El nacimiento de las estrellas: el telescopio James Webb revela los secretos de la nebulosa de la Langosta
El telescopio espacial James Webb captó una escena majestuosa en Pismis 24, un cúmulo estelar joven en la nebulosa de la Langosta. La imagen muestra cómo la radiación y los vientos estelares esculpen el polvo cósmico y dan origen a nuevas estrellas.

Lo que a simple vista parece la cima iluminada de una montaña envuelta en nubes es, en realidad, una pared de polvo cósmico desgarrada por los intensos vientos y la radiación de estrellas masivas recién formadas. Esta visión pertenece a Pismis 24, un cúmulo estelar ubicado a unos 5.500 años luz de la Tierra, en la constelación de Escorpio, en pleno corazón de la nebulosa de la Langosta.
La imagen, obtenida en luz infrarroja por la cámara NIRCam del Telescopio Espacial James Webb (NASA/ESA/CSA), revela un escenario de gran belleza pero también de violencia cósmica: estrellas jóvenes y supercalientes modelan su entorno, comprimen el gas y el polvo, y abren paso al nacimiento de nuevas estrellas.
Un vivero estelar único
Pismis 24 es una guardería de astros masivos y uno de los lugares más cercanos a la Tierra donde se forman este tipo de estrellas. Su proximidad lo convierte en un laboratorio privilegiado para estudiar la evolución de estrellas jóvenes, extremadamente calientes y luminosas.
Cosmic crags and clouds ️
— Hubble (@NASAHubble) September 8, 2025
Pismis 24 is a glittering star cluster, carving the dusty region seen below, as the stars emit intense ultraviolet radiation and stellar winds. pic.twitter.com/acjR8YUGBD
En el centro del cúmulo brilla Pismis 24-1, que durante años fue considerada la estrella más masiva conocida. Sin embargo, los astrónomos descubrieron que no se trata de un único objeto, sino de al menos dos estrellas: una con 74 masas solares y otra con 66. Aunque más pequeñas de lo que se pensaba inicialmente, siguen estando entre las más imponentes jamás observadas.
El arte de esculpir nebulosas
Las estrellas jóvenes de Pismis 24, con temperaturas hasta ocho veces superiores a las del Sol, emiten radiación abrasadora y vientos devastadores. Estas fuerzas excavan cavidades en la nebulosa y levantan espectaculares agujas de gas y polvo que parecen desafiar la gravedad.
En la imagen, una de las agujas más altas se eleva 5,4 años luz desde su base hasta la punta. Solo su extremo, de 0,14 años luz de ancho, podría contener más de 200 sistemas solares como el nuestro hasta la órbita de Neptuno.
Una paleta de colores estelares
La imagen de Webb no solo deslumbra por su composición, sino también por la información codificada en sus colores. El cian corresponde al hidrógeno ionizado, calentado por las estrellas masivas. El naranja revela moléculas de polvo similares al humo terrestre. El rojo indica hidrógeno molecular más frío y denso, mientras que el negro representa gas tan compacto que no emite luz.

Miles de estrellas aparecen como pequeñas joyas de distintos tonos: las más grandes y brillantes, con sus característicos picos de difracción de seis puntas, destacan como las más masivas del cúmulo. A su alrededor, cientos de miles de estrellas más pequeñas se ven en blanco, amarillo o rojo, dependiendo de su tipo estelar y del polvo que las rodea. El Webb incluso logra penetrar la nube y mostrar decenas de miles de estrellas de fondo que pertenecen a la Vía Láctea.
Webb, un ojo sin precedentes
El Telescopio Espacial James Webb es el observatorio espacial más potente jamás construido. Su misión es resolver los grandes misterios del universo: desde el origen de galaxias y estrellas hasta la posibilidad de vida en mundos lejanos.
Fruto de una colaboración internacional entre la NASA, la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Agencia Espacial Canadiense (CSA), Webb combina instrumentos únicos: la ESA aportó el lanzamiento con un cohete Ariane 5, el espectrógrafo NIRSpec y la mitad del instrumento de infrarrojo medio MIRI, desarrollado junto con la Universidad de Arizona y el Jet Propulsion Laboratory (JPL).
Gracias a esta cooperación, hoy podemos observar escenas como la de Pismis 24: un recordatorio de que las estrellas, aunque parecen eternas, también tienen un comienzo marcado por la fuerza, la energía y la belleza del cosmos en constante transformación.