La mayor amenaza para nuestros satélites y astronautas orbita a 28000 km/h en pequeños fragmentos alrededor de la Tierra

La creciente saturación de restos orbitando la Tierra se ha convertido en un riesgo real para satélites, astronautas y futuras misiones, y Europa busca medidas urgentes para contener el problema.

Basura espacial
Restos orbitando a gran velocidad siguen amenazando satélites y misiones activas. La acumulación de basura espacial se ha convertido en un riesgo constante para la seguridad orbital.

Desde finales de los años cincuenta, cada misión espacial que se ha puesto en marcha ha dejado una huella menos visible que su éxito: restos que quedaron flotando sin ningún plan de retirada. Esa herencia pesa hoy sobre las órbitas bajas, donde miles de piezas sin función alguna se desplazan a velocidades extremas y suponen una amenaza seria para el trabajo espacial y para los servicios terrestres que dependen de estas infraestructuras.

La Agencia Espacial Europea (ESA) calcula que hay cientos de miles de fragmentos de más de un centímetro moviéndose sin control en torno al planeta. La llamada "basura espacial" son restos creados por actividades humanas que siguen orbitando la Tierra sin función alguna: satélites fuera de servicio, partes de cohetes y fragmentos sueltos. Viajan a gran velocidad y pueden dañar satélites activos, la Estación Espacial Internacional e incluso forzar cierres puntuales del espacio aéreo, con riesgos indirectos para la población.

Este escenario, lejos de ser una exageración técnica, ya forma parte de las preocupaciones centrales de diversos organismos internacionales. La ONU lleva años advirtiendo de la necesidad de frenar la acumulación de restos y de actualizar las normas que regulan las misiones espaciales. El problema afecta a las sondas o estaciones científicas, pero también compromete a los enlaces terrestres, las comunicaciones comerciales y los sistemas clave de navegación.

¿Qué es la basura espacial y de qué está hecha?

El término “basura espacial” engloba cualquier pieza originada por la actividad humana más allá de la atmósfera y que ha quedado sin uso. Puede tratarse de un satélite completo abandonado en órbita o de diminutos puntos desprendidos de superficies metálicas. El tamaño importa poco cuando se desplazan a más de 28.000 kilómetros por hora, velocidad suficiente para convertirlos en proyectiles capaces de perforar estructuras activas.

Desde el año 1957, cuando comenzó la carrera espacial, se empezó a registrar de forma sistemática cada resto que cruzaba determinadas órbitas. El primer elemento anotado fue el mítico Sputnik, que abrió oficialmente la era de las bases de datos de objetos espaciales. Hoy se estima que hay centenares de miles de fragmentos de entre uno y diez centímetros, además de varios miles de piezas mayores que siguen dando vueltas sin control.

La ONU ya alertó del problema a principios de 2000 y consiguió que se aprobara un conjunto de medidas preventivas. Aun así, la situación ha seguido creciendo en complejidad, con misiones cada vez más accesibles y un tráfico orbital que aumenta año tras año. Este entorno saturado genera una serie de riesgos que pueden afectar desde satélites activos hasta investigaciones científicas que dependen de unas observaciones estables.

Respuesta de la ESA y el papel de los radares españoles

La Agencia Espacial Europea (ESA) ha reforzado su estrategia de seguridad espacial para proteger los servicios esenciales y preservar el acceso independiente a datos que gran parte de Europa necesita a diario. Esta línea de trabajo busca asegurar que las misiones futuras no agraven el problema y que las órbitas se mantengan utilizables para la próxima generación de tecnologías.

Basura espacial
Gran parte de la basura espacial procede de antiguos satélites, etapas de cohetes y fragmentos generados por misiones pasadas. Estos restos quedaron en órbita tras décadas de actividad humana en el espacio.

Uno de los pilares de esta estrategia es el seguimiento continuo de objetos que viajan por trayectorias cercanas a satélites operativos. Entre los instrumentos más avanzados destaca el radar S3TSR, situado en Morón (Sevilla), desarrollado por Indra y gestionado dentro del programa S3T por el Ejército del Aire y la Agencia Espacial Española con el apoyo de la ESA. Su función principal es detectar restos en zonas críticas entre 200 y 2.000 kilómetros de altura.

Este radar contribuye a elaborar catálogos y avisos tempranos que permiten a satélites realizar maniobras de protección y, cuando es necesario, ajustar la posición de la Estación Espacial Internacional. España se ha convertido así en un punto estratégico en la red europea de vigilancia, especialmente relevante en 2025 ante el crecimiento del tráfico espacial.

Síndrome de Kessler: cuando la cascada de colisiones se vuelve imparable

El llamado “Síndrome de Kessler” es un escenario teórico planteado en 1978 por Donald J. Kessler y Burton Cour-Palais, según el cual la acumulación de restos podría provocar cadenas de colisiones que generen aún más fragmentos. Este ciclo, de mantenerse, podría bloquear el acceso al espacio y limitar severamente cualquier actividad humana fuera de la atmósfera.

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Aunque parezca un guion de ciencia ficción, algunos episodios recientes han despertado preocupación. Uno de ellos ocurrió en octubre de 2024, cuando el satélite Intelsat 33e sufrió una explosión interna que lo fragmentó en más de quinientas piezas distribuidas por la órbita geoestacionaria. Varias viajaban a velocidades relativas de cientos de metros por segundo, reabriendo el debate sobre la fragilidad de las rutas espaciales.

Los expertos coinciden en que todavía no se ha llegado a un punto irreversible, pero los incidentes sirven como recordatorio de que el riesgo es real. La proliferación de restos es la primera etapa del proceso descrito por Kessler y, si continúa sin control, las consecuencias para las misiones futuras serían profundas. La vigilancia y la prevención se han convertido, por tanto, en un asunto realmente urgente.

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