Esconjuraderos y tormentas: ¿sabes qué son y cómo funcionaban?

Si has estado en el Pirineo aragonés, quizás hayas visto alguna de estas curiosas construcciones. Aunque actualmente están en desuso, antiguamente su función era la de evitar desastres naturales como fuertes tormentas. Aquí te contamos más.

El esconjuradero de Alquézar (Huesca) se encuentra adosado a las murallas del antiguo castillo, junto a la Colegiata de Santa María La Mayor

La cultura pirenaíca esconde numerosas historias y secretos milenarios que resultan fascinantes, y que hoy en día todavía son visibles. Algunos de ellos están muy relacionados con la meteorología, como sucede con los conocidos como esconjuraderos (o comunidors en Cataluña), unas construcciones que podemos encontrar a lo largo del Pirineo.

Estas construcciones se concentran sobre todo en la comarca oscense del Sobrarbe, en el entorno del macizo de Monte Perdido, que es especialmente propenso a la formación de fuertes tormentas. No obstante, antiguamente se creía que las brujas lanzaban hechizos o maldiciones, provocando granizadas catastróficas, sequías o inundaciones que arrasaban los campos, arruinando el trabajo de todo un años. Todavía hoy se pueden encontrar amuletos en las entradas de las casas o chimeneas espantabrujas en la zona.

Vigilando las tormentas desde lo alto

Los esconjuraderos son pequeñas edificaciones o templetes construidos entre los siglos XVI y XVIII, anexas a inglesias o muy cerca de ellas. Son construcciones sobrias, sin apenas elementos decorativos, con vanos de medio punto abiertos a los cuatro puntos cardinales y cubiertas por una techumbre de no de mucha altura. En el interior es habitual encontrar un pequeño altar, y en algunos de ellos un banco alrededor del centro y una pila de agua bendita.

Los rituales para invocar a las fuerzas de la naturaleza tienen un origen pagano, aunque la Iglesia no tardó en incorporarlos a la liturgia católica. Su principal función era conjurar las tormentas u otros desastres naturales, y por este motivo la mayoría se encuentran en promontorios, desde donde se podía seguir la evolución de las tormentas.

Hay casos documentados en el Sobrarbe de supuestos hechiceros que lanzaban una terrible tormenta contra algún pueblo, mientras que el sacerdote intentaba esconjurarla. Una auténtica lucha de poder entre las fuerzas del bien contra las del mal. Intentos por controlar la naturaleza de los que no se puede decir que siempre el bien saliese triunfador. El sacerdote, provisto de agua bendita se dirigía al esconjuradero, y desde allí, con misal en mano y agua bendita, las combatía, intentando desviarlas o deshacerlas.

Disputas entre pueblos por las consecuencias de las tormentas

En el aislado Bal de Chistau, se dice que el Mosén Bruno Fierro desvió o deshizo varias tormentas que podrían haber sido catastróficas para el pueblo de Saravillo. Aunque no todo era dicha, ya que en muchas ocasiones los vecinos de Plan, el pueblo vecino, les acusaba de provocar desastrosas granizadas en sus tierras.

Tampoco faltaban aquellos miembros de la iglesia que estaban en contra de estas prácticas, al considerarlas brujería. En 1529, fray Martín de Castañega, en su Tratado de las supersticiones y hechicerías crítica la proliferación de conjuradores que juegan con la nube como con una pelota […] procuran echar la nube fuera de su término y que caiga en el de su vecino.

Esconjuraderos en otras zonas de España

Aunque con el paso del tiempo cayeron en el olvido por la despoblación y el avance de la ciencia, algunos esconjuraderos sigueron usándose hasta el siglo XX. Otros han sido tragados por la naturaleza o por las aguas, como sucedió en el esconjuradero de Mediano. No obstante, la mayoría se conservan en un buen estado de conservación, y hay algunos rutas turísticas que recorren los más conocidos.

Los podemos encontrar en otras zonas de montaña, aunque más dispersos. La mayor densidad de estas construcciones coincide en parte con las áreas más tormentosas del país

Los esconjuraderos no son exclusivos del Pirineo aragonés. También los encontramos en la vertiente francesa o en Cataluña, aunque aquí se conocen como comunidors. Hay constancia de la existencia de uno en la localidad alicantina de Bayeres de Mariola, en la ermita del Conjurador. En general, aunque no había una densidad como la que vemos en la provincia de Huesca, en el interior peninsular existían estos templetes diseminados por toda la geografía.