Unos estudiantes del MIT planearon salvar la Tierra del impacto de un asteroide: de plan nuclear a película de Hollywood
Estas son las claves de un proyecto académico que terminó inspirando a Hollywood, pero, sobre todo, se convirtió en la semilla de los programas de detección y catalogación de asteroides cercanos a la Tierra y de la defensa planetaria moderna.

En los pasillos del Massachusetts Institute of Technology (MIT), en Estados Unidos, donde las ideas audaces se plasman en pizarras llenas de ecuaciones imposibles, un grupo de estudiantes concibió un plan que parecía sacado directamente de la ciencia ficción.
Su misión: imaginar cómo salvar a la Tierra de un asteroide en rumbo de colisión. Lo que jamás imaginaron es que aquel ejercicio académico acabaría despertando el interés de Hollywood y transformándose, años después, en una superproducción cinematográfica de culto: Armageddon (1998).
Inspirado en una amenaza real
La historia comienza como un simple proyecto de clase. En 1967, Paul Sandorff, profesor de un curso de posgrado en ingeniería avanzada de sistemas espaciales en el MIT, desafió a sus alumnos a proponer una estrategia realista para evitar el impacto de un asteroide de gran tamaño. No se trataba de escribir ciencia ficción, sino de desarrollar un plan técnicamente posible dentro de los límites de la física y la tecnología de la época.

La elección de un proyecto sobre defensa planetaria no fue casual: faltaba poco más de un año para que se cumpliera la fecha de una terrible predicción realizada por el astrónomo Robert Richardson respecto al asteroide Ícaro, descubierto en 1949.
Richardson, que había ayudado a calcular la órbita de Ícaro alrededor del sol, advirtió que bastaría con un pequeño cambio en su desplazamiento para que este impactara contra la Tierra en su siguiente aproximación, el 19 de junio de 1968.
Las claves de un plan inédito
El grupo de estudiantes se puso manos a la obra, combinando cálculos orbitales, análisis de materiales y energía disponible, así como escenarios hipotéticos de emergencia planetaria.
Tras semanas de trabajo, convergieron en una propuesta tan osada como lógica: utilizar cargas nucleares para desviar el asteroide antes de que se acercara demasiado. No pretendían destruirlo —algo que podría tener efectos catastróficos por la lluvia de fragmentos—, sino empujarlo suavemente fuera de su trayectoria.
El equipo del MIT acabó proponiendo el envío de seis lanzadores del tipo Saturno V (el mismo cohete que llevó el hombre a la Luna), cada uno equipado con una carga termonuclear de gran potencia.

El plan contemplaba que la primera explosión se produjera a escasa distancia del asteroide —unos treinta metros— con el fin de vaporizar parte de su superficie y generar una desviación en su trayectoria. Las demás detonaciones actuarían como maniobras de corrección o como mecanismo para neutralizar posibles fragmentos que siguieran avanzando hacia la Tierra.
Las simulaciones ofrecían un panorama sorprendentemente optimista: alrededor de un 70% de posibilidades de éxito, con una inversión equivalente al 1% del PIB estadounidense de aquel momento. Para la época, se trataba de un análisis técnico sin parangón dentro del incipiente campo de la defensa planetaria.
De la expectación pública al olvido oficial
Cuando, en mayo de 1967, los estudiantes presentaron el Proyecto Ícaro en el auditorio Kresge del MIT, la respuesta fue inmediata. Decenas de medios acudieron a la exposición, atraídos especialmente la amenaza que representaba el asteroide Ícaro.

El nivel de detalle del estudio dejó asombrados a periodistas y especialistas: por primera vez, un grupo académico exponía un método razonado y cuantificado para prevenir un posible impacto cósmico. La cobertura mediática abrió un debate nacional sobre la necesidad —y la viabilidad— de desarrollar sistemas de defensa planetaria.
Sin embargo, tras el paso sin incidentes de Ícaro en 1968, el interés político se disipó. No hubo programas oficiales que tomaran el relevo ni se impulsaron proyectos de vigilancia o intervención. Y el brillante trabajo de los estudiantes terminó archivado… pero solo temporalmente.
Un ejercicio académico convertido en referencia
En 1979 se consolidó la teoría de que el impacto de un asteroide había provocado la extinción de los dinosaurios en la Tierra, lo que reforzó la importancia científica del riesgo cósmico.
Paralelamente, durante los años ochenta se registraron aproximaciones cercanas de varios objetos al planeta. Finalmente, el impacto del cometa Shoemaker–Levy 9 contra Júpiter en 1994 terminó de evidenciar un peligro real.
DART's Impact with the Asteroid Dimorphos
— Black Hole (@konstructivizm) August 29, 2025
In September 2022, the DART mission demonstrated for the first time that it could change the trajectory of an asteroid by deliberately crashing into its surface. The entire process was captured by the LICIACube mini-satellite, which pic.twitter.com/E28AoECUwW
Esas fueron las claves para que el Congreso estadounidense incluyera la defensa planetaria en los objetivos de NASA y se comenzara a financiar de manera sistemática la detección y catalogación de asteroides. Muchas de esas iniciativas retomaron principios ya presentes en el Proyecto Ícaro, desde el análisis orbital hasta la posible intervención directa sobre un objeto peligroso.
Décadas después, se estima que se han identificado las órbitas de casi un millón de asteroides, reduciendo significativamente la incertidumbre que existía en los años sesenta. Aun así, no fue hasta 2021 cuando la humanidad llevó a cabo, por primera vez, una prueba real de desvío: la misión DART, que impactó deliberadamente contra el asteroide Dimorphos en septiembre de 2022 para medir su cambio de trayectoria.
Aquella demostración marcó un hito histórico, pero sus cimientos se remontan a un grupo de estudiantes del MIT que, en plena Guerra Fría, se atrevió a imaginar cómo salvar al planeta con ecuaciones, creatividad y un puñado de cohetes Saturno V.
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