región concreta, para las próximas veces que reine el mismo tipo de viento, el oyente ya se va haciendo una idea de aproximadamente qué tipo de tiempo nos espera. Así es inteligible el pronóstico y se apoya en una ‘credibilidad’ que se puede ir contrastando.

En cambio, si decimos el pronóstico dando comienzo, por ejemplo, por la temperatura, que, de por sí es bastante o muy discutible, porque los oyentes están en sitios tan distintos… “hoy vamos a tener temperaturas frías, de 12º grados en la costa y…” aparte de perder credibilidad de esta manera, parece que hacemos depender el pronóstico de un pequeño grupo de personas que guardan celosamente el secreto del saber meteorológico y que encima nos dicen que 12º es frío. Y además, hay que seguir escuchándoles porque no nos han dicho si estará nublado, si lloverá… hay que recoger todo el pronóstico. Mientras que si nos señala el viento que nos va a acompañar, para muchos ya es suficiente: el oyente, desde la costa o desde el monte, sabe que con ese viento, el día va a funcionar de una determinada forma ya conocida. Y ya no le importa si los 12º son fríos o menos calientes.

La verdad es que sufro con muchos pronósticos y termino por apagar la radio. Pero a raíz del ‘fuerte aparato matemático’ que señalas, sí habría que tener en cuenta el no dar, por si acaso, pronósticos a largo plazo, de semana o algo más, cuando se ve que la situación no es nada estable. Porque hasta el principiante sabe que en la inestabilidad, entre depresiones, cambia fácilmente la situación. Esos pronósticos, al igual que el de ‘la nieve’ hay que darlos con cuentagotas y bastante subrayado. Mi experiencia está bloqueada: ya no predigo nieve. Bastaba mentar que la nieve podía bajar a los 1.100 metros para que, a continuación me lo recordaran decenas de veces “qué bien, o sea que viene nieve, ¡uff!”. Y eran quienes publicaban: “Ama, Pello ha dicho que va a nevar”.

Un secretito: Si la tendencia de las témporas ha fijado un determinado viento, que frena una serie de situaciones meteorológicas concretas, he comprobado, repetidamente, en más de 7 años ya, que los modelos matemáticos a largo plazo, a medida que se van acercando, suelen ir corrigiendo sus valores: corrección, siempre, hacia el viento señalado en las témporas. Ahí es nada!

¿Tiene predilección por algún fenómeno meteorológico particular?, ¿hay algún tipo de tiempo que prefiera por encima de los demás?

En los últimos años, y en esta otoñada e invierno precisamente, me estoy fijando en otro fenómeno apuntado en la observación popular nuestra: “La luna de octubre, 7 meses cubre”, dice el refrán castellano. Tiene pequeñas variantes y puntualizaciones en los dichos en euskera de nuestra tierra, pero el fondo es el mismo. Se trata de los años en que por la luna ‘nueva’ de octubre nieva ya en la montaña. Porque no todos los años coincide, pero sí con cierta frecuencia en la lista de años. Nevó, por cierto, este otoño.

Y se va repitiendo la nevada, más o menos abundante, tanto en noviembre, y diciembre, como también en enero… Qué misterios ‘científicos’ pueda tener registrados en el secreto de los años, no lo sé. Pero me gusta verificar el refrán, y me gusta seguir creyendo en la observación de nuestros antepasados. Y en este caso no entran las témporas para nada. Es algo que unos años sí se da, y en otros, no. Por eso uno de nuestros refranes lo especifica claramente haciendo depender de una condicional: “Si por la luna nueva de octubre nieva, seguro que responden a la llamada los 6 meses siguientes”.

Respecto a mi preferencia al tipo de tiempo, he de confesar que disfruto con todos ellos. Y no es simplemente por quedar bien: para mí el tiempo es vida, es aire viviente, es respiración, es espíritu vivificante, comunicante… por eso no busco calificaciones al tiempo. Todos los tiempos son buenos, mientras los tengamos… cuando se nos hayan pasado, se acabó.

¿Qué prefiere?:
  • Frío o calor
    Frío. Del frío sé defenderme. El calor me ahoga.
  • Tormentas o nevadas Las tormentas me encandilan, pero desde terreno seguro.
  • Arcoiris o galerna El arcoiris y su misterio. Incluso corro a verlo desde otro ángulo.
  • Nubes convectivas o nieblas Niebla. La niebla me hace encontrarme en soledad y en presencia. Disfruto como un niño maduro, a placer, sobre todo en la niebla no del todo húmeda.

Figura 6.- Virgas captadas desde la costa guipúzcoana.

Aparte de la Meteorología, la música –en particular la música clásica–, es otra de sus grandes pasiones, ¿ha encontrado elementos comunes entre ambas?

No. No he sabido buscar o, al menos, no he hallado afinidades especiales. Aunque siempre se imagina uno, en la descripción de una tormenta, como en ‘Truenos y relámpagos’ de Johann Straus, o en la ‘excursión por el monte’, como en la sinfonía alpina de Richard Srauss, o en la misma sexta sinfonía de Beethoven, pero no, no me llegan a hacer cosquillas, sobre todo si estoy cerca de una ventana abierta. A mí la naturaleza, con su propia sonoridad, aún con los pájaros mudos en invierno, o con el canto primaveral y de verano... el colorido de plantas y árboles, el sonido del aire en la frondosidad, la tersura límpida del aire otoñal... no necesito ninguna orquesta. Nunca llevo el más mínimo de los auriculares: me parece un disparate. Sobre todo, teniendo en cuenta cuánta música se ha creado imitando o tratando de plasmar ambientes vividos en la naturaleza...

¿Tiene idea o conoce el grado de afición que hay a la meteorología en el País Vasco?

A juzgar por la atención a los temas meteorológicos y a los pronósticos, tanto en la audiencia de la ETB como de las radios vascas, la afición está muy enraízada, desde la misma escuela. No hay que olvidar que muchísima gente de ciudad proviene, si no en ellos mismos, sí en sus mayores, de ámbito rural, donde han vivido incardinados en el campo, dependiendo sus labores del tiempo meteorológico, por lo que estaban obligados a entender algo de todo ello.

También en los cursillos y en las charlas de meteorología que he impartido en los diversos pueblos, la asistencia ha sido muy nutrida en los pueblos rurales; no tanto en los grandes centros urbanos, donde las ofertas vespertinas son muy abundantes. Ha habido programas en ETB, en los que subía la audiencia cuando avisaban de víspera mi presencia en el plató. Me consta de la afluencia de lectores en el blog en el que participo en euskera, avisando el viento y el tiempo que se espera en cada fase lunar. También el pronóstico para la semana que dirijo a los labradores y hombres de campo cada sábado goza de buena audiencia. Y sé de muchos que manejan los mapas en las diversas páginas de internet con destreza, trabajando su propio pronóstico de fin de semana. Todo ello nos hablaría de una cultura y afición por la meteorología que es más profunda que una mera curiosidad.

Desde la RAM damos las gracias a Pello Zabala por concedernos esta entrevista, que a buen seguro despertará el interés de los numerosos aficionados que nos siguen.

Esta entrada se publicó en Entrevistas en 09 Ago 2013 por Francisco Martín León